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Cientos de guerreros de las Trobriand esperan desafiantes a que llegue el otro bando.
Sus pinturas son de guerra.
Han salido del bosque con las primeras luces del sol,
ras realizar la ceremonia de invocación al dios de la guerra.
Estos crueles cortadores de cabezas se han convertido en deportistas de un extraño juego,
el criket de las Trobriand, un verdadero acontecimiento social.
Fueron los misioneros británicos los que les enseñaron este juego,
en un intento de canalizar hacia el deporte la agresividad innata de este pueblo.
Los equipos de criket los componen 11 jugadores,
pero aquí están formados por toda una tribu ó aldea.
A veces, cada alineación cuenta con ciento cincuenta jugadores que tardan varios días en terminar el partido.
Antes de que comience el juego, los dos contrincantes entonan canciones antiguas, que hablan de sus proezas guerreras.
Es una manera de provocar al adversario.
Luego, intercambian en un símbolo de confraternidad, las nueces de betel.
También llamado baual, estas nueces son ligeramente narcóticas.
Los papúes las toman todo el tiempo mezcladas con ralladura de coral quemado, que potencia su efecto estimulante.
Los bates de juego son decorados con símbolos clánicos y mágicos
parecidos a la propia decoración que lucen los jugadores en el cuerpo.
La vestimenta reglamentaria es la misma que usaban para ir a la guerra:
un calzón confeccionado con hojas secas de platanera,
cintas de colores que se ajustan en brazos y piernas, y unos tocados de plumas.
Las reglas originales del juego se han ido deformando con el tiempo
al mezclarse con los antiguos ritos guerreros.
Del criket reglamentario solo queda el golpear la pelota con el bate y correr de un wicked a otro,
el resto es liturgia mágica y ancestral.
Para estos guerreros del criket, una derrota frente al equipo de otra aldea, significa una autentica desgracia.
Cuando un jugador es eliminado, se le considera muerto y se le llora como si hubiese muerto en realidad,
al igual que cada tanto ganado se celebra como una autentica victoria.
Durante los tres o cuatro días que dura el partido, las mujeres de la aldea anfitriona
se encargarán de preparar la comida al equipo visitante y de organizar la fiesta de despedida,
donde el Paramon Chif repartirá los premios, consistentes en nueces de betel y ñames a los jugadores más destacados.