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Bueno, vamos a volver a hablar del amor;
tema sempiterno; tema que se reitera;
tema que, por lo menos en Occidente,
llevamos 2500 años, hablándolo
y probablemente no hablándolo
tanto como sería necesario
Aunque nadie se podría quejar, de carecer
de discursos muy inteligentes que nos ayuden a pensar,
esta experiencia humana tan anhelada y al mismo tiempo, a veces tan difícil.
De una vez digo que la conferencia avanzará en la línea de tratar de precisar
las características de una modalidad muy precisa del amor
en la gama de amores posibles,
de amores que tienen expresiones tan disímiles como la fraterna,
la filial, la religiosa, la compañeril, etc.
Digo que la conferencia va a centrarse principalísimamente en
tratar de plantearnos el amor como una forma pasional
y algunas de las peculiaridades y de las formas distintivas que tiene
esta experiencia.
En tal medida, y sin menoscabo de la dignidad y el valor de otras formas
del amor, la atención estará en esta ocasión exclusivamente puesta
en lo que llamamos el amor apasionado;
del cual precisamente mañana en la apertura
del grupo de lectura de Ana Karenina
del club de lectura Ana Karenina, pues podrían ustedes
tener ahí un magnífico ejemplo de lo que es la indagación
en torno a la pasión amorosa.
Bien, arranco diciendo esto: todos sabemos que el amor,
el estado de enamoramiento, el amor como una fuerza intensamente vivida
como una fuerza sobrecogedora del conjunto del ser,
el amor es una experiencia inusual.
Lo más común, lo más frecuente es que el estado
en el cual nosotros desenvolvamos nuestra vida es el estado de desenamoramiento.
Incluso esa forma normal que es la de estar desenamorado
se puede dar en la pareja,
y creo que con respecto al amor pasional
la inmensa mayoría de las parejas
podrían ponerse del lado de quienes han visto ya
ausentarse esta experiencia.
Como dije en la conferencia pasada,
eso pues no le quita tampoco el sentido y el valor
a quienes opten en la vida por hacer una forma compañeril,
y con esa forma compañeril construir
también el tejido de una historia personal.
Pero no es usual que amemos; es inusual.
Y por eso es una experiencia que sobrecoge y en cierta manera
tiene un carácter intempestivo cuando nos acaece;
un carácter que permite sin duda alguna
percatarse de una profunda conmoción
que afecta todo el conjunto de nuestro ser
y que arrastra consigo una serie de efectos y
consecuencias de los cuales trataré, pues, de ocuparme con el
mejor cuidado del que sea capaz.
No obstante, me parece que es bueno también señalar,
si es que queremos avanzar en la línea de indagar
lo más seriamente posible el problema del amor,
del amor apasionado,
me parece conveniente advertir que en los tiempos actuales,
en nuestros tiempos hay dos peligros, creo yo
que se ciernen sobre el propósito de tratar de conocer el problema amoroso;
dos graves peligros que están interviniendo en el seno de la sociedad
y que, me parece, que en lugar de propiciarnos la posibilidad de indagar,
de ahondar y de reconocer la naturaleza y las
características de este complejo sentimiento,
más bien están haciendo un efecto disuasor y un efecto distractor
que no nos está permitiendo allegarnos a la médula y al corazón
de este problema del que nos ocupamos hoy.
Esos dos peligros yo los he querido llamar el dogmatismo de los científicos,
por un lado,
y el ilusionismo de los tecnólogos, por el otro.
No voy a detenerme mucho en ello, pero quiero hacer mención.
Cuando digo que el ilusionismo de los tecnólogos
que se propaga hoy en nuestra sociedad es un impedimento,
es una forma reactiva, es una forma denegadora
del esfuerzo cognoscitivo sobre el amor
con ello lo que quiero decir es que toda aquella modalidad
contemporánea que tiene tanto éxito y que tiene tanta acogida,
que llena auditorios, etc., en donde el amor y sus dificultades
o el amor y sus dichas es presentado por algunos
cual si se tratara simplemente de un objeto que mereciera
una explicación de orden técnico,
más que una explicación una manipulación de orden técnico,
entonces bajo formas consejeriles,
bajo expresiones de fórmulas,
bajo una especie de recetario de la vida se le va induciendo a la gente
al ejercicio de una voluntad que le permitiría entonces
allegarse al amor en los mejores términos para su realización.
No quiero ser ofensivo, pero pienso que
toda la propagación de esos discursos de la autoestima,
la superación personal (yo estuve mirando precisamente pensando
en esta conferencia a Pablo Cohelo
y yo creo que tienen todo el derecho ellos a presentar sus discursos
y la gente a acogerse a ellos, si a bien lo tienen),
pero yo sostengo que ahí hay un mecanismo que está dificultando
mucho el conocimiento efectivo y real de la problemática amorosa.
Porque lo que está en juego ahí sería lo que Freud llamaría
más bien el dispositivo de la ilusión,
y bajo consejos, técnicas y propuestas que a manera de fórmulas y
recetas se le hace a la gente,
me parece que lo que se produce finalmente es una distracción
respecto a lo que esencialmente pudiéramos llamar el corazón, de
la verdad del problema amoroso.
Y el segundo peligro que en nuestra sociedad
está haciendo las veces de impedimento
para una tramitación epistemológica del amor que
realmente nos permita entenderlo y con el entenderlo
tratar entonces de situarlo mejor en las coordenadas
de la existencia de cada uno
es lo que di en llamar pues el dogmatismo de los científicos.
Nosotros estamos inmersos en esta época en esos dos frentes:
para los sectores populares “autoestima” y “superación personal”,
y en el mundo académico una suficiencia doctoral en donde la ciencia,
con la pretensión de dar cuenta de todo, incluido lo humano,
ya no tiene reato en plantear al interior de sus proyectos
el mismo sentimiento amoroso.
Entonces hoy es muy común encontrar
y se habla con una suficiencia que bastaría simplemente
con uno decir “esto es científico” para que la gente
inmediatamente, por el halo de científico, quede sumida
en una aceptación acrítica de lo que se le dice.
Entonces neurólogos, genetistas, etc. empiezan ahí a plantear
que ellos disponen de las explicaciones científicas
en torno al problema del amor.
Yo no puedo entrar ahorita en el detalle de un debate sobre esto;
más bien les invitaría que en la emisora de la Universidad Nacional,
creo que va a ser finalizando marzo,
yo voy a tener un debate con el profesor Juan Diego Vé***
entorno, puntualmente, es al tema de la vigencia del psicoanálisis,
pero por lo que más o menos hemos anticipado en la preparación
de ese debate -eso van a ser tres-cuatro programas-
lo que va a estar en el tapete, en juego
va a ser si los problemas humanos y sociales
caen en el ámbito de la ciencia entendiendo estrictamente
por ciencia lo que se matematiza,
o si lo específico de lo humano exige otro tipo de saberes
con otro tipo de rigurosidades, con otro tipo de formas probatorias, etc.
Es decir que no es desde las neuronas,
los genes o las hormonas que se explican las diversas
y muy complejas problemáticas que el ser humano tiene
que encarar, con respecto al amor,
sino que es más bien afinando y desarrollando los conceptos
y las teorías que nos permitan desde saberes como la historia,
la filosofía, el psicoanálisis, etc., entrar pues
al corazón de este asunto.
En esto, y para no avanzar más porque me parece
que no es pertinente por el problema del tiempo,
yo suelo poner un ejemplo cuando converso sobre esto
de lo que yo considero que es una profunda equivocación
cuando algunos piensan que es estudiando la estructura neurológica
o configurando genes específicos
o definiendo estructuras hormonales
donde se podrían explicar asuntos como la sexualidad
o como el amor; yo suelo poner un ejemplo
a partir de esta consideración y es que quien así formula
las cosas, confunde lo que son las condiciones para que un
fenómeno se dé con las determinaciones que explican
que ese fenómeno haya acaecido.
El ejemplo, muy elemental, que yo quiero poner es el siguiente:
si, por ejemplo, yo estoy muy insatisfecho
con la programación de televisión que yo tengo
porque son muy malos los programas que veo, supongamos,
yo no llamo a un técnico de televisores
para que intervenga sobre el televisor
a ver si en esa intervención, entonces,
se puede producir el efecto que yo anhelo
que es el de tener buena programación.
La programación no es del aparato,
la programación tiene que ver con la configuración de los programas
y lo que hay que discutir es con los centros
emisores de los programas no con el diseño técnico del aparato.
Lo mismo diría yo con todo el riesgo de que el símil
me conduzca a situar el sistema cerebral y el sistema neurológico
en particular cual si fuese “un aparato”
pongámosle comillas, “el aparato biológico”
permite que por él se tramite cualquier tipo de programa.
Entonces la relación puntual que alguien tiene con
el sentimiento amoroso,
si yo, por ejemplo, tengo una modalidad especifica de amar
o unas características definidas de sexualidad,
que, por ejemplo, se han vuelto sintomáticas
y que me producen sufrimiento, no es haciendo intervenciones
en el orden genético, neurológico
que además estaría por ver cuáles son,
sino que es más bien, pesquisando la historia mía,
pesquisando el camino por el cual mi vida ha ingresado
por ejemplo, a nudos conflictivos que se están expresando
sintomáticamente en el cuerpo o en el sentimiento.
Yo dejo eso advertido porque a mí sí me parece
que a ese dogmatismo de la ciencia - yo no tengo ninguna impugnación
sobre la ciencia, ni más faltaba, pero yo suelo decir
“zapatero a tus zapatos”, los genetistas a los genes
y los neurólogos a las neuronas;
pero que lo pertinente a lo humano reclama
y ha reclamado desde hace mucho tiempo en Occidente formas,
procedimientos y modalidades de trabajo que son propios.
Eso hace parte de un debate,
pero concluyo eso que quise plantear como intróito de esta
charla señalando que de un lado
para los sectores populares es el mundo consejeril
y de orientación de la vida y en el mundo académico
la supuesta suficiencia científica se han convertido en
verdaderos mecanismos de resistencia al ahondamiento serio
de unas problemáticas como las humanas
que reclaman sus propias formas de trabajo
sus propias formas de entendimiento.
