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Traductor: Ana María Pérez Revisor: Lidia Cámara de la Fuente
Como estudiante de la adversidad,
siempre me ha impresionado
ver cómo algunas personas
que afrontan grandes desafíos
parecen sacar mucha fuerza de ellos,
y de la sabiduría popular he escuchado
que eso está relacionado con la búsqueda de sentido.
Y por mucho tiempo,
pensé que el sentido estaba ahí,
en alguna gran verdad, esperando a ser encontrado.
Pero con el tiempo, he llegado a pensar
que la verdad es irrelevante.
Lo llamamos la búsqueda de sentido,
pero sería mejor llamarlo forjar sentido.
Mi último libro trata sobre cómo algunas familias
se las ingenian para ocuparse de hijos fuera de lo común
o que suponen un desafío.
Una de las madres a las que entrevisté,
que tenía dos hijos con varias discapacidades severas,
me dijo: "La gente siempre nos dice
frases como:
'Dios no te da más de lo que puedes soportar',
pero hijos como los nuestros
no están predeterminados como regalo.
Son un regalo, porque eso es lo que hemos elegido".
Tomamos esas decisiones siempre en la vida.
Cuando estaba en segundo grado,
a Bobby Finkel le hicieron una fiesta de cumpleaños
e invitó a todos los compañeros de la clase, menos a mí.
Mi mamá supuso que había habido un error,
y llamó a la señora Finkel,
que le dijo que yo no le caía bien a Bobby
y que no me quería invitar a su fiesta.
Ese día, mi madre me llevó al zoológico
y a comer helado.
Cuando estaba en séptimo grado,
uno de los chicos del autobús escolar
me apodó "Percy",
como diminutivo de mi forma de ser,
y a veces, él y sus compinches
lo coreaban
durante todo el trayecto,
45 minutos de ida, 45 de vuelta,
"¡Percy! ¡Percy! ¡Percy! ¡Percy!"
Cuando estaba en octavo grado,
el profesor de ciencias nos dijo
que todos los hombres homosexuales
desarrollan incontinencia fecal
debido a un debilitamiento del esfínter.
Y me gradué de la escuela secundaria
sin haber ido nunca a la cafetería,
porque de haberme sentado con las chicas
se habrían burlado de mí por eso,
y de haberme sentado con los chicos
se habrían burlado por ser un chico
que debería sentarse con las chicas.
Sobreviví a esa infancia con una mezcla
de evasión y resistencia.
Lo que no sabía entonces
y ahora sé,
es que la evasión y la resistencia
pueden ser la puerta de entrada para forjar sentido.
Después de haber forjado sentido,
hay que incorporarlo
a una nueva identidad.
Hay que afrontar los traumas y hacerlos parte
de lo que llegamos a ser.
Es necesario transformar los peores acontecimientos de nuestra vida
en un relato de triunfo,
dando expresión a un mejor autoconcepto
en respuesta a las cosas que hieren.
Otra de las madres a las que entrevisté
cuando escribía mi libro
la violaron cuando era adolescente,
y fruto de esa violación, tuvo una hija
que le arruinó sus planes de carrera
y dañó todas sus relaciones afectivas.
Pero cuando la conocí, tenía 50 años,
y le pregunté:
"¿Piensas mucho en el hombre que te violó?"
Y ella respondió: "Antes pensaba en él con ira,
pero ahora solo con lástima".
Pensé que quería decir con lástima
por ser alguien capaz de hacer algo tan terrible.
Y le dije: "¿Lástima?
Y ella: "Sí,
porque tiene una hermosa hija
y dos hermosos nietos
y él no lo sabe, en cambio yo sí.
O sea que yo soy la afortunada".
Algunas de nuestras luchas son cosas con las que nacemos:
género, sexualidad, raza, discapacidad.
Y otras son cosas que nos suceden:
ser un preso político, víctima de una violación
o un sobreviviente del huracán Katrina.
La identidad comporta entrar en una comunidad
para recibir su fuerza
y también darle fuerza.
Consiste en reemplazar "pero" por "y".
No es: "Estoy aquí pero tengo cáncer",
sino más bien: "Tengo cáncer y estoy aquí".
Sentir vergüenza
nos impide contar nuestras historias,
y las historias son la base de la identidad.
Forjar sentido, construir identidad,
forjar sentido y construir identidad,
Eso se convirtió en mi mantra.
Forjar sentido consiste en cambiarse a uno mismo.
