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Al comienzo de Parashá Vaera
Moisés le habló a los Israelitas
sobre las promesas que Dios había hecho
a sus antepasados, de la tierra santa
y de su destino, de ir hacia ella.
Pero los hijos de Israel no lo escucharían
al principio.
Después de 400 años de esclavitud
estaban muy escépticos.
Parecía, desde su perspectiva,
como si Dios se hubiese olvidado completamente de ellos.
Y allí es cuando las plagas realmente empiezan.
Ustedes podrán pensar que las plagas
eran para castigar a los egipcios
o para probar al Faraón la fuerza de Dios.
Y lo eran. Pero también eran
una forma poderosa para Dios para volverse nuevamente vivo
en las vidas de los esclavos israelitas.
Moisés y su hermano, Aarón, fueron ante el Faraón
con un mensaje simple y básico.
Ustedes ya lo escucharon antes - "Dejen a mi pueblo salir..."
El Faraón no estaba acostumbrado a que la gente
le dijera a él qué hacer.
Y de los muchos dioses en Egipto
él nunca había escuchado del Dios de Moisés,
así que exigió una señal.
Aaron tiró su bastón
y éste se convirtió en una serpiente.
Pero los magos del Faraón también
pudieron hacer lo mismo con su magia.
Incluso cuando la serpiente de Aaron se comió a las otras
y se convirtió nuevamente en un bastón,
el Faraón aún no estaba convencido,
su corazón se endureció,
y no permitió a los israelitas irse.
Así que Dios le dijo a Moisés y Aarón que extendieran
el bastón sobre las aguas del Nilo y dijeran,
"Por esto sabrán que Yo soy el Señor!
Yo golpeo las aguas del Nilo
y ellas se convierten en sangre.
Los peces morirán y el agua apestará
para que ninguno pueda tomarla por siete días."
Y las aguas se convirtieron en sangre.
Incluso las aguas en cuencos y copas.
Y Egipto sufrió.
Después que los siete días pasaron,
el Faraón aún no los dejaba ir.
Así que Dios le dijo a Aarón que extendiera su brazo
nuevamente sobre el agua y trajera ranas
a la tierra. Y ellas vinieron a la tierra
hasta que cada superficie era un enjambre
de sus cuerpos blandos y verrugosos.
El Faraón no lo pudo soportar
y prometió que dejaría al pueblo irse.
Así que Dios causó que las ranas murieran.
Los egipcios las recogieron
en enormes grupos hasta que la tierra apestó,
pero hubo gran alivio. Y con el alivio,
el corazón del Faraón se endureció nuevamente,
y retiró su promesa.
Así que Dios envió más plagas,
una tras la otra.
Y cada vez, cuando la situación se volvía realmente mala -
el Faraón prometía nuevamente
dejar al pueblo ir.
Y cada vez que la plaga terminaba,
su corazón se endurecía
y la promesa se evaporaba.
Así sucedió con sangre, con las ranas
y una y otra vez con las diez plagas
Piojos. Insectos. Pestilencia. Sarpullidos.
Granizo que se convertía en fuego cuando tocaba la tierra.
Y tres plagas más terribles
sobre las que escucharemos en la parashá de la próxima semana.
Con cada plaga, los hijos de Israel
miraban como su Dios luchaba por ellos,
por su libertad.
Con cada nueva maravilla,
estaban más y más seguros
de que un poder increíble y terrible
existía más allá de ellos mismos.
Y comenzaron a recordar quienes eran,
a tener esperanza que el Faraón podría ser derrotado,
e imaginar que sus vidas
podrían servir para algún propósito más allá de la esclavitud.
Y sin embargo cuando nosotros,
los descendientes de esos mismos esclavos,
recordamos cada año las plagas
en las mesas de nuestros Seder de Pesaj
no celebramos la plagas
mismas con alegría.
Ellas pueden haber sido la llave
para nuestra salida de la esclavitud
y el agente para nuestro despertar ante Dios
en el mundo,
pero causaron un sufrimiento formidable.
Así que cada año, cuando nombramos las plagas,
sacamos una gota de nuestros vasos por cada una --
un recordatorio de que nunca debemos regocijarnos
en el sufrimiento -- incluso en el sufrimiento
de nuestros enemigos.
Productora: Sarah Lefton
Director de Animación: Nick Fox-Gieg
Animación: Jeanne Stern
Director Editorial: Mattue Roth
Grabación de Sonido: Sarah Lefton