Bien.
Yo quisiera plantear unos elementos muy rápidamente
expuestos en torno a lo que he llamado
“la fenomenología del sentimiento amoroso”;
si el sentimiento amoroso, el hecho de estar enamorado,
es un hecho inusual, es un hecho que es detectable
porque marca unas diferencias sustanciales
en el sujeto con respecto a sus conductas, a sus vivencias, etc.,
y creo que si cada cual de ustedes acude a su memoria
y recuerda los momentos en los cuales ha amado con pasión,
o si está en este momento amando con pasión,
me parece que esto se podrá certificar
sin mucha dificultad por cada cual de nosotros.
Por eso no voy a ser exhaustivo, sino simplemente
a presentar esos mecanismos que hacen que el sentimiento
amoroso no sea una experiencia normal, constante, frecuente,
sino que esté más bien marcada por cierta excepcionalidad.
Lo primero es que alguien que ama y echen ustedes,
si quieren, mano por ejemplo de la referencia a la gran literatura,
otra vez vuelvo a decir Ana Karenina,
Pero otros teóricos han estudiado eso, por ejemplo Freud.
Freud tiene un capítulo que a mí me parece muy hermoso en
“Psicología de las masas y el análisis del yo”,
un capítulo que se llama “Enamoramiento e hipnosis”
en el que muestra también cómo el enamoramiento
se asimilaría a las formas de la hipnosis
y produce en el sujeto unos efectos más o menos semejantes.
Lo primero es que en el estado del enamoramiento,
el sujeto lo que experiencia es una especie de vida
embargada completamente, o del Yo completamente embargado,
el Yo queda completamente embargado por el efecto conmovedor
que le produce un objeto que ha encontrado en el mundo.
Es un embargamiento del Yo en el tiempo;
entonces la temporalidad del sujeto se modifica sustancialmente.
Bastaría con ejemplos así, muy ligeros, como decir
que la espera de una cita con un ser amado
no permite la vivencia del tiempo como lo podría estar,
por ejemplo, experimentando alguien que también
esperando una cita no está mediado por el sentimiento amoroso.
Hay un embargamiento del Yo en los espacios;
los espacios hablan cuando, por ejemplo, un amor ha terminado.
Parte de las dificultades en la elaboración de la muerte
de ese amor tiene que ver con que los espacios han quedado signados,
han quedado marcados y se vuelven lenguajes muy dolorosos para el sujeto.
Los espacios hablan, los espacios marcan preferencias a partir
de las referencias que tenemos con los objetos de amor, etc.
Y obviamente es un embargamiento que afecta también las conductas del sujeto.
Un sujeto enamorado se conduce de una manera
que no es la que pudiéramos llamar normal.
Con lo cual decir anormal aquí no quiere decir algo
del orden de la patología ni mucho menos.
De otro lado, el estado de enamoramiento es una peculiar condición
-por eso es exclusiva del ser humano, los animales no se enamoran-
en donde un sujeto para decirlo con la expresión de Baudelaire
sale de sí y vive por persona interpuesta, vive fuera de sí en el otro,
hace de lo del otro algo suyo y decisivo.
Es como si el radio de intereses y significaciones de su vida
se hubiere expandido hasta recubrir la existencia de un otro.
Por eso el amor es una experiencia de profundo compromiso
también con respecto al ser con el cual uno está en ese lance amoroso.
Creo que en la fenomenología del amor está también
que él activa un inmenso deseo de vivir.
Yo creo que la vida realmente encuentra una de sus formas más afirmativas,
de los énfasis más acentuados cuando se ama con pasión.
De otra parte, alienta a la perfección.
Los enamorados intentan hacerse virtuosos con respecto a las demandas
que le hace el ser amado.
Por eso transforman cosas; no solamente buscan la perfectibilidad de su expresión,
sino también de lo que son sus conductas.
El amor nos hace poetas, dice un filósofo:
en el sentido de que el amor nos dispone a las labores creativas.
¿Cuántas obras, por ejemplo, le debemos nosotros
a la experiencia amorosa de un hombre o de una mujer?
Incluso hasta en el hecho
más o menos normal de escribir cartas
o de dirigirse a una persona amada con proyectos,
uno podría decir que lo que en el ser se ha suscitado
es un ánimo y una disposición a la invención y a la creación.
Evidentemente y este, pues, es uno de los temas más
socorridos de los que han estudiado el tema del amor,
en la fenomenología del amor está la sobreestimación del objeto.
Yo suelo decir que, en general, los seres humanos
nos encontramos frente a otros seres humanos
que están en una línea horizontal como seres comunes y corrientes.
Los seres humanos somos comunes y corrientes para nuestros semejantes.
Pero el amor es un mecanismo de excepcionalización; el amor
saca de la serie de lo común y pone en el orden de lo excepcional al amado.
Y el amante sobreestima el objeto, porque le asigna al objeto
cualidades y virtudes que no son, sin embargo,
percibidas por los demás.
Ese es un tema que es muy tentador; y uno se puede quedar ahí,
y puede echar mano de muchas referencias por ejemplo en la literatura,
y que es muy hermoso y que muestra la singularidad del amor
y que muestra por qué eso no puede ser explicado desde neuronas
ni desde hormonas y es que una mujer, por ejemplo,
cobra un especial valor, una significación, una hipervaloración, mejor,
a los ojos del amante. Mientras que el resto de los amigos de
ese amante ven en esa mujer una mujer más entre otras mujeres.
Esa especie de alucinación que hace el amante por la cual excepcionaliza,
valora y significa de manera muy elevada a su amado o amada
es un rasgo muy particular de esta fenomenología que describo.
Otro rasgo me parece que es lo que llama Ortega y Gasset
la hipertrofia de la mirada: el amante ve mucho.
El amante tiene frente al objeto amado
yo diría que casi que la postura que tiene un artista ante el mundo:
es alguien que sabe del detalle.
El amante no vé bástamente; el amante no ve en bloque;
el amante tiene la percepción que le permite notar y distinguir rasgos,
facetas, matices del amado.
Por eso también uno podría decir que ahí se encuentra
otro elemento que comprueba que la estructura del amor es una
estructura poética, y que por eso, los artistas y particularmente
los novelistas y los poetas nos han sido tan caros al formularnos esto.
Dicho eso yo quiero leerles un poema de Pedro Salinas
que nos permite refrendar lo que acabo decir;
esto de que hay una hipertrofia de la mirada;
que el amante ve mucho de lo que es el entorno y el mundo del amado,
y que ve tanto como ve el artista.
Yo siempre he pensado que los músicos, que los poetas,
que los novelistas son seres que están dotados
de ese divino atributo de ver el matiz de la vida allí donde los demás,
los que somos prosáicos en general, vemos más bien bloques
y conjuntos masivos.
Este es un poema de Pedro Salinas.
Yo voy a leer en el recorrido de la conferencia tres poemas
que refrenden tres momentos de la conferencia.
Este es un poema de Pedro salinas
que dice:
“Ahora te quiero,
como el mar quiere a su agua:
desde fuera, por arriba,
haciéndose sin parar
con ella tormentas, fugas,
albergues, descansos, calmas.
¡Qué frenesí, es quererte!
¡Qué entusiasmo de olas altas,
y qué desmayos de espuma
van y vienen!
Un tropel de formas, hechas, deshechas,
galopan desmelenadas.
Pero detrás de sus flancos
está soñándose un sueño
de otra forma más profunda
de querer, que está allá abajo:
de no ser ya movimiento,
de acabar este vaivén,
este ir y venir de cielos
a abismos, de hallar por fin
la inmóvil flor sin otoño
de un quererse quieto, quieto.
Más allá de ola y espuma
el querer busca su fondo.
Esa hondura donde el mar
hizo la paz con su agua
y están queriéndose ya
sin signos, sin movimiento.
Amor
tan sepultado en su ser,
tan entregado, tan quieto
que nuestro querer en vida
se sintiese
seguro de no acabar
cuando terminan los besos,
las miradas, las señales.
Tan cierto de no morir
como está
el gran amor de los muertos.
En esta fenomenología también he de referenciar
algo que en la conferencia pasada citaba
y no lo voy entonces a desarrollar
que el amor implica la emergencia de tres profundas,
de tres excelsas, de tres supremas dichas para el amante:
es la dicha de la presencia de alguien,
de que se recorte en el horizonte la figura de alguien ante uno;
es la dicha de la palabra, y por eso el goce profundo de los amantes en la conversación,
y es la dicha del erotismo; es el cuerpo sobrevaluado,
es el cuerpo con ese plus de goce que inocula en él, el sentimiento amoroso.
Otro rasgo de esta fenomenología, que es muy propio del amor
y que por eso implica un sentimiento que nos sitúa en
el mundo en una posición inusual es que
el enamorado está embargado de una profunda certeza.
Uno podría jugar con las palabras y decir que
un enamorado es un dogmático del sentimiento:
es una certeza absoluta.
Un amor puede ser perjudicial y dañino y se le puede decir a un amigo:
mirá, atendé lo que está sucediendo con vos y con fulano/fulana porque …
Es decir, uno puede plantearle a alguien una discusión ética o moral
sobre la forma en que está tramitando un sentimiento;
lo que no puede uno es negar que él está embargado por ese sentimiento;
porque esa es una certeza inapelable para él.
Es una certeza indemostrable para él;
él no le puede demostrar al otro la validez
y la profundidad de ese sentimiento; pero igualmente,
de parte del otro es irrefutable esa certeza;
no hay razones que, por ejemplo, nieguen la existencia del sentimiento.
Lo que puede hacer el enamorado, en el mejor de los casos,
cuando un amor se vuelve pernicioso para él sería más bien
encuadrarlo dentro de una ética que le permita ejercer
contra el mismo sentimiento una voluntad,
por ejemplo, de distanciamiento;
pero eso no refuta que él efectivamente está prendado de ese objeto.
