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Si me lo permiten, me gustaría comenzar
este programa con usted, Magda Hollander-Lafon
y este libro, "Cuatro trocitos de pan"
al que usted le ha dado el subtítulo de "De las tinieblas a la alegría",
y que acaba de aparecer en la editorial Albin Michel.
Es un libro conmovedor porque habla de lo peor evitando lo peor en Literatura, es decir, el "pathos", el autocompadecimiento,
la desesperanza,
y si hoy ha decidido escribir
en realidad, durante mucho tiempo ha mantenido usted silencio.
Si le parece bien, antes de hablar de su libro,
vamos a hacer un recorrido por su vida en imágenes.
Estos últimos años, Magda Hollander-Lafon ha ido varias veces
a Auschwitz,
principalmente con alumnos para compartir su historia,
de la que había huido durante muchos años.
En 1944, al igual que cientos de miles de judíos húngaros,
fue deportada a este campo de exterminio nazi.
Sólo tenía 16 años.
Después de la guerra, Magda Hollander-Lafon fue acogida en Bélgica.
Vivió en un orfelinato durante varios años [Anne-Sophie Jouanneau, editora]
y allí se dio cuenta de la manera como trataban a los huérfanos
y se dijo que eso no era posible.
Era una injusticia más que veía en su vida
y entonces decidió comenzar los estudios
de psicología infantil y quiso ejercer esta profesión
durante muchos años porque era
algo que debía llevar a cabo y que era necesario para ella.
No fue hasta 1977, más de treinta años después de los hechos,
que Magda Hollander-Lafon decide dar testimonio en un libro:
"Los caminos del tiempo".
Un día cayó gravemente enferma y entonces fue cuando le volvieron a la memoria
no sólo los recuerdos que había ocultado, que había rechazado, etc.,
sino también la necesidad de transmitirlos.
Mañana, ¿quién va a recoger el testigo?
¿Vosotros?
Desde entonces, Magda Hollander-Lafon no ha dejado de dar testimonio y de transmitirlo
en colegios e institutos y de participar en las visitas conmemorativas.
Anne-Sophie Jouanneau la acompañó a Auschwitz en 2003.
Llegar allí es tal espanto,
es tan inmenso, una no se da cuenta.
Necesitábamos su mirada
para ayudarnos a enfrentar esa inmensidad.
Nos incitó a ir más allá del dolor,
a reunirnos otra vez
con la vida.
"Cuatro trocitos de pan. De las tinieblas a la alegría" es el título
de esta obra publicada por la editorial Albin Michel.
Ya lo han dicho, tenía usted 16 años cuando fue detenida y deportada
de Hungría a Auschwitz-Birkenau.
De los 437 mil 403 judíos de Hungría que en 55 días
fueron deportados, forma usted parte de los pocos, muy pocos, supervivientes.
¿En qué reside para usted
la clave de este breve libro que se presenta
tanto como un testimonio como una meditación,
y un libro de poemas?
¿Cuál es la clave, me pregunta?
Sí.
Quería dejar
un mensaje
de
cómo
puede uno levantarse.
Sobre todo,
lo que quería transmitir
es que hay en uno
y en cada uno de nosotros
una fuerza que no sospechamos
y que yo quería...
quería, no es querer,
que cada uno pueda contar con
esa fuerza interior.
En la página 102 escribe usted,
en la parte que ha titulado "Testimoniar y transmitir",
escribe lo siguiente:
"la pregunta que me anima es
cómo transmitir lo incomunicable
con palabras que movilicen en cada uno una llamada a la responsabilidad".
Por eso antes de ver, antes de reunirme con jóvenes,
no sé hablar
o es difícil para mí.
Tampoco quiero intimidarlos
con aquello que vivimos
porque de todas maneras es intransmisible
y yo quisiera
transmitir de manera
que despierte en ellos,
hacerles conscientes,
responsabilizar y tomar consciencia
de lo que pasó.
Pero, ¿cómo?
Entonces yo he elaborado,
porque no es hablando,
hablar para mí es difícil,
y yo prefiero que los jóvenes me hagan preguntas,
que sea más bien un intercambio entre ellos y yo.
Entonces yo voy a hacer exactamente como ellos, voy a hacer preguntas.
-¿Le parece bien? -Sí
La primera
es la siguiente: ha necesitado
treinta años para escribir la primera parte de este libro.
Lo escribió usted en 1977. Y después ha necesitado casi treinta años más
para escribir la segunda parte de este libro. Sesenta años
para encontrar las palabras apropiadas para un libro que hace
110 páginas. ¿Por qué razón tanto tiempo para vencer
todo esto y contar
lo que quiere usted transmitir?
Porque es muy difícil.
¿Es porque tiene usted miedo de que no la crean?
Al principio, cuando regresamos de los campos
nadie quería creernos.
Y yo no hablaba mucho.
Y una noche nos invitaron
nos invitaron a cenar
y mi amiga Marta, que hablaba muchísimo
y que contaba
todo lo que nos había pasado, yo me sentía muy a disgusto.
Y lo que...
yo sentía que la anfitriona,
la cara que yo observé, que ella no podía
oír
lo que Marta estaba diciendo.
