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¡Ah! ¡Ah!
¡Qué felicidad respirar el aire puro de los campos!
Después de diez años pasados dentro de nuestras murallas,
¡ah, qué felicidad respirar el aire puro de los campos
que ya no se verá desgarrado por el clamor de las batallas!
- ¡Cuántos restos! ¡La punta de una lanza! - ¡He encontrado un casco!
- ¡Y yo dos jabalinas! - ¡Mirad este escudo enorme!
¡Podría llevar a un hombre sobre las olas!
¡Qué cobardes son estos griegos!
¿Sabéis qué tienda se levantaba justo en este lugar?
¡No! Dinos... ¿De quién?
- La de Aquiles. - ¡Oh, dioses!
¡Quedaos aquí, valientes!
Aquiles ha muerto,
aquí podéis ver su tumba.
Es cierto;
Paris nos libró de este monstruo homicida.
¿Conoces el caballo de madera
que antes de partir a Áulide construyeron los griegos?
Ese caballo colosal, su ofrenda a Palas,
dentro de sus enormes entrañas cabría un batallón.
Las murallas van a derribarse.
Esta noche vamos a arrastrarlo a la ciudad.
¡Dicen que el rey vendrá en breve para examinarlo!
- ¿Dónde está, pues? - ¡En la orilla del Escamandro!
¡Hay que verlo sin más demora!
¡Corramos! ¡Corramos! ¡El caballo! ¡El caballo!
¡Los griegos han desaparecido!
Pero, ¿qué fatal designio
se esconde tras esta partida extrañamente repentina?
¡Todo viene a justificar mi sombría inquietud!
He visto la sombra de Héctor
recorrer nuestras murallas como un centinela nocturno,
he visto su *** ceño
escrutar a lo lejos
el estrecho de Sigeo...
¡Horror!
¡Presa de la locura y la embriaguez, la multitud sale de las murallas,
y Príamo la guía!
¡Rey desdichado!
¡A la noche eterna,
la suerte está echada, vas a descender!
¡No me escuchas,
no quieres comprender nada,
pueblo desdichado,
del horror que me persigue!
¡Corebo, sí, ay, el propio Corebo
cree que he perdido la razón!
¡Su solo nombre redobla mi terror!
¡Dioses! ¡Corebo!
¡Me ama! ¡Lo amo!
Pero... ¡nada de matrimonio para mí,
nada de amor, de cantos de alegría,
nada de dulces sueños de felicidad!
¡Debo someterme a la ley inexorable
del implacable destino que me oprime!
¡Rey desdichado!
¡A la noche eterna,
la suerte está echada, vas a descender!
¡No me escuchas,
no quieres comprender nada,
pueblo desdichado,
del horror que me persigue!
¡Corebo!
Debe partir y abandonar la Tróade.
¡Es él!
¡Cuando Troya estalla con cantos jubilosos hasta los cielos,
abandonas los dichosos palacios
por los bosques y los campos, pensativa hamadríade!
Hay inquietud por ti...
¡Ah! ¡Escondo a tus ojos
la terrible preocupación que llena mi alma!
- ¡Casandra! - ¡Déjame! - ¡Ven!
¡Vete, te lo suplico!
¿Partir yo? ¿Dejarte?
Cuando el lazo más sagrado...
Es la hora de morir y no de estar contento.
¡Vuelve a tu ser, virgen adorada!
Deja de profetizar y dejarás de temer,
eleva hacia la bóveda azulada
la mirada de tu alma aliviada.
Deja entrar en tu corazón
un dulce rayo de esperanza.
¡El cielo se llena de amenazas!
Cree en mi voz
inspirada por el mismo dios cruel obstinado en nuestra perdición.
¡Mi mirada ha sabido leer en el libro del destino,
veo el enjambre de males
desencadenado sobre todos nosotros!
¡Va a caer sobre Troya!
¡Presa de su furor, el pueblo rugirá
y nuestras calles se teñirán del rojo de su sangre,
las vírgenes semidesnudas, en brazos de sus raptores,
lanzarán gritos que desgarrarán las nubes!
¡Ya el *** buitre,
sobre la más alta torre ha cantado la masacre!
¡Todo se derrumba!
¡Todo nada sobre un río de sangre!
¡Y en tu costado la espada de un griego! ¡Ah!