Construir identidad consiste en cambiar el mundo.
Todos nosotros con identidades estigmatizadas
enfrentamos esta pregunta diariamente:
¿En qué medida nos reprimimos
para tener cabida en la sociedad,
y hasta qué punto se deben romper los límites
de lo que constituye una vida adecuada?
Forjar sentido y construir identidad
no hace que lo que está mal esté bien.
Solo hace precioso lo que estaba mal.
En enero de este año,
fui a Myanmar a entrevistar presos políticos,
y me sorprendió encontrarlos con menos rencor
de lo que pensaba.
La mayoría había cometido intencionalmente
los delitos que les había llevado a la cárcel.
Entraban con la frente alta,
y salían con la frente
todavía alta muchos años después.
La Dra. Ma Thida, una destacada activista de derechos humanos
que estuvo a punto de morir en la cárcel
y que pasó varios años en régimen de aislamiento,
me dijo que estaba agradecida con sus carceleros
por el tiempo que había tenido para pensar,
por la sabiduría que había adquirido,
por la oportunidad de perfeccionar sus técnicas de meditación.
Había buscado el sentido
y encontró la identidad a partir del sufrimiento.
Pero si la gente que conocí
tenía menos rencor de lo que pensaba
por estar en la cárcel,
también estaba menos entusiasmada de lo esperado
por el proceso de reforma
iniciado en su país.
Ma Thida dijo:
"Los birmanos nos destacamos
por nuestra extraordinaria elegancia bajo presión,
pero bajo el encanto también hay disgusto",
y añadió: "y el hecho de que se hayan producido
estos cambios y transformaciones
no elimina los problemas crónicos
de nuestra sociedad
que aprendimos tan bien
mientras estábamos en la cárcel".
Y entendí cuando decía
que las concesiones conferían solo un poco de humanidad
donde debería haber plena humanidad,
que las migajas no son lo mismo
que un puesto en la mesa,
es decir, podemos forjar sentido
y construir identidad y aún así estar indignados.
Nunca he sido violado,
y nunca he estado en nada que se aproxime
a una cárcel birmana,
sin embargo, como gay estadounidense,
he sido víctima de prejuicios y hasta de odio,
y he forjado sentido y construido identidad,
que es algo que aprendí de personas
que han experimentado privaciones mucho peores
de las que yo haya conocido.
En mi adolescencia,
llegué a los extremos de intentar de ser heterosexual.
Me inscribí en algo llamado
terapia de sustitución ***,
donde personas que se hacían llamar doctores
recetaban lo que me hacían llamar ejercicios
con mujeres que me hacían llamar sustitutas,
que no eran precisamente prostitutas
pero no eran exactamente otra cosa.
(Risas)
Mi favorita
era una rubia del Sur profundo
que después me confesó
que en realidad era necrófila
y había asumido ese trabajo luego de tener
problemas en el depósito de cadáveres.
(Risas)
Estas experiencias me permitieron finalmente establecer
relaciones físicas felices con mujeres,
por lo cual estoy agradecido,
pero yo estaba en guerra conmigo mismo
y cavé profundas heridas en mi psique.
No buscamos experiencias dolorosas
que den forma a nuestra identidad,
pero sí buscamos nuestra identidad
tras las experiencias dolorosas.
No podemos soportar un tormento sin sentido,
pero podemos aguantar un gran dolor
si creemos que tiene un propósito.
Lo fácil nos marca menos
que la dificultad.
Podríamos ser nosotros mismos sin nuestras alegrías,
pero no sin las desgracias
que guían nuestra búsqueda de sentido.
"Por eso me regocijo en debilidades",
escribió San Pablo en la 2ª epístola a los corintios,
"porque cuando soy débil, entonces soy fuerte".
En 1988 fui a Moscú
a entrevistar a artistas en la clandestinidad soviética,
y esperaba que su obra sería
disidente y política.
Pero el radicalismo en su obra realmente consistía
en reinsertar humanidad en una sociedad
que se estaba aniquilando así misma,
como, de alguna manera, lo está haciendo de nuevo
la sociedad rusa.
Uno de los artistas que conocí me dijo:
"No estábamos entrenados para ser artistas sino ángeles".
En 1991 volví para ver a los artistas
de los que había estado escribiendo,
y estuve con ellos durante el golpe
que puso fin a la Unión Soviética.
Ellos estaban entre los principales organizadores
de la resistencia a ese golpe.