Obviamente todo enamorado está embargado
por un deseo muy profundo de perpetuidad.
Yo creo que si hay algo que lastime al enamorado
es que alguien le advirtiese acudiendo, por ejemplo,
a una cierta realidad de las historias de amor,
que ese amor está condenado a fenecer;
porque en el corazón de todos los enamorados yace
el sueño profundo de que ese amor no tenga término.
Ahora, cuando pasan los años y uno puede remontar entonces
la mirada hacia el pasado propio, uno se encuentra
con este hecho singular que es también
propio de esta fenomenología que digo,
es que todo amor que uno ha vivido
efectivamente con pasión tiene el carácter de ser verdadero:
ese es el verdadero amor.
Es decir, es una verdad que el sujeto considera tan sustancial
de él que considera imposible que ese amor termine
o que considera imposible que pudiese vivir sin la existencia de ese amor.
Pero, digo yo, cuando los años han corrido
y algunas historias de amor se guardan ya en la memoria propia,
no deja de ser muy llamativo que cada uno de esos amores
que quedaron sembrados en el recorrido histórico de uno
tienen el carácter de haber sido verdaderos en su momento;
pero, al mismo tiempo un día esos amores terminaron,
desaparecieron como tal sentimiento y luego apareció otro,
otro nuevo amor que trajo consigo también
los visos de ser, en esta ocasión, el verdadero.
Entonces es como si cada amor se quisiera reclamar
como, absoluto, único y definitivo;
pero finalmente fueran haciendo una serie, esos amores,
una serie que constituye el camino histórico por el cual alguien
ha desplegado la historia, la experiencia de sus sentimientos.
En fin, muchas otras cosas podría mencionar.
Por ejemplo, yo creo que en el amor hay una entrega.
Yo creo que el amor es una experiencia de la solidaridad humana
donde hay una entrega que no hay que entenderlo como rendición:
alguien se entrega a otro, en el sentido no que se rinde,
sino que se ofrece a otro.
Yo creo que decir amor egoísta es contradictorio;
todo amor es muy generoso.
Un amor es un esfuerzo por comprometerse con el amado.
Creo que en todo amor hay un orden de dependencia
que es distinto a servidumbre.
Dependencia quiere decir: es que mi existencia la puedo sostener
y la puedo desarrollar en tanto pueda contar
con la existencia de otro ser humano que es sostén fundamental
de lo que yo soy.
Y yo creo que eso no tiene nada que ver con la servidumbre,
ni con ninguna forma denigratoria de la dignidad humana;
sino que tiene que ver más bien con algo que es muy humano.
Más adelantito voy a mostrar que esos mecanismos narcisistas
que cierran a un sujeto completamente, y le hacen sentir
la autosuficiencia, lo que nos entregan es a un sujeto incapaz de amar.
Yo creo que también en la fenomenología
está el sentimiento de la vulnerabilidad
El amante es vulnerable; que es distinto a debilidad.
Vulnerabilidad quiere decir el amante se ha expuesto a un riesgo;
al riesgo de que alguien se constituya en el horizonte
de su existencia como alguien decisivo,
y por ende el proceder de ese alguien resuena inmediatamente
en el ser del amante ya sea para depararle dicha
o para lanzarlo a la desdicha.
En fin, cierro ahí esa pequeña exposición de fenómenos del amor.
El cierre creo que es advirtiendo que el amor
es fuente de dichas supremas.
Pocas experiencias fulgurantes, de lo que pudiéramos
llamar lo paradisíaco, puede tener el ser humano como el amor.
Pero también todos sabemos que el amor es fuente de profundos dolores.
El amor también arrastra hasta nosotros muchos dolores.
Marcel Proust decía que nosotros estamos hechos de una manera tal
que empujamos hacia aquello que nos causará dolor.
Y yo creo que no hay ningún amor
que pueda exonerarse de la experiencia del dolor.
Voy a leer a propósito de eso un segundo poema
de (Pedro) Salinas alusivo precisamente al dolor
al amor como generador de un dolor
y el amor que queda bajo la forma de la huella
del dolor en el ser de un amante... Dice:
“No quiero que te vayas,
dolor, última forma
de amar.
Me estoy sintiendo
vivir cuando me dueles
no en ti, ni aquí, más lejos:
en la tierra, en el año
de donde vienes tu,
en el amor con ella
y todo lo que fue.
En esa realidad
hundida que se niega
a sí misma y se empeña
en que nunca ha existido,
que solo fue un pretexto
mío para vivir.
Si tu no me quedaras,
dolor, irrefutable,
yo no creería;
pero me quedas tu.
Tu verdad me asegura
que nada fue mentira.
Y mientras yo te sienta,
tú me serás, dolor,
la prueba de otra vida
en que no me dolías.
La gran prueba, a lo lejos,
de que existió, que existe,
de que me quiso, sí,
de que aún la estoy queriendo.”
¿Por qué la gente se junta?
¿Por qué la gente se empareja?
¿Por qué la gente hace dúos? (por lo menos en la cultura nuestra es lo que se estila)
¿Por qué la gente se articula y se articula de una manera
en la que pretende hacer indisoluble ese encuentro con el otro?
Yo creo que la gente se junta fundamentalmente por dos razones.
La segunda es la que me parece a mí que
corresponde a la pasión amorosa;
la primera es otra modalidad del amor.
Hay dos razones que animan a la gente a juntarse,
a encontrarse y a tratar de permanecer en una compañía
sobrellevando las vicisitudes de la vida.
La primera razón es la angustia de morir.
Paradójicamente, al amor lo puede generar la muerte,
la angustia de morir.
Porque entonces en la angustia de morir,
el ser humano aspira a encontrar eso de lo que carece:
amparo
y buscamos ser amparados.
Buscamos compañías que nos puedan
deparar la seguridad, y eso no tiene nada de malo.
Zygmunt Bauman habla, y comparto completamente
esa interpretación suya, de que dos elementos
que hoy tenemos que tratar de conjugar en los encuentros interhumanos,
sociales, comunitarios, pero también en esa comunidad
que es la pareja, son la seguridad y la libertad.
Los seres humanos hoy reclamamos libertad
para poder darle despliegue a nuestra singularidad.
Pero también los seres humanos por la desolación en que vivimos,
por el abandono en que estamos, estamos requeridos
de encontrar los brazos de otro, o de otros,
ahí está también la amistad, pero estoy hablando en este caso
de la pareja que me depare amparo.
Yo creo pues que la primera razón por la cual la gente se aproxima
o la gente permanece junta tiene que ver con la angustia de morir
y esa especie de mecanismo paliativo a esa angustia
que sería el amparo que depara la compañía…
la compañía, no la presencia física, la compañía.
Y la segunda razón, yo creo que es un profundo anhelo de ser;
que los seres humanos mal que bien, unos de forma más explícita,
otros implícita, unos abierta, otros denegándola,
de todas maneras llevamos con nosotros un anhelo de ser,
...un anhelo de ser.
El ser humano se caracteriza por su falta de ser,
y el ser del ser humano se constata siendo.
El júbilo que nos depara, por ejemplo, encontrar un ser al que amamos
apasionadamente es que sentimos que nuestro ser se expande
a realizaciones que antes de esa experiencia amorosa
no se habían presentado hasta nosotros.
Por eso la pasión amorosa es una esperanza de ser,
y por eso lo que uno le demanda al otro,
a ese que ha concitado el amor de uno es:
permíteme, entonces, llegar a ser el que estoy llamado a ser,
o impúlsame, o respáldame, o refréndame, etc.
Yo creo que en ese sentido la pasión amorosa no tiene nada de consumista;
que la pasión amorosa es más bien una pasión muy creativa.
Lo que acaece es que en la sociedad que nosotros estamos viviendo
al amor, como a todo, se le ha metido en a lógica de un consumismo que
lo depreda, que lo agota, que lo acaba y que lo hace desechable
y que, a nombre de una cierta libertad de los sujetos, lo que hoy tenemos
es más bien el abandono de la experiencia amorosa.
Yo pienso que en este sentido, y se lo decía yo
a mis estudiantes de la (Universidad) Nacional, hablando con ellos en estos días,
porque uno tiene que tratar de decirle a los jóvenes que la vida
que nosotros tenemos es esplendorosa por misteriosa
y por enigmática, que la vida del ser humano es un juego de posibilidades;
pero esas posibilidades nunca las podremos poner en marcha y en realización
si antes no nos sorprendemos de ella misma.
Por ejemplo, yo les decía:
¿uno no tiene que preguntarse cosas tan elementales como
por qué amo yo a este ser?
Es decir, ¿qué es lo que ha sucedido en el mundo
para que este ser me magnetice?
¿Qué es lo que ha sucedido para que allí donde los otros seres
se deslizan, este de pronto hace las veces de un imán que me magnetiza?
¿Por qué amo yo a este ser?
Es muy misterioso.
Es muy difícil que uno conteste con alguna suficiencia las razones
que lo acompañan a uno para amar a ese ser.
Uno hace esfuerzos; si alguien le pregunta a uno
¿Vos estas enamorado? Y uno dijese: sí, de fulana
¿Y por qué? ... Uno puede decir:
Mirá, es muy bella, es muy buena, muy justa, o es muy inteligente,
o es mi compañera y uno puede hacer toda una zaga de atributos.
Y yo decía: y el que me está oyendo cabecea acordando
a cada atributo que efectivamente eso le corresponde a esa mujer.
Pero al cabo de todo el listado mío no se presenta una
una resultante por la cual el otro se vé entonces
en la sorpresa de también sentirse enamorado de ella.
Es que no es eso lo que ha suscitado el amor.
Y más adelante, espero llegar por lo menos a lo que yo creo
que es la explicación más convincente de esa pregunta
que nos debería siempre extrañar, y no vivir la vida
como si la vida no estuviera llena de cosas asombrosas y enigmáticas.
