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En los viejos tiempos, las cosas iban mucho peor que ahora.
Cuando tenía unos 12 aňos mi familia y yo vivíamos en un bloque de pisos.
Mi padre, un hombre honrado y estricto, se obsesionaba con prepararnos para los retos de la vida.
Cuando me sentía sola o incomprendida, sólo me quedaba el bosque.
Era un lugar tranquilo, donde -o así lo creía yo- los problemas quedaban muy lejos.
Venía a menudo al bosque.
No me gustaba la escuela.
Me parecía más una prisión para la mente que un lugar donde aprender sobre la vida.
Podía pasarme aquí las horas muertas, pensando sobre el mundo, o escuchando el susurro del viento
y la sabiduría de los árboles.
Tampoco me encontraba a gusto entre la gente.
Nadie respetaba nada.
Los ricos se aprovechaban de los pobres. Les mentían obligándoles a ser infelices.
Cada vez que iba caminando por la calle, sentía la necesidad de volver al bosque.
Porque el bosque era diferente. Allí no había problemas. 16 00:01:38,509 --> 00:01:44,309 Un día me expulsaron del colegio por estar en las nubes y me enviaron a un centro especial.
Así que decidí no volver nunca más.
No le dije nada a mi padre, claro.
Aunque se enteró y me llevó a un especialista.
De repente, todo cambió.
Había ignorado esos problemas durante demasiado tiempo.
Y ahora me atormentaban.
Mis ganas de enfrentarme a la vida desaparecieron.
De repente me empezaron a interesar cosas que siempre me habían dejado indiferente:
Las mentiras,
las bolsas de plástico,
el ruido.
TV: ¡recupera tu individualidad! ¡Prueba Probijogh, el yogur probiótico que te blanquea los dientes y te enrojece los labios!
TV: ¡Recupera tu individualidad!
¡Y eso es lo que iba a hacer!
Por supuesto, me pillaron.
Intenté explicarme.
Pero nadie escuchó.
Y me encerraron para siempre.