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COMO EN UN ESPEJO
A KÄBI, MI ESPOSA
- ¡He sido el primero en subir! - Ha sido refrescante.
Si papá y Martín ponen las redes, Minus y yo traemos la leche.
Que las pongan David y Minus, así paseo con mi mujer.
O Karin y yo, y Minus y Martín traen la leche.
No quiero hacer ninguna de las dos cosas.
Ya decidiré qué quiero.
- ¿Por qué no vamos, Minus? - ¿Por qué deciden las mujeres?
Es mejor que decida Karin. Así no perderemos la dignidad.
Ganaríamos tiempo si decidiera papá.
¿Nos vestimos antes de poner las redes?
- ¿Qué te parece? - Hace algo de frío. La bata es fina.
- Si tienes frío... - ¿Frío yo? ¿Y tú?
Yo no he dicho nada de frío.
- Aunque hay un poco de viento. - La virilidad no cuida la salud.
Si puede Hemingway, podemos nosotros. Vamos.
¿Habrá tormenta?
- Esta noche, no. - No sé, mira las nubes.
- ¿Te dan miedo los truenos? - Me muero de miedo.
Las tormentas en Suiza...
- ¿Te gustaba, aparte de eso? - Tenía nostalgia.
Pero no quería venir hasta terminar la novela.
- ¿Y está terminada? - Sí, prácticamente.
- ¿Qué tal tu úlcera? - Bueno, tirando...
- ¿Me das algo? - Podemos ir a la farmacia mañana.
¿Te llegó mi última carta? La mandé el lunes.
- Estaba en Basilea. - Entonces no la recibiste.
- Vine aquí el miércoles. - No la recibiste.
- ¿Era importante? - Era sobre Karin.
Tenía que escribirte.
Aunque interrumpiese tu escritura.
¿Qué?
- Un cuco. ¿Lo has oído? - No.
¿No lo oyes?
- ¿Dónde? - Ahí.
- ¡Lávate las orejas! - ¡Oyes demasiado!
Tras la enfermedad tengo el oído muy fino.
A lo mejor son los electroshocks.
- ¿Cómo viste a papá ayer? - ¿Por qué?
- ¿No lo notaste triste? - Estaba cansado.
- Ya. - Pero no parece muy contento.
- ¿Vendrá Marianne? - Martín dijo que rompieron.
- Pobre papá, solo otra vez. - Marianne no me caía bien.
Se daba aires. Papá se volvía ordinario junto a ella.
- Y despreciaba sus libros. - Tiene que tener buenas críticas.
- Si tiene muchos lectores... - No le importan las ventas.
Quiere ser poeta.
¿De qué te ríes?
De lo alto y serio que eres: "Quiere ser poeta".
No te enfades. Te quiero, pequeño Minus.
- ¡Eres altísimo! - ¡Para ya!
¡17 años y casi tres metros!
¿Dónde está tu novia?
- Nadie me quiere. - No te enfades porque me ría.
Edgar es el único psiquiatra fiable, el de siempre.
¿Y?
Cuando Karin vino del hospital el mes pasado,
él y yo hablamos mucho.
No garantiza una recuperación duradera.
¿Y ahora?
Parece estar muy bien.
Tiene el sueño algo agitado.
Y el oído muy fino. Eso es todo.
¿Cuánto sabe?
No sabe que la enfermedad es relativamente incurable.
¿Relativamente?
Hay casos de recuperación total, hay esperanza.
¿Cómo os va?
Muy bien.
Los días pasan como siempre.
Doy clases y examino a estudiantes.
He llegado a darme cuenta de que la quiero...
y estoy atado a ella.
Seré el pilar de su existencia.
Quizá su única seguridad.
Entiendo.
- ¿Volvemos a las redes? - Sí, vamos.
¡Minus!
Tesoro...
¡Cuidado conmigo! ¡Apártate!
Deja de besarme.
No tomes el sol medio desnuda, me das asco.
¿Qué?
¡Ya sabes a qué me refiero! ¡Las mujeres sois horribles!
Siempre husmeando, peinándoos y hablando.
¡Me siento como un conejo desollado!
- Pobrecito. - ¡Compasión!
No necesito la compasión de nadie.
¿Qué pasa? Nunca te he visto así.
No se lo digas a Martín o a papá.