Otra vez vuelvo a decir yo que esa es la gratitud infinita que
tenemos que guardarle nosotros a los artistas.
Es que los artistas nos están recordando permanentemente:
mire, el mundo es mucho más maravilloso de lo que usted está viendo.
Usted tiene una mirada plana, usted no ve sino superficies,
usted no ve meandros, no ve recovecos, usted no ve zonas penumbrosas
desde donde pueden emerger, en ciertos momentos, colores maravillosos.
Ayer en un seminario que nosotros tenemos de literatura
en la Corporación estábamos leyendo y más que leyendo
conversando con uno de los compañeros de la corporación que escribió
unos cuentos muy hermosos y son unos cuentos que tienen la peculiaridad de que…
él es pintor, pero al mismo tiempo es escritor y entonces
los cuentos versan sobre la creación artística.
Y el personaje del cuento sobre el que conversábamos es el creador
de una pintura o de unas pinturas, mas bien, y son unas margaritas…, unas margaritas.
¿Quién no ha visto margaritas?
Pués habría que decir que la inmensa mayoría de los seres humanos
no hemos visto las margaritas;
que las margaritas las empezamos a ver
cuando los pintores nos dicen: hay margaritas.
Yo aquí evoco las palabras de alguien que dijo
que después de los girasoles de Van Gogh
uno ya no puede mirar los girasoles de la misma manera.
Los artistas nos ayudan entonces a ver el mundo en su magnificencia,
en su multiplicidad, en su pluralidad, en el detalle que hace asombro, etc.
Entonces, ¿por qué amo yo a este ser?
!Pero ojo¡ eso también tiene la pregunta contraria:
¿este ser por qué me ama?
El amor es una construcción ficcional.
El amor es imaginario.
Es famoso el planteamiento de Stendhal y de Proust
de que uno pone en el amado los atributos y las bellezas que luego uno vé.
Permítanme y pido disculpas a quienes ya conocen de sobra ese
fragmento de Stendhal, el bellísimo fragmento de Stendhal.
Yo creo que nadie puede decir las cosas mejor
que las dice Stendhal en el texto de él sobre el amor,
en el que se llama “Del amor”.
Y es ese de que cuando uno ama a alguien le pasa lo mismo
que le pasa a los visitantes de las minas de sal de Salzburgo
-decía Stendhal-, minas muy profundas donde la gente bajaba,
recogía allá en el fondo de la mina unos cristales preciosos,
iridiscentes, diamantinos, y entonces la gente cargaba los morrales
de esos cristales y salía a la superficie feliz con esas joyas que traía,
y cuando salía a la superficie y sacaba los cristales, los diamantes,
digámoslo, para mostrárselos a los demás,
el sol y el calor diluía la sal cristalizada
y lo que emergía era un vulgar pedrusco…, un vulgar pedrusco.
Esa imagen, ni más ni menos, la imagen más anti-romántica del mundo,
pero la imagen más pertinente a la verdad del amor
es la que nos ofrece Stendhal para decirnos: detrás de esa mujer maravillosa,
excepcional y única hay un vulgar pedrusco, es decir un ser común y corriente.
Lo que pasa es que esa ficción no es gratuita,
porque es que la gente tiende a pensar que ficción es un error
o que ficción es como una forma de uno perder entonces el principio de realidad.
No, la ficción lo que produce son efectos que movilizan creativamente
y jubilosamente al ser que ama.
Entonces uno se tiene que preguntar
¿Por qué soy yo amado?
Y quien se pregunta eso le corre un frio por la espina dorsal,
porque sabe que el otro ve en uno maravillas que uno no tiene.
Lacan dice aquello de que amar es dar a alguien que no es lo que no se tiene.
El otro toma de uno lo que uno no tiene;
porque el otro lo que hace es una operación de invención
a partir de algún rasgo de uno que luego generosamente se lo endilga a uno.
Yo por eso suelo decir que uno tendría que estar infinitamente agradecido siempre
de que alguien lo ame a uno; porque no hay merito alguno
que se ponga a la altura del amor que el otro le depara.
Hay un texto, que es un texto clásico y que
seguramente muchos de ustedes conocen.
Yo lo trabajé precisamente este mes
pensando en esta conferencia con mis jóvenes estudiantes de la Nacional
que es “El Banquete”.
Porque puesto en la pregunta ¿qué es el amor?
hay muchos textos profundos, bellos.
Yo creo que le debemos a la filosofía y a la literatura, al psicoanálisis
y en los últimos años a la historia indagaciones muy serias sobre el amor.
Pero yo creo que todos seguimos siendo tributarios de esa fuente inagotable
que se llama Platón.
Un filósofo dijo una frase muy hermosa;
dijo que toda la historia de la filosofía de Occidente,
los 2500 años de la filosofía de Occidente,
no eran sino notas a pié de página a la obra de Platón.
Pues las notas a pie de página que estamos haciendo sobre el amor
hay que ponerlas en el texto de “El Banquete”.
En “El Banquete” hay seis invitados al agasajo que acompañan a Agatón
quien ha ganado con una de sus tragedias el premio,
y los comensales se reúnen y ponen como tema,
mientras beben y comen, ponen el tema: conversemos sobre el amor.
Y hay siete planteamientos que son maravillosos.
Porque Platón, a diferencia -y disculpen si esto incomoda-
de Anthony de Mello o de Walter Riso, Platón tiene la inteligencia
suficiente para saber que nadie puede agotar el amor,
y que no puede haber expresión o enunciado que diga, he aquí la consumación
de lo que es este fenómeno.
Entonces el pone siete personajes a hablar y cada uno dice algo que es verdad,
pero no es suficiente, es decir, no totaliza.
E incluso entre los intervinientes se puede dar la situación
de que haya planteamientos verdaderos y contradictorios entre ellos,
y no hay ningún cierre y conclusión:
no es que cuando Sócrates toma la palabra al final
entonces Sócrates va a venir a rebatir a los otros
y finalmente nos entregará, pues, la verdad prístina del amor, no.
Yo sostengo siempre que los grandes pensadores
no están hechos para tranquilizarnos, ni para quitarnos el trabajo de construir
las respuestas que nos corresponde a cada uno con respecto a nuestra vida.
Por ejemplo, Fedro dice que el amor es el dios más antiguo.
Pero Agatón más adelante dirá que el amor es el dios más joven,
y ambos tienen razón.
Es el más antiguo, porque el amor es correlativo al ser humano,
es del orden de la estructura; es decir, donde hay un humano
hay un agujero en donde se instala la demanda amorosa para el ser humano.
Así como se suele decir no hay humanidad sin lenguaje
o no hay lenguaje sin pensamiento, habría que decir
no hay humanidad sin un lugar para el amor.
Pero Agatón dice que es el más Joven, y también tiene razón;
porque con eso lo que él quiere decir es que
el sentimiento amoroso de un sujeto no envejece.
Por eso se puede dar una tragedia en la vida,
que uno envejece y se enamora.
Goethe a los 82 años se enamoró
perdidamente de una muchacha de 16 años.
y eso, pues, nuestra época lo mira con sonrisa burlona;
porque como los viejos son figuras vergonzosas,
y los viejos son como seres de segunda categoría.
Precisamente este tipo de planteamiento como el de Agatón
lo que muestra es que en el ser humano el deseo no muere,
el deseo no se arruga, el deseo no se debilita, por principio;
los años no agotan el deseo;
y el deseo dignifica.
Y por eso el anhelo de cualquier ser humano
que quiera realmente, creo yo, pues, tener una vida
que valga la pena es el de vivir con sus pasiones intactas
hasta el colmo de su vida.
Por ejemplo, Erixímaco dice que en el amor
lo diferente tiende a lo diferente, dice Erixímaco.
Y es cierto: uno ama a un otro que es otro y no es uno,
y es un otro que en ese sentido trae para con uno diferencias sustanciales.
Pero Sócrates va a decir que en el amor lo semejante ama lo semejante.
Y también es cierto: uno ama a un otro que de alguna manera
también le devuelve lo esencial que lo constituye a uno.
Entonces este es un diálogo precioso, profundo y muy potente
que uno tendría la necesidad de todo el tiempo del mundo
para poder desarrollar lo que el formula; pero esencialmente,
esencialmente, en mi opinión, hay tres grandes planteamientos
en el juego de estas intervenciones, que no puedo dejar de mencionar.
La una, rápidamente dicha, es la famosa, pues, intervención de Aristófanes
con aquel mito de: ¿Por qué uno ama a otro?
Entonces Aristófanes acude a la imagen de un mítico
origen del ser humano en condición esférica con cuatro brazos,
cuatro piernas, dos órganos sexuales, etc.
(eso lo hablamos el mes pasado), y la partición por castigo divino,
por castigo de los dioses, que lo deja a uno amputado con respecto a una mitad.
Y entonces el amor no es sino la añoranza de poder reencontrar
la mitad perdida: mito precioso, mito problemático,
mito que deja secuelas muy discutibles; pero intervención
preciosa de Aristófanes que sobretodo, me parece,
apunta a señalarnos un anhelo imposible
y es que el amor constituya un encuentro armónico y de completud.
La intervención de Sócrates es decisiva.
Sócrates entre otras cosas va a formular que el que desea
-y el amor es una vertiente del deseo, el amor apasionado
es un deseo del ser del otro-, que el que desea
es porque le falta la cosa que desea, que no se puede desear
lo que se posee. Esto tiene... muchas consecuencias.
Si es cierto que desear es posible solo de aquello que no se posee,
que no se tiene; esto debería conducirnos también a reflexionar
-y el mes entrante lo tratare de presentar cuando trabajemos el extraño
invento de occidente: de tratar de fundar el matrimonio en el amor-,
habría que derivar cosas: cómo se juega una lógica de la pareja de amantes
que no certifique la tenencia del otro;
porque la tenencia del otro, la certeza del otro
para el amante es la declinación de su amor.
Solo se desea, dice Sócrates lo que no se está seguro de poseer.
