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El fiscal está presionando su caso en
contra de un asesino
- un sacerdote católico que demolió una iglesia,
asesinando a 1.500 personas que estaban en el interior.
«El cometió genocidio. El cometió exterminio».
El fiscal, Alfredo Orono, tiene una pasión por la justicia.
Hace treinta años, su propia infancia terminó cruelmente.
Tenía 12 años de edad en 1979,
cuando fuerzas de Tanzania invadieron
su nativa Uganda para derrocar al brutal dictador Idi Amin.
Las personas huyeron en todas direcciones.
«Las personas desaparecieron.
Muchos niños de mi edad que fueron separados
de sus familias durante muchos meses, incluso años».
Separado de su familia, huyó al sur de Sudán,
que se encontraba en crisis, pero no había seguridad ahí.
Aún antes de que él fuera un adolescente,
Alfredo llevaba un AK-47.
Y entonces, por fin, un rayo de esperanza.
«Yo vi una bandera. Una bandera de la ONU»
La ONU recogió a Orono.
Él encontró resguardo con 30.000 refugiados en un campamento.
Ganó una beca para estudiar derecho en Canadá.
Y entonces encontró su trabajo ideal
- una oportunidad de trabajar para la organización
que le había salvado la vida
y la oportunidad de luchar por la justicia.
Alfredo fue contratado por el Tribunal Penal Internacional para Rwanda.
Así que hoy, el niño que una vez tuvo un Kalashnikov,
ayuda a procesar a los autores de crímenes horribles
- el genocidio de 1994 de unas 800.000 personas en Rwanda.
«Es a causa de mi firme convicción
de que dentro de cada ser humano hay una gran cantidad de bien
y siempre busco ese bien».