Y yo estaba segura, con una magnífica inconsciencia,
estaba segura,
cuando dijo:
"sabe usted,
los mejores se quedaron allí".
Cuando oí esto,
-yo no hablaba nada, era muy silenciosa-,
pero cuando oí esto
me di cuenta de que la gente no podía oír lo que habíamos vivido
y que hacía falta esperar que el momento llegue,
para mi misma también, para poderlo decir
con más precisión,
porque interiormente yo estaba indignada,
yo no estaba interiormente de ningún modo preparada
para transmitir,
lo sentía muy claramente,
así que hacía falta esperar el momento,
yo misma hice un camino interior
para poder transmitirlo
con más precisión
y sacar
de los jóvenes con los que me reúno
lo mejor de ellos mismos.
-Para comprender. -Para comprender. Porque si no se les incita
a sacar lo mejor de si mismos, cómo,
cuando les cuento
mi historia
los voy a intimidar. -Entonces yo creo que está muy claro
que la gente está dispuesta a oír esta historia.
Vamos a empezar desde el principio. Estamos en Hungría en 1944,
en abril de 1944,
¿cómo
fue usted detenida, con su madre, con su hermana
y luego deportadas
hacia Auschwitz?
Fuimos detenidas únicamente por ser judías
y porque fuimos también denunciadas.
Denunciadas.
Sí, fuimos denunciadas
y
no comprendía nada de lo que estaba pasando.
Así que a la salida de los campos
me fue necesario comprender lo que me había pasado
y cómo transmitirlo si
yo misma no comprendía lo que me había pasado.
Lo padecí sin comprender nada
y todo lo que atravesé era...
era instintivo,
no comprendía nada. -Dice usted incluso en su testimonio
que en un momento dado hacía todo lo posible para evitar comprender,
como si el instinto se opusiera a la inteligencia
y que en el interior del campo
había que privilegiar el instinto a la inteligencia, ¿es así?
Exactamente, lo sentía muy bien
cuando la kapo me dijo que mi padre y mi madre
estaban en las llamas y me lo enseñaba,
y que si recibía de lleno
esas palabras en mi interior entonces podía volverme loca,
y yo lo sentía.
A partir de aquel momento
yo creo que hay dentro de nosotros una defensa magnífica.
Lo que es muy fuerte en este libro es que estamos
continuamente
entre dos precipicios, que podrían ser el Bien y el Mal, si eso existiera,
o el Vicio y la Virtud, si eso existiera, llámelo usted como quiera, por un lado
la solidaridad en ese campo, por otro, el "cada uno a lo suyo".
Da usted varios ejemplos,
concretamente,
¿era el "cada uno a lo suyo" el que dominaba o la solidaridad?
Concretamente era el "cada uno a lo suyo".
La solidaridad aparecía puntualmente,
pero todo el mundo tenía tanta hambre
todo el mundo estaba tan..., sí,
y lo sorprendente,
lo sorprendente es que todo el mundo buscaba la vida, en aquel lugar, en aquella desesperación,
todo el mundo quería vivir.
-¿Quería vivir? -Quería vivir.
¿A qué corresponde este título, "Cuatro trocitos de pan"?
Pues bien, es un...
era...
yo creo que era domingo porque los domingos por la tarde
no trabajábamos
y cuando salía de mi barracón
una persona que estaba
esquelética frente a mí,
me hizo una señal,
me hizo una señal,
y yo no comprendía lo que quería decir e instintivamente
fui hacia ella
y con una voz apenas audible me dijo:
"Eres joven,
tienes que vivir
para decir al mundo lo que sucede aquí,
para que esto no vuelva a suceder en el mundo".
Me dije a mí misma, pero...
Me lo decía en húngaro
lentamente.
Entonces interiormente me dije: "pero ¿por qué me dice que tengo que vivir?,
si a lo mejor dentro de dos minutos ya voy a morir,
voy a morir".
Entonces abrió sus manos
y había en el interior -lo veré toda mi vida-, había
cuatro trocitos de pan enmohecidos,
estaban enmohecidos y ella no ya no los podía comer
porque cuando se está deshidratado ya no se puede tragar nada.
Así que me los dio
y me los comí esos cuatro trocitos de pan
y sentí que lo que me decía era grave
lo entendí bien, pero...
sentía la gravedad
de lo que decía
pero al mismo tiempo había en mí una especie de rechazo.
Y dice usted que este recuerdo
durante años lo olvidó. -Exactamente. Incluso en "Los caminos
del tiempo" el recuerdo .
no había vuelto
y cuando Darquier de Pellepoix, el comisario de asuntos judíos
-Sí el comisario de asuntos judíos del gobierno de Vichy. -que dijo que en Auschwitz
sólo fueron gaseados piojos
entonces en ese momento
me indigné tanto
que me dije que no es posible dejar decir algo así
incluso en memoria de los míos y si se dice que éramos unos piojos,
entonces es la humanidad reducida a un piojo.
Cuenta usted con palabras muy sencillas, con una gran sobriedad
lo cotidiano en ese campo.
