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El cerebro humano es uno de los órganos más sofisticados del mundo,
una supercomputadora formada por miles de millones de neuronas
que procesa y controla nuestros sentidos, pensamientos y acciones.
Pero Charles Darwin encontró algo incluso mucho más impresionante:
el cerebro de la hormiga,
al que denominó "uno de los átomos de materia más maravillosos del mundo".
Si te cuesta creer que algo tan diminuto
pueda tener un cerebro complejo,
no eres el único.
En su proyecto para clasificar y describir los seres vivos,
el naturalista sueco Carl Linnaeus
dio por sentado que los insectos no tenían cerebro.
Estaba equivocado, pero es comprensible.
El cerebro del insecto no solo es minúsculo,
sino que, en muchos aspectos, funciona de manera diferente al nuestro.
Una de las diferencias más notables
es que si un insecto pierde la cabeza puede seguir caminando,
rascándose,
respirando,
e incluso volando.
Es así porque, mientras nuestro sistema nervioso funciona como una monarquía,
donde el cerebro tiene la última palabra,
el sistema del insecto funciona más como una federación descentralizada.
Muchas de las actividades del insecto, como caminar o respirar,
son coordinadas por grupos de neuronas, también conocidos como ganglios,
por todo el cuerpo.
Junto con el cerebro, estos ganglios locales forman el sistema del insecto.
Y si bien el insecto puede hacer mucho con sus ganglios locales,
el cerebro sigue siendo crucial para su supervivencia.
Su cerebro le permite percibir el mundo con la vista y el olfato.
También elegir parejas adecuadas,
recordar la ubicación de las fuentes de alimento y la colmena,
regular la comunicación,
e incluso coordinar la navegación en distancias enormes.
Y esta gran diversidad de comportamientos
está controlada por un órgano del tamaño de la cabeza de un alfiler,
con menos de un millón de neuronas,
en comparación con nuestras 86 000 millones.
Pero si bien su cerebro tiene una organización muy diferente al nuestro,
existen similitudes sorprendentes.
Por ejemplo, la mayoría de los insectos tienen detectores de olor en las antenas,
similares a los de la nariz humana.
Nuestras principales regiones cerebrales olfativas se ven y funcionan parecido,
con grupos de neuronas que se activan y desactivan en el momento preciso
para codificar aromas específicos.
Los científicos han visto con asombro estas similitudes
porque insectos y humanos no están estrechamente relacionados.
De hecho, nuestro último ancestro común era una suerte de gusano simple
que vivió hace más de 500 millones de años.
Entonces, ¿cómo terminamos con estructuras cerebrales tan similares
si nuestras evoluciones tomaron caminos tan diferentes?
Los científicos llaman a este fenómeno evolución convergente,
y este subyace a la evolución separada de alas en aves, murciélagos y abejas.
Presiones selectivas similares pueden hacer que la selección natural
favorezca la misma estrategia evolutiva
en especies con pasados evolutivos muy diferentes.
Estudiando la comparación de cerebros entre insectos y humanos,
los científicos pueden entender qué funciones humanas son únicas,
y cuáles son soluciones generales a problemas evolutivos.
Pero el cerebro del insecto fascina a los científicos por otras razones.
Su tamaño pequeño y simplicidad hacen fácil de entender
exactamente cómo funcionan juntas las neuronas dentro del cerebro.
Esto también es valioso para los ingenieros,
que estudian el cerebro del insecto para diseñar sistemas de control
para aviones autodirigidos, robots cucarachas de búsqueda y rescate, etc.
Por eso, tamaño y complejidad no siempre son lo más impresionante.
La próxima vez que intentes matar una mosca,
tómate un momento para maravillarte
con la eficiencia de su diminuto sistema nervioso central
mientras engaña a tu elaborado cerebro.