Entonces, el planteamiento de Sócrates a destacar es
que el amor tiene que ver con una falta en el ser,
y que es la falta en el ser lo que dinamiza -en el encuentro con un ser en el mundo-
ese sentimiento de articulación o ese anhelo de articulación que caracteriza al amor.
Pero viene Alcibíades; Alcibíades remata el dialogo.
Quienes no lo hayan leído, de verdad, háganlo,
porque es un dialogo portentoso, es una cumbre, en mi opinión,
de la escritura… Platón tenía esa extrañísima virtud
de hacer de la filosofía, poesía.
Y Alcibíades es un momento de ese diálogo muy impresionante.
Alcibíades es el paradigma del joven griego, atlético, bello, inteligente
y que ama la sabiduría... Para los griegos la sabiduría
endilgaba en el ser la belleza. No es como nuestra época,
donde la sabiduría parece más bien estorbosa.
Yo alguna vez dictaba una conferencia con un título muy brusco,
que en estos días revisando unos papeles viejos la encontré;
esa conferencia se titulaba: “Los tontos están de moda”.
Y creo que la tontería está de moda.
Los griegos no hubieran aceptado jamás la tontería
como un valor de la sociedad. Y los tontos jamás hubieran tenido
las atribuciones que tiene en el tiempo presente.
Y cuando digo los tontos, es la gente que abandona completamente
cualquier preocupación seria por la vida, y que la quiere vivir al tun-tun;
pero que además acredita y se autoriza para definir
esa actitud suya casi como paradigmática.
Alcibíades es el joven bello, inteligente, culto y anheloso de la sabiduría.
Y resulta que Alcibíades en ese final
casi que extenuante de ese diálogo…
Alcibíades intenta seducir al viejo, feo y desdentado Sócrates... y fracasa.
Ese es un pasaje muy hermoso. Yo aquí separé una partecita
para leerles de cuando entra Alcibíades, que viene borracho
y está muy adolorido con Sócrates; porque Sócrates lo ha despreciado,
porque el cuenta que lo ha intentado seducir.
Yacieron el uno al lado del otro: Alcibíades con su cuerpo apolíneo
desnudo y Sócrates imperturbable.
Es un pasaje muy interesante que ahorita espero tener
unos minutos para ahondar en el rasgo que, en mi opinión,
es más destacado en ese discurso de Alcibíades.
Pero él dice, en lo que me interesa ahora mencionar,
para sacarle punta más adelante, es esto:
Él dice...
él dice, no voy a hablar del amor; yo voy a hablar de Sócrates.
Entonces dice así: “Para elogiar a Sócrates,
amigos míos, tendré que recurrir a comparaciones.
Sócrates creerá quizá que trato de hacerlo reír, pero mis imágenes
tendrán por objeto la verdad y no la broma.
Empiezo diciendo que Sócrates se asemeja a esos silenos
que vemos expuestos en los estudios de los escultores a los que los artistas
representan con una flauta con pitos en la mano.
Si separáis las dos piezas de que se componen estas estatuas,
encontraréis en su interior la imagen de alguna divinidad.
Digo enseguida que Sócrates se parece especialmente al sátiro Marsias.”
Paro ahí; porque lo que está diciendo es muy elemental. Él dice: Sócrates se parece a esos silenos
que son unas estatuillas, que hacían los artesanos griegos,
para representar generalmente asuntos de la música.
Pero entonces resulta que si uno abría esas estatuillas,
adentro había figuras de dioses.
Esa especie de joya interna, eso del objeto maravilloso, el ÁGALMA
dice el psicoanálisis, que está escondido, que está encubierto en la estatuilla
es lo que produce el efecto de atracción y de fascinación.
Y Sócrates, para Alcibíades, es como el sileno,
en su interior guarda una joya preciosa.
Más adelante trataré de mostrar en qué consiste esa joya preciosa,
porque ahí está la clave del amor. Ese es el gran problema del amor.
Pero si ustedes hacen un repaso de “El Banquete”, del diálogo,
van a encontrar esta serie de presentaciones, de aspectos,
de perspectivas del amor, que no logran conjugarse en una unidad plena,
sino que hay que aceptar que tienen siempre una verdad parcial y válida.
Ahora, si yo tuviera que decir muy sintéticamente, a partir del discurso
de Alcibíades y con referencia a Sócrates qué quiere decir amar;
yo diría que amar es reencontrar el ÁGALMA;
es decir, el diosecillo que como objeto precioso,
como tesoro guardado en el interior de esa persona;
es suponer que alguien contiene, guarda, una joya esencial para mí,
y a partir de esa suposición que me fascina, porque ahí doy por sentado
que he de encontrar algo que me constituye y me falta,
disponerse a hacer una obra del lenguaje con ella.
Amar no es sino creer rencontrar el ÁGALMA,
ese que está presente en el interior del sileno.
El sileno es el amado, y ese amado -no es la persona lo que me atrae-,
es la suposición que yo tengo de que algo que concierne
a una verdad esencial mía, un objeto fundamental mío que he perdido,
lo reencuentro en el mundo en esa persona
que me lo depara como promesa, no como certeza.
Y con ese amor, empezar a hacer una obra de lenguaje; valga decir, una historia.
¿Qué es lo que pasa en el mundo burgués?, que el amor se dilapida en el consumo.
Un mundo que vive entre las dos lógicas del
consumismo desaforado y el entretenimiento desesperado
hace de la experiencia amorosa y por eso la futilidad y por eso la ligereza
y por eso la trivialidad que hoy tienen muchas
de las “experiencias amorosas” pues, yo ahí pondría comillas,
con eso no se hace nada; eso se gasta.
Mientras que aquí, el planteamiento es que con el amor se hace algo;
¿qué?, una obra de lenguaje, ¿qué quiere decir una obra de lenguaje?
una historia, que permita una narración entre los seres.
Ahora, sobre esa línea habría que hacer una afirmación muy categórica:
el amor es esencialmente, por no decir exclusivamente, femenino.
Y por eso a los hombres nos cuesta tanto amar.
Advertencia... todos sabemos, unos más, otros menos,
unos con más claridad otros con menos, pero intuimos eso ya,
hoy por hoy, que mujer y feminidad no equivalen;
que hombre y masculinidad no equivalen.
Hoy hay, por ejemplo, muchas mujeres apostadas a la masculinidad,
y que bajo esa especie de emblema “yo también”, “si los hombres … yo también”,
digámoslo han adherido a unas propuestas masculinas.
Yo no estoy con esto denigrando de lo masculino,
ni diciendo que es un error de la humanidad la masculinidad;
estoy diciendo, la masculinidad es atinente a unas cosas valiosas,
pero en materia de amor la masculinidad no tiene nada qué hacer.
Como las mujeres generalmente son femeninas, no siempre,
pero, generalmente, son femeninas y los hombres, no siempre,
pero, generalmente, somos masculinos, y si se afirma el amor es primordial
cuando no exclusivamente una experiencia femenina,
eso lo que quiere decir es que lo femenino
es una apuesta en la vida por el goce de ser,
mientras lo masculino es una apuesta en la vida por el goce de tener.
Por eso los hombres, en general, estamos aventurados en la vida
a la conquista de esa forma del tener o de garantía del tener
que es el poder;
nos fascina.
Y el poder tiene una cosa muy monótona.
Los hombres, que en general encarnamos la masculinidad, gozamos de tener;
por eso, tener... fortunas, tener mucho poder para
controlar a otros seres humanos, etc.
Repito, se que algunas mujeres están apostadas a eso también;
porque es que la feminidad no viene en el organismo de la mujer.
Pero hay una historia que se podría contar y demostrar,
por qué, en general, la salida de la mujer de cierta crisis primordial
en su vida es hacia el camino de la feminidad, hacia el goce de ser.
Mientras que en el hombre es el goce de tener. Nosotros tenemos un problema, -los hombres-
es que no soportamos la falta;
como no soportamos la falta, apostamos la vida a todo aquello
que nos refrende que efectivamente no tenemos falta.
Por eso el lugar que tiene la sexualidad entre nosotros.
Por eso, por ejemplo, uno puede decir en el amor las mujeres amarran
en general, gracias a la feminidad, el amor a la sexualidad o la sexualidad al amor.
En cambio en los hombres puede haber una dicotomía:
el amor queda deslindado de la sexualidad. Pero voy a eso con despacio.
La feminidad es un goce de ser y por eso las mujeres se aventuran;
pero no en el sentido de los hombres, hacen una aventura del ser.
La gran novelística del siglo XIX con esas tres grandes heroínas…
Uno tendría que decir, ¿por qué esos grandes femeninos que fueron Tolstoi,
Flaubert y Stendhal no situaron esas tres inmensas novelas que son
“Rojo y ***”, “Madame Bovary” y “Ana Karenina” con un personaje central hombre?
¡No!..., es muy difícil pensar un hombre que se desenvuelva con la lógica de
Madame Bovary o de madame de Renal en “Rojo y ***” o de Ana Karenina.
Esas eran tres locas, aventuradas.
Pero ellas no salieron a la aventura de que voy a conseguir plata,
voy a volverme un gobernante muy poderoso, voy a someter gente.
Ese cuento no es el que les fascina con la vida.
Aman tanto la vida que lo que quieren es,
para decirlo en las palabras de Rilke, “ser más para vivir más”.
Y por eso las mujeres femeninas en ese goce de ser
que las lanza a las aventuras de ser; mientras los hombres en la masculinidad
gozamos de tener y las aventuras nuestras son del tener;
que incluso se puede mostrar con un ejemplo muy simple:
los hombres tienen hijos; las mujeres hacen hijos
y no los hacen porque los gestan, que también;
los hacen porque los modelan. ¿Es gratuito que incluso en sociedades
tan verticalmente machistas como han sido las sociedades en el planeta,
pero que entre nosotros, por ejemplo, se hable de “la lengua materna”?