Y al tercer día del golpe,
uno de ellos sugirió que camináramos hasta Smolenskaya.
Allá fuimos,
y nos colocamos delante de una de las barricadas.
Un poco más tarde,
llegó una columna de tanques,
y el soldado del tanque de adelante dijo:
"Tenemos órdenes estrictas
de destruir esta barricada.
Si se quitan del medio
no les haremos daño,
pero si se quedan ahí, no nos quedará más remedio
que usar la fuerza".
Y los artistas con los que estaba dijeron:
"Denos solo un minuto.
Solo un minuto para decirle el porqué estamos aquí".
El soldado cruzó los brazos,
y el artista se lanzó en un discurso sobre la democracia digno de Jefferson,
de esos que incluso a nosotros que vivimos
en una democracia jeffersoniana
nos sería difícil exponer.
Siguieron y siguieron
y el soldado miraba,
y luego se sentó ahí por un minuto
después de que terminaron,
mirándonos bajo la lluvia empapados,
y dijo: "Lo que han dicho es cierto,
hay que inclinarse ante la voluntad del pueblo.
Si dejan espacio suficiente para darnos la vuelta,
regresamos por donde vinimos".
Y eso hicieron.
A veces, forjar sentido
puede darnos el vocabulario necesario
para luchar por nuestra máxima libertad.
Rusia me dejó claro que la opresión
crea el deseo de oponerse a ella,
y poco a poco entendí que ese era el pilar
de la identidad.
La identidad me salvó de la tristeza.
El movimiento por los derechos de los homosexuales
propone un mundo donde mis desviaciones son una victoria.
Las identidades políticas siempre trabajan en dos frentes:
valorar a las personas con una determinada condición
o característica,
y hacer que el mundo exterior
les trate más amablemente.
Se trata de dos situaciones totalmente distintas,
pero el progreso en una de las esferas
hace eco en la otra.
Las políticas de la identidad pueden ser narcisistas.
La gente ensalza una diferencia solo porque es suya.
Se congrega en pequeños grupos discretos
sin empatía hacia los demás.
Pero correctamente entendidas
y sabiamente practicadas,
las políticas de identidad deberían ampliar
nuestra idea de lo que significa ser humano.
La identidad en sí
no debería ser una etiqueta arrogante
o una medalla de oro,
sino una revolución.
Habría tenido una vida más fácil si hubiese sido heterosexual,
pero no sería yo,
y ahora me gusta más ser lo que soy
que la idea de ser otra persona,
alguien que, honestamente,
no tengo ni la opción de ser
ni la capacidad plena de imaginar.
Pero si ahuyentamos los dragones,
ahuyentamos los héroes,
y nos apegamos
al esfuerzo heroico de nuestra propia vida.
A veces me he preguntado
si podría haber dejado de odiar esa parte de mí
sin la colorida fiesta del orgullo gay,
de la cual este discurso es una expresión.
(Risas)
Pensaba que podría considerarme maduro
al poder ser simplemente gay sin enfatizar,
pero el autodesprecio de esa época dejó un vacío,
y la celebración lo debe llenar hasta rebosar,
y aunque pague mi deuda privada de melancolía,
ahí afuera todavía hay un mundo de homofobia
que tardará décadas en ser abordado.
Algún día, ser gay será un simple hecho,
libre de burlas y recriminaciones,
pero no todavía.
Un amigo mío que pensaba que el orgullo gay
era algo exagerado,
una vez sugirió que organizáramos
la Semana de la Humildad Gay.
(Risas) (Aplausos)
Es una gran idea,
pero su momento aún no ha llegado.
(Risas)
Y la imparcialidad, que parece encontrarse
entre la desesperación y la celebración,
es en realidad el final del juego.
En 29 estados de EEUU,
me pueden despedir legalmente o negar una vivienda
por ser gay.
En Rusia, la ley antipropaganda
ha llevado a que la gente sea golpeada en la calle.
Veintisiete países africanos
han aprobado leyes contra la ***ía,
y en Nigeria, los gays pueden ser legalmente
lapidados hasta la muerte,
y los linchamientos se han vuelto frecuentes.
Hace poco en Arabia Saudita, dos hombres
que fueron capturados en actos carnales,
fueron condenados a 7000 latigazos cada uno,
y como consecuencia quedaron discapacitados de por vida.
¿Quién puede entonces forjar sentido
y construir identidad?
Los derechos primordiales de los homosexuales no es el derecho a contraer matrimonio,
y para los millones de personas que viven en lugares marcados por la intolerancia,
sin recursos,
la dignidad sigue siendo un sueño lejano.
Tengo la suerte de haber forjado sentido
y haber construido identidad,
pero ese todavía es un raro privilegio,
y los homosexuales merecen más colectivamente
que las migajas de la justicia.
Y aún así, cada paso adelante
es muy dulce.
En 2007, seis años después de conocernos,
mi pareja y yo
decidimos casarnos.
Conocer a John fue el descubrimiento
de una gran felicidad
y también la eliminación de una gran infelicidad.
A veces, estaba tan ocupado
haciendo desaparecer todo ese dolor
que me olvidaba de la alegría,
que al principio era la parte que menos me destacaba.
Casarnos fue una forma de declarar nuestro amor
más como una presencia que una ausencia.
El matrimonio nos llevó pronto a los hijos,
y eso significaba nuevos sentidos
y nuevas identidades,
la nuestra y la de ellos.
Quiero que mis hijos sean felices,
y los amo con más dolor cuando están tristes.
Como padre homosexual, puedo enseñarles
a reconocer lo que está mal en su vida,
pero creo que si logro
protegerlos de la adversidad,
habré fracasado como padre.
Un erudito budista me explicó una vez
que los occidentales creen erróneamente
que el nirvana llega
cuando nuestra aflicción queda atrás
y solo tenemos que esperar la dicha.
Pero eso no sería el nirvana,
porque la dicha del presente
estaría siempre ensombrecida por la alegría del pasado.
El nirvana, dijo, llega
cuando tenemos solo que esperar la dicha
y hallamos, en lo que parecían penas,
las semillas de nuestra alegría.
Y a veces me pregunto
si hubiese podido encontrar tal grado de plenitud
en el matrimonio y los hijos
si hubiesen llegado más fácilmente,
si hubiese sido heterosexual en mi juventud o fuera joven ahora,
en ambos casos habría sido más fácil.
Tal vez hubiese sido así.
Tal vez todos los pensamientos complejos que he hecho
se podrían aplicar a otras situaciones.
Pero si buscar sentido
importa más que encontrar sentido,
la pregunta no es si yo sería más feliz
por haber sido acosado,
sino si asignar sentido
a estas experiencias
me ha hecho mejor padre.
Tiendo a encontrar el éxtasis en las alegrías comunes,
porque no esperaba que esas alegrías
fueran comunes para mí.
Conozco a muchos heterosexuales que también tienen
matrimonios y familias felices,
pero el matrimonio gay es tan increíblemente reciente,
y las familias gays tan emocionantemente nuevas,
que encontré sentido en esa sorpresa.
En octubre cumplí 50 años,
y mi familia me organizó una fiesta,
y en medio de ella,
mi hijo le dijo a mi esposo
que quería hacer un discurso,
y John le dijo:
"George, no puedes hacer un discurso. Solo tienes 4 años".
(Risas)
"Solo el abuelo, el tío David y yo
haremos discursos esta noche".
Pero George insistió e insistió,
y finalmente, John lo acercó al micrófono,
y George dijo en voz muy alta:
"Señoras y señores,
su atención por favor".
Y todos se dieron vuelta, sorprendidos.
Y George dijo:
"Me alegro porque es el cumpleaños de papá.
Me alegro que todos tengamos torta.
Y papá, si tú fueras pequeño,
yo sería tu amigo".
Y pensé: "Gracias".
Pensé que estaba en deuda
incluso con Bobby Finkel,
porque todas esas experiencias pasadas
fueron las que me condujeron a este momento,
y por fin estaba incondicionalmente agradecido
por una vida que en alguna ocasión habría hecho cualquier cosa por cambiar.
Al activista gay Harvey Milk
una vez le preguntó un chico gay más joven
lo que podía hacer para ayudar al movimiento,
y Harvey Milk le contestó:
"Ve y díselo a alguien".
Siempre hay alguien que quiere apoderarse
de nuestra humanidad,
y siempre hay historias que nos la devuelven.
Si vivimos bien con nosotros mismos,
podemos derrotar el odio
y enriquecer la vida del prójimo.
Forjar sentido. Construir identidad.
Forjar sentido.
Construir identidad.
Y luego inviten al mundo
a compartir su alegría.
Gracias.
(Aplausos)
Gracias. (Aplausos)
Gracias. (Aplausos)
Gracias. (Aplausos)