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Hoy quisiera hablarles sobre
la mujer de la fotografía detrás de mí.
Su nombre es Josefa
y nació en Cuba
varios años antes de la revolución comunista.
A finales de los años 70
decidió dejar atrás
todo lo que conocía,
decidida a dar a su familia la oportunidad
de una vida mejor en EE. UU.
Da la casualidad de que es mi abuela
y una de las figuras más importantes
de mi vida mientras crecía.
Uno de los recuerdos más felices de mi niñez
es cuando llegaba a casa,
cada día tras la escuela,
y mi abuela me daba un enorme abrazo.
Pero un día ese abrazo puso mi mundo del revés.
Cuando mi cabeza rozó un lado de la suya,
sentí un gran bulto.
Cuando le pregunté qué era
dijo que no era nada,
pero más tarde escuché a mi familia
hablar sobre un tumor y cáncer.
No tengo palabras para describir
lo que sentí en ese momento.
Mi abuela era todo mi mundo
y mientras escuchaba en aquella puerta
el miedo me paralizaba.
Rogué y supliqué a mi abuela
que fuera al médico,
pero la cruda realidad era que
mi familia no podía pagarlo.
En mi mente infantil
no tenía ningún sentido
que la vida de mi abuela pendiera de un hilo
por una cuestión de dinero.
Tal vez fue la primera vez en mi vida
que me sentí impotente.
Impotente por mis circunstancias,
por mi incapacidad para hacer algo
por alguien que significaba tantísimo.
Recuerdo que quería una salida urgentemente.
Algo más tarde, esa salida llegó gracias
a la arriesgada generosidad de un amigo,
a quien estaré eternamente agradecido
por lo que hizo por mi abuela.
¿Nos sentimos cómodos con esto?
¿Con la idea de que la vida de alguien
dependa de sus recursos económicos?
¿Con que la riqueza sea tan determinante
en algo tan básico y fundamental como la salud?
Entonces nunca cuestioné esa realidad.
Era un niño así que interioricé mi experiencia
y me concentré intensamente en lo único
que sentía que podía controlar: mi educación.
Fue muchos años más tarde,
al llegar a Stanford
y hacer un curso de política sanitaria,
cuando me sentí con fuerzas
para revisar y cuestionar esa realidad.
Durante 10 semanas asistí a clase
horrorizado y fascinado por lo que aprendí.
Horrorizado de que esa balanza
con la que luchaba la salud de mi familia
estuviera tan extendida en nuestro país.
Fascinado porque la política puede tener
efectos positivos tan trascendentes
en la vida de tantas personas.
Empecé a preguntarme si de verdad
no podía cambiarse el estado actual
de la sanidad o si era posible otra realidad.
La búsqueda de una respuesta
me llevaría a trabajar
en 5 países en los últimos 4 años,
en Europa, Asia y África.
Hoy quisiera llevarles de viaje
a tres de esos lugares.
El primero de mi lista fue Francia,
ya que la Organización Mundial de la Salud
lo consideró en el 2000 el país
con el mejor sistema de asistencia sanitaria del mundo.
Al trabajar en un hospital de París
lo que más me sorprendió fue
no solo lo accesible que era la asistencia sanitaria para todos
sino que los franceses aceptaban
universalmente que así debía ser.
Esto es lo que descubrí más tarde,
durante el año que viví y trabajé en ***ón,
sobre el sistema japonés de asistencia sanitaria.
Un país con algunos de
los mejores resultados sanitarios del mundo,
la esperanza de vida más larga y
una de las tasas más bajas de mortalidad infantil
consiguió una cobertura universal
en una época en la que seguía reconstruyéndose,
tras la Segunda Guerra Mundial.
Y aún así consigue invertir en salud
per cápita la mitad de lo que invierte EE. UU.
Al contarles esto no pretendo
simplificar demasiado el asunto
o hacerles creer que pienso que
lo que ha funcionado en un país
se puede adaptar o transferir directamente a otro.
Cuantos más países y sistemas
he podido estudiar,
más entiendo lo verdaderamente complejo
que es el tema de la asistencia sanitaria.
Pero también he llegado a creer que
lo que es posible en términos de acceso a la sanidad
depende mucho de lo que cada sociedad elige valorar
y hacer posible para sus habitantes.
El mejor ejemplo que se me ocurre es Ruanda,
donde trabajé hace poco con
la Iniciativa Clinton de Acceso a la Salud.
Un país devastado por el genocidio
hace menos de 20 años.
El 10 % de su población asesinada,
con más de la mitad de sus habitantes
viviendo aún en la pobreza.
La casa donde vivía no tenía agua corriente
o acceso directo a carreteras asfaltadas.
Tuve la suerte de que hubiera electricidad,
la única casa de la zona que tenía.
Aún así, hasta con la ausencia de
tantos recursos y necesidades básicas,
sentían que era imprescindible
que todo el mundo tuviera un nivel
mínimo básico de asistencia sanitaria
por lo que decidieron hacerlo posible.
No digo que piense que
el sistema sanitario de Ruanda es perfecto.
Todavía queda mucho por hacer.
Pero teniendo en cuenta que su
presupuesto anual sanitario es de USD 56 por persona
diría que lo están haciendo bastante bien.
Y el mundo se está dando cuenta.
Algo que parecía imposible
hace solo unos años,
la idea de que países en desarrollo
pudieran lograr cobertura universal,
ahora no solo se considera cada vez más factible,
sino que es el siguiente paso para seguir
avanzando hacia una salud universal sostenible.
Tal vez ha sido la mejor
lección que he aprendido.
¡Querer es poder!
En EE. UU. no parece ser una cuestión de recursos.
Según el Informe sobre la salud
en el mundo 2010 de la OMS,
los EE. UU. invierten más de
2 billones de dólares al año en sanidad,
de un total mundial de 5,3 billones.
Lo que supone cerca del 40 % de todo
el dinero que se invierte en todo el mundo en salud.
En un país, en nuestro país.
Aún así, 50 millones de estadounidenses
son ignorados por el sistema y siguen sin estar asegurados.
Como me dijo un compañero de Ruanda:
"Rayden, si tu país no puede hacerlo, ¿quién puede?"
Cuando pienso en ello desde esa perspectiva
la pregunta que me hago no es si podemos
permitirnos proporcionar a todos un
seguro mínimo básico de asistencia sanitaria,
sino si decidimos hacerlo posible.
Hace un año, un hombre en Carolina del Norte robó un banco
y exigió un dólar con la esperanza
de que le enviaran a prisión
para poder recibir atención médica
debido a un tumor en el pecho
cuyo tratamiento no podía permitirse.
¿Cuán desesperado debe estar un ser humano,
cómo debe sentirse,
para estar dispuesto a entregar su libertad
a cambio de su salud?
Hoy vine a compartir mi historia con Uds.
porque aunque ahora sea tan controvertido
el tema de la sanidad en nuestro país,
creo que ansiamos
y podemos aspirar a algo más que al statu quo,
que un mundo donde la pobreza económica
no implique la pobreza en salud es posible.
Un mundo donde personas como mi abuela
no deban renunciar a un tratamiento que puede
salvarles la vida debido a falta de recursos.
Pero esto no se hace posible
porque unos pocos legisladores, médicos,
economistas de la salud y abogados
se unan para diseñar una solución ideal.
Los cambios verdaderamente sostenibles
dependen primeramente de lo que todos
nosotros, como sociedad, elijamos valorar
y de lo que creamos que es posible.
¿Qué es lo que valoramos?
¿Qué es lo que elegimos?
Gracias.
(Aplausos)