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Ríndese en este lugar, homenaje a la obra de los pintores nacionales del siglo XIX.
Se realiza en cuadros de un gran maestro de la época, Prilidiano Pueyrredón.
Un ayer gauchesco, romántico en historia y cristalina evocación, también un estilo
plástico, una quietud ya pronto a derramarse en la espiral de los sismos.
Y enciende aquí nuestro reportaje la imagen del umbral.
La cámara avanza hacia las primeras salas de la muestra. Manuel Musto, con su visión
asembradamente plástica de la realidad, irrumpe en el siglo reteniendo un título preeminente
en el fervor revolucionario de la escuela impresionista en Argentina.
En Walter de Navazio la suave luz pampeana ya condiciona el frenesí apasionado del mensaje
recibido. Malharro se hunde en él.
Gira la forma en llamas bajo el cielo quieto, bajo la quieta luz que cordiviola.
Un preciado animalista de la época ha de imprimir en vívido realismo a los habitantes
de su paisaje.
Cerca de él otro clamor real hería el tiempo,
violencia del drama en la miseria. Este óleo "Sin pan y sin trabajo" de Ernesto de la Cárcova
sirvió entonces de bandera de clamores sociales alzados hacia un cielo de amor y de justicia.
Paz, paz en el tema y guerrear estilística en su técnica.
Este cuadro de Bernareggi, que lleva la felicidad en su título "Tarde en la quinta".
Con Bernaldo de Quirós, cuyo primer premio en la Bienal de España acrecentó su renombre
en el exterior, la pincelada límpia y descriptiva de este
actual maestro, nos entronca a las obras de un precursor famoso; Fernando Fader, situado
ya en múltiples museos del mundo.
Fue un orientador definitivo en las tendencias nacionales
del impresionismo.
Se abren seguidamente galerias con obras
de continuadores de esta escuela, seguidos de expresionistas y post-expresionistas.
Tras un paisaje de López Naguil y un desnudo de Victorica, nos detenemos en dos grandes
óleos de un pintor muy cotizado dentro y fuera del país; Benito Quinquela Martín.
Vive y pinta en el más típico rincón del puerto bonaerense, La Boca, y al llegar a
su temática dinámica y color, vigencia cotidiana, firme sentido popular; es precisamente el
pueblo trabajador el contenido escencial de este mensaje.
La gente de mar ve aquí bellamente expresada su tarea, su destino.
Así Quinquela Martín, nombre luminoso en el tráfico de las galerías internacionales,
ancla sus raíces en el cariño simple y franco del pueblo que lo rodea.
Su propio pueblo marinero.
Nos encontramos antes de pasar a los fovs y escuelas de vanguardia, con la obra de un
gran maestro de principios del siglo, Thibon de Libian, es una ayuda en el camino a la
evasión. Vemos el juego de la luz y el signo transhumano
del payaso. Ahora desde una tela de otro nombre ya internacional,
Pettoruti, salas del lenguaje cubista. Madí, abstracto, ultraístra, concreto, etc.
Una visión inobjetable en su valía plástica, pero indudablemente de temática sumamente
alejada de la realidad. Los ojos captan directamente una belleza más
sensorial. Así lo ve con nosotros la cámara al entrar ahora a salas de escuela realista.
Realismo que aquí se desliza en el pincel de Roverano, "Modelo en reposo".
Para Emilio Centurión, ésta es nuetra Venus y titula su óleo "Venus gaucha".
Pero he aquí el realismo en la agonía descripto por un gran maestro de la pintura argentina;
Eduardo Sívori. Sus temas y su pincel dramático coronaban el favor de la época.
Tras "La muerte del marino" y "Sopa de los pobres" vibra la técnica perfecta, la
exacta luz del cuadro. Mientras Mendilaharzu en "La vuelta al hogar" daba luz de poesía
al viejo tema del perdón.
En Giudici entronca la tendencia dramática
con la leyenda popular. En su tela asoman silenciosos, quietos testigos
de un pasado menos romántico.
Las horas del indio, sus malones de odio,
heroísmo y terror. Pero del torbellino épico, una imagen de amor
y de paz ya se desglosaba.
La cámara enmarca aquí al gaucho. Su presencia
nos acerca a la ternura eglógica de la Pampa. La energía viril de los rostros recuerda
el batallar heróico con que ganaron la libertad. Vive hoy en sus costumbres, pero también
por su ancestral ofrenda a la nacionalidad y al pueblo en el más puro friso de las tendencias
sociales del arte; incluso en el espíritu de aquellas que hoy informan las tendencias
neorealistas.
Desprende la cámara desde un cuadro de Victorica,
la rica plasticidad de un valorado pintor argentino de hoy, Luis Borraro, desde su ateliér,
encuentra en el descanso de la modelo un bello tema reciamente estructurado.
Raúl Mazza, encuadrando la paz conventual, juega la luz como un bello declive del pincel.
Muellemente demorando las horas.
En Coutaret la paz es total, es "Paz de lago luz"
Debemos aproximarnos a los momentos finales de nuestro reportaje.
Amplias salas con obras actuales y ya famosas. Firmas difundidas por museos y colecciones
de diversos países. Presentes como invitada de las grandes Bienales
de arte contemporáneo. Ricas en premios y ponderables juicios críticos.
Así firman Roberto Acconi, Diabeti, Aquiles Badi, Soldi, Orlando Pierri, entre otros, ante la cámara
El retablo dramático cuya estructura detallamos, sintetiza un nombre
entre los valores femeninos conocidos internacionalmente que hoy presenta el país; Raquel Forner.
Su recia expresividad trágica consustancia el dolor universal de la guerra con el gesto
de las madres del mundo en el martirio de la desolación.
Los resume Forner, la tendencia pictórica más cruda en la pintura argentina del siglo.
Más a tenor de la esperanza y la luz, desfilan los virtuosos del paisaje hasta un gran cuadro
final del conocido maestro Spilimbergo. Con el que terminamos nuestro reportaje a
este medio siglo en la pintura argentina.
Queda vibrando en la paleta fecunda el quehacer
dinámico y calificado de una nación, de un espiritual y socialmente progresista.
De esta equidad feliz en su destino, pudo surgir naturalmente del pueblo la más espléndida
flor de su trabajo, el arte.