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Hubo una vez un rey que dio una fiesta. Las más hermosas princesas asistieron.
Un soldado de la guardia real vio pasar a la hija de rey. Era la más adorable, e inmediatamente el soldado se enamoró.
Pero, ¿qué era un simple soldado al lado de la hija de un rey?
Un día el soldado se las arregló para verla y le dijo que ya no podía vivir sin ella.
La princesa quedó tan impactada por la profundidad de sus sentimientos que le dijo: "Si puedes
esperar por 100 días con sus noches bajo mi balcón yo seré tuya".
Dicho esto, el soldado salió y esperó un día, dos... luego diez, veinte.
Cada noche la princesa lo buscaba y allí estaba él, sin moverse.
Siempre allí, lloviera o relampagueara. Las aves se posaban en su cabeza, las abejas lo aguijoneaban, pero él no se movía.
Después de 90 noches, se veía seco y pálido. Brotaron lágrimas de sus ojos.
No pudo detenerlas. No tuvo ni siquiera fuerzas para dormir. Y todo ese tiempo, la princesa lo observaba.
Cuando la nonagésima novena noche llegó... el soldado se levantó, tomó su silla, y se marchó.