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La instalación "Paralelo, paralelo" empieza por "A cuatro pasos",
que son tres serigrafías.
"A cuatro pasos" porque siempre he vivido a cuatro pasos de El Molino.
Esta razón de vecindad me acompaña
y, de algún modo, El Molino siempre me ha ido siguiendo
o yo lo he ido acompañando o nos hemos ido cruzando.
Por esto me ha parecido bien poner las tres serigrafías
donde al lado de la firma está el número de pasos
que hay de El Molino de Barcelona, que me parece que son 382,
y también los pasos de mi estudio en París al Moulin Rouge,
o bien en Madrid, de la pensión donde vivía,
que estaba en la calle Baltasar Bachero,
que ahora se llama calle del Salitre, en Lavapiés,
que era donde vivía, a la Pensión de los Madroños,
que también estaba a pocos pasos del Molino Rojo de Madrid.
El Molino lo he escogido como edificio,
como ambiente carismático de la Barcelona de finales del siglo XIX,
de La Pajarera Catalana, como se llamó primero,
después el Petit Moulin Rouge
y después el "rouge" desapareció por imperativos franquistas
y se llamaba El Molino,
y este es El Molino que yo he vivido desde siempre.
Las primeras veces que fui iba acompañado del hijo del contable,
que estudiaba derecho conmigo. Esto fue a finales de los años cincuenta.
Y después durante los sesenta, setenta, ochenta...
sobre todo los sesenta y setenta
fui un cliente frecuente y pobre de El Molino.
Allí íbamos a beber el champán de la casa,
que como sabéis es una gaseosa,
e íbamos a los bancos de la platea,
al lado del pianista.
De alguna manera, también es un homenaje
a todos los artistas que han pasado por el Paralelo.
Cojo El Molino como cosa carismática,
pero es el Paralelo, todo el Paralelo, la vía,
y toda la evolución de la ciudad y del mundo del espectáculo
y de la vida nocturna y de la vida canalla,
y también de la vida de la represión
y de un punto que ahora nos puede parecer,
sin nostalgia, un poco tronado,
pero que no dejaba de ser también un punto de libertad.
Bueno, todo esto es debido a que un día
volvía a casa desde el taller, de la calle Roser,
y vi a gente sobre dos contenedores.
Veía que la gente removía esta basura.
Y vi que había unos decorados.
Saqué uno, paré a un taxi e hice dos viajes llenando el taxi.
Estos decorados están aquí. Yo soy su depositario.
De ningún modo creo que nada de esto me pertenezca,
por lo tanto, yo lo daré a quien se lo tenga que dar,
y sobre todo a quien cuide de ello.
A una ciudad que tira un patrimonio artístico
le tendría que caer la cara de vergüenza.
Yo he hecho lo que he podido, he recogido cuatro cosas,
que son dieciocho decorados auténticos de El Molino,
hechos por los grandes hermanos Salvador, y estos son los decorados.
Entrando en el espacio del blog y de la proyección de la película
que he hecho de la grabación de la demolición de El Molino
y de la reconstrucción hasta el momento de la exposición,
el espectáculo es derribar y construir,
y sobre todo la gente del barrio.
A mí los artistas, la gente es...
este es el tema que a mí me interesa.
El resto me interesa menos.
El blog está en la red.
Todo el mundo puede mandar información.
Pedimos justo eso, información.
Pedimos fotos, testimonios...
testimonios artísticos, musicales, documentales...
Y creo que tenemos la gran suerte de poder vehicular, cambiar
e intercambiar informaciones,
y elaborar este gran archivo que, poco a poco,
se irá constituyendo y permitirá que la memoria colectiva, compartida,
nos pueda dar entidad y satisfacción.
Han pasado muchas cosas, mejor no olvidarlas
y poderlas dialogar.
Y como colofón de todo esto, acabaré con la anécdota
de que la mafia rusa se vendía el piano de El Molino
a cambio de un cartón de tabaco.