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YO FUI GUARDAESPALDAS DE STALIN
O
INTENTO DE UN DOCUMENTAL MITIFICADOR
La madre de Stalin.
Al parecer, se cayó a las 7 en el pequeño salón comedor.
Cuando Losgaciov entró para dar el informe,
parecía hacerle una seña con la mano.
Losgaciov le preguntó: "¿Qué le ocurre, camarada Stalin?"
Pero él había perdido el habla.
Se lo dijeron a Malenkov.
Éste telefoneó a los 40 minutos: "No he podido dar con Beria."
Una hora más tarde llamó Beria:
"No digan nada a nadie de la enfermedad de Stalin."
Era nuestro superior directo. Callar era una orden.
Ni ayudar ni asistirle, sólo callar.
Esperaba ver llegar doctores.
Y sólo llegaron aquellos dos compañeros de armas.
Beria lanzaba imprecaciones, gritaba. ¡Qué de juramentos!
A Losgaciov le dijo: "¿Por qué te preocupas?"
"Míralo, el compañero Stalin duerme."
En aquel momento, Stalin emitió un ronquido.
"No le molestemos, dejémosle tranquilo."
Y se marcharon.
Llegó Vassili, borracho. Era muy bebedor.
Entró gritando: "¡Canallas, habéis acabado con mi padre!"
Se lo decía a los miembros del Politburó.
Algunos se enfadaron. Voroscilov dijo:
"Hagamos todo lo posible por salvar a Stalin."
Vassili era capaz de todo. Era un fanfarrón de taberna.
No le tenía miedo a nadie. Sólo, "a su padre".
Cuando embalsamaron a Stalin, Tukov estaba presente.
Le hicieron la autopsia en el Sadovaia-Triunfalnaja.
Tukov dijo entonces:
"A ese médico, yo lo fusilaba."
No voy a hablar ahora sólo en mi nombre.
Si no en nombre de las personas que, como yo,
en 1933 fueron muy próximas a Stalin.
Vassili Tukov, que es éste, Nikolai Vlasik,
Vassili Rumianzev, Nikolai Kirilin,
Sergei Solovov (comandante), Ivan Orlov (comandante),
Mikhail Starostin, Ivan Hrustaliov, y los otros.
Tenían muy claro que se les acababa el poder,
y si no se ponían de acuerdo, a saber lo que podía pasar.
En 1930, trabajábamos 3 de nosotros en la dacha vecina.
Zhagornikov, Borundaiev y yo.
Stalin se acercaba a ver
la marcha de los trabajos de construcción.
Se trataba de un edificio bajo, simple, con terraza arriba.
Recuerdo la llegada de Jagoda,
que por entonces aún estaba en el servicio de guardia.
Después de aquello fuimos agregados a Stalin.
La confianza se ganaba poco a poco.
Primero te observaban un tiempo.
Luego te asignaban un puesto más cercano.
Pongamos por caso, a hacer los turnos en la dacha.
A los agentes los conocía uno por uno.
Los reconocía por la voz.
Tenía gran confianza en Vlasik, el jefe de la Guardia.
Estaba con él desde 1925.
Kirov era su mejor amigo.
Se bañaban juntos.
La dacha vecina tenía su propio baño de vapor.
El obrero Ivan Dubinin creía que nadie hacía uso de él.
Y lo usaban todos, Stalin incluido.
Dubinin se colocó en el banco superior
Acababa de enjabonarse, cuando oyó llamar a la puerta.
Dubini dijo: "¿Quién es?"
Y Stalin respondió:
"Ah, ¿eres tú, Dubinin? Lávate, que nosotros esperamos."
Kirov reía. Kirilin estaba con ellos.
"¿Has acabado, compañero?", dijo Kirov.
Dubinin, enjabonado hasta las cejas,
se puso los calzones y salió afuera.
"¿Qué, compañero Dubinin, todo bien?"
"Todo bien, compañero Stalin, gracias."
Espera aquí, que nos vas a preparar el vapor."
Se subieron con Kirov al banco de arriba,
cogieron los ramos
y gritaron: "'Jefe, dale al vapor!"
Dubinin echaba palanganas de agua
sobre las piedras y todo se llenaba de vapor.
Y dejaron de distinguirse, sólo se oían gruñidos de placer.
A Stalin le gustaba escoger un lugar alto,
no muy lejos de la dacha,
y nos hacía preparar una mesa.
