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Usted ha dicho en algunas ocasiones y ha escrito
de la confesión, como una maravilla de amor.
¿Qué nos podría decir?
¡Que es eso, que es eso!
¡Y más aún, más aún!
Yo me pongo a considerar
la Creación y me quedo admirado cuando
contemplo que Dios nos ha sacado de la nada.
Después la Redención,
y veo a Cristo crucificado,
que está allí, más que clavado con los hierros,
clavado por el amor que nos tiene,
y por el deseo de salvarnos.
Pero..., si todo eso me mueve a amar,
me mueve a amar y agradecer mucho más
el perdón que nos da cuando ofendemos...
¡a Él!
Cuando nos apartamos del camino,
cuando dejamos de ser hijos suyos.
Pienso en vosotras, que sois madres.
En el amor que tenéis por vuestros hijos.
Y decía ayer, ayer,
estoy seguro que fue ayer, aquí mismo,
que los padres aparentan
una frialdad y una dureza de corazón que no tienen,
sois más duras las mujeres, y perdonadme.
Y después de estar muy duritos...,
os ponéis más blandos que nadie
con el hijo que pide perdón.
¡Porque le queréis!: la madre y el padre...
Pues todo vuestro perdón y vuestro cariño,
no vale nada al lado
del cariño que supone haber, el Señor Jesús,
instituido el Santo Sacramento de la Penitencia.
Allí vamos, le decimos: Señor, he pecado contra Dios y contra Ti,
como el hijo pródigo, ¿eh?
y salimos sanos, limpios.
El sacerdote, que es Cristo,
dice: "Yo te absuelvo, yo te perdono."
¡Es una maravilla esto!
¡Nunca lo podremos agradecer!