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Para mí esta obra es una de las
representaciones artísticas de la mujer más poderosas de la historia del arte.
Está completamente relajada y
con la mirada perdida.
El cuerpo no está cosificado de ningún modo.
A comienzos del siglo XX fue propiedad de varios artistas importantes, como
André Derain y Jacob Epstein.
Y fue musa de Picasso y Vlaminck. Esta obra les dotó
de un nuevo lenguaje visual para
partir de la antigüedad clásica.
El artista ha dividido
el cuerpo en unidades separadas:
las pantorrillas, los muslos,
los antebrazos, los brazos,
los hombros... unidos en este cuerpo
que palpita vida. Esta obra acompañó
a las generaciones de la extensa familia Fang, sus dueños.
Fue colocada en lo alto del altar familiar, que se llenó
de reliquias y restos
humanos pertenecientes a
distinguidos ancestros.
Servía de guardián, de compilación
o síntesis de todo lo contenido en el altar.
El profundo color *** de la madera podría considerarse
en primera instancia una referencia a la raza, pero de hecho es una reflexión
sobre la idea de la pérdida y la ausencia. La obra habla de
la importancia de recordar a los ancestros y sus logros. El artista
trató de representar a una mujer ideal,
una fusión de todas las mujeres de esta extensa familia.
Para mí, celebra la
confianza suprema y el bienestar que siente una mujer
que se encuentra en lo mejor de la vida.
Cuando la percibo como un ser humano vivo, soy profundamente consciente
de la brevedad de ese momento.
Se relaciona
con
algo en la vida
con lo que estamos muy familiarizados:
nuestra propia
presencia corporal.