¡Pobre alma desdichada!
¡Vuelve a tu ser, virgen adorada!
Deja de profetizar y dejarás de temer.
La muerte ya planea por el aire.
- Eleva hacia la bóveda azulada - ¡Y he visto el siniestro destello
- la mirada de tu alma aliviada. - de su fría mirada homicida!
Deja entrar en tu corazón
un dulce rayo de esperanza.
Si me amas, ¡vete! ¡Parte!
Ve a prestar a tu padre
un apoyo necesario para su vejez,
inútil para nosotros.
Eh, si males semejantes fueran a caer sobre nosotros,
querida mujer insensata,
¿cómo habría mi padre de volver a mirarme
tras abandonar a mi prometida en el momento del peligro?
Pero el cielo y la tierra,
al olvidar la guerra,
proclaman tu error.
Esta tibia dulzura del soplo de la brisa
y este mar que rompe tan suavemente
sus olas contra los promontorios de Tenedos,
sobre la llanura ondulante estos rebaños apacibles,
ese pastor feliz que canta
y esos alegres pájaros parecen hacer oír,
bajo el dosel celestial,
y proclamar por doquier el himno de la paz.
¡Señales engañosas! ¡Pérfida calma!
¡La muerte ya planea por el aire,
y he visto el siniestro destello
de su fría mirada homicida!
¡Abandónanos desde esta misma noche, me oyes, te lo suplico,
que el alba no pueda volver a verte dentro de nuestras murallas!
¡Muero de terror y se desgarra mi corazón!
¡Parte esta noche, parte esta noche!
¡Dejarte desde esta noche! ¡Casandra! ¡Y yo te adoro!
Sálvame, te lo suplico, de una terrible desesperación.
¿Quieres, pues, que muera?
Puedes decir sin compasión, puedes decir:
¡parte esta noche, parte esta noche!
Si de tu noble amor, Corebo, un día me creíste digna,
¡partirás!
¡En el nombre de los dioses del cielo y del Erebo,
Casandra, me escucharás!
¡Caigo ante tus rodillas, ante tus rodillas, Casandra!
¡Sucumbo ante tantos dolores!
¡Oh, dioses crueles!
¡Dejarte, desde esta noche!
- ¡Casandra! ¡Y yo te adoro! - ¡Óyeme, te lo suplico,
- ¡Sálvame, te lo suplico, - que el alba no pueda volver a verte
- de una terrible desesperación! - dentro de nuestras murallas!
- ¿Quieres, pues, que muera? - ¡Muero de terror
- Sin piedad puedes decir: - y se me desgarra el corazón!
¡Parte esta noche, parte esta noche!
- ¡Parte! - ¡Casandra!
¡Mi corazón se desgarra! ¡Ah!
- ¡Parte esta noche! - ¡Qué desesperación!
¡Ciego y sordo como los demás!
¿Te empeñas en inmolarte a tu funesto amor?
¡No voy a dejarte!
¿Te verá entonces el espantoso día combatir con mis hermanos?
¡No voy a dejarte!
¡Muy bien!
¡Aquí tienes mi mano
y mi casto beso de esposa!
¡Quédate!
La muerte celosa
prepara nuestro lecho nupcial para mañana.
¡Ven! ¡Ven!
¡Dioses protectores de la ciudad eterna,
recibid nuestro incienso,
y oíd los cánticos de felicidad
de su pueblo fiel!
¡Vosotros! ¡Divinos artífices
de nuestra liberación!
¡Dios del Olimpo! ¡Dios de los mares!
¡Gobernantes del universo,
aceptad los presentes
de la gratitud!
¡Dioses protectores de la ciudad eterna,
recibid nuestro incienso,
y oíd los cánticos de felicidad
de su pueblo fiel!
¡Dios del olimpo! ¡Dios de los mares!
¡Andrómaca y su hijo!
¡Oh, destino!
¡Estos gritos de pública alegría,
y esta inmensa tristeza, este dolor profundo,
estos mudos calvarios!
Las esposas, las madres lloran al verlo.
¡Ay! Guarda tu llanto, viuda de Héctor.
En próximas desgracias
habrás de verter amargas lágrimas.
¡Oh, rey, la avalancha de soldados y el pueblo
huyen y se precipitan como un torrente,
no podemos detenerla!
