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Me llamo Yasuaki Yamashita.
Nací en Nagasaki hace 66 años.
Sufrí la bomba a 2,5 Km de distancia del hipocentro.
Actualmente vivo en la ciudad de San Miguel de Allende,
donde me dedico a la cerámica y el dibujo.
Esta es mi casa.
Tenía seis años cuando sufrí la bomba atómica.
Recuerdo vivamente todo sobre ese día como si fuera una foto.
Como entonces solo era un niño,
pasaba las vacaciones de verano cazando cigarras y libélulas en las montañas cercanas.
Ese día, por alguna razón, no fui a las montañas con mis amigos.
Justo antes de las 11 a.m.
mi madre estaba preparando la comida fuera de la casa,
y yo estaba a su lado, jugando solo.
Entonces, un vecino se acercó y nos avisó de que un avión nos estaba sobrevolando.
Mi madre me cogió de la mano y me llevó dentro, porque era mejor ser prudente.
Cuando entramos en la cocina, oí una explosion enorme.
Y en ese momento, mi madre me tumbó en el suelo y me cubrió con su cuerpo.
Hubo un sonido atronador de destrucción, tan fuerte como un huracán.
Al cabo de unos 10 minutos, de repente se hizo el silencio.
Entonces me levanté y vi que había desaparecido casi la casa entera, menos unos pocos postes.
Cuando estábamos en el refugio después del bombardeo, todos mis amigos volvieron de la montaña.
Uno de ellos tenía una grave quemadura en su espalda debido a la explosión.
Al cabo de tres días aparecieron gusanos en su herida infectada y luego murió.
Si yo hubiera ido a las montañas con mis amigos, habría podido morir como él.
Como no había comida en el refugio, mi madre nos llevó a casa de unos parientes.
Es entonces cuando fuimos expuestos a la radiación por segunda vez,
porque cruzamos el hipocentro para salir de la ciudad.
Había muchos cadáveres calcinados abandonados por todas las calles.
No puedo borrar de mi mente lo que vi ese día.
Trabajo sobre todo por la mañana de lunes a viernes.
Normalmente trabajo durante 2 o 3 horas por la mañana.
A pesar de que he vivido en México durante años, mi identidad como japonés no ha desaparecido.
La gente dice que mi sensibilidad japonesa siempre aparece en mis trabajos.
A pesar de que de ninguna manera intento expresar mi identidad japonesa.
Al terminar el bachillerato empecé a trabajar en el Hospital de la Bomba Atómica de Nagasaki.
Allí me relacionaba diariamente con supervivientes de la bomba atómica.
A pesar de que yo trabajaba en la administración,
tenía que ayudar en las autopsias cuando alguien moría por la noche,
porque no había suficiente personal. Hasta los administrativos teníamos que ayudar.
Había un paciente enfermo de leucemia.
Yo siempre le administraba transfusiones de sangre.
Pero pronto aparecieron puntos de color púrpura por todo su cuerpo.
Al ver estos pacientes , empecé a obsesionarme con el temor de que algún día yo sería como ellos.
También sentía mucha presión en relación al matrimonio.
Si algún día me casaba, mis hijo nacerían con síntomas como los de los hibakusha.
Sabía que yo no sería capaz de soportarlo.
Debido a todas las cosas que había visto, sentí una gran desilusión en mi corazón.
Por eso decidí que no me casaría nunca.
En esa época, no casarse no estaba socialmente aceptado.
Pensé que si seguía en Nagasaki tendría que enfrentarme a todo esto.
Pero, en un nuevo lugar donde nadie me conociera, no encontraría estos problemas,
y mis temores desaparecerían.
Entonces realmente quería ir a México.
Las Olimpiadas me dieron la oportunidad de venir a México, así que finalmente dejé mi trabajo.
Desde que llegué a México, siempre viví cerca del Monumeto a la Revolución,
por esto estoy muy familiarizado con este barrio.
Incluso el Hotel Maya, donde me hospedo ahora,
es el hotel donde estuve la primera noche al llegar a México.
Después de las Olimpiadas, pensaba quedarme en México solo unos años para estudiar español.
Pero, en ese tiempo, la gente que dejaba su empresa a mitad de su carrera, como yo,
en ***ón perdía todas sus oportunidades de futuro profesional.
Así que me pregunté, “¿por qué no te quedas otro año en México?”
Eso ha continuado cada año, y ahora aquí estoy, habiendo vivido aquí muchos años.
Pocos años después de venir a México, sufrí una grave neumonía.
En un momento de fiebre muy alta, por primera vez sentí que quería volver.
Pero, cuando vuelvo a Nagasaki me siento como si fuera un extranjero,
y entonces quiero volver a México.
Me enamoré de México en el momento en que llegué.
Quizás porque he hecho tantos buenos amigos.
Hago cerámica por la mañana y dibujo por la tarde.
Además, los lunes y los miércoles enseño dibujo con tinta
a tres mujeres, dos mexicanas y una americana, en mi estudio.
He realizado charlas sobre mi experiencia del bombardeo atómico en tres ocasiones.
Hará diez años, hablé en el campus de Queretaro del Tech de Monterrey, una escuela de ingeniería de renombre.
Muchos estudiantes expresaron interés y, depués de la presentación, me hicieron muchas preguntas.
Como he vivido el bombardeo atómico en persona y lo he experimentado con mi propio cuerpo,
realmente siento la necesidad de transmitir esta información a la siguiente generación.
Especialmente porque la amenaza nuclear está aumentando, no disminuyendo.
Siempre intento hablar sobre mis experiencias, incluso entre mis amigos, tanto como puedo.
Pero, raramente la gente escucha seriamente toda mi historia.
Como superviviente, yo no puedo olvidar este temor.
Todos piensan que el miedo que siento es algo solo particular.
Por eso, comunicar nuestras historias a los demás es una tarea que exige mucho esfuerzo.
Sus trabajos reflejan sensibilidad humana y creatividad.
Uno puede apreciar sus trabajos desde varios puntos de vista, no solo como arte visual.
Sus trabajos son bellos en sus formas,
pero también transmiten tranquilidad de espíritu.
Ya no dibujo flores, pero en el pasado es lo único que dibujaba.
Tengo un recuerdo de mi infancia muy fuerte de ver flores
llenando la ciudad devastada en la primavera después de la bomba atómica.
Esta imagen fue tan poderosa que siempre ha permanecido conmigo.
Como hibakusha, y como artista, evito dibujar la tragedia real.
En su lugar, dibujo una imagen de flores llenando la devastación posterior a la tragedia.
Incluso en medio de condiciones trágicas, la naturaleza nos proporciona un bendito
sentimiento de paz y tranquilidad.
Haciendo eso, quiero demostrar a la gente lo absurdas que son cosas como la guerra y las bombas atómicas.
Quiero que la gente vea y sienta, para que no volvamos a repetir el mismo error.
Si la gente comprende mis pensamientos, me siento una persona muy feliz.
Traducido por Lluís Valls Campà.