No seas tonto.
Ojalá pudiera hablar con papá.
Está absorto en sí mismo.
Él también.
Volvamos ya.
- Y he tirado la leche. - ¡Qué descuidado!
Odio hacerme daño en los dedos.
- Ponte esparadrapo. - Hola.
- Martín se ha cortado. - A ver.
- Pongo la leche en el sótano. - Parece profunda.
¡No exageres!
Qué bonito, una cena bajo la luna.
- ¡Eres un gran chef, papá! - Huele de maravilla.
Huélelo.
Escribe libros de cocina, no novelas.
Vamos a ver. Karin ahí, y tú ahí.
Minus ahí y yo aquí.
He anhelado este momento. Tenía nostalgia.
- ¿Por nosotros? - Incluso por ustedes.
- ¿Te quedas? - Este mes, por lo menos.
- ¿Te irás otra vez? - Iré a Yugoslavia de guía.
- ¿Guía? ¿Por qué? - Es una oferta muy atractiva.
Es para una delegación cultural.
Conozco el país.
- Bienvenido a casa, David. - Gracias.
- Salud, Karin. - Salud.
- Salud, Minus. - Salud.
¿Qué hay del libro?
Lo terminaré antes de irme.
La semana que viene entrego el manuscrito.
- ¿Estarás fuera mucho tiempo? - No estoy seguro.
Tal vez me quede un tiempo en Dubrovnik.
Tengo la sensación de ser un criminal.
Prometiste quedarte después de Suiza.
No recuerdo ninguna promesa.
Lo prometiste, papá.
Qué mala suerte.
Sí.
Iba a ser una noche divertida y estamos a punto de llorar.
He traído regalos para todos de Suiza.
Karin.
- Y Martín. - Gracias, no hacía falta.
Minus.
- ¿Podemos abrirlos? - Adelante.
Voy a buscar tabaco.
No me entrarán.
Tengo uno igual.
Los compró en Estocolmo.
- Seguro. - Pero ha tenido la cortesía.
Gracias por los guantes, son preciosos.
Nosotros tenemos una sorpresa para ti.
- Tenemos que vendarte los ojos. - No mires.
- Yo me ocupo de esto, adelante. - No veo nada.
Es como andar sobre nubes.
¿De quién ha sido la idea?
Mía y de Karin.
Espera y verás.
Esto es casi un Shakespeare.
¿Listos?
Nuestra obra se llama "El rondar artístico"...
o "La tumba de las ilusiones".
¡Que empiece!
Es medianoche en la capilla de Santa Teresa.
Aquí me encontraré con mi prometida.
Junto a esta tumba que huele a muerte.
¡Alguien se ha movido! ¿Es ella?
Me oculto para no asustarla.
- ¿Quién eres? - La princesa de Castilla.
Muerta de parto a los trece años.
Mi señor, con quien jugaba de niña, ha acudido a otras mujeres.
- ¡Princesa, te amo! - Pero, ¿quién eres?
No puedo hablar con cualquiera, aun muerta.
No debes tener miedo.
Soy señor de mi reino, que es pequeño y pobre.
- ¡Soy artista! - ¿Artista?
Un artista del tipo más puro.
Un poeta sin poemas, un pintor sin pinturas.
- Un músico. - Un músico sin sonidos.
El arte es el resultado banal de esfuerzos vulgares.
Mi vida es mi obra, consagrada a ti.
- Palabras bellas, pero increíbles. - Ponme a prueba.
Escucha con atención, te dejaré pronto.
Cuando el reloj dé las dos, entrarás en la tumba
y apagarás las tres velas que hay dentro.
Entonces la puerta se cerrará, y te unirás a mí en la muerte.
Un sacrificio ligero.
¿Qué es la vida para un artista auténtico?
Completarás tu obra de arte y coronarás tu amor.
Ennoblecerás tu vida y mostrarás el poder del arte.
Adiós, amigo mío.
No me falles.
Estoy ante la perfección definitiva, tiemblo de expectación.
Entro en el olvido.
Ahora sólo me amará la Muerte.
Nada puede pararme.
- Te espero. - ¿Qué voy a hacer?
Sacrificar mi vida.
¿Por la eternidad? ¿Por la obra de arte? ¿Por amor?
- ¿Estoy loco? - Te espero.