Un prodigio inaudito acaba de espantarlos:
Laocoonte, viendo una trama pérfida en lo que habían hecho los griegos,
ha lanzado con su intrépido brazo su jabalina sobre el flanco de madera,
animando al pueblo indeciso y voluble a quemarlo.
Entonces, rebosantes de rabia,
dos serpientes monstruosas
se acercaron a la playa,
se lanzaron sobre el sacerdote,
enredándolo en sus terribles nudos,
quemándolo con su ardiente aliento
y, cubriéndolo con una baba sanguinolenta,
lo devoraron ante nuestros ojos.
¡Terrible castigo!
¡Misterioso horror!
Con este relato espantoso
se ha helado la sangre en mi corazón.
- ¡Terrible castigo! - ¡Un escalofrío de terror
- ¡Misterioso horror! - sacude todo mi ser!
¡Laocoonte! ¡Un sacerdote!
¡Objeto del furor de los dioses,
devorado vivo...
devorado vivo por esos horribles monstruos!
¡Espantoso castigo!
¡Oh, pueblo deplorable!
¡Misterioso horror!
Con este relato espantoso se ha helado la sangre en mi corazón.
¡Laocoonte! ¡Un sacerdote!
¡Objeto del furor de los dioses,
devorado vivo por esos horribles monstruos!
¡Horror!
¡Que la diosa nos proteja,
conjuremos este nuevo peligro!
Es demasiado cierto, Palas acaba de vengar un espantoso sacrilegio.
Para apaciguarla, seguid mis órdenes sin demora.
Ya sobre las ruedas dispuestas con astucia está colocado el caballo.
¡Vayamos todos a conducirlo con pompa
hacia el templo de Minerva!
¡Que cortejen este objeto sagrado
niños, mujeres, guerreros,
cubrid de flores el camino, y que hasta Troya
la trompeta y la lira acompañen vuestros cánticos!
- ¡Desgracia! ¡Desgracia! - ¡Palas, perdona a Troya!
- ¡Desgracia! ¡Desgracia! - ¡Ah, ah, ah!
No, yo no veré la fiesta deplorable
en la que se embriaga,
en la esperanza de un brillante futuro, este pueblo condenado
al que nada, ¡ay!, detiene al borde del abismo.
¡Oh, recuerdo cruel!
¡Gloria!
¡Gloria de la Patria!
¡Y ver desvanecerse
la seductora imagen de la más pura felicidad!
¡Oh, Corebo! ¡Oh, Príamo!
Vanos esfuerzos de valor,
lágrimas de angustia inundan mi rostro.
Amada hija del rey de los dioses,
- ¿Es acaso una ilusión - armada con casco y lanza,
- de mis sentidos extraviados? - sabia guerrera de dulce mirada,
- ¡Los sagrados coros de Ilión! - sé favorable a nuestros destinos.
Haz que Ilión sea inquebrantable.
¿Qué? ¡Es ya el cortejo!
Hermosa Palas, protégenos.
¡Lo diviso a lo lejos!
¡Llega el enemigo!
¡Llega el enemigo y la ciudad está abierta!
¡Este pueblo enloquecido que se precipita a su perdición
parece haberse anticipado a las órdenes de su rey!
- ¡Amada hija del rey de los dioses, - ¡Palas!
- armada con casco y lanza, - ¡Palas,
- sabia guerrera de dulce mirada! - protégenos!
Oye nuestras voces, virgen sublime,
- ¡Aumenta el estruendo de los cánticos! - al son de las flautas de Dindima
mezclarse con las canciones más nobles.
¡Que la trompeta frigia
unida a la lira troyana
- ¡La enorme máquina rodante se acerca! - te lleve nuestra música piadosa!
¡Ahí está!
¡Amada hija del rey de los dioses,
armada con casco y lanza,
sabia guerrera de dulce mirada!
¡Guirlanda sonriente, en torno a la ofrenda
danzad, niños dichosos!
Sembrad sobre las ramas la nieve perfumada,
la nieve perfumada de los muguetes primaverales.
¡Palas!
¡Protégenos!
Sembrad sobre las ramas la nieve perfumada,
la nieve perfumada de los muguetes...
- ¿Qué es eso? - ¡Júpiter!
- ¿Y por qué este pánico repentino? - ¡Dudan!