Y luego con Kirov
subía allí a disfrutar del panorama.
Comían y bebían vino de Georgia.
Nosotros andábamos por allí, algo apartados:
Lukjanov, Boris Kuzniezov, que ya está muerto,
Nikolai Kirilin...
Stalin nos llamaba a alguno de nosotros
y nos invitaba a beber con ellos.
"Compañero Stalin, no podemos, estamos de guardia."
Y Kirov decía: "Bebed, que no se lo diré a Vlasik."
Kirov era un optimista.
Jugaban al gorodki.
Kirov de pareja con Vlasik,
Stalin con un obrero de la cocina, un tal Harkovskij.
En noviembre de 1934, Kirov partió para Leningrado.
Liubovizkij, Smirnov y yo
acompañamos a Kirov y a Stalin a la estación.
Stalin saludó a Kirov calurosamente, lo abrazó...
Un día o dos más tarde, Kirov fue asesinado.
Esa fue la relación entre Stalin y Kirov.
Cuando Alliluieva se pegó un tiro,
Stalin no sufrió demasiado.
Desde entonces hasta 1955 presté servició en la GPU.
Con diversos cometidos.
En el servicio de guardia de los miembros del Gobierno.
Trabajaba con los informadores.
Participaba en los interrogatorios.
Me competían los temas terroristas.
Gente que poseía armas, con la intención de matar,
pongamos, a un dirigente.
Iba de aquí para allá, donde fueran los miembros del Gobierno.
Era el responsable del servicio de guardia.
Hasta en los viajes que miembros del Gobierno hacían individualmente.
Acompañé a Kalinin por el asunto de la Armada a Dovator.
A Voroscilov, cuando el problema de Zhukov.
Con Mikojan, cuando vaciaron las fábricas,
que le acompañamos a la de rodamientos.
Debo decir que
el trabajo de detective es muy difícil,
y como ejemplo hoy padecemos sus malas consecuencias.
Entonces, el detective, por orden de Jagoda,
en vez de un mes, disponía de 10 días.
¿Qué puede hacer un detective en 10 días?
De ahí las torturas para obtener información.
Recuerdo el caso de la calle Arbat...
Arbat, número 40... Había una cafetería.
Un tal Teliakov había bebido con los amigos.
Era un soldado, de la Marina de Guerra.
Empezó a jactarse:
"¿Sabéis qué aprendemos a hacer nosotros en la Marina?"
Y los amigos: "A saber lo que tú habrás aprendido de bueno."
Y él: "Si yo quisiera, podría coger hasta una bomba,
"venir al Arbat y tirarla bajo el coche de Stalin."
Ahí empezó el caso.
Tú, por ejemplo, eres un patriota.
Te enteras de esto y me telefoneas:
"Es urgente. Debemos vernos."
Nos encontramos. Te escucho.
Lo detienen, lo interrogan, y así sucesivamente.
Había una treintena de informadores.
Obreros, empleados, patriotas todos.
De todos los estamentos, sin distinción.
Porteros, maestros, ingenieros...
Reaccionaban pronto y ante todo.
Cuando detectaban un tipo sospechoso,
me lo señalaban rápido.
Y nosotros acudíamos a verificar la información.
Como hoy, en la época de la perestroika...
Telefonea una mujer: "Ha sido cerrado nuestro negocio.
"Nadie inerviene."
Igual me telefoneaban a mí, por cosas similares.
Había un piloto en el despacho de Vassili Stalin.
Un informador nos vino con que poseía un arma sin permiso.
También sucedió en la calle Arbat.
Fue interrogado durante toda la noche.
No había forma de sacarle dónde la tenía.
Beria era muy mujeriego.
Tenía mujeres a montones.
Y resultó que nuestro informador, una mujer hermosísima,
estaba con él en su casa.
Cuando se sentaron a la mesa,
ella observó atentamente el retrato de Stalin.
Y le dice Beria:
"¿Por qué lo miras?
"Quien manda en el país soy yo, no él."
Ella vino a verme y me contó aquello.
Los patriotas se convertían en informadores.
Uno que no fuera patriota no podía ser informador.
Tenía informadores dondequiera.
Eran mis ojos y mis oídos.
Así ocurrió con los zares, con los soviets y ocurre ahora.
Sin estos servicios nada funciona.