No se dice “la lengua paterna”; yo no digo
“la lengua paterna mía es el castellano”, no; es la lengua materna,
y sin lengua yo no hubiera sido; porque no hubiera tenido nada:
ni pensamiento, ni lenguaje, ni otros lenguajes, etc.
Ahora, eso es hechura, hechura en la trasmisión paciente, tesonera, cotidiana.
Yo lo digo y sin incurrir en romanticismos. Si uno se detiene a pensar
la gesta de una madre para con uno, nunca alcanzaría uno
a dimensionar la gratitud que nunca podrá uno devolverle a esa mujer.
Porque lo que esa mujer hizo no fue poner una criatura en el mundo
y después que más o menos se las arregle como pueda;
como sí, en general, pasa con los hombres.
Y por eso cuando ustedes ven el espectáculo de este país,
con un montón de niños cuyo único respaldo en el mundo
y cuya única posibilidad de consistencia para vivir se las depara una mujer,
es porque una mujer en general sabe que el problema
no es tener un hijo; que el problema es hacer un hijo;
porque en el hacer está el ser.
El tener es una cosa que se expone o se detenta y no más.
Esto también importa mucho sobre una bella expresión
que tiene Platón en el diálogo es que a uno le dispara el amor
el “divino detalle”, un “divino detalle”; expresión preciosa
que después el psicoanálisis utiliza mucho, un “divino detalle”.
Un “divino detalle” es una minucia, una insignificancia.
Vos sos un hombre y estas ante un grupo de mujeres,
y de pronto el “divino detalle” salta:
el movimiento de un cabello, la forma en que una mujer menea el cabello,
una forma de la sonrisa, una manera de mirar,
una opacidad de la mirada, ¡váyase a saber qué!
Ahí puede a la manera del Florero de Llorente
en la guerra de la independencia dispararse el fenómeno.
Puede ser que ese amor sea fallido.
Y así como yo decía ahora que uno en su vida
tiene una serie de amores, verdaderos; todos sabemos también
que hay un montón de amores fallidos; que fueron falsas alarmas
del sentimiento, y que el divino detalle emergió,
pero falseó la verdad de lo que encubría, y el ágalma no estaba tras ese divino detalle.
En los hombres el divino detalle generalmente es del orden del fetiche,
que es un rasgo así como más o menos de “me gustan esos ojos”,
“me gusta esa sonrisa”; por ahí podemos abrir las puertas del amor.
En las mujeres, en mi opinión, es que el “divino detalle” no pasa por ahí,
porque la feminidad no permite… es que el divino detalle como fetiche
es del orden, en mi opinión, del tener.
¿Qué es lo que enamora a las mujeres? ¿Cual es el divino detalle de las mujeres femeninas?
En mi opinión, el divino detalle no es un fetiche,
un objeto parcial que se reconoce, sino un proceso.
Y si yo tengo que ejemplificar les pongo este caso que el mes pasado
creo que lo traje a colación cuando dije que en la novela de Goethe
“Los sufrimientos del joven Werther”,
el momento en el que Werther queda prendado irremisiblemente de Carlota
es cuando, al pasar por una ventana, ve a una muchacha joven, bella esplendorosa,
vestida en traje de fiesta, porque va para una fiesta, rodeada de chiquilines
que son sus hermanitos, que la quieren mucho
y a quienes ella les está dando algo de comer.
Esa escena incita en tanto “divino detalle” el enamoramiento de Werther;
porque tiene que ver, en el caso de Werther, con la evocación de una figura
materna claramente denotada en ese acto con el
que Carlota está atendiendo a su hermanitos.
Yo creo que es muy difícil que una mujer se enamore de un rasgo insignificante
de un hombre, de cómo camina un hombre.
¡Ojo! “Se enamora” es quizás atropellar la expresión. Yo digo:
a uno le encanta alguien, por una cosa: esa mujer me encanta. ¿Por qué?
Esa sonrisa, o esa actitud, ese silencio, esos movimientos, váyase a saber qué. Bien.
Yo creo que es muy difícil, porque las mujeres femeninas son muy procesuales.
Y entonces, yo contrasto el fetiche de Werther en el enamoramiento de él por Carlota
con el enamoramiento de Milena Jenseská de Kafka.
Milena se enamoró por las cartas, pero no por la primera carta.
Para mi Kafka es el más grande seductor que ha tenido la humanidad.
Para mi Kafka tocó lo más hondo de la humanidad. Yo suelo decirlo:
es el más humano de los humanos que habitó este planeta;
pero además es el hombre que más supo cómo abrir las puertas del amor en una mujer,
y no lo supo malintencionadamente, tortuoso, no, ¡fue un seductor!
Hacia el final de esta conferencia yo voy a recoger otra vez a Alcibíades y Sócrates
para mostrar como el fracaso de Alcibíades es el triunfo de Kafka.
Kafka enamora a Milena, yo lo he dicho muchas veces aquí;
no se conocían, físicamente. En esa época no había Internet…
Una vez, años atrás se habían encontrado, circunstancialmente, en un café;
Kafka ni se acordaba quien era esa muchacha. Milena, como Kafka era un escritor
y Kafka no era famoso pero alguien le paso al oído que ese tipo escribía,
y Milena tenía un ojo para la escritura miedoso,
Milena fue de las pocas que supo que Kafka era un grande.
Y años después, Milena le manda aquella famosa carta en la que le dice a Kafka
con todo el respeto del mundo, una mujer se dirige a un tipo muy inteligente,
ella ha leído “La metamorfosis”; como cualquier mortal quedó atrapada en ese relato
y le pide que si le da permiso para ella traducir al checo "La metamorfosis"
y publicar la versión checa.
Kafka, que no le podían tirar una palabra, porque devolvía una andanada de palabras;
pero además las palabras más majestuosamente construidas del mundo
las cartas de Kafka, yo no sé... eso no tiene nombre uno para calificarlas.
Kafka le devuelve una carta... Kafka empieza a tejer.
Yo siempre digo: teje la telaraña de la palabra.
Milena no está enamorada al comienzo de Kafka ni de la primera carta,
ni de la segunda, ni de la tercera, ni de la cuarta.
El amor en Milena es sutil como va ingresando a ella.
El otro, seductor por excelencia, sabe como se le quiebra el blindaje a esa mujer
que estaba casada, que no había visto a Kafka, no lo conocía,
no tenía ninguna representación en figura.
Y cuando vos seguís el epistolario de Kafka y Milena, de lo cual infortunadamente
no tenemos sino las cartas de Kafka, porque Kafka las guardaba,
como las de Felice, la otra mujer que amó tanto y de la que también enamoró
a punta de cartas, y los Nazis, infortunadamente, cuando Kafka
estaba al borde de la muerte entregó su legado literario a Max Brod,
pero las cartas, a la hermana pequeña de él, que él quería mucho,
y los Nazis, porque él era judío arrasaron con esas cartas;
Milena se enamora, se enamora y yo digo, el “divino detalle” de Milena
está en el proceso simbólico por el cual un hombre
denota su ser; ella se enamora del ser Kafka.
Por eso las mujeres tienen una cosa muy excepcional frente a los hombres.
Las mujeres pueden gozar el erotismo como locas,
pero ellas no son esclavas de la imagen, de la imagen del otro.
La mujer puede hacer un culto artístico de su cuerpo, de su figura y de su expresión;
pero la mujer no depende para el amor de si el otro es el más bonito de los bonitos.
Eso sería tema largo y para otra parte. Pero yo lo que quiero decir es
que si el “divino detalle” en el hombre está del lado del fetiche,
el “divino detalle” en las mujeres, en mi opinión, está del lado de los procesos.
Y ahí entonces aterrizo al tema que también muestra por qué el amor
es una dimensión muy compleja y muy vasta en la mujer.
Y yo sí creo que las mujeres hoy, son el reservorio de lo más humano de la humanidad.
Las mujeres son hoy las guardianas del lenguaje.
Y yo lo digo no solamente porque lo he tratado de entender a través del estudio,
sino también en mi experiencia pedagógica:
las mujeres toman más en serio la vida.
Porque como no están enloquecidas con el tener.
Es que el tener es muy monótono. Yo a veces me pongo a pensar
¿uno podría, por ejemplo, hablar cinco días seguidos con Mario Julio Santodomingo?
Debe ser difícil, ¿no?
Me imagino que ese señor le sacará cuentas a uno y cuentas, y cuentas y cuentas…
y compré tal empresa y ya Bancolombia compró no sé qué más cosas.
Es que el tener es muy simple.
El tener es detentar algo y mantenerse en una lógica acumulativa.
Es que el ser es muy complejo, matiza; y por eso los seres apostados al ser
no hacen del poder el epicentro de su vida.
Por ejemplo mi experiencia como profesor, yo siempre tengo la vivencia,
claro, yo tengo ahí alumnos, muchachos;
muchachos seguramente cruzados por algún toque de feminidad.
Pero yo siempre siento que en las muchachas hay como una relación más serena con la vida.
Es que la vida es demasiado bella para uno precipitarla, pues, a una
ambición loca de más, más, más… más poder; sino como que hay más asombro.
A ellas les asombra que haya muerte; les asombra que haya amor;
les asombra que haya soledad; es decir, toman en serio la vida. Son más sensibles.
El tema del amor, el tema del amor sigue siendo un tema
muy menospreciado por los hombres. Seguramente
los que estamos acá hacemos parte de una excepción.
Vayan ustedes a la universidad, pregúntense ustedes por qué en las universidades,
por ejemplo, cosas tan importantes como la muerte, el amor, etc.
no son objeto de estudio; como si eso fuera una cosa secundaria, o accesoria.
Bueno, las mujeres toman eso en serio. Yo creo que se sienten concernidas,
y por eso, para ir al tema de la sexualidad, el erotismo de las mujeres
es un erotismo que pasa por la condición del amor… del amor.
Es sabido, por ejemplo, que en la masculinidad se pueden dislocar el amor y la sexualidad,
y se puede gozar sexualmente de un ser no amado.
Porque hay un tema bravísimo con el tener: ¡yo detento el falo!