¡Y la multitud se inquieta!
En los costados del coloso se oye un ruido de armas.
Se detienen...
- ¡Oh, dioses! Si... - ¡Feliz presagio!
¡Cantad, niños! Fieras alturas de Pérgamo,
¡brillad triunfantes con una llama dichosa!
¡Deteneos! ¡Deteneos! ¡Sí, la llama, el hacha!
¡Examinad la ijada del monstruoso caballo!
¡Laocoonte! ¡Los griegos! Esconde una trampa infernal.
¡Mi voz se pierde!
¡Ya no hay esperanza! ¡No tenéis piedad, grandes dioses,
para este pueblo enloquecido!
¡Oh, digno empleo de la omnipotencia
para conducirle al abismo cerrándole los ojos!
Entran, ya es cosa hecha,
el destino ya tiene su presa.
¡Hermana de Héctor, ve a morir bajo las ruinas de Troya!
¡Oh, luz de Troya!
¡Oh, gloria de los troyanos!
Después de tantas fatigas de tus conciudadanos,
¿de qué orillas desconocidas regresas?
¿Qué nube parece empañar tus ojos serenos, Héctor?
¿Qué dolores han ajado tu rostro?
¡Ah! ¡Huye, hijo de Venus!
¡El enemigo está dentro de nuestros muros!
¡Desde su alta cima se derrumba toda Troya!
Un huracán de llamas hace rodar de los templos a los palacios
sus impuros torbellinos.
Ya habíamos hecho bastante para salvar a la patria
sin lograr detener al destino.
Pérgamo te confía a sus hijos y sus dioses.
Ve y pon rumbo a Italia,
donde para tu pueblo renacido,
tras haber vagado largo tiempo por los mares,
debes fundar un imperio poderoso,
dominador del mundo en el futuro,
donde te aguarda la muerte de un héroe.
¿Qué esperanza nos queda, Panteo?
¿Dónde combatir, adónde huir?
¡Arde la ciudad ensangrentada!
¡Es nuestro día fatal! ¡Príamo ya no está!
Salidos del monstruoso caballo,
los griegos han masacrado a los guardianes de nuestras puertas.
Innumerables cohortes, llegadas desde fuera,
se apresuran por todas partes a avivar el incendio
provocado por la infame perfidia de sus jefes,
mientras otros ocupan las murallas.
¡Oh, padre! ¡El palacio de Ucalegón se derrumba!
¡Su techo se viene abajo como una lluvia ardiente!
- ¡Síguenos, Ascanio! - ¡A las armas, gran Eneas!
¡Ven, la ciudadela rodeada aún resiste!
Hay que llegar cueste lo que cueste.
Dispuestos a morir, intentemos defendernos.
La salvación de los vencidos consiste en no esperar ya nada.
La salvación de los vencidos consiste en no esperar ya nada.
¿Oís cómo se desmoronan las torres?
¿Las devoradoras llamas? ¿Los alaridos de los griegos?
Su número no deja de aumentar.
¡Vayámonos! La desesperación dirigirá nuestros golpes.
Dispuestos a morir, intentemos defendernos.
La salvación de los vencidos consiste en no esperar ya nada.
¡Oh, Marte! ¡Erinias! ¡Guiadnos!
¡Poderosa Cibeles,
diosa inmortal,
madre de los desdichados,
sé caritativa con tus troyanos,
sé favorable a sus esfuerzos
en estos momentos terribles!
Salva del ultraje y de la esclavitud
a sus madres, a sus hermanas.
Destroza el arma impía de la perfidia
en manos de los vencedores.
Poderosa Cibeles,
diosa inmortal,
Cibeles, madre de los desdichados,
¡sé caritativa con tus troyanos,
sé favorable a sus esfuerzos
en estos momentos terribles!
Todos no perecerán.
El valeroso Eneas y su tropa, tres veces llevada al combate,
han liberado a nuestros bravos ciudadanos sitiados en la ciudadela.
El tesoro de Príamo está en manos de los troyanos.
Muy pronto, en Italia, adonde el destino les llama,
verán levantarse, más poderosa y más bella,
una nueva Troya.
Ya marchan hacia el monte Ida.
- ¿Y Corebo? - Ha muerto.
¡Dioses crueles!
Por última vez me inclino ante el altar de Vesta.