Stalin descuidaba su salud.
Comía a cualquier hora, nadie supervisaba sus costumbres.
Le encantaban los huevos fritos.
Abusaba de la carne de alce, tan abundante en proteínas.
Quienes lo servían no sabían mucho de estas cosas.
Stalin decía: "Hacedme una tortilla."
Es todo colesterol.
Su almuerzo: sopa de verduras, papilla de sémola, fruta con miel.
El general Artemjev
mantuvo 480 reuniones con Stalin,
con comida de por medio en 50.
En la mesa había vino de Georgia, pero Stalin no lo probaba.
Él comía su sopa, su sémola y sus frutas con miel.
Ya en 1933 viajé con Stalin a Mazesta.
Acudía por sus baños sulfurosos, a curarse los pies.
Le dolían: por eso usaba siempre calzado viejo.
Una vez le trajeron unos zapatos nuevos.
Le había dicho Butusova:
"Compañero Stalin: los otros estaban destrozados.
"Da vergüenza un máximo mandatario con los zapatos rotos."
"Ni hablar", dijo, "seguiré con los viejos".
Se refería a los que llevó siempre. Y con ellos murió.
Sólo dos años antes de morir hizo llamar al barbero.
Se afeitaba con navaja.
El bigote se lo arreglaba con las tijeras.
Su cocinera se marchó.
La llamó 6 meses después: "¿Cómo estás?"
"Compañero Stalin", le dijo, ahora gano 50 rublos al mes".
Ordenó que le pagaran un poco más de dicha cantidad.
Orlov le llevaba a su hija Svetlana 500 rublos cada mes.
Y ayudaba a Galia, la hija de su hijo Jakov.
Luego venían los ganadores del Premio "Stalin".
Ese dinero salía del bolsillo de Stalin.
A decir del coronel Taratuta,
del Instituto de la Historia Militar,
en 1953 tenía en su libreta bancaria tan solo 4'40 rublos.
Le gustaba dar vueltas en coche de entre 40 y 50 kilómetros.
En cierta ocasión dijo:
"Vamos a la colina Vorobiov."
Para ello, Kutuzov había preparado el servicio
y Vlasik ordenó seguir el camino que contaba con protección.
Stalin dijo: "Por donde diga Vlasik."
Tukov estaba con él en la calle Kascira.
Llovía. Pasaron cerca de la parada del autobús.
Había una multitud bajo la lluvia.
Unos con maletas, otros con bolsas.
Le dice Stalin a Tukov:
"Podíamos llevar a algunos.
"Los subimos a los dos coches y los llevamos a casa."
Tukov salió y dijo que el compañero Stalin
les invitaba a montar en coche.
"Les llevamos a casa con nosotros."
Algunos lo miraron como si estuviera loco.
Y ninguno reaccionaba.
¿Pero cómo era posible que el compañero Stalin les invitara?
"Compañero Stalin, no monta nadie."
"Lo que pasa es que no sabéis hablar con la gente", les dijo.
Salió del cohe y se dirigió a la cola.
Y se volvió al cohe con un montón de gente.
Unos con maletas, otros con bolsas.
Los acomodó a todos en los dos coches.
Llevaron al primer grupo. Pero aún quedaban más.
Y regresaron después para hacer lo propio con los que faltaban.
Y Stalin viajó con ellos.
Entretanto, multitud de gente se había reunido en el lugar.
Decían que Stalin llevaba a todos en su coche.
El conductor decía: "Compañero Stalin, que se acaba la gasolina."
"Pues a ver cómo se lo explicas a la gente."
Tenía una habitación de veinte metros cuadrados.
Con un lecho.
Nosotros lo usábamos para descansar.
Él dormía siempre aquí o allá,
casi siempre en algún diván o en el sofá.
Durante la guerra no hacía más que dar vueltas,
le costaba coger el sueño.
"Todos me consideran un ser cruel",
le decía al vicecomandante.
"Pero ¿cómo no ser cruel
"cuando dices una cosa y te malinterpretan?
"Y un error deriva en una avalancha
"que genera multitud de errores."
Se veía que necesitaba desahogarse con nosotros.
De vez en cuando le visitaban los del Politburó.
Tenían todos buenas panzas.
Los hacía situarse de tres en tres,
y les impartía las instrucciones.
Hablaba bajo, despacio y claro
Cuando Stalin estaba de pie,
ninguno de ellos se sentaba.
Stalin se adornaba siempre con una sola estrella.
Decidieron nombrarlo "Héroe de la Unión Soviética".
Prepararon el decreto sin decirle nada.
"Se condecora a Stalin por sus virtudes organizativas...", etc.
Cuando se enteró, dijo:
"¡Menuda panda de aduladores!
"Si no he estado en el frente
"ni he peleado cuerpo a cuerpo,
"¿qué héroe de la Unión Soviética puedo ser?"
Pero el decreto había sido firmado y él debía corroborarlo.
Malenkov se prestó a presentárselo.
Luego se asustó: podría costarle el cargo.
Había oído que Stalin no estaba de acuerdo.
Malenkov se lo pidió a Proskrebyscev.
Era su secretario: "Entra y que lo firme."
Tomó la estrella, pero se acobardó
y echó marcha atrás.
Acabaron decidiendo que la guardara el comandante Orlov.
Cuando Stalin murió,
Voroscilov ordenó ponerle todas las condecoraciones.
Orlov le puso todas, pero la segunda estrella no estaba.
Había desaparecido.
Consiguieron otra y se la pusieron al muerto.
Stalin no era tan temible con sus "compañeros".
Con sus delaciones,
con sus intrigas,
le amargaron los últimos años.
No puede decirse que "el grupo"
mantuviera una oposición a Stalin.
Pero por dentro, todo bullía,
por arribismo, claro.
Cuando Stalin murió, Mikoian se presentó en la dacha.
El retrato del generalísimo estaba en el trastero.
Lo sacó y se puso a romperlo.
El jardinero Kuzin le pidió a Mikojan
que se lo regalara.
Pero continuó porque lo que le pedía el cuerpo era rasgarlo.
Con Ivan Cerjaev, mi jefe,
nos ocupábamos del trabajo operativo.
Una vez, examinando los archivos,
encontramos en uno una nota de Mikojan a la Seguridad del Estado
a propósito de siete funcionarios dirigentes.
Encima estaba el veredicto de Ezhov: arrestarlos.
En el grupo estaban Beria, Malenkov, Bulganin,
Kruschev, Kaganovic.
Kaganovic blasfemaba como un matón de taberna.
Para él los funcionarios eran esclavos.
Beria estaba muy ligado a Malenkov.
Si Malenkov marchaba antes que Stalin,
Beria lo alcanzaba y lo montaba en su coche.
Le tiraba del brazo y lo metía adentro, como si fuera equipaje.
"¡Ven conmigo y basta!"
Cuando se reunía todo el Politburó,
Malenkov y Beria daban vueltas alrededor de la dacha,
confabulando aparte.
Luego se presentaban para la apertura de la reunión.
Stalin fingía no darse cuenta.
Le pregunté a Orlov:
"Tú llevas trabajando con Stalin desde 1937.
"¿Es cierto que Beria era el mejor amigo de Stalin?"
"Para Stalin, Beria no era
"ni el brazo derecho ni el brazo izquierdo."
Molotov...
Estaba yo de vigilancia en la entrada de la sala S. Giorgio.
Estaba Petrov, un viejo bolchevique,
vicedirector del teatro Bolshoi.
Se festejaba el 60 cumpleaños de Stalin.
Estaban Pirogov, el bajo del Bolshoi, y Molotov.
Bebieron de más. Molotov cogió una buena curda.
No podía ni hablar.
Y va y le dice a Pirogov: "Canta alguna cosa".
Y Pirogov: "Usted sí que tiene una hermosa voz. Cante usted."
Entonces Molotov golpeó con el puño en la mesa: "¡Adulador!"
Lo agarraron por los brazos y lo sacaron fuera.
Stalin tomó el micrófono y dijo:
"Los bolcheviques no debemos excedernos ni emborracharnos."
Kruschev era astuto.
También practicaría la represión.
Una noche, Kruschev fue al teatro Vakhtangov
Cuando apareció en el palco, se escucharon los aplausos de rigor.
Zukov, que estaba sentado en primera fila, no se levantó.
Más tarde, Kruschev le telefoneó:
"Me has faltado al respeto.
"La gente me aplaude y tú ni siquiera te levantas."
Zhukov le responde: "Tengo ciática."
Y Kruschev: "Ya conozco yo cuál es tu ciática, ya."
A Stalin, sin embargo, los exhibicionismos no le gustaban.
Aparecía, se ponía en un rincón y se callaba.
Para el Desfile de la Victoria, Hruliov, jefe de Intendencia,
preparó tres uniformes para el Generalísimo.
Forro de seda rosa, esclavina de seda...
Vistió con ellos a tres militares atléticos
y se los mostró a Stalin.
Stalin preguntó: ¿Qué cosas son éstas?"
"Los uniformes del Generalísimo para el Desfile", contestó.
Y añadió: "Elija el que más le guste".
Stalin lo echó del despacho.
Y dio el asunto por concluido.
Stalin jamás se pondría aquellos uniformes.
Zhdanov murió.
Celebraron la comida del funeral en la dacha vecina.
Zhdanov era asmático.
A veces se agarraba a un árbol
para coger el resuello.
Zhdanov murió en 1948.
Al banquete funerario asistió todo el Politburó.
Como se supondrá, todos se emborracharon.
Hasta Koba. ¿Sabe quién era Koba?
SEGUNDA PARTE
INTENTO DE UN DOCUMENTAL MITIFICADOR
Alexei Rybin nació en 1908.
Mayor retirado, reside en Moscú.
Leonid Lebedev nació en 1908.
Mayor retirado, reside en Moscú.
Yo era Leonid sólo para los informadores.
Leonid Lebedev para ellos.
No todos debían saber mi verdadero nombre.
Hasta en casa, mi mujer
me llama Leonid, y no Alexei.
Con el Teatro Bolshoi estoy en contacto
desde el año 1933.
Primero como espectador.
Desde 1935, como comandante
del Servicio de Guardia del Gobierno.
De aquí, mis competencias.
El comandante debía estar al tanto de todo:
cómo se colgaban los cuadros del escenario,
cómo funcionaban los motores,
el cometido de cada interruptor.
Los superiores podían preguntarme:
"Rybin, ¿a dónde va este cable eléctrico?"
Cierta vez llamé al ingeniero eléctrico e inquirí:
"Cuéntame dónde va este cable."
Él me explicaba: "Por aquí, por allá..."
Al final me acabó diciendo:
"¡El diablo sabrá dónde acaba!"
Y yo le respondí: "Entonces corta un metro por aquí."
Cortó un metro.
El ingeniero no sabía; por lo tanto, a cortar.
Sólo para un maldito contrapeso de los cuadros,
había seis a la derecha y seis a la izquierda,
mareé bien mareados a todos los encargados.
Mi cometido consistía
en la absoluta seguridad del Gobierno
cuando asistía al teatro.
En 1938, durante las fiestas de noviembre
(por aquel entonces el jefe de la Seguridad era Beria),
fuimos todos convocados por él.
Designó a Vlasik jefe de la guardia para ocasiones especiales.
Bogdan Kobulov estaba al cargo del escenario.
Yo estaba inmediatamente bajo su dirección.
Kobulov, un tipo bastante gordo, estaba sentado,
y yo le iba contando lo que pasaba en el escenario.
Durante dos horas me sustituyó Shipilov,
dos horas en que yo marché a descansar
porque llevaba 24 horas en pie.
Cuando regresé,
me encontré con que el jefe de la platea, Tikhonov,
había sido arrestado
porque era un ex oficial "blanco".
Panov, de la seguridad contra incendios, también.
Kuzkin, un pez gordo, se pegó un tiro.
En resumen, que sólo resta añadir
que yo, que estaba muy ligado a ellos, me libré por un pelo.
Todos mis subalternos iban armados con metralleta.
El del teatro Bolshoi era un grupo de seguridad especial.
En mi escuadra había 15 muchachas
enviadas por las Juventudes Comunistas.
Las habíamos agregado al servicio de orden.
Iban todas armadas.
De vez en cuando salían fuera y lloraban.
Yo les preguntaba: "¿Por qué lloráis?"
Y se callaban.
Enviaba a otra para averiguar por qué lloraban.
Tal vez el novio la había plantado, yo qué sabía.
Insistí para saber por qué lloraban.
Mis superiores querían saberlo.
Las informadoras las llevaban al palco.
Por si acaso, estaban por todas partes.
Eran sólo mujeres.
Para llevar la pistola tenían un bolsillo especial.
En el bolso, a veces.
Escuchaban las conversaciones en ciertas reuniones.
Por ejemplo, en la jornada de las mujeres eran imprescindibles.
¿Cómo iba a infiltrarse ahí un hombre?
"¿Qué hace aquí ése?" Resulta sospechoso.
Una mujer, en cambio, no hacía sospechar.
A veces se celebraban sesiones formales en el Bolshoi.
De arriba, donde estaban los reflectores,
caía el polvillo
que había ido acumulándose entre el entramado de cables.
El reflector lo remarcaba
y se lo veía caer derecho hasta la mesa.
Yo lo veía y me decía:
"¿Habremos hecho bien la limpieza?"
Tras la sesión fui llamado junto con Vlasik.
Stalin me pregunta:
"Comandante, ¿qué eran esos "abejorros",
"ésos que caían a la mesa?"
Le digo: "Tomaremos medidas, compañero Stalin."
Sobre la mesa se puso una especie de palio con un telón,
de modo que el polvillo quedara detenido sobre el telón.
El palco del Gobierno tenía una cerradura especial.
Vlasik me cogió la llave, porque quería abrir.
Pero había que dar un cierto número de vueltas a la llave.
No acertaba a abrir.
Stalin ordenó que me pasara la llave a mí.
Yo la giré y la puerta se abrió.
¡Y las esperas...! Esperar a las visitas.
No nos dijeron que vendría Stalin.
En la Plaza Roja sonaban ya las sirenas,
mientras nosotros teníamos la puerta encasquillada.
No podíamos abrir la puerta principal.
Si llegaban, y la puerta no estaba abierta,
nos caerían 15 días de prevención, a mí tal vez 30.
Por fortuna, teníamos por allí un hacha.
Dije a Luzanov: "Rompe los goznes."
Tiró un hachazo y un gozne saltó.
Llegaba el Gobierno.
A los actores del Bolshoi les gustaba el tiro a diana.
La bailarina Lepescinscaja en la línea de tiro.
La cantante de ópera Zlatogorova.
Barsoba, la artista emérita de la URSS.
El director artístico Samuil Samosud.
Stalin conocía el arte
mejor que cualquiera de los artistas de la ópera.
En cuestiones de solfeo lo sabía todo.
Sabía muchísimo de arte coral.
Degustaba el arte con atención y sensibilidad.
Según la actriz Elena Kruglikova,
Stalin cantaba en un cuarteto
que incluía al bajo Maxim Mikhailov,
Molotov, Voroscilov y él mismo.
Elena decía que Mikhail se lo había contado a ella.
Que había cantado en cuarteto con Stalin, vamos.
No supo decirle con quién más,
pero sí que a él le hacía la réplica Zhdanov.
En la intimidad solía cantar Stalin
la canción "Brilla, brilla, estrella mía".
Tal vez recordando a la Alliluieva.
Después de ella, no hubo en su vida más mujeres.
O por lo menos el servicio de guardia no fue capaz de registrar
simpatías por otras.
Algunas noches acudía a su tumba:
fumaba en silencio, parecía reflexionar.
En esta cuestión puse interés desde 1930.
Busqué en su vida contactos ilícitos con mujeres,
pero no encontré ninguno.
Se preparó la ópera de Hrennikov "En la tormenta"
en el Teatro de la Música.
Stalin asistió al estreno.
En la historia, la ciudadana Natascia disparaba
al kulak Storozhev.
Storozhev cayó, pero no hubo disparo.
Stalin requirió la presencia de Nemirovic-Dancenko.
Éste pensaba que por el disparo fallido.
"Disculpe", dijo, "ha sido por error.
"Storozhev ha caído sin que nadie haya disparado."
Y Stalin: "Bien hecho: ¿por qué asustar a la gente.?"
Para los artistas, que Stalin acudiera era una fiesta.
El solfeo lo conocía mejor que nadie.
La Barsoba lo llamaba "nuestro codirector".
Si en "La Reina de Espadas" cantaban mal los hombres,
él al salir decía:
"Hoy han cantado mejor las mujeres."
El compositor Dzerginskij,
recién premiado en el Conservatorio de Leningrado,
compuso las óperas Tierra Labrada y Plácido Don.
En el estreno, Stalin miraba y callaba.
Luego mandó llamar a Dzerginskij:
"¿Qué piensa de los compositores clásicos?"
Sorprendido, el otro dijo: "Tengo mala opinión."