Esta angustia de que no lo tengo, cómo la elimino;
pues que me lo corroboren, ¿quiénes?, las mujeres... las mujeres.
En cambio como las mujeres por los procesos de configuración
que en sus tempranos momentos en la vida lograron,
asumen la falta; es decir asumen lo más humano de lo humano,
que somos seres en falta.
Es que el enredo lo tenemos... somos los hombres, en una cosa.
Es que a nosotros lo que nos falta es la falta
y eso es gravísimo, por eso estamos desesperados
por estar negando la falta a través de la tenencia de todo.
En cambio yo pienso que las mujeres pacificaron la vida,
dijeron, ¿saben qué? “yo soy un ser en falta”.
No es que me falte el pene; a las mujeres no les falta el pene…
Eso fue un error muy lamentable de Freud, esa cosa que la envidia del pene... eso.
Pero las mujeres es como si dijeran: ¿sabe qué?
Yo soy un ser en falta... ¡ya! Yo no me pongo en carreras a denegar esa falta,
yo más bien, desde la falta, abro el campo del deseo y abro el campo del ser,
es decir, me pongo en camino a ser.
Y por eso es que... por ejemplo, ¿por qué a las mujeres les fascina la palabra?
A mí me decía una amiga, quizás de manera un poco tosca:
“No, no, a mi me enamoran por el oído” me dijo, “a mí me enamoran por el oído”.
A mí, pues, figuritas ahí, a punta de ojo, no…
¿Pero por qué les encanta que les escriban?
Incluso en una época que infortunadamente está desmoronando
ese poder maravilloso del intercambio humano que es la escritura.
Ahora, una mujer hace al goce erótico por una vía, por la vía en la cual ella…
Es decir ella pone el cuerpo en disposición al goce
si se cumplen dos condiciones, simultáneas: amar y ser amada.
Si se incumple una de esas dos condiciones, el cuerpo se cierra.
En cambio, un hombre puede hacer una sexualidad con una anónima total.
La historia de la prostitución es, esencialmente, la historia de la prostitución
de los hombres que van a tener encuentros con mujeres desconocidas y efímeras.
Por eso las mujeres, en gracia a la feminidad que las inviste,
disponen de mejores condiciones para el amor que los hombres.
Y si los hombres no feminizamos, es decir, si los hombres
no nos aprestamos a gozar de ser…,
y otra vez vuelvo a la gratitud con los artistas.
Es que los artistas nos dicen: ¿sabe qué hombre?
Es que hay que gozar de la poética, es que hay que gozar de los colores,
es que hay que gozar de los sonidos, es que la vida se abre a vertientes
maravillosas a través de los sonidos de un piano, o a través de los colores
de una pintura, o a través de la construcción de la palabra,
por ejemplo, en la forma del poema.
Los hombres incumplimos con una condición fundamental para amar,
y es que para uno amar tiene que reconocer y casi, diría yo,
confesar, que está en falta; porque quien confiesa y reconoce que está en falta
está diciendo directamente, requiero al otro; es decir,
hay algo agujereado en mi que implica que yo no me basto a mí mismo,
y que mi vida y mi ser requieren de una apuesta por fuera de mi mismo.
Por eso Narciso, en el bello mito griego, Narciso... ¿quien es Narciso?
El que está absolutamente cautivado por sí mismo.
En un narciso no hay posibilidades del amor;
porque un narciso es ante todo el que intenta denegar
completamente la existencia de una falta en él.
Ahora, los narcisos no aman, pero si pueden generar el amor en otros
para que les rindan culto.
En eso hay una modalidad de seductor que no es capaz de amar: esta muchacha
tan bella…, “yo, hombre tan excepcional”.
Pero yo necesito de todas maneras un poquito como en el modelo cristiano…
que Dios hace unas criaturas para que luego le estén haciendo reverencias
a toda hora y diciéndole que él es lo más grande, lo más bello y que él es todo bondad...
Entonces, un poco a la manera de ese dios tan narciso
que hace criaturas a su servicio, o para su servicio,
hay narcisos que hacen la seducción, no son capaces de amar,
pero si necesitan cultores de ellos.
Y entonces construyen, mediante los mecanismos de seducción, quienes les rindan culto.
Ellos fallan en una cosa fundamental de la experiencia amorosa,
que es con lo que voy a terminar, con lo de Alcibíades y Sócrates:
la reciprocidad, la construcción de la reciprocidad.
En el misterio del amor, de por qué uno se enamora,
me parece que sí es muy importante que no pasemos de largo
ante un hecho y es que ese misterio está de un lado (y de ahí que yo diga
que no me convence absolutamente para nada la ciencia explicando estas cosas),
es que de un lado está la singularidad del sujeto y del otro lado la especificidad del objeto.
Singularidad del sujeto quiere decir que vos encarnás una subjetividad
que define un tipo de objeto que es el que concita tu goce.
Y esto sería tan importante de entenderlo y de ponerlo en ejercicio en la vida,
porque es una manera, por ejemplo, de hacer una lucha anticapitalista, aunque suene muy raro;
una lucha anti-civilización capitalista, porque la civilización capitalista
con esa orgía de la técnica, que todo lo quiere homogenizar
para poderlo cuantificar, y poder entonces desatar sus prácticas
competitivas, también llevó eso hasta el cuerpo.
Entonces, ¿qué es el concepto de modelo de belleza?, ¿que es esa cosa de las medidas?
de una geometría de la anatomía humana, a la que se le estipula
que así debe parecerse todo el mundo si es que quiere realmente,
esa mujer, ganar en la mirada de un hombre el deseo, ya sea amoroso o virtuoso:
eso es una falacia. Yo siempre evoco esa canción tan bella de Joan Manuel Serrat,
esa canción que dice que “la mujer que yo quiero no necesita…”
y que habla, pues, de que el papá le dice muy flaca...
Pero así como hay que decirle a un joven, creo yo: “sea fiel a su deseo”
por ejemplo, en la elección de su destino vital.
"No, es que yo no voy a estudiar lo que me dijo mi papá,
o que mi tío es muy exitoso, no, no", “sepa oírse a sí mismo”,
sepa reconocer donde la vida le suena a música y ponga proa en esa dirección.
Así como hay que decirle a un joven eso con respecto a una elección vocacional,
a una elección profesional, habría que librar una lucha por la cual uno se sacude
de todo este consumismo contemporáneo y estas formas de dominación
que esta sociedad ha venido, sutil, y a veces ya, abiertamente insinuando.
Y decirle, es que mirá, mirá, mirá, a mi no me propongas el modelito de mujer;
dejá que yo tengo suprema autonomía como para poder decidir
que la mujer que amo y deseo es esta, y esa no tiene porque entrar
en los cánones homogenizadores que la sociedad estipula.
Por eso es que la lucha en estas cosas es una lucha también social y política.
Un sujeto que sepa reconocer su singularidad, por ejemplo,
en el tipo de objeto que concita efectivamente su deseo,
porque aunque suene raro…
Yo tengo un familiar que es un hombre que está muy enfrascado
en los valores de esta sociedad, y tuvo un fracaso económico
y el andaba en un carro finísimo -y yo tengo con él el cariño
de la historia infantil de nosotros-. Y me decía un día entregado
así al agobio total, que a él le daba pena salir,
porque había tenido que rebajar el estándar de auto en que se movía.
Pero él mismo elije para su esposa a una mujer
que en esos mismos términos aprestigie;
entonces, la escultural, la que está modelada según esa geometría.
Aunque, si él fuera más fiel a sí mismo, otra, de formas completamente
distintas sería la que realmente tocaría las fibras de su deseo.
La lealtad al deseo es una forma también de luchar contra una civilización como
la capitalista.
Entonces, singularidad del sujeto en el tipo de objeto,
en la potencia deseante que embarga a ese sujeto;
no todo el mundo tiene la misma potencia para desear.
Hay seres con un deseo flácido, relajado.
El capitalismo está generando un tipo de juventud, -un tipo,
no todos los jóvenes-, un tipo muy específico que está expuesto
en el cine en forma muy maravillosa, que es un invento extrañísimo:
un joven indolente.
Uno, en la flor de la vida, con la vida abriéndosele
como un abanico de cosas, y un joven indolente.
Indolente quiere decir un joven apático.
Apático quiere decir ápatos, sin pasión alguna.
Y en esa singularidad del sujeto está la intensidad del goce.
Y por el lado del objeto, de lo que yo llamo la especificidad del objeto,
que no cualquiera me enamora, ni cualquiera te enamora.
Y por eso es que yo digo ¿donde está la bendita neurona, pues, trabajando,
cuando no nos podemos parecer en que el mismo objeto
nos concite el deseo o el amor?
O como contaba yo ayer en la reunión con el compañero de Corpozuleta
que escribe, de una conocida mía: enamorada perdida de un hombre,
que yo también conozco. Y en estos días que hablaba conmigo
un rato me contaba que nunca su vida eróticamente había sido más intensa,
mas gozosa y más dichosa que con ese hombre.
Y de pronto un día descubre que este hombre
le viene siendo infiel con una amiga suya.
Y eso infringe para ella una herida en su narcisismo
-pero narcicismos es aquí una palabra positiva es decir,
la imagen valorada de sí-, que me dice que eso
marcó un punto de quiebre, un punto de no retorno,
y que hoy ni rehace el amor que tenia y el cuerpo se le hizo frígido:
no quiere saber nada de que acostémonos a hacer el amor.
Y entonces yo digo, ¿en dónde están pues las neuronas
que concitan a la posesión, en este caso a la tenencia del encuentro ***?
No hay neuronas explicando eso; hay historias de los sujetos;
hay drama de los sujetos, hay avatares de la vida.
Es eso lo que tenemos que desarrollar, lo que tenemos que estudiar,
lo que tenemos que bregar a entender.
Ahora, la especificidad del objeto. Yo digo: un objeto no sostiene el amor,
y no propicia el amor, sino en tanto el objeto tenga el atributo
artístico de sostener el encanto, de lograr fijar la mirada,
y de poner en movilidad el ser del otro.