Sigo a mi joven esposo.
Sí, este instante pone fin a mi vida inútil.
¡Oh, digna hermana de Héctor!
¡Profetisa a la que Troya acusaba de demencia!
¡Ayer aún había tiempo de salvarnos,
cuando ella predijo esta ruina inmensa!
Pronto ya no existirá Troya.
¡Oh, desesperación! ¡Oh, lamentos! ¡Oh, lamentos inútiles!
Pero vosotras, palomas asustadas,
¿vais a consentir esta horrible esclavitud?
¿Y vais a padecer, vírgenes, como mujeres deshonradas,
la ley brutal de los vencedores?
¿Hay que desterrar toda esperanza de nuestros corazones?
¡La esperanza! ¡Oh, desdichadas!
¿No veis, no oís, pues, en estas tinieblas luminosas
a los crueles Mirmidones que llenan nuestras calles
y a aquellos que vigilan los caminos que conducen al palacio?
Todo está perdido, nada puede salvarnos de sus brazos.
¿Nada, decís? Si el honor os anima,
¿para quién, entonces, se abre este abismo ante vuestros pasos?
¿Para quién este hierro y estos cordones de seda,
sino para vosotras, mujeres de Troya?
¡Heroína del amor y el honor, estás en lo cierto! ¡Te seguiremos!
¿No os encontrará el día mancilladas por los griegos?
¡No, Casandra, lo juramos!
¿No apareceréis arrastradas en su cortejo triunfal?
¡Jamás! ¡Jamás! Moriremos contigo.
¡Cómplices de su gloria, compartiendo su suerte,
con nuestra muerte empañaremos la victoria de los griegos!
Hemos vivido puras y libres.
¡En esta noche fatal descendemos puras y libres
a la orilla infernal!
Vosotras que tembláis
y guardáis silencio,
¿acaso dudáis?
¡Ah! ¡Me siento estremecer!
¿Y qué?
¿Sufriréis una existencia vil, indigna de grandes corazones?
¡Ay!
¡Tener que morir ya!
¡Id a preparar la mesa y el lecho de vuestros amos!
- ¡Esclavas, lejos de nosotros! - ¡Piedad! - ¡Llenaos de vergüenza!
¡Bajad con los traidores,
arrojaos a sus pies, abrazad sus rodillas!
¡Id a vivir!
¡Mujeres de Tesalia!
¡Llenaos de vergüenza! ¡Salid!
¡No sois troyanas! ¡Salid!
¡Casandra, moriremos contigo!
No nos verán profanadas por los griegos,
no apareceremos arrastradas en su cortejo triunfal,
no, no, jamás, lo juramos.
¡Cómplices de su gloria, compartiendo su suerte,
con nuestra muerte empañaremos la victoria de los griegos!
Hemos vivido puras y libres.
¡En esta noche fatal descendemos puras y libres
a la orilla infernal!
- ¡Ábrenos, *** Plutón, - ¡Corebo! ¡Héctor! ¡Príamo!
- las puertas del Tenaro! - ¡Rey! ¡Padre! ¡Hermano! ¡Amante!
- ¡Haz resonar, Caronte, - ¡Me uno a vosotros!
- tu fúnebre fanfarria! - ¡Oíd su juramento, dioses del infierno!
- ¡Morid dignas, con gloria, - ¿Qué? ¡La lira en la mano!
- y compartiendo mi suerte, - ¡De este noble gesto
- empañad con vuestra muerte - admiro a mi pesar
- la victoria de los griegos! - la sublime ironía!
- Hemos vivido puras y libres. - ¡Casandra! ¡Qué hermosa está
- ¡En esta noche fatal - cantando así a la muerte,
- descendemos puras y libres - Bacante de ojos azules
- a la orilla infernal! - embriagándose de armonía!
¡El tesoro! ¡El tesoro!
¡Entregadnos el tesoro!
¡Despreciamos vuestra cobarde amenaza,
monstruos ebrios de sangre, tropa inmunda y rapaz!
¡No aplacaréis, bandidos, vuestra sed de oro!
¡Mirad! ¡El dolor no es nada!
¡Dioses enemigos! ¡Oh, furia! Cubiertos de sangre,
en medio de la matanza, Eneas y sus troyanos escapan de nuestras armas.
¡Y, dueños del tesoro, escapan!
