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La riqueza se derivaba fundamentalmente de tres especies del género hevea,
dispersas por la superficie de este bosque húmedo tropical del tamaño de la Luna.
Los árboles se dispersaban como una adaptación biológica
que los protegía de una enfermedad fúngica perniciosa —el mal suramericano de las hojas—
siempre virulento cuando el caucho se concentra en plantaciones.
Este accidente de la biología determinó la economía total del comercio de caucho.
Para llegar a los árboles que valía la pena sangrar, había que movilizar una mano de obra enorme.
Y cuando los cinco mil hombres que cada semana inundaban el Amazonas
del nororiente del Brasil no eran suficientes para el comercio,
los barones del caucho se veían obligados a buscar mano de obra entre la gente indígena.
Y ahora había un problema: ¿cómo asegurar que los indígenas utilizados en este comercio
no huyeran por un bosque que conocían perfectamente?
Los barones del caucho, por supuesto, decidieron que la solución era el terror.
Un cura capuchino que Schultes conoció en el Putumayo, en su primer viaje
le dijo que probablemente lo mejor que se podía decir de un blanco en el Putumayo
en los años del comercio de caucho era que no mataba a sus indígenas como deporte.
Se calcula que de cuarenta mil a cincuenta mil indígenas perdieron la vida
otros tantos los marcaron con hierros candentes.
Todo esto creó un derroche de riqueza que no tuvo fin hasta que
los ingleses sacaron del Brasil en 1877 las semillas de los árboles
en embarcaciones y trenes equipados especialmente
y luego sembraron las semillas de lo que se volvería la industria del caucho en Asia suroccidental.
Y cuando esto sucedió, el cambio en la historia de la Amazonia fue total.
En 1914, Brasil todavía era responsable de más de la mitad de la producción de caucho del mundo.
Para 1918, las plantaciones producían el 80%.
En 1934, cuando la industria automovilística fabricaba más de un millón de carros al año
la producción nacional de caucho correspondía a tan sólo 1,3% de lo que requerían.
Tal era la situación el 8 de diciembre de 1941 cuando Schultes se enteró de los acontecimientos de Pearl Harbor.
Seis semanas después, los japoneses entraron en Malasia.
En ese momento, el 97% del suministro de caucho en el mundo
crecía dentro de quince grados longitudinales y latitudinales de Singapur
el primer lugar al que fueron los japoneses luego del ataque.
Y seis semanas después de Pearl Harbor controlaban los suministros globales de caucho;
no había ningún remplazo sintético.
En 1940, Dupont fabricó cuatro mil toneladas métricas de un caucho sintético
que sólo se podía utilizar para baterías y no para llantas.
El consumo doméstico de caucho en Estados Unidos era 625.000 toneladas métricas en 1940.
Los aliados debían producir un millón de toneladas métricas
para surtir la expansión industrial más importante de la historia: la de sus ejércitos.
Era una crisis impresionante.
A Roosevelt le dijeron, luego de la caída de Francia
que los inventarios de caucho de los aliados durarían seis meses
por lo que puso en marcha tres increíbles iniciativas.
La primera consistió en emprender una campaña masiva de reciclaje.
Únicamente en Estados Unidos había 400.000 puntos de reciclaje.
Los límites mundiales de velocidad se redujeron a 56 kilómetros por hora
Hasta los juguetes de caucho de Fala, el perro de Roosevelt, se fundieron.
no porque faltara el petróleo, sino para proteger las llantas.
En 1943 los aliados sobrevivieron solamente por el reciclaje de caucho.
La segunda iniciativa fue ordenarles a los químicos
que buscaran la manera de producir un millón de toneladas métricas de caucho sintético antes de 1944
si no querían que la guerra —y la civilización— se perdiera.
El día en que el país se involucró en la guerra el producto interno bruto de Estados Unidos
era inferior a cien mil millones de dólares y la orden gubernamental a las industrias superaba esa cifra.
Había una competencia feroz para conseguir materiales y mano de obra.
La tercera iniciativa, clave para esta historia, fue enviar a los exploradores de plantas
a varios sitios del mundo para sacar hasta la última gota de látex de todos los árboles —entre ellos Schultes—
La primera misión de Schultes fue bajar por un río que aparecía en los mapas de Colombia
como una línea punteada de dos mil kilómetros
—el río Apaporis, un afluente del Caquetá, supuestamente la veta madre del caucho—
levantar un mapa del Apaporis y bajar por el Jirijirimo contando árboles individuales de caucho
para calcular el potencial de este río desconocido.
Empezó su expedición en agosto, al ver que Schultes no aparecía
fue declarado desaparecido en noviempre, decidieron notificar a su familia
que se había perdido en la Amazonia noroccidental de Colombia.
Pero milagrosamente, al final de diciembre, llegó un mensaje de la misión de La Pedrera
en el que decía que había un *** flaquísimo que estaba pintando la iglesia de azul.
Resulta que Schultes no sólo había descubierto montañas que ahora llevan su nombre,
sino que también había encontrado numerosas especies botánicas; él decía que se tapaba los ojos
cuando andaba por la selva para no ver otra especie desconocida que no podría coleccionar.
Su misión era muy específica: contar árboles de caucho.
Y eso hizo: contó 18.712 especímenes de Hevea braziliensis.
Calculó que el Apaporis tenía entre dos y tres millones de árboles. Esto fue la veta madre del caucho.
Entretanto, el enfoque había cambiado.
Ya no querían buscar fuentes de látex sino hallar la manera de quebrarles el monopolio a los asiáticos
para que nunca más un poder extranjero, por fuera de las Américas, pudiera controlar las fuentes de caucho.
En algún lugar en el Amazonas, donde fácilmente podía haber unos trescientos millones de árboles Hevea braziliensis
tenía que existir algún ecotipo especial que resistiera a esta terrible enfermedad fúngica.