La Muerte verá mi sacrificio.
Un fantasma medirá mi amor.
- La eternidad me dará las gracias. - Te espero.
Mis rodillas son como arcilla, las tripas se me retuercen.
- No puedo. - No espero más.
Bueno, la vida es así.
Podría escribir un poema sobre la princesa.
Pintar o componer una ópera. El final sería más heroico.
Entro en el olvido.
Sólo la Muerte me amará.
No está mal.
¡Los gallos anuncian el alba!
Iré a acostarme.
- Y ya está. - ¡Que salga el autor!
¡Has estado fantástico!
- Y tú excelente. - Ha sido todo cosa de Minus.
- He olvidado una parte. - No ha sido nada.
¡Qué nervios al principio! Luego me he tranquilizado.
¡Las lámparas! Entrémoslas.
- ¿Te ha gustado? - Me han impresionado.
Vamos a quitar la mesa y fregar ahora.
Ya lo haré yo, es hora de acostarse.
No lo permitiremos.
- Me entretengo trabajando. - Bueno, en ese caso...
Bien, me pondré manos a la obra.
Pero, ¿ya te vas a la cama?
- Hay agua caliente en la cocina. - Qué bien.
- La tronada ha pasado. - Ya lo decía yo.
Hemos dejado abierto, tendremos mosquitos.
¡Temibles mosquitos!
- Buenas noches, papá. - Buenas noches, Karin.
¡Buenas noches!
- ¿Quieres que te ayude? - No, no hace falta.
¿Me ayudas?
Se ponen negras de trabajar en el jardín.
No sale.
Qué dedos tan bondadosos tienes.
Pero el pulgar parece un poco terco.
- ¿Estás triste, Karin? - No.
¿En qué piensas?
A veces estamos muy indefensos.
No sé...
Como niños en la jungla de noche.
Los búhos pasan mirándote con sus ojos.
Oyes el repiqueteo de la lluvia, el susurro.
Y los hocicos húmedos,
los dientes de los lobos.
Nos tenemos el uno al otro.
- Estás inquieto, no estoy segura... - No estoy nada inquieto.
Dices que no hay lobos, que no veo búhos ni oigo nada.
"Te imaginas cosas", dices.
Tienes que confiar en mí, pequeña Kajsa.
Pequeña Kajsa.
Siempre me llamas "pequeña Kajsa".
¿La enfermedad me ha convertido en una niña?
¿Crees que soy extraña?
- ¿Crees que digo la verdad? - No lo sé.
- ¿Crees que te quiero? - Claro.
- ¿No es suficiente? - Claro que sí.
- Déjalo, o sangrarás. - No pasa nada.
Mañana tengo que lavar.
Ven a la cama.
Papá ha tomado la obra como un insulto.
Se ha sentido dolido, pero quería ocultarlo.
Y Minus se ha disgustado.
¿Apagamos la luz?
- Siento disgustarte. - Pequeña mía...
- Lo siento. - Mi querida...
Mi querida niña...
Te quiero, mi vida.
No podrías hacerme daño.
Eres muy bondadoso, y yo soy miserable.
Buenas noches.
"Fue hacia él jadeando de expectación,
con las mejillas sonrosadas por el viento. "
¡Dios mío!
Se...
encontraron...
en la...
playa.
¿Ya te has levantado? No serán ni las cuatro.
- Hola, papá. - ¿Qué pasa?
¿Tienes problemas?
Estoy añadiendo los toques finales a mi libro.
- Léemelo. - Cuando tenga las galeradas.
- ¿No duermes? - Unos pájaros me asustaban.
Me han despertado,
y no me atrevía a acostarme otra vez.
Vamos...
- Igual que de pequeña. - Ahora dormirás.
"Se encontraron en la playa.
Era un día despejado.
El otoño estaba en el aire. "
¡Papá!
Karin duerme.
- ¿Vienes a recoger las redes? - Ahora voy.
El año pasado andaba con las manos.
- He perdido estabilidad. - Y yo.
¿Espiritualmente?
- ¿Escribes? - Teatro.
- ¿Puedo leerlo? - No.
Es que no es muy bueno.
- ¿Has escrito mucho? - Trece obras este verano.
¡No me digas!
- Me sale a chorros. ¿Te pasa a ti? - No.