A pesar de vosotros, ya todos se encaminan hacia el monte Ida,
y nosotras desafiamos vuestra furia.
¡Salva a nuestros hijos, Eneas!
¡Italia! ¡Italia!
¡Los cielos parecen bendecir la fiesta de Cartago!
¿Se ha visto alguna vez un día semejante
después de tan terrible tormenta?
¿Se ha visto alguna vez un día semejante?
¡Qué dulce céfiro!
Nuestro ardiente sol calma la violencia de sus rayos,
ante su visión la amplia llanura se estremece de alegría,
se acerca
iluminando la sonrisa rojiza de la naturaleza al despertar.
¡Gloria a Dido,
nuestra querida reina!
¡Reina por la belleza,
la gracia, el espíritu,
reina por el favor de los dioses,
y reina por el amor de sus felices súbditos!
Apenas hemos visto pasar siete años
desde el día en que, para escapar del odio
del tirano asesino de mi augusto esposo,
tuve que huir con vosotros, desde Tiro a la costa africana.
¡Y ya vemos elevarse a Cartago,
florecer sus campos, concluirse su flota!
Ya desde lejanas riberas donde se despierta la aurora
traéis, trabajadores del mar,
el trigo, el vino y la lana y el hierro,
y los productos artesanales que aún nos faltan.
¡Queridos tirios,
tantos nobles trabajos
han embriagado mi corazón con un legítimo orgullo!
¡Pero no os relajéis,
seguid la voz sublime
del Dios que os convoca a nuevos esfuerzos!
Dad un ejemplo más a la tierra :
grandes en la paz, convertíos en la guerra en un pueblo de héroes.
Grandes en la paz, nos convertimos en la guerra en un pueblo de héroes.
El fiero Iarbas quiere imponerme la cadena de un matrimonio odioso,
su insolencia es inútil.
Mi defensa está en vuestras manos y en las de los dioses.
¡Gloria a Dido, nuestra querida reina!
¡Cada uno de nosotros está dispuesto a dar su vida por ella!
Todos nosotros la defenderemos.
¡Desafiamos a Iarbas y a su insolencia y su ira,
y arrojaremos hasta el fondo de los desiertos a ese numidio salvaje!
¡Queridos tirios,
sí, vuestros nobles trabajos
han embriagado mi corazón con un legítimo orgullo!
Todos nosotros la defenderemos.
¡Sed/Seamos dichosos y fieros!
¡Seguid/Sigamos la voz sublime
de Dios que os/nos convoca a nuevos esfuerzos!
¡Seguid/Sigamos la voz sublime
de Dios que os/nos convoca
a nuevos esfuerzos!
Este hermoso día,
que debe permanecer para siempre en vuestra memoria,
fui yo quien lo destiné a coronar las obras de la paz.
Acercaos, constructores,
marineros, trabajadores,
recibid de mi mano la justa recompensa
debida al trabajo que da el poder y la vida a los Estados.
¡Pueblo! ¡Todos los honores para la más grande de las artes,
el arte que alimenta a los hombres!
¡Vivan los trabajadores!
¡Somos sus hijos agradecidos, ellos nos dan el pan!
¡Oh, Ceres!
¡El porvenir de Cartago está asegurado!
¡Gloria a Dido, nuestra querida reina!
¡Cada uno de nosotros está dispuesto a dar su vida por ella!
Demostrémosle nuestro amor por medio de nuevas pruebas.
¡Colonos, marineros, formemos un pueblo de héroes!
¡Gloria a Dido,
nuestra querida reina!
¡Reina por la belleza,
la gracia, el espíritu,
reina por el favor de los dioses,
y reina por el amor de sus felices súbditos!
Los alegres cánticos,
el aspecto de esta noble fiesta,
han devuelto la paz a mi corazón agitado.
Respiro, hermana mía,
sí, mi dicha es perfecta,
recupero la calma y la serenidad.
Reina de un joven imperio
que se levanta cada día,
se levanta floreciente,
reina adorada,
y que el mundo admira,
¿qué temor pudo atormentaros un instante?
Una extraña tristeza, sin motivos, tú lo sabes,
me abruma en ocasiones.
Mis esfuerzos resultan vanos contra esta debilidad,
siento cómo mi pecho se estremece al verse oprimido por una vaga desazón,
y cómo mi rostro arde como fuego bajo mis lágrimas.
