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ALFRED HITCHCOCK PRESENTA
Buenas noches, señoras y señores,
y al Dr. Watson, esté donde esté.
El caso de esta noche es...
El caso de esta noche se titula "El crimen perfecto".
No recuerdo quién dijo
"Un crimen perfecto es exactamente lo mismo que un matrimonio perfecto.
Son perfectos solo si no te pillan."
Esta noche planeamos...
Por eso precisamente nunca fumo pipa en la cama.
Si te duermes las burbujas te pueden matar.
Ahora, acompáñenme si quieren,
y veamos "El crimen perfecto".
EL CRIMEN PERFECTO
Buenas noches, Sr. Courtney.
Sé que es tarde, pero acabo de volver del extranjero.
El barco llegó tarde y acabo de ver los periódicos.
-¿Nos conocemos? -Soy John Gregory.
-Ah, sí, claro. Pase. -Gracias.
Mi mayordomo no trabaja esta noche, así que dejaré su chaqueta aquí.
-Pase y siéntese. -Gracias.
Estaba saboreando el éxito de mi último caso
junto con un brandy. ¿Quiere uno?
-Gracias. -Al menos lo vi
en cuatro ocasiones en los juzgados defendiendo...
A ver...
El caso del estado de Nueva York contra su cliente, Richards,
luego representó a Braverman,
luego, si recuerdo bien, a Flanagan y por último a Kowtowski.
No, fue Kowtowski y luego Flanagan.
Flanagan fue justo antes de irme al extranjero.
¿No estuvo cuando lo ejecutaron?
No.
Procuré estar fuera cuando mataron a los cuatro.
Ejecutados, querido amigo, por el poder judicial
y por incuestionable justicia divina.
Prueba A de la acusación en el caso de su último cliente.
-¿Le gusta Brahms, Sr. Gregory? -Normalmente, sí.
Pero no cuando se trata de una marcha fúnebre.
Veo que guarda recuerdos de su éxito como detective.
Solo conozco a tres grandes detectives. Uno está en Londres,
otro en París...
El tercero, o mejor dicho el primero, está en esta habitación.
No voy a pecar de falsa modestia.
Algunos cazadores cuelgan en la pared la cabeza de un león que mataron
o de un rinoceronte desafortunado que tomaba el sol en el Congo.
Estos son mis trofeos.
Recuerdos perfectos de tantos crímenes imperfectos.
No son monumentos a mi brillantez,
sino lápidas de la estupidez de los criminales.
¿Para qué es el espacio vacío en el centro?
Para el crimen perfecto.
Durante 15 años guardé el espacio esperando encontrar
al autor de un asesinato perfecto.
Como puede ver, sigue vacío.
Si fuera perfecto, ¿cómo encontraría al asesino?
¿Qué recuerdo pondría ahí?
El problema es más sencillo. No encuentro un verdadero reto.
Parece que un asesinato no requiere de mentes brillantes.
El asesinato perfecto debe existir. ¿Quiere otro brandy?
Sí, gracias.
¿Y por qué el crimen perfecto tiene que ser un asesinato?
¿No es el más censurable?
La vida humana es lo que más valoramos y protegemos.
Robar una vida con una habilidad que impide ser descubierto
es sin ninguna duda la acción criminal ideal.
Habla como si fuera algo bonito.
Los cirujanos hablan de casos hermosos. Es mi actitud.
Si tiene que ser un asesinato, tiene que ser puro.
Descartaría los crímenes pasionales.
La sangre caliente engendra numerosos errores.
No, el crimen perfecto tiene que ser una obra de arte.
Como la cerámica que hice yo en mi propio taller.
El arte por el arte, no por la ganancia.
Solo hay un tipo de asesinato que considero puro.
El asesinato eliminatorio, cuyo único propósito
es eliminar a la víctima del mundo.
Por ejemplo, el caso del que hablamos antes.
-¿Qué caso? -El caso Harrington.
Debería haber intentado deshacerse del cuerpo de West.
La ausencia de un cadáver molesta a la policía.
Aunque si lo hubiera escondido, lo habría descubierto.
De Harrington venía a hablarle.
-¿Era cliente suyo? -No.
Estaba fuera. Si no, me habría ocupado del caso.
Lo conocía bien. Y a West.
Y más aun a la Sra. West.
-Una mujer encantadora. -Sí.
Ella y West se habían separado. Ella vive en Europa.
Ya lo sé. Me gustaría saber cómo descubrió a Harrington.
Lo más sencillo del mundo.
Elegí este pequeño revólver
para recordar varios aspectos del caso.
Podría haber elegido el neumático con la ampolla
pero no iba a caber aquí,
o podría haber expuesto los hilos del traje de tweed.
Conocía a Ernest West, así que sabe que era millonario, de Wall Street.
Tenía una chalet en Long Island.
Lo usaba de base para ir a cazar patos.
Durante la temporada, iba casi todos los fines de semana.
West solo tenía a una asistenta allí,
una ama de llaves que había envejecido a su servicio.
La mujer le era totalmente fiel.
Había tenido el día libre para ir a ver a su hija a Jamaica.
Volvió temprano para preparar el desayuno y encontró a West
con una bala en el corazón.
Parecía que estaba descansando cuando le sorprendió la muerte.
No había señales de pelea.
Me llamaron enseguida. West era un hombre importante,
el departamento de homicidios quería una acción rápida.
Dentro de la casa solo encontré un objeto que me pareció útil.
Buscando en el polvo, encontré varios hilos pequeños
que provenían sin ninguna duda de un traje de tweed.
Esos hilos no correspondían a ninguna de las prendas de West.
Fuera me esperaba más.
El suelo estaba mojado la noche anterior
y había dos tipos de huellas: las de un hombre y las de una mujer.
-Excluyendo las de la policía. -¿Una mujer?
-Sí, la ama de llaves. -Claro.
Las huellas fueron difíciles de identificar.
El hombre recorrió arriba y abajo el camino de la entrada
pisoteando cada una de las huellas de la mujer.
-¿No es extraño? -En absoluto.
No sabía si huir o quedarse,
aunque tenía el coche al final del camino.
Así que caminó arriba y abajo
para tranquilizarse y aclarar sus ideas.
¿Dice que tenía un coche esperándole?
Un gran turismo. Las huellas eran muy claras.
Tenían una particularidad,
una ampolla grande en una de las ruedas.
Dejó una hendidura perfectamente reconocible en el barro.
No me ha dicho cómo llegó a Harrington.
Solo había que asociar todos los indicios a un sospechoso.
Ahí es cuando dejo mi mente divagar, libre.
Se me ocurrió buscar la respuesta en Wall Street.
Descubrí que en la tres semanas previas a la muerte de West,
unos valores habían crecido 57 puntos.
Dos días después de su muerte, cayeron 63 puntos.
Decidí investigarlo.
Descubrí que el día de su muerte, un tal Harrington
había vendido 132,000 acciones de esos valores.
Vendía en descubierto y West se lo compraba todo.
Simplemente eliminó a West. Fue un asesinato por dinero.
El resto fue pura rutina.
En el garaje de Harrington, la policía descubrió
tres neumáticos perfectos y un cuarto con una ampolla.
Los hilos correspondían con uno de sus trajes.
Y en la caja fuerte encontramos esto.
West murió por un disparo de esta pistola.
Harrington confesó enseguida y la prensa...
Exageraron en gran parte mi papel en este caso.
-No he cogido la pistola, ¿verdad? -No le entiendo.
Desde que llegué, no he visto más que el cañón de la pistola.
¿Verdad? Quiero decir, no he visto el mango.
No. Déjelo cubierto.
¿Está el mango ligeramente desconchado en la parte derecha,
y tiene una grieta en toda la parte izquierda?
Sí. ¿Cómo lo sabe?
Harrington no mató a West.
Cogió a la persona equivocada.
El hombre equivocado murió en la silla eléctrica.
Harrington era inocente.
¿Por qué dice eso?
No solo lo digo, Sr. Courtney, también lo puedo demostrar.
-¿Se da cuenta de lo que dice? -Sí.
Cuidado. Está cargado.
Los cuatro estábamos practicando el tiro en Suiza.
-Alice la dejó caer en la roca. -¿Alice West?
-Por eso tiene una grieta. -¿Quiénes eran los cuatro?
Alice, West, Harrington y yo.
Estuvimos en el mismo hotel en Suiza.
-¿Cuándo fue eso? -Mi primer viaje allí, hace 4 años.
-Y esta era la pistola de Alice. -Se la daría a Harrington.
Lo dudo. Lo quería demasiado.
Seguro que él se la cogió, pero era demasiado tarde.
¿Qué quiere decir?
Simplemente que esta arma hizo que ejecutaran a un inocente.
Mire, usted sabe más que nadie la precisión
y la objetividad con la que trato las pruebas.
No puede venir aquí a soltar una bomba así.
Hace cuatro años, en Suiza, Harrington se enamoró de Alice West.
Y ella de él.
West hizo de perro del hortelano y se negó a divorciarse.
Ella lo dejó pero no pudo casarse con Harrington.
West se portó muy mal.
¿Por qué no iba a hacerlo?
Hacía tiempo que ya no la quería.
Pero decidió que ningún otro hombre la tendría legalmente.
Ella empezó a beber. Se volvió alcohólica perdida.
La vi en Monte Carlo, en su hotel...
Hablamos del asesinato.
Yo hablé de quién podía haberlo hecho.
Aún no había arrestado a Harrington.
Le pregunté si iba a casarse pronto con él.
Lo que más me perturbó fue su indiferencia,
como si algo terrible se apoderara de su mente.
Me hizo leer algo. Una carta.
La última carta que le había mandado su marido.
Era cruel, sádica.
Tenía la intención de guardarla hasta que muriera vieja,
sola y sin amor.
Decía que vendría a reírse de ella en su tumba.
Había más, pero me dio asco y no quise terminar de leerla.
Me dijo: "¿Qué le harías a un hombre así?"
Contesté sin pensarlo: "¡Lo mataría!"
Repitió mis palabras a gritos hasta que la paré.
Con la mayor calma le recordé que alguien ya lo había hecho.
Nunca olvidaré cómo le cambió la cara entonces.
"Es raro", dijo,
"puedes disparar botellas sin que nadie te diga nada.
Pero si matas a una serpiente humana, te queman viva.
Y yo no quiero que me quemen, muchas gracias."
¿Me entiende, Sr. Courtney?
Harrington no tenía motivo para tomar prestada la pistola.
¿Prestada? Tenía acceso a ella. Simplemente la cogió.
¿Por qué? Tenía todo un arsenal.
Bueno, un par de revólveres y una automática.
Exacto. No hubiera usado un juguete para matar a West.
Que no utilizaría un calibre 25 solo es una opinión suya.
No es nada concluyente.
Podría haber usado un palo o un boomerang, por lo que...
Bien, pero nunca habría matado, era demasiado sensato.
Hace tres años, anduve detrás de un honrado contable
y lo llevé al tribunal para que se enfrente a un jurado.
Su abogado defensor utilizó el mismo argumento.
"Mi cliente es demasiado sensato como para matar a su mujer.
No es de ese tipo. Nunca ha cometido ningún error,
ni siquiera haciendo divisiones en la escuela."
Era secretario de tal cosa, presidente de tal otra.
Era un hombre muy tranquilo.
Imagine lo que el fiscal hizo con ese argumento.
Ya lo sé.
El fiscal no suele mostrar caridad.
¿Puedo hacerle una pregunta?
¿Estaba Alice en Europa cuando su marido fue asesinado?
Lo comprobamos. Claro que estaba.
Me temo que no lo comprobó muy bien.
Alice estaba en Montreal cuando su marido fue asesinado.
Montreal no está muy lejos de Long Island.
-Imposible. -Me lo dijo ella.
Estuvo en el Ritz en Montreal.
La policía francesa comprobó que estaba en Europa.
Estaba en Europa. Antes y después del asesinato.
¿Comprobó su pasaporte? ¿Las fechas de sus viajes?
Supusimos que la información que mandó la policía francesa...
-Nunca se nos ocurrió. -Antes de que se lo explique,
déjeme decirle una cosa sobre usted.
-¿Sobre mí? -Sí.
Por alguna razón, quizá porque no entiendo a la gente como usted,
siempre he querido aprender sobre usted, pero es imposible.
Esa cortesía estudiada es solo una apariencia.
El verdadero Charles Courtney vive debajo de esta apariencia,
insensible, intacto e impasible.
No sea ridículo.
Vive en un lugar muy tranquilo y exclusivo.
