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José Luis Gallego Contando desde los márgenes.
Para mi presentación
voy a utilizar un dispositivo que es propio de mi oficio.
No usa cables,
no usa pilas,
no se conecta a internet,
no tengan miedo, no es peligroso
- de hecho me autorizaron para hacer esto-.
Esta herramienta de trabajo,
sirve para decir que yo, me voy a quedar acá con ustedes.
Y otra herramienta que utilizo es la palabra.
Y el medio con el que trabajo,
es la imaginación.
Yo soy un narrador de historias,
soy un cuentero especial.
Pero la mejor forma de mostrarles cómo es mi trabajo,
es contándoles un cuento.
Y les voy a contar un cuento antiguo: un cuento folklórico japonés,
que dice así:
"Había una vez...
un samurai que se llamaba Kasai,
el Samurai Kasai.
Y un día el Samurai Kasai regresó a su casa -y como es habitual en los japoneses-
se sentó sobre sus talones,
y de pronto escuchó una voz que le hablaba desde su interior,
y le decía:
- Samurai, soy tu alma... encuéntrame...
estoy camino al Cielo... estoy camino al Infierno...
- ¡¿Grrrr?! ¿Quién habla ahí? ¿Por qué mi alma tiene voz de niña?
¡¿Grrr?!
Pero el alma del Samurai no volvió a decir nada
y el Samurai quedó muy perturbado.
Andaba por los caminos, tomaba a la gente, y les decía:
- ¿Camino al Cielo? ¿camino al Infierno?
¡Nadie sabía qué decirle!
Y así este Samurai fue al sur, fue al norte, fue al este, fue al oeste
y de todo ese viaje sólo encontró la mitad de la respuesta a su pregunta.
Un monje le dijo
que sí.
"- He visto 3 personas que han ido al cielo,
pero una no ha regresado y la otra no ha traído su lengua
y la tercera está totalmente loca."
Esto no le sirvió al Samurai.
Siguió perturbado, siguió buscando.
Y finalmente, la respuesta la encontró dentro de su propia mente en un recuerdo.
Recordó, que hacía mucho tiempo,
un viejo, un ermitaño en una cueva,
lo había ayudado a esconderse
y lo fue a buscar.
Tres montañas... -yo lo cuento rápido pero el Samurai ***ó mucho tiempo-
y finalmente llegó hasta la cueva.
Se plantó delante de la cueva y llamó al viejo:
- ¿Viejo? Soy el Samurai Kasai
¿te acuerdas de mí?
Estoy buscando el camino al Cielo,
el camino al Infierno.
¿Viejo, estás ahí?
Y después de un rato...
apareció el viejo
con la mitad de la cara iluminada,
y le dijo:
- ¡Ah! ¡Sí, me acuerdo de ti!
(Risas)
Claro que me acuerdo de ti.
Samurai gordo,
Samurai oloroso, Samurai flatulencia dejó en mi cueva.
Tuve que limpiar la cueva con olor a Samurai
durante días enteros para sacarme el olor a Samurai
¡que es cobarde!
Porque el Samurai se escondió dentro de la cueva del viejo como un niño se esconde en la falda de su madre.
Samurai gordo, oloroso y cobarde
y tonto, lento, Samurai inútil.
(Risas)
A medida que el viejo iba insultando al Samurai,
el Samurai comenzó a enfurecerse cada vez más, cada vez más,
hasta que con la vena hinchada
sacó su Katana afilada
y en el momento en que estaba blandiendo la espada para cortarle la cabeza al viejo
el viejo le dijo:
- Ese. Ese es el camino al Infierno.
(Risas)
Y el Samurai,
quien comprendió el mensaje,
volvió a guardar su Katana.
A lo que, el viejo agregó:
- Y ese, ese es el camino al Cielo.
(Aplausos)
El viejo de la cueva húmeda,
ese viejo,
marcó en la imaginación del Samurai
una línea como si fuera una pincelada.
Y de un lado de esa línea quedó el bien, la bondad, la comprensión,
la paz.
y del otro lado quedó el Infierno,
la violencia, la guerra.
A veces, como narrador oral
yo también marco esa línea.
Y otras dejo que la marquen mis oyentes.
Pero la mayoría de las veces
esa línea, se marca sola.
Parece solamente un borde
- desprolijo por cierto -,
pero es mucho más que eso.
Lo que está del otro lado del borde,
lo que está del otro lado de la línea,
es lo marginal.
Y aquello que es marginal,
nos es desconocido.
Y lo desconocido nos transforma en ignorantes.
Y la ignorancia alimenta al miedo.
Y frente al miedo
o huimos,
o atacamos.
O huimos,
o atacamos.
Y esto es algo que les sucede a los que están de un lado del borde
y del otro lado del borde también.
Mi especialidad como narrador oral
es ir a contar cuentos del otro lado de la línea que marcó el viejo.
Yo cuento mitos, leyendas, relatos, anécdotas, historias,
en cárceles, en villas, en hospitales, en basurales,
pero también lo hago en escuelas, en bares y en teatros.
Y cuando cuento cuentos, recibo respuestas.
Observo transformaciones.
Cuando cuento cuentos, la violencia queda afuera.
Las armas quedan afuera.
Y aparece la persona.
La persona queda adentro, y con ella
queda adentro su esperanza.
La Unidad Número 48,
es una cárcel de máxima seguridad.
Ahí adentro funciona una universidad: la Universidad Nacional de San Martín.
Y en ese contexto yo coordino un taller,
un taller para inventar y para contar historias.
Este es un ejemplo de cómo la esperanza queda adentro:
(Voz en off) "Yo soy Martín Horacio Bustamante, estoy acá en la Unidad 48 de acá, de San Martín.
y bueno me encontré con esto que me pareció maravilloso, ¿no?
porque dije... me puse a pensar quién me contó un cuento a mí.
y me pregunté si yo le conté algún cuento a mis hijos...
y yo no le conté ningún cuento a mis hijos, es decir,
y no sé, me generó algo adentro que no puedo expresarlo con palabras,
es algo que no se puede expresar.
Y le conté un cuento a mi hija.
Como te conté vino a visita mi hija y le conté un cuento a mi hija...
¿vos sabés qué no me olvidó nunca más? la cara con que me miraba.
Quedó grabadísima. Viste que hay momentos
que vos con tus hijos buscás esos momentos, esas caras, esas muecas,
que se te graben, ¿no? Que se te graben... la foto... que se te graben.
Y bueno, tengo 800 fotos de ese día, ¿viste?
de la cara, de cómo me miraba, de cómo abría los ojos, los gestos...
Y después miro a la madre
y con los ojos llenos de lágrimas, que se le caía una lágrima
¿viste? una ternura...
terrible, ¿no?
pero ahí me dí cuenta.
Digo, qué loco ¿no?
tantos años pasaron y yo recién hoy aprendo a contar un cuento a mi hija."
(Concluye voz en off)
Después de ese día,
(aplausos)
después de ese día,
Martín volvió a su celda después de la visita,
y su hija, volvió a su casa,
dónde no está Martín, su papá.
Sin embargo, hay recuerdos que perduran por siempre.
Yo no sé si la vida de Martín va a cambiar contundentemente o no,
pero ese instante fue reparador.
El arte une y repara.
Y la narración oral
es un arte antigüo.
Es como dar una puntada con aguja e hilo.
Es muy posible
que la tela, que el tejido, no se vuelva a unir por un solo punto,
pero si cada uno de nosotros fuera del otro lado de la línea
y diera una puntada,
el tejido social se vuelve a unir.
Es muy posible que no quede como antes.
Va a haber marcas, va a haber recuerdos, va a haber desconfianza,
pero va a estar unido.
Mientras que esté separado va a haber diferencias.
Y las diferencias generan violencia,
y el Sistema responde a esa violencia con más violencia
multiplicándola, replicándola.
Narrar y escuchar historias es reparador.
Las historias nos tienden puentes, lazos, de forma amable.
Las historias desde hace miles de años
nos enseñan, nos muestran que la vida
se puede manejar de diferentes formas frente a una misma situación.
Los cuentos nos devuelven la esperanza en porciones pequeñas,
porciones fáciles de administrar
y es algo que cualquiera de nosotros puede hacer,
porque es parte de nuestra humanidad.
Además,
quiero decirles algo sobre
esta tecnología,
y sobre el miedo.
Hace unos minutos cuando llegué aquí y abrí la silla
o cuando la abro en una cárcel o la abro en una escuela,
yo no sé para qué va a terminar usándose:
si para escucharnos o para golpearnos.
Pero eso, eso de no saber lo que va a pasar,
eso, eso no es el miedo.
El miedo,
el miedo,
es no animarse a abrir la silla en ningún lado.
Eso es el miedo.
Gracias.
(Aplausos)