Y Stalin: "Se nota." Y añadió:
"Le aconsejo que compre todas las partituras de esos músicos,
"que se duerma sobre ellas,
"y que se abrigue con ellas para impregnarse de los clásicos."
El presidente del Comité para las Artes, Kerzhenzev,
ordenó montar "Ivan Susanin" sin el Gloria.
Samosud dijo que no se podía hacer.
El litigio llegó a oídos de Stalin.
Stalin asistió al ensayo general.
Asistía siempre a los ensayos generales.
Le contaron los argumentos de uno y otro.
"Kerzhenzev quiere suprimir el coro del Gloria."
Stalin dijo: "La puesta en escena de la ópera
"debe respetar la realidad histórica.
"Entonces se luchaba a caballo.
"Minin y Pozharski deben entrar a caballo.
"¿Cómo es posible quitar el Gloria de "Ivan Susanin"?"
Tres toneladas de explosivos, sin duda,
habrían devastado hasta los alrededores.
Si los alemanes hubieran tomado el Kremlin,
la consigna era hacer saltar por los aires el teatro Bolshoi.
Se suponía que en caso de ocupación
Hitler hubiera hecho un discurso en el Bolshoi.
El teatro fue minado a toda prisa.
Se veían las zanjas excavadas.
Caminando, se veía por donde iban los cables.
Se sentía uno mal viéndolo.
Yo me fijaba día y noche.
En sustancia, actuaríamos como kamikazes.
En la dacha vecina habíanse dispuesto
las armas de artillería antiaérea.
Estaba emplazada a la entrada una metralleta cuádruple.
Stalin trabajaba casi siempre fuera de la dacha.
Una vez se presentó allí Vassili Stalin.
Se divisó un avión alemán.
Vassili Stalin o, como lo llamábamos, Vaska,
otro nombre no le hubiera ido mejor,
gritó a los soldados encargados de las metralletas:
"Cobardes, ¿por qué no disparáis?"
Y disparó una ráfaga al avión.
"¿Quién ha disparado?", gritó Stalin.
Le dijeron: "Vassili."
"Le ha dado, al menos?"
"No, el avión sigue su vuelo."
"¡Qué mala puntería!"
Un ataque aéreo alemán. Los cañones disparaban por todo.
Stalin salió. Se le veía tranquilo.
Contemplaba la batalla
y veía con contrariedad
que los antiaéreos no le daban ni a una sola avioneta alemana.
Había una lluvia de metralla
que se enfriaba incandescente en el fango.
Y Vlassik: "Compañero Stalin, vayamos al refugio."
Él se negó y luego añadió:
"Tranquilo, Vlassik: aquí al menos no nos alcanzarán nuestras bombas."
Ahora trabajo con niños
enseñando acordeón.
He propuesto llamar al Círculo
"Suena, Acordeón Mío".
Los pequeños, los pioneros, los jóvenes comunistas
vienen conmigo.
Intento con los pequeños que se conviertan pronto en hombres.
Podrán acabar siendo esto o lo otro,
Por ejemplo, uno me promete:
"Me comprometo a obedecer a mi profesor de Música."
"Si hago el granuja,
"el maestro podrá castigarme de la manera que quiera."
En esta escuela el método antiguo consistía
en expulsar al alumno del aula.
Llego a clase y pregunto: "¿Qué haces en la puerta?"
"Estoy expulsado. Me he portado mal en clase
"y el director me ha mandado dos horas a la puerta."
Yo le digo: "Me parece bien el castigo."
Un par de veces lo he hecho yo también.
Pero no lo suelo hacer.
Sólo si el chico es incorregible.
Yo uso otro método.
Un método propuesto por los más ilustres pedagogos.
Enseño a mis alumnos los ejercicios militares.
Deben desfilar y decir. ¡Uno! ¡Dos! ¡Uno! ¡Dos!
Mientras marchan
aprovecho para ejecutar la canción al teclado.
Pongamos, si es un 1 por 4, suena así: "Uno-o, do-os".
Y si es un 1 por 2, "Uno, dos y..."
Les explico el ejemplo a los alumnos.
Así aprenden todas las notas.
Y van repitiéndolas todas conmigo.
Sus padres se sorprenden al principio:
Los niños vienen a estudiar música
y yo les hago hacer ejercicios militares.
Pero en seguida comprenden que funciona.