Por eso puesto a una definición nuevamente yo diría que amar
es localizar un objeto -localizar no quiere decir que yo salí a buscarlo,
sino que un objeto en el mundo, diríamos más bien así me localizó a mi-,
es localizar un objeto y detenerse en él, para llevar adelante
con él, el trabajo del deseo, que no es otra cosa que una obra de lenguaje.
Yo dije, para ir buscando el remate con lo de Alcibíades y Sócrates,
dije ahora, muy a la carrera, que el "divino detalle" desata la expectativa,
la esperanza o la promesa para el amante de que hay un tesoro
oculto en el otro... y un tesoro que me concierne, lo cual lo dispone
al intento de construir una historia compartida.
Pero ahí hay un problema, que el mes pasado lo examinábamos;
es decir, una cosa es que yo me enamore y otra cosa es
conseguir semejante proesa de que aquella a quien amo me ame.
Ese es otro problema, son dos problemas muy distintos.
Es muy distinto que yo me enamore a que aquel
de quien estoy enamorado, o aquella, se enamore de mí.
Porque, en ese sentido, los griegos fueron muy brillantes
y quebraron toda esperanza de que el amor era una armonía
y que el amor era una simetría y que el amor eran dos piezas
que hacían una conjugación y una articulación perfecta.
Porque plantearon: una cosa es el amor, una cosa es el sentimiento amoroso,
y otra cosa es la relación amorosa. Uno puede enamorarse solo.
Yo decía que uno no puede ser amigo solo. Yo no puedo decir
“yo soy amigo de Luis Galar, pero Luis Galar no es amigo mío”.
No, la amistad tiene como principio sine qua non la reciprocidad.
Pero en el amor yo sí puedo decir estoy enamorado de una mujer que no me ama.
Entonces los griegos dijeron, ¿es que quién dijo que estaba garantizado
que aquella de quien yo me enamore va a ser recíproca conmigo?. Y es más,
creo que las más de las veces en la historia personal
y de todos, las cosas fallan, y los encuentros no son tan exitosos.
Entonces los griegos lo que separaron fué, que hay un lugar en la relación
que está ocupado por el amante; el amante es el ser que está en falta
y que cree haber reencontrado en la forma de persona,
pero oculta en esa persona, el tesoro preciado que concierne
con la falta que a él lo constituye.
Y está el amado, que es aquel que imaginariamente está ahí supuesto
para suplir la falta.
Ahora, lo que tiene que hacer quien está en ese momento del sentimiento,
lo que le aguarda es una operación metafórica;
que es lo de Alcibíades con Sócrates, donde digo yo que falló Alcibíades
y si ganó Kafka. Es que hay que conseguir que el amante devenga amado
y el amado devenga amante; Esa es la metáfora.
la metáfora quiere decir que seas lo que soy:
soy un amante: seas un amante, y que yo sea lo que eres: eres un amado,
que yo sea un amado.
Y en esa medida, el reto que se tiene es: ¿cómo se seduce?
Porque es que seducir no es sino intentar abrir al otro
al deseo focalizado sobre uno como objeto.
¿Qué ama uno en otro ser humano?
La belleza no es el factor disparador del amor.
Yo creo que en eso si es muy bueno, muy importante…
Yo voy a leer unas palabras de “El Quijote” de Cervantes;
es que la literatura nos ha enseñado estas cosas desde hace muchos siglos.
Lo que pasa es que la gente abandona la literatura, la filosofía;
entonces vive un poco a las carrerillas como hace esta sociedad.
Pero miren lo que dice, burlándose de quienes que creen
que uno se enamora de una mujer por bella.
Los hombres confundimos muchas veces el amor con la sexualidad,
y entonces nos fascina una mujer; pero la prueba denotativa
de que ahí no había amor es que consumada la relación
*** con la mujer declina el interés por ella.
Cosa sobre la que están advertidas las mujeres, que no confunden
el amor con la sexualidad; pero si saben que pueden estar
ante un hombre que es muy confuso con eso, y no es porque sean mojigatas;
sino porque van en serio y entonces: no me saqués de la galera
la palabra amor cuando realmente lo único que te atrae es la fascinación corporal
que yo te produzco y que se consumará y casi que fenecerá
en la realización ***. Ella no tendrá problema en acostarse
un millón de veces con ese hombre, en tanto la lógica del amor
los mantenga amarrados. Pero como se dice: “no… es que la belleza lo enamora a uno”.
No. La belleza puede ser en una circunstancia muy específica
activadora del amor de uno, pero de uno, por uno.
Y miren como lo decía de agudamente Cervantes:
Dice así:... “Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras,
no por eso han de correr iguales los deseos; que no todas las hermosuras enamoran:
que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad;
que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar
las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habrían de parar;
porque siendo infinitos los sujetos hermosos,
infinitos habrían de ser los deseos.
Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide,
y ha de ser voluntario y no forzoso”.
(Cap XIV – primera parte- relato de la pastora Marcela)
El amor... es que no es la belleza estipulada, no es la muchacha
que salió con las últimas galas de la moda…
Yo digo: hoy muchas mujeres obedecen a un precepto burgués
que les dice: "no salgáis a la calle a ostentar un misterio,
saliros a la calle a ofreceros como promesa ***".
Y entonces fascinan, o atraen; pero es una atracción, en mi opinión, bastante pobre.
Porque la sexualidad es muy hermosa si la sexualidad se logra
integrar a una dimensión ontológica, es decir, a la complejidad de los seres.
Si es una anatomía y terminamos es en encuentros de órganos,
yo creo que hay un déficit muy grande de humanidad;
por no hablar de la misma dignidad de los seres que entran en ese tipo de encuentros.
¿Qué ama uno en otro ser humano? ¿Cuando uno se enamora, qué ama?
Ya voy a ir terminando... De un lado el Yo. Uno ama en el otro, que en lo esencial de uno...
que el otro refleja lo que uno es en lo esencial.
Yo eso si no me lo creo, pues, que uno pueda amar las antípodas.
Yo creo que si uno tiene cosas en la vida en las que se juega
un sentido fundamental y eso es incomunicable con un ser
con el que uno tiene un encuentro cotidiano, entonces yo no sé qué diablos
puede sostener el encuentro significativo de los seres.
Por eso muchos hogares se silencian, muchas parejas se silencian;
porque es que no hay ese lugar de convergencia en donde dos seres realmente
se pueden reconocer en causas compartidas, en causas comunes.
Entonces uno ama en el otro su propio Yo.
Y en ese sentido hay un mecanismo narcisista; pero narcisista otra vez vuelvo
y digo, no tiene nada de peyorativo.
Y en ese sentido el amor sitúa en la perspectiva de la repetición;
es decir, yo me reduplico en el otro. Pero al mismo tiempo uno ama en el otro
un ideal del Yo, el ideal del Yo del propio amante;
es decir una alteridad de sí, una invención de sí: es que este ser me inspira
la esperanza de que yo puedo llegar a ser lo que anhelo ser,
y que de alguna manera él encarna. Por eso, como me decía una alumna de la Nacional
y me parecía muy simple y muy bello eso, decía "es que uno no puede amar si no admira"
y si no admiras a ese con el que haces pareja, podes decir que le tenés cariño,
que le tenés… todo lo que vos querás, y eso vale;
pero entonces no le pongas la palabra amor, a no ser
pues, que queramos decirnos mentiras con esa palabra.
El amor pasa por la admiración; porque es que la admiración
sitúa a alguien que encarna algo que yo anhelo profundamente para mí,
y que yo sospecho que si logro hacer mío, si yo apropio
esos rasgos vía la identificación, entonces yo puedo desplegar potencialidades
de mi ser que hoy se encuentran, por ejemplo, en condición latente.
En síntesis, yo creo que nosotros los seres humanos amamos a quien: 1. Nos protege.
Yo sí creo… Yo no he visto una película que me han dicho que es muy hermosa,
yo la voy a ver en estos días, que se llama “Amor”;
pero, hasta donde colijo, esa es una película de un par de seres
que han envejecido y se acompañan. Y la compañía quiere decir
nos damos mutuo respaldo y nos protegemos, nos guardamos.
Y eso hace parte de las necesidades esenciales del ser humano.
Amamos a quien nos protege; a quien tiene lealtad con nosotros
y nos depara también la certeza del amparo.
Amamos a quien nos refleja lo que somos; quien nos permite,
como cuando uno lee una novela, saber quién es uno a partir de que ahí,
en el otro, encuentro algo que es especular con respecto a mí.
Amamos a quien nos impulsa a lo que queremos ser.
Los amores que nos transforman, los amores que no nos dan sosiego ni quietud;
los amores que nos mantienen en una dinámica de apertura con la vida.
Por eso a veces, en los matrimonios, el desfallecimiento
de la pasión amorosa se constata simplemente en que los seres
se entregan a unos hábitos funcionales,
y no hay una puesta en dinámica de esa experiencia.
Y amamos a quien nos ayuda a descifrar nuestra verdad y a hacerla soportable.
Nosotros somos un enigma para nosotros mismos.
Encontrar un ser amado es encontrar la posibilidad del desciframiento de lo que somos,
de la verdad que nos constituye; dándose esa extraordinaria virtud del ser humano
que cuando logra descifrar la verdad de lo que es se le hace más soportable ser.
Que es como pasa con la muerte; si uno se plantea el tema de la muerte,
lo indaga, lo examina, lo reflexiona, es decir, lo vuelve sangre:
se la cree, y no solamente se informa, sino que se la cree
se consuma lo que dice Montaigne:
"filosofar es aprender a morir", es tolerar la muerte, es aceptar la muerte;
es consumar esa fatalidad con lo único que nos corresponde
ante semejante drama: la resignación.
Un ser amado es un ser que nos ayuda a descifrar
lo que somos y a descifrar nuestra verdad y a hacerla soportable;
nos ayuda a vivir, nos ayuda