Volveréis a amar, hermana mía...
No, todo ardor nuevo está vedado sin remedio a mi corazón.
- Volveréis a amar, hermana mía... - ¡No!
No, la viuda fiel debe apagar su alma,
apagar su alma y detestar el amor.
Dido, tú eres reina, y demasiado joven y hermosa,
para dejar de obedecer a esta dulce ley :
Cartago quiere un rey.
¡Que mi pueblo y los dioses puedan maldecirme
si alguna vez me quito este sagrado anillo!
Un juramento así hace nacer la sonrisa,
un juramento así hace nacer la sonrisa de la hermosa Venus,
los dioses sagrados se niegan
a inscribirlo en el libro sagrado.
Su voz hace nacer en mi pecho la peligrosa embriaguez,
en mi debilidad, contra una esperanza confusa
me debato en vano.
Mi voz hace nacer en su pecho sueños de ternura,
en su debilidad, a la dulce esperanza de amar
ella se resiste en vano.
¡Siqueo! Perdona, esposo mío...
Dido, mi dulce hermana, perdona
- ...este instante de error involuntario, - si disipo una ilusión muy cara,
- y que tu recuerdo - perdona si mi voz
- arroje lejos de mi corazón - provoca en tu corazón
esta preocupación que le incomoda.
- ¡Siqueo! ¡Siqueo, perdona! - ¡Dido! ¡Hermana mía, perdona!
- ¡Perdona, esposo mío! - ¡Perdona, mi dulce hermana!
Escapados a duras penas del furor del mar,
reina, los emisarios de una flota desconocida
os suplican el favor de ser admitidos en vuestra presencia.
La puerta del palacio no está nunca cerrada a tales peticiones.
Errante por los mares, ¿no fui yo también,
de costa en costa, arrojada al seno de la tormenta
como juguete de las crueles olas?
¡Ay, conozco la violencia de los embates del destino
sobre aquellos que golpea!
Compadecer en la adversidad es fácil para nosotros.
Quien conoce el sufrimiento
no puede ver impasible sufrir a otros.
Siento una viva y repentina impaciencia de verlos,
aunque temo en secreto su presencia.
Augusta reina, un pueblo errante y desdichado
os solicita asilo durante algunos días.
Deposito ante vuestros pies los regalos preciosos,
vestigios de su grandeza que, por mi débil mano
en nombre de Júpiter, os ofrece un jefe piadoso.
Dime el nombre, la raza, de ese jefe, hermoso muchacho.
Oh, reina,
sobre nuestros pasos un rastro sangriento
desde los montes de Frigia ha marcado los caminos hasta el mar.
Este cetro de Ilión, hija del rey Príamo,
la corona de Hécuba,
y este ligero velo de Helena en el que refulge el oro
deben bastar para deciros que somos troyanos.
¡Troyanos!
Nuestro jefe es Eneas,
yo soy su hijo.
¡Extraño destino!
Obediente al soberano de los dioses, este héroe busca Italia,
donde la suerte le promete un fin glorioso
y la dicha de devolver a los suyos una patria.
¿Quién no admira a este príncipe, amigo del gran Héctor?
¿Quién sigue aún ignorando su famoso nombre?
Cartago está llena de él.
Decidle que lo aguarda mi puerto abierto a sus naves.
Que venga,
que olvide con vosotros en mi corte
sus penalidades.
¡Apenas me atrevo a anunciar la terrible noticia!
¿Qué te pasa?
El numidio rebelde, el feroz Iarbas,
avanza hacia Cartago con innumerables soldados.
Y la salvaje tropa degüella a nuestros rebaños
y devasta nuestros campos.
¡Armas! ¡Armas!
Pero nuevas desgracias amenazan a la propia ciudad :
a nuestros jóvenes guerreros, cuyo ardor es extremo,
van a faltarles armas.
¿Qué decís, Narbal?
Que vamos a acometer un combate desigual.
¡Reina,
yo soy Eneas!
Mi flota, empujada por los vientos sobre vuestras costas
fue destinada por mí a arduas empresas,
¡permitid a los troyanos
combatir con vosotros!
¡Acepto con orgullo tal alianza!
¡Eneas armado para mi defensa!
Los dioses se decantan por nosotros.