¿Qué te pareció la obra de anoche?
- Era buena. - Era una mierda.
"Su enfermedad es incurable.
Con mejoras temporales.
Lo sospechaba hace mucho, pero la certeza es casi insoportable.
Me horroriza mi curiosidad.
Mis ganas de registrar la enfermedad,
de describir su desintegración gradual...
con precisión.
De usarla. "
¡Martín, despierta, dormilón!
¡Martín, vamos, es la hora del baño!
- ¿Qué hora es? - Son casi las diez.
Dios mío, ¿tanto he dormido?
- Son sólo las cinco. - ¿Y qué?
Llevo siglos despierta y he tenido experiencias extrañas.
- Ven aquí. - No. Vamos a nadar.
- Papá y Minus están con las redes. - Ven.
Duermes demasiado, por eso eres tan sabiondo.
¿Qué pasa, pequeña mía?
Nada.
- ¿Qué pasa, Karin? - Debo confesar una cosa.
Suéltalo.
Cuando papá ha salido he hurgado en los cajones de su mesa.
No sé por qué,
tenía que hacerlo.
- Había escrito cosas. - ¿Como qué?
Sobre mí.
- ¿Qué había escrito? - No puedo decírtelo.
¿Sobre tu enfermedad?
- ¿Es verdad que es incurable? - Querida Karin...
¡Escúchame!
Escúchame, mírame. Mírame.
Le he dicho que puedes sufrir una recaída.
Me habrá entendido mal.
Nadie puede decir que es incurable.
- ¿Palabra de honor? - Palabra de honor.
Eso es.
Había algo más.
¿Qué?
- No puedo decírtelo. - Por favor.
No puedo.
Pregúntaselo tú mismo.
- Karin, pequeña Karin. - Martín.
Ten paciencia conmigo.
Me volverá el deseo.
- ¿No crees? - ¡Claro!
- ¿Te preocupa? - Ni lo más mínimo.
Estoy cansada,
pero deberíamos levantarnos e ir a nadar.
No hace frío.
¿Martín?
Imagínate tener una mujer tranquila que te diera hijos.
Grande, suave, cálida y preciosa.
¿No sería agradable?
- Te quiero a ti. - De todas formas...
¡No quiero a nadie más!
Aunque dices y haces siempre lo correcto,
sale mal.
Lo hago por amor.
- Quien ama, trata bien a su amado. - Entonces no me amas.
¡Adiós, Minus!
¡Adiós!
Que Minus no se duerma con el latín.
Le haré una prueba.
- Adiós. - Adiós.
No olvides el coñac, y trae vino.
Descuida, hija.
- Adiós. - Volveremos para la cena.
¿De qué te ríes?
¡Di algo!
¡Sigue, si te divierte!
¿Cuáles son tus favoritas?
No seas tímido, dímelo.
- ¿Es la que más te gusta? ¿Por qué? - Parece dulce.
Sí, es bonita, pero está un poco gorda.
- Y lleva el pelo muy largo. - No parece complicada.
¿De qué me sirve eso?
¿Vas a pegarme?
Es culpa mía. Perdóname.
Cálmate, Minus.
No importa, no te preocupes.
Ha sido una estupidez curiosear.
No quiero, pero pasa.
- ¿Te pregunto? - Si quieres...
- Sí, empecemos. - De acuerdo.
- Vivimos en una jaula. - ¿Qué?
Tú en la tuya, yo en la mía. Cada uno en su cubículo.
- Yo no estoy enjaulada. - Nunca tengo razón.
Atención: "Constructio ad sensum", ¿qué es?
Es cambiar una construcción gramatical
para adaptarla al contenido.
¿Por ejemplo?
"Nobilitas rem publicam deseru..."
- "Deseruerant". - Eso.
¡Qué calor!
- Estoy levantado desde las 4:30. - ¿Quieres fumar un cigarrillo?
Si miras lo suficiente con la cabeza ladeada,
aparecen muchos miedos.
¿Miedos?
Aunque es tentador.
No hablo de ello con papá o con Martín, no lo entienden.
Sobre todo Martín, está inquieto y ya tiene bastante.
Sólo creen que estoy enferma.
¿Tú también?
No.
Eso creía.
Eres más fuerte.
- Quería hablarte de ello... - Puedes confiar en mí.
Es difícil no hablar de algo que tienes en la cabeza.
Pero no les importará que te lo cuente.
- ¿Les? - No me atosigues con preguntas.
O te lo cuento a mi manera o nada.
- Tengo curiosidad. - Ya lo sé.
Te enseñaré una cosa.
Atravieso paredes, ¿sabes?
Todas las mañanas, una voz firme me despierta.
Me levanto y vengo aquí.
Un día me llamaron de detrás de la pared.
Miré en el armario, pero no había nadie.
La voz siguió llamándome.
Me pegué a la pared y cedió como el follaje.
Y estaba dentro.
¿Crees que me lo invento?
Entro en una habitación grande.
Es todo luz y tranquilidad.
La gente va arriba y abajo.
Algunos me hablan, entonces lo entiendo.
Es agradable y estoy segura.
Algunos rostros irradian una luz brillante.
Todos esperan a que él llegue,
pero nadie está inquieto.
Yo también puedo estar ahí cuando suceda.
¿Por qué lloras?
No es nada.
Nada de qué preocuparse.
Pero a veces tengo un anhelo intenso.
Anhelo ese momento...
en el que se abrirá la puerta.
Y todos se volverán hacia él.
¿Quién es?
Nadie me lo ha dicho con seguridad.
Pero creo que es Dios, que se nos revelará.
Y que entrará en la habitación, por esa puerta.
Minus.
No es fácil decir esto.
- ¿Qué? - Me alejo de Martín.
Me llama, pero no puedo ayudarle.
Finjo.
- ¿Ha notado algo? - No estoy segura.
Debo escoger entre él y los otros.
Lo tengo decidido. Debo sacrificar a Martín.
- ¿Hablas en serio? - No lo sé.
Estoy atrapada en medio, y a veces no estoy segura.
He estado enferma y la enfermedad era como un sueño.
Pero esto no es un sueño, es real.
Para mí no es real, ni lo más mínimo.
Karin.
- Para mí no es real. - ¡Oh, sí!
Un dios baja de la montaña.
Atraviesa el bosque oscuro.
Hay bestias salvajes en el silencio y la oscuridad.
Tiene que ser real.
No estoy soñando, digo la verdad.
Ora estoy en un mundo, ora en otro.
¡No puedo pararlo!
¿Vamos a bañarnos?
Iré solo.
Tengo sueño.
Voy a dormir una siesta.
Cierra al salir.
¡No hagas eso! ¡Vete, vete!
¿Qué demonios puedo hacer?
¿Ya te has preparado el latín?
Sigamos.
Primero tomemos un té.
Minus.
- ¿Se lo contarás a papá y a Martín? - ¿Qué cosa?
Eres listo, pero no me engañas. Le dirás a Martín:
"Debo hablarte de Karin". Y se lo contarás.
- ¿Tú no puedes? - Prométeme no decir nada.
- Bien. - Sólo tú me entiendes.
- Si dices una palabra, me traicionarás. - Lo prometo.
- Va a llover. - ¿Sí?
- ¿Qué te pasa? - ¿Cómo?
Estás callado, casi hostil.
- No vale la pena hablarlo. - ¡Por favor!
- Es sobre Karin. - ¿Karin?
Ha hurgado en tu mesa y ha encontrado tu diario.
Y lo ha leído.
¡No!
¿Qué escribiste?
Quiere que te lo pregunte.
Que su enfermedad es incurable.
Y que sentía la necesidad de registrar su evolución.
No puedo culpar a nadie más, no tengo excusa.
Siempre se trata de ti y lo tuyo.
Tu insensibilidad es perversa.
"Registrar su evolución. " ¡Típico de ti!
No lo entiendes.
No.
Pero entiendo que buscas temas.
La enfermedad de tu hija. ¡Buena idea!
- La quiero. - ¿La quieres?
No hay sitio para las emociones en tu vacío, y no tienes decencia.
Sabes cómo expresarte.
Sólo hay un fenómeno del que no tienes ni idea,
la vida.
¡Eres un cobarde!
Pero en algo eres un genio:
Las evasivas y las excusas.
- ¿Qué quieres que haga? - ¡Escribe el libro!
Quizá encuentres lo que deseas, el gran avance artístico.
No sacrificarás a tu hija en vano y...
¡Adelante!
¡Dilo!
En tus novelas siempre flirteas con un dios.
Tu fe y tus dudas son muy poco convincentes.
Lo más llamativo es tu inventiva.
- ¿Crees que no lo sé? - ¿Y sigues?
- Haz algo respetable. - ¿Como qué?
En tu vida como autor, ¿has escrito algo verdadero?
- No sé. - ¿Lo ves?
Tus medias mentiras refinadas parecen verdades.
- Lo intento. - Quizás.
Pero no lo consigues.
Lo sé.
Estás vacío pero eres capaz.
Y llenas tu vacío con la extinción de Karin.
Pero, ¿dónde encaja Dios en todo esto?
En realidad, esto lo hace más inescrutable.
- Una pregunta. - ¿Cuál?
¿Controlas tus pensamientos más íntimos?
Por suerte, no soy muy complicado.
Mi mundo es muy simple.
Claro y humano.
- ¿Has deseado que Karin muera? - ¡Claro que no!
Sólo tú podrías pensar eso.
¿Juras que nunca lo has pensado?
Sería lógico.
Sabes bien que es un caso incurable.
Y tu sufrimiento es inútil. Más le valdría morir.
- Eres grotesco. - Según se mire.
La quiero.
No puedo hacer nada.
Sólo mirar cómo se transforma en una pobre criatura atormentada.
Deja que te cuente algo.
En Suiza decidí suicidarme.
Alquilé un coche y encontré un precipicio.
Era por la tarde, el valle ya estaba oscuro.
Me sentía vacío, sin miedo ni reproches.
Me dirigí al precipicio,
pisé el acelerador a fondo y el coche se paró, se caló.
Derrapó y se detuvo con las ruedas al borde.
Salí del coche temblando.
Me apoyé en una roca al otro lado.
Me costaba respirar.
¿A qué viene eso?
No tengo frentes que proteger.
La verdad no será una catástrofe.
- No tiene que ver con Karin. - Sí.
No lo entiendo.
De mi vacío nació algo que no puedo tocar ni nombrar.
Un amor...
por Karin y por Minus.
Y por ti.
Quizá te hable de ello.
Ahora no me atrevo. Pero...
Si es tal como espero...
Dejémoslo ya.
Va a llover.
No.
Sí.
¡Va a llover!
¡Karin!
Karin.
Karin.
Karin.
¿Karin, eres tú?
Karin.
Karin.
Soy yo.
¡Karin!
¿No me oyes?
- Me encuentro mal. - Vamos a casa.
- Ayúdame. - ¿Cómo?
Ayúdame.
- Tengo sed. - Traeré agua.
Dios mío.
¿Qué hora es?
Las cinco, creo.
Estuve muy mal, pero ya ha pasado. ¡Pobre Minus!
Karin, cariño...
- Quiero hablar con papá. - Vamos a casa.
Debo hablar antes de que empiece otra vez.
- Escúchame... - Te lo ruego.
Llamaré a una ambulancia.
Trae mi maletín. Debo aplicarle una inyección.
- Papá. - ¿Qué?
Quiero quedarme en el hospital. Basta de tratamientos.
- ¿Me los puedo ahorrar? - No sé.
No puedes vivir en dos mundos. Hay que elegir.
Basta de pasar de uno a otro.
No puedo más.
¿Cómo?
- El odio. - ¿Qué odio?
Esto no ha sido voluntario.
He obedecido a una voz.
La que dijo que leyeras mi diario.
Y que se lo contaras a Martín.
He hecho cosas peores.
Mucho peores.
He intentado resistirme, pero no podía escapar.
Estaba obligada a hacerlo.
¿Cuándo?
Ahora mismo.
¡Pobre Minus!
¡No lo entiendo!
Intenta calmarte.
Y la habitación con la gente...
esperando a que se abra la puerta y Dios vaya a ellos.
Pero luego oigo las voces.
Debo hacer lo que me dicen.
No logro entenderlo.
¿Es sólo mi enfermedad?
Papá...
Es horrible ver tu confusión y entenderla.
Quiero pedirte perdón.
Me he sentido culpable contigo y me he alejado.
Odio pensar en mi vida sacrificada por mi supuesto arte.
Cuando murió tu madre, sólo me importó ser un buen escritor.
Secretamente me alegré, pero a mi modo la quería.
Cuando me enfermé, te fuiste.
No soportaba que heredaras la enfermedad de tu madre.
Debía terminar la novela.
¿Eso está bien?
Verás, Karin.
Dibujas un círculo a tu alrededor...
para dejar fuera lo que no encaje con tus juegos secretos.
Si la vida rompe el círculo, los juegos son ridículos.
Entonces, dibujas otro círculo, nuevas defensas.
- Pobre papá. - Sí, debe vivir en el mundo real.
Vamos a casa.
Debo hacer la maleta.
- ¿Cuándo llega la ambulancia? - En una hora.
Quiero cambiarme.
Puedo sola.
La luz es muy intensa.
Ayuda a Minus con el latín, papá.
Debemos llevar las llaves de la casa.
- ¿No vuelves aquí? - No, me quedaré.
Es lo mejor.
No hemos recogido setas.
- ¿Me ayudas con la maleta? - Claro.
¡Minus!
Minus,
quiero hablar contigo.
Ven aquí.
Tus camisas no están planchadas.
- Tengo camisas en la ciudad. - ¿Me ayudas?
Son los zapatos. Los dejo aquí.
- Ponte éstos y deja ésos. - Los llevaré al zapatero.
¿Tienes algo para la jaqueca?
- He dejado el maletín aquí. - Está en la cocina.
Es cierto.
¿Y Karin?
No sé.
Sí, lo entiendo.
Lo entiendo.
Sí.
Está bien.
Lo entiendo.
Lo entiendo.
Sé que no falta mucho.
Es un alivio saberlo.
La espera ha sido dichosa.
Dicen que llegará en cualquier momento.
- Hay que estar listos. - Vamos a la ciudad.
- Ahora no. - Te equivocas, Karin.
Aquí no sucede nada.
- ¡Ningún dios vendrá por la puerta! - Llegará enseguida.
- Debo estar aquí. - Karin, no es cierto.
- Si no estás callado, vete. - Ven.
¡Vete, déjame vivir este momento a solas!
Martín, querido,
siento haber sido tan desagradable.
¿Podrías arrodillarte a mi lado y juntar las manos?
Esto me resulta extraño contigo en la silla.
Sé que no eres creyente.
Pero hazlo por mí.
Karin.
¡Mi amor!
¡Mi amor!
¡Mi amor!
Sujétale las piernas.
Cálmate, Karin.
Tenía miedo.
La puerta se ha abierto.
Pero el dios era una araña.
Se me ha acercado...
y he visto su rostro.
Era horrible y frío.
Ha subido por mi cuerpo y ha intentado penetrarme.
Me he defendido. Le veía los ojos todo el rato.
Fríos, tranquilos.
Al no poder penetrarme,
ha subido por mi pecho,
hasta mi cara y la pared.
He visto a Dios.
Esperen en el embarcadero, por favor.
Esperan en el embarcadero.
Papá.
Tengo miedo.
Al agarrar a Karin en el barco la realidad se ha agrietado, ¿sabes?
Sí.
La realidad se ha agrietado y me he caído.
Es como en los sueños. Todo es posible.
¡Todo!
Lo sé.
- No viviré en este mundo nuevo. - Sí.
- Debes prenderte de algo. - ¿De qué? ¿De Dios?
Demuéstrame que existe.
- No puedes. - Sí.
Pero debes escuchar bien.
Sí, debo escuchar.
Sólo puedo darte un indicio de mi esperanza.
Es saber que el amor existe en el mundo.
- ¿Un tipo especial de amor? - De todo tipo.
El más grande y el más bajo.
De todo tipo.
- ¿El anhelo de amar? - El anhelo y la negación.
La duda y la fe.
¿El amor demuestra que Dios existe?
No sé si el amor es la prueba, o si es Dios.
Para ti, ¿el amor y Dios son lo mismo?
Apoyo mi vacío en ese pensamiento.
Cuéntame más, papá.
El vacío se vuelve abundancia. La desesperanza, vida.
Es como un indulto de una pena de muerte.
Si es como tú dices,
Dios rodea a Karin, porque la queremos.
¿Podría eso ayudarla?
Creo que sí.
- ¿Te importa si voy a correr? - No, prepararé la cena.
Nos veremos luego.
Papá me ha hablado.