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La clasificación de las nubes
En una noche fría de diciembre en 1802,
un joven nervioso llamado Luke Howard
se encontraba delante de los miembros de un club de ciencias de Londres
a punto de dar una conferencia que iba a cambiar su vida
y también la comprensión de la humanidad de los cielos.
Luke Howard era farmacéutico de profesión,
pero meteorólogo por inclinación,
y había estado obsesionado por las nubes y el clima desde la infancia.
De niño, en la escuela, pasaba horas mirando por la ventana del aula,
mirando las nubes que pasaban.
Como todo el mundo en aquel entonces,
no tenía idea de cómo se formaban las nubes,
o cómo se mantenían en el aire.
Pero disfrutaba observando sus infinitas transformaciones.
Como el mismo reconoció,
Luke prestaba poca atención en clase,
pero por suerte para el futuro de la meteorología,
se las arregló para tener un sólido conocimiento del latín.
En comparación con las otras ciencias naturales,
la meteorología, el estudio del clima, se desarrolló bastante tarde,
principalmente porque el clima es difícil de seguir.
No se puede romper un pedazo de arco iris
o hacerse con una sección de una nube para estudiarlos convenientemente.
Puedes, por supuesto, recoger agua de lluvia en recipientes marcados,
pero a fin de cuentas son solo cubos de agua.
Entender las nubes requiere un enfoque diferente,
y es aquí donde la idea de Luke Howard ganó peso.
Su sencilla visión basada en años de observación
era que las nubes toman muchas formas individuales
pero con base en pocas figuras.
De hecho, todas las nubes pertenecen a una de las tres familias principales
que Howard identificó:
cirrus, que en latín significa fibra o cabello,
cúmulus, montón o pila,
y stratus, capa o lámina.
Pero esa no era lo más interesante.
Las nubes están en constante cambio, fusión, subiendo, bajando,
esparciéndose por toda la atmósfera,
y rara vez mantienen las mismas formas por más de unos pocos minutos.
Cualquier intento exitoso de clasificación
tenía que acomodar esta inestabilidad esencial
tal y como se dio cuenta Howard.
Así que, además de las tres principales familias de nubes,
sumó una serie de tipos intermedios y compuestos
con el fin de incluir las transiciones regulares
que se producen entre las nubes.
Un cirrus alto y mullido que desciende y se extiende como una hoja
se llama cirroestratos,
mientras que un grupo de cúmulus ligeros que se juntan y se propagan
se llama estratocúmulus.
Howard identificó siete tipos de nubes,
pero el número se elevó a diez,
con el noveno siendo el imponente cumulonimbus portador de truenos,
por lo que, probablemente, esta es la razón de decirse que sentirse
en el séptimo cielo significa estar en la cima del mundo.
La clasificación de Howard tuvo un impacto internacional inmediato.
El poeta alemán y científico J.W. von Goethe
escribió una serie de poemas en honor a las nubes de Howard,
que termina con estas líneas memorables:
"Mientras las nubes suben, se pliegan, se dispersan, caen,
Deja que el mundo piense en ti, el que nos enseñó todo",
mientras que Percy Shelley también escribió un poema, "La Nube",
donde a cada uno de los siete tipos de nubes de Howard
se les brinda homenaje.
Pero quizás la respuesta más impresionante a esta clasificación de las nubes
la dio el pintor John Constable
quien pasó dos veranos en Hampstead Heath pintando nubes en campo abierto.
Una vez nombradas y clasificadas,
las nubes se volvieron más fáciles de entender
como signos claros de otros procesos atmosféricos invisibles.
Las nubes escriben una especie de diario en el cielo
que nos permite entender los patrones de circulación
del tiempo y el clima.
Quizás el avance más importante en la comprensión de las nubes
se realizó al darnos cuenta
de que están sujetas a las mismas leyes físicas
como todo lo demás en la Tierra.
Las nubes, por ejemplo, no flotan,
sino que caen lentamente bajo la fuerza de la gravedad.
Algunas se quedan en el aire
debido a la convección ascendente de la tierra calentada por el sol,
pero la mayoría dibujan una especie de lento ballet descendente.
"Las nubes son las diosas patronas de la gente ociosa",
escribió el dramaturgo griego Aristófanes en 420 aC.
Y la nefología, el estudio de las nubes, sigue siendo la ciencia del soñador,
acertadamente fundada por un joven pensativo
cuya actividad favorita era mirar el cielo por la ventana.