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Bueno gracias, gracias Adriana, gracias por la invitación.
Vamos a tratar de generar un espacio de...
reflexión, de análisis, sobre
el tema que hoy nos compete que es, básicamente, la relación
entre lo humano y la tecnología.
Partimos de la necesidad de cuestionar,
y lo hacemos porque es una charla filosófica,
y el cuestionamiento es un poco la sangre misma de la filosofía.
Partimos de la base de cuestionar cómo ciertos discursos
que están arrojados en el sentido común
que marcan la relación entre el hombre y la tecnología
como una relación binaria.
No nos asustemos que vamos a ir desgranando todos estos conceptos
para que se entiendan. Pero en principio entender
que hay una manera, digamos rápida,
no quiero ser despectivo con eso pero,
rápida, inmediata, inmediata significa sin mediaciones,
sin reflexón, sin elaboración, o sea una manera inmediata
de pensar la relación entre el hombre y la tecnología
que se ajusta a un esquema binario,
que es: o nos hace bien o nos hace mal,
o la tecnología ayuda al hombre o la tecnología destruye al hombre,
o la tecnología expande lo humano o la tecnología destruye lo humano.
Ese es un esquema binario, básicamente, porque se piensa solo en dos posibilidades
que además son excluyentes.
Y me parece que a esta altura de los acontecimientos,
y no hablo de Internet, Facebook y todos sus amigos,
sino hablo de lo humano, digamos, cultura,
desde que algún Neanderthal tiró la primera piedra,
desde que lo humano es humano,
la tecnología es una parte constitutiva de la condición humana,
y el que sea una condición constitutiva
nos obliga a sacar esta relación del esquema binario,
a pensar que tal vez la relación entre el hombre y la técnica es mucho más compleja
y es mucho menos clara,
es mucho menos evidente,
juega por muchos otros intersticios de los que nos imaginamos.
Pero provenimos, incluso para pelearnos con ella,
de la filosofía europea occidental
que básicamente plantea la cuestión
de la realidad en términos dicotómicos,
de esa famosa expresión dual
que encontramos en los viejos griegos, sobre todo en Parménides,
cuando Parménides plantea las cosas son o no son y no hay una tercera posibilidad.
Las cosas son o no son
y no nos queda otra que elegir, elegir el ser
o no ser nada.
Y elegir el ser, supone de algún modo,
disolver la posibilidad de la diferencia
y hacer de la diferencia siempre algo excluído.
O para decirlo más difícil pero con el intento de ser pedagógico,
para poder ser necesitamos diferenciarnos de lo que no es,
y entonces esa nada de la que queremos huir se nos vuelve necesaria.
Los esquemas binarios empiezan a hacer agua si uno los empieza
a abrir, empieza a transitarlos por otro lado.
Está claro que...
que en principio podríamos diferenciar claramente entre lo que es el bien y el mal,
y sin embargo la gran afrenta del bien,
su propósito, el propósito del bien
es destruir el mal.
Y lo extraño es que el bien
para cumplir su propósito
necesita del mal,
porque si el mal no existiese,
el bien no tendría contra quien dar la batalla.
Con lo cual, lo peor que le podría pasar al bien
es triunfar,
porque si triunfa de manera definitiva,
ya no tiene
contra quien pelear y entonces ya no tiene sentido en sí mismo.
Fíjense que loco, el sentido mismo del bien
está en relación directa con aquello que se supone quiere disolver.
Y cuando gana, el bien, y cuando lo disuelve, no les quepa duda
rápidamente construye nuevos enemigos, nuevos delincuentes,
porque si no pierde su propia dimensión.
Ahí vemos como el pensamiento binario, que parece tan claro,
los que somos padres sabemos que nuestros hijos
las tres parejas dicotómicas que aprenden rápidamente
son mío-tuyo, vieron que los chicos las tres primeras cosas que dicen son:
mío-tuyo, bueno-malo,
las primeras dos, mío-tuyo, bueno-malo.
Aprenden la ética judeo-cristiana-grecoromana
y el capitalismo moderno
al mismo tiempo y no pueden salir de eso,
mío-tuyo, bueno-malo.
Y está tan instalado ese "bueno-malo" como par dicotómico
que en realidad empiezan a salir como
ambigüedades en sus diferencias.
En términos filosóficos
vivimos tiempos donde se cuestionan duramente
estas dicotomías, como dicotomías ordenatorias.
Porque lo que les puedo decir, para cerrar esta parte, es que
aunque esas categorías están siendo cuestionadas y puestas en
están siendo explotadas, como vengo diciendo,
puestas en cuestionamiento,
digamos, su impacto,
la estructuración que han generado en la mayoría de nuestras instituciones,
entre ellas, la más importante institución
que nos normativiza y nos coacciona, que es el lenguaje,
es más que evidente y no es fácil salirnos,
de sacarnos esa estructura dicotómica como nos sacamos la ropa
cuando nos vamos a bañar, no es lo mismo.
Sería, sacarnos el cuerpo,
y no se puede.
Lo que se puede frente,
como decía Heidegger de la metafísica
o los pensadores post-heideggerianos,
lo que se puede es rememorarla,
decontruirla,
tratar de entender de qué manera se fue contruyendo
este pensamiento binario.
Los que hacemos esto empezamos a buscar
dónde están invisibilizadas ciertas formas de pensar que se instalan
como naturales, que se nos prensentan como incuestionables,
pero que esconden su servilismo o su relación directa
con intereses que estructuran el mundo de un modo y no de otro.
O sea, el pensamiento binario es funcional.
El pensamiento binario legitima a los que están adentro
y deja afuera, excluye a los que están afuera.