El miedo,
¿cómo lo contaría usted? ¿Qué pasaba concretamente?
¿Cuál era su noción del tiempo?
El tiempo, no había noción del tiempo y para mí todo está...
todo está movido.
El tiempo para mí
estaba fuera del tiempo.
Ni del espacio. Perdí toda noción del espacio y del tiempo.
Era un ritual, por la mañana una se levantaba
-Y sin embargo usted ha escrito que no tenía miedo de la muerte. -No
-y precisamente... -¿Realmente?
No,
...un día
yo estaba, creo que era
yo era una adolescente rebelde
y yo sabía que yendo allí
yo tenía consciencia de que no íbamos a vivir
y que la muerte se había convertido para mí en una evidencia.
Era tan evidente que en un momento dado no tenía miedo,
ningún miedo de morir.
Así que me subió dentro mí una fuerza,
una determinación
que robaba sin avisar, ya no tenía miedo,
mucho menos:
el miedo me abandonó.
Desde que dejé de tener miedo de la muerte
el miedo me abandonó.
-El miedo es lo que paraliza, lo que impide atreverse. -Exactamente.
A partir del momento en que
no tenemos miedo tenemos dentro de nosotros
una capacidad creativa extraordinaria, es casi...
inventaba la vida en cada instante.
Hace falta ir de todas maneras
extraordinariamente lejos para
hacer privilegiar el instinto sobre la inteligencia, el miedo
hacerlo desaparecer y luego darse cuenta que cada instante tiene que ser
quizás el..
Cuenta usted también que bastante rápidamente se dio usted cuenta que
el gran peligro viene del apego,
que no había que apegarse ni a su madre ni a su hermana
ni a sus amigos, sus compañeros, ni siquiera a los recuerdos, ¿por qué
el apego
en el campo era tan peligroso según usted?
Si uno se apegaba en los campos uno sabía bien que
la muerte estaba ahí y que podría
llevaros con ella muy rápidamente,
así que yo personalmente tenía cuidado de no
apegarme.
Entonces cada uno iba a lo suyo.
Sí, totalmente, porque yo sabía bien
que si me apegaba
yo creo
podía estar perdida.
¿Cómo interpreta ese gesto de un guardia ucraniano,
yo creo,
que en otro campo, en un día en que está lloviendo
usted no tiene zapatos y le saca de la fila
la lleva aparte
y le fricciona los pies con unos periódicos viejos antes de tenderle
un par de zapatos?
Es que
me habían robado mis zapatos, ya no tenía,
pero es que nosotros nos robábamos con una facilidad increíble. -¿Entre ustedes? -Entre nosotros.
y
una mañana no encontraba mis zapatos
y puse papel alrededor de mis pies y
los até con un trozo de mi vestido.
Hacía mucho frío. En el mes de octubre hacía ya
mucho, mucho frío
y el guardia,
estábamos en Frankfurt del Meno, clavábamos raíles,
clavaba raíles,
para transportar el cemento para
construir la pista de aterrizaje
para los bombarderos alemanes,
y me vio
y un día me grita y yo me dije
"éste es el final"
y mientras me gritaba me llevó junto
al fuego, había una hoguera,
y mientras me gritaba sacó de su bolso un par de zuecos
y papeles de periódico
y arriesgó su vida
para calzarme con esos zuecos
y yo creo que si
sobreviví fue
porque ese gesto me ayudó a sobrevivir.
Escribe usted también en el libro: "Hoy ya no me siento víctima
de la Shoá sino un testigo reconciliado en mí mismo". -Sí,
durante mucho tiempo fui víctima,
porque durante 30 años,
como le decía, cuando levantarse
es muy difícil
durante mucho tiempo
me reproché por estar viva.
¿Por qué yo? Había personas totalmente extraordinarias y por qué yo
una chica normal y corriente.
Y sobreviví.
Y un día me... 30 años,
un día me dije:
oye, realmente es increíble,
si sigues... -me hablaba a mí misma tranquilamente porque hablaba
a mis pies, me hablaba a mí misma-... -Le hablaba a sus pies.
-A mis pies, sí.
Y es que yo estaba dándoles a los nazis un grandísimo poder sobre mí, es decir,
Hitler seguía triunfando sobre mí,
y a partir del momento en que comprendí que estaba
dándoles poder
a los nazis sobre mí y que me estaba reprochando la vida,
a partir de ese momento
me volví a levantar. -Y a reconciliarse... -Y a reconciliarme -...y a no pensar únicamente como víctima
-Sí, fue realmente el comienzo de,
el comienzo de
realmente permitirme a mí misma vivir, darme la vida.
Entonces hemos entendido que hay un testimonio pero también la preocupación por
transmitir la manera en que se puede después
renacer
por capas sucesivas encontramos a la señora,
a muchos otros protagonistas que influyen en su historia. -A lo largo de todo mi camino
he encontrado siempre a alguien
que me ha ayudado a atravesar una etapa difícil,
y cómo es siempre importante
que te tienda alguien la mano.
"Cuatro trocitos de pan":
tinieblas, alegría, reflexión y de manera muy poética para encontrar
la palabra adecuada, en la editorial Albin Michel.