Aislado del resto del mundo como alguna tribu de aborígenes
en un lugar olvidado del globo.
-¿Ha terminado? -Aún no.
Le voy a contar lo que pasó la noche que West fue asesinado.
Alice West y Harrington fueron juntos a ver a West
para intentar hacerle cambiar de opinión.
solo consiguieron divertirlo. Pero Alice venía preparada.
Apuntó a West con esta pistola y le disparó al corazón.
Puede imaginar la confusión de Harrington ante la catástrofe.
Si pudiera haber devuelto la vida a West, lo habría hecho.
Aunque le costara la suya.
Pero lo único que podía hacer era ayudara Alice y lo hizo.
Tenía razón, Harrington caminó arriba y abajo.
Pero no porque estuviera nervioso ni para tranquilizarse.
Pisoteó a propósito las huellas de Alice
para que solo quedasen las suyas y las de la ama de llaves.
Luego se fue con Alice.
En cuanto regresaron a Nueva York, lo dejó afrontar las consecuencias.
Lo que hizo era típico de él.
Quería a Alice más que a su vida
y seguramente ella le quería a su manera,
pero se quería a sí misma más aún.
Harrington quería salvar a la mujer. Le parecía que lo valía.
-No tiene pruebas. -¿Pruebas?
Su visita a Canadá figura en el registro de la aduana,
en el del hotel en Montreal, el hecho de que era su pistola.
Su precisión con ella. La vi disparar botellas.
La carta que le mandó West, su odio por él.
Quería que lo supiera.
Quería que tuviera algo que pensar durante esas noches interminables.
Ahora Ud. también conocerá el sabor de la derrota.
No es amargo, ¿verdad? No sabe a nada.
Pero tiene algo más. Tiene peso.
Una presión propia que lo empuja hacia el fondo.
-Cree que me equivoqué. -¡Lo sé!
-No. -No traerá de vuelta a Harrington.
-Yo no cometo errores. -Esta vez, sí.
Mi reputación no me lo permite.
-¡Su reputación cambiará! -Nadie puede oír esto.
No lo divulgaré, pero si intenta ponerle la cuerda
en el cuello de uno de mis clientes...
Con esta pequeña excepción, su reputación está a salvo conmigo.
-Si no se cruzan nuestros caminos. -Creo que nos entendemos.
Ha sido una conmoción terrible.
Pero por favor, antes de irse, tome una última copa conmigo.
Discúlpeme un momento, vuelvo enseguida.
Perfecto, Sr. Courtney.
Estuvo fuera casi dos años.
¿Es cierto el rumor que dice que quiere jubilarse?
No me jubilaré nunca. solo necesitaba vacaciones.
¿Qué monumento le impresionó más?
Espera que le diga el Taj Mahal,
pero nunca olvidaré Angkor Wat en Camboya.
-Había otro rumor. -¿Sí?
-La razón por la que se fue. -¿Cuál es?
Estaba buscando un maestro criminal que le derrotara.
No voy a pecar de falsa modestia. No existe tal hombre.
Les voy a enseñar donde hago la cerámica.
Me gustaría hacer una foto del taller si me lo permite.
Su escondite cuando está que echa humo.
Es muy apropiado que hable de humo.
El secreto de una buena cerámica está en la cocción.
Se necesita un horno muy caliente.
El que tengo es una herramienta extremadamente eficaz.
¿Es el recuerdo de algún crimen? La etiqueta no pone nada.
No exactamente. De hecho,
este jarrón es una especie de experimento.
Utilicé un tipo de arcilla muy especial.
Siento informarles de que Courtney no conservó
su último trofeo por mucho tiempo. Lo descubrieron.
Una limpiadora volcó el valioso jarrón
que se rompió en mil trozos.
Algunos fueron identificados como trozos del Sr. Gregory.
Un empaste de oro había resistido el calor del horno.
Pero ningún doctor de ninguna policía
pudo volver a juntar al Sr. Gregory.
En cuanto a la limpiadora, se convirtió en una celebridad.
Ese es el verdadero significado histórico de este caso.
Desde entonces, las limpiadoras vuelcan los jarrones
para conocer el mismo éxito.
Nos vemos la próxima vez con otro,
aunque imperfecto, crimen.
Buenas noches.
ALFRED HITCHCOCK PRESENTA