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Como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca.
Fue una noche singular.
Cuando, sacerdotes y ancianos reunidos, actuaron precipitadamente.
Él nos decía que era necesario:
“Para salvar a muchos, hay que sacrificar a uno”.
Caifás supo engañarnos con astucia.
Al recordarlo, me avergüenzo:
¡Obramos tan irreflexivamente!
Debería haberlo detenido,
Pero me detuvieron sus burlas.
Él llevaba ya semanas planeándolo,
Con espías, sicarios y soplones,
Y, finalmente, en esa noche triste,
Echó manos a Jesús.
¡Nos hubieras visto: no supimos reaccionar!
Sólo nos quedamos viendo…
Es un recuerdo que no se puede olvidar.
Golpeado, sangrante, cubierto de esputo.
Aun así, lo admito,
Se veía tan majestuoso entre esas cadenas.
¿El juicio?, una parodia.
Hasta de blasfemia lo acusaron.
Caifás lo dijo, “debe morir”;
Pero no supo decirnos el porqué.
Y cuando vio en mi rostro
El disgusto y la rabia de esa infamia,
Redobló su ataque
Para matar a Jesús.
Testigos de mentiras
No sabían concordar.
¡Ni siquiera se atrevían a soportar mi mirada!
Caifás se quitó la máscara:
“¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios?”.
Quería hacerlo blasfemar allí mismo.
Vino entonces un silencio mortal,
La tensión selló mis labios.
Caifás, pensé, se ha equivocado,
Se ha puesto en manos de Jesús.
“La hemos librado”, suspiré pensando.
Pero era yo el equivocado.
Simplemente me quedé de piedra
Cuando Jesús respondió: “Lo soy”
Doy mi vida por las ovejas. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo.