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Hoy se estudia mucho el cerebro.
Sabemos como funcionan algunas cosas dentro del cerebro.
Sabemos donde están los centros de determinadas funciones cerebrales,
pero aún no sabemos, por ejemplo, si existe un centro de creación literaria
y cómo se puede estimular ese centro.
En el pasado, sobre todo en el siglo XIX, hubo muchos intentos de estimular
de manera artificial el proceso de creación literaria,
sea por drogas,
sea a través de trucos, como,
por ejemplo, uno que se llamaba escrita automática.
Consistía en que el escritor se sentaba y escribía cualquier cosa que le viniera a la mente,
en la esperanza de llegar de repente alguna cosa que resultara en creación.
Esos procesos, de una forma general, no funcionan,
y los resultados fueron absolutamente medíocres. Es decir,
aún no sabemos cómo se puede convertir alguien en escritor.
No es un misterio que le quite el sueño a la humanidad.
No se trata de curar una enfermedad.
No se trata de buscar una vacuna para el SIDA, por ejemplo.
Se trata de algo
que no se sabe exactamente como funciona,
pero que es un misterio que en parte puede ser bueno,
en el sentido de que
no todo que está en nuestra vida y en el Universo tiene que ser aclarado.
Un grado de misterio,
aparentemente, es algo necesario para las personas.
Eso explica también porque tantas personas son religiosas,
porque tantas personas son místicas
y porque tantas personas tienen facinio por lo misterioso.