¡Oh, hermana mía, qué fiero es este hijo de la diosa,
y cuánta gracia y nobleza se ve sobre su frente!
¡Avancemos, troyanos y tirios, sobre esta horda inmunda de africanos,
volemos juntos a la victoria!
Como la arena llevada por los vientos,
alejemos hasta sus desiertos ardientes al indómito numidio,
- que tiemble. - ¡Que tiemble!
Es el dios Marte quien nos reúne.
Es el dios Marte quien nos reúne.
¡Es el hijo de Venus quien os/nos guía a los combates!
¡Exterminad/Exterminemos al *** ejército,
y que mañana la fama proclame a lo lejos
la vergüenza y la muerte de Iarbas!
Anuncia a nuestros troyanos la nueva empresa
a que les convoca la gloria.
Reina, enseguida os veréis liberada del bárbaro odioso.
Abandono a mi hijo a vuestros generosos cuidados.
No dudéis de mi amor de madre hacia él.
Ven a abrazar a tu padre.
Otros te enseñarán, hijo, el arte de ser feliz ;
yo sólo te enseñaré la virtud guerrera
y el respeto de los dioses,
pero venera en tu corazón y guarda en tu memoria
los ejemplos gloriosos de Eneas y de Héctor.
¡Armas! ¡Armas!
¡Sobre esta horda inmunda de africanos
avanzad/avancemos, troyanos y tirios,
volad/ volemos juntos a la victoria!
Como la arena llevada por los vientos,
alejad/alejemos hasta sus desiertos ardientes
al indómito numidio, que tiemble.
Es el dios Marte quien os/nos reúne.
¡Es el hijo de Venus quien os/nos guía a los combates!
¡Exterminad/Exterminemos al *** ejército,
y que mañana la fama proclame a lo lejos
la vergüenza y la muerte de Iarbas!
¡Armas! ¡Armas!
¡Ao, ao, ao, ao, ao!
¡Italia! ¡Italia!
¡Ah!
Decid, Narbal, ¿qué causa vuestra preocupación?
El día que puso fin a la guerra y a sus desgracias,
¿es que no has visto brillar la gloria de nuestras armas?
¿No son los tirios los vencedores?
Por ese lado no hay para nosotros ya nada que temer.
Los numidios han sido expulsados a sus desiertos de arena,
no volverán a aparecer cerca de nuestras murallas,
y la espada terrible del héroe invencible
nos ha liberado de Iarbas.
Pero Dido olvida ahora
las tareas que hasta hace poco eran tan caras a su espíritu,
en cazas, en fiestas, pasa ella su vida,
los trabajos suspendidos, los talleres desiertos,
la prolongada estancia del troyano en Cartago
me provocan preocupaciones que el pueblo comparte.
¡Eh! ¿Es que no veis, Narbal,
que ella ama al orgulloso guerrero,
y que él mismo siente por mi hermana un amor idéntico?
- ¿Qué? - Del ardor que les anima,
¿qué desgracia teméis?
¿Puede Dido tener un esposo más valiente,
y Cartago un rey más magnánimo?
¡Pero el imperioso destino llama a Eneas a Italia!
Una voz le dice: ¡Parte!
Otra voz le grita : ¡Quédate!
El amor es el más grande de los dioses.
¿Con qué reveses amenazas a Cartago,
sombrío porvenir?
¡Veo salir siniestros destellos
del seno de tu nube!
¡Júpiter! Dios de la hospitalidad,
en el ejercicio de la virtud que te resulta cara,
¿hemos merecido, pues,
los golpes de tu cólera?
¡Vano terror!
¡Cartago sale triunfante!
Nuestra encantadora reina ama a un héroe vencedor,
una cadena de flores los enlaza,
pronto se unirán.
Ésta es la amenaza de nuestro sombrío porvenir.
¡Ah! ¡Ah!
Amaloué.
Midonaé.
Faï caraimé.
Deï beraimbé.
Ya basta, hermana mía,
apenas soporto ya esta fiesta inoportuna.
Iopas, cántanos,
de un modo sencillo y dulce, tu poema de los campos.
Obedezco la orden de la reina.
Oh, rubia Ceres, cuando a nuestros campos
devuelves su ornamento de fresco verdor,
aterroricen un día al mundo con su destrucción!