Se trata de un método que aprendí de una gran maestra.
La poesía la recita Tanja Shemiakina.
Es una poesía corta: tres estrofas.
La escribí hace mucho.
¿Por qué la escribí?
Para explicar someramente a los padres
qué es lo que hacemos en nuestro Círculo Musical
y cómo valorarlo.
Adelante, Tanja.
El sol brilla en la ventana.
Disfruto mirando a la calle.
Pero los ejercicios me esperan y yo cojo los libros.
No debo disgustar a mamá. He de sacar buenas notas.
La ayudo en las labores caseras. No me gusta holgazanear.
Por la tarde no pierdo el tiempo: canto las canciones rusas.
Quiero siempre mejorar mi cultura musical.
Tú llevas estudiando aquí cuatro años.
¿Te parece correcto nuestro método de enseñanza?
Yo os trato de igual a igual.
¿Qué te parece la organización del trabajo en el Círculo?
¿Cuáles son sus defectos? Lo pregunto a fin de mejorar.
¿Defectos? Ninguno. Me gusta venir al Círculo.
¿Cuál es la metodología?
Yo toco, vosotros cantáis, recitáis poesías...
En suma, que cada uno hace lo que puede hacer.
Algunos se convierten en auténticos oradores.
Este niño irá a la escuela dentro de dos años.
Haremos de él un excelente declamador.
No debéis dudar en criticarme.
Invito a todos a anotar los defectos en el cuaderno.
Escribid aquello que consideréis equivocado.
Tal vez me excedo en las reprimendas,
tal vez exijo demasiado,
tal vez doy la lección de manera aburrida,
algunos lloran los primeros días.
Al principio, tú dejaste de venir al Círculo.
Tus padres te hicieron volver obligado.
Y yo te dije: "¡Escribe!"
¿Y qué escribiste?: "Mis reflexiones".
Léelas. Despacio.
"Mis reflexiones"
Yo creo que la música embota el cerebro.
Dale tono: "Embota el cerebro."
Eso es lo que pensaba al principio.
¿Y qué escribiste más adelante?
He decidido frecuentar el Círculo.
¿Los ves? ¿Quiénes son?
Son algunos de los que debes tomar ejemplo.
¡Águilas! ¡Ahora son águilas!
Aprendiendo música uno se vuelve un hombre.
Os volveréis laboriosos, diligentes.
Desarrollaréis la memoria, agudizaréis el ingenio.
Y muchas aptitudes más.
Creo que ya empezamos a estar de acuerdo.
Nuestra misión es educar para hacer hombres,
evitando que los niños se vuelvan unos pillos.
Conseguir hombres
útiles para nuestra sociedad socialista.
Instilar el amor por el trabajo:
¡quedan aún tantos holgazanes!
Hay que instarles al trabajo.
Ahora, vamos con Sasha: le preguntaremos a él.
Es un chico sincero.
¿Te gusta frecuentar el Círculo?
Sí, me gusta.
Responde mirando para allá.
- Repite. - Sí, me gusta mucho.
¿Por qué? ¿Te cae bien el maestro?
No es eso sólo.
¿De qué te ríes?
Recita con buen tono. Como un artista.
Lleva la camisa desabotonada
para que se vea de lejos
la camiseta rayada de marinero.
La camiseta de rayas horizontales
es el emblema del marino,
signo de viril confianza,
de brazo fuerte.
¡Venimos de todas partes del país
a desearte años felices,
maestro, jefe y amigo!
¡Salud a nuestro Stalin!
Gracias por nuestra infancia feliz.
No la hay en el mundo tan hermosa y gallarda.
Te prometemos ser estudiosos en la escuela.
Olvidar las malas notas.
Hoy somos pioneros.
Mañana seremos ingenieros, tractoristas, doctores,
fundidores, tejedores, agrónomos y maestros.
Tenemos abiertos todos los caminos.
Sólo necesitamos crecer.
¡GLORIA A STALIN!
GUIÓN Y. Klepikov y S. Aranovic
DIRECCIÓN Semyon Aranovic
FOTOGRAFÍA Sergei Sidorov
ESCENOGRAFÍA Vladimir Soloviov
MÚSICA Alexander Knaifel
SONIDO Galina Gorbonosova
Recuerdo a muchos informadores, de todas partes.
Pero no puedo revelar sus nombres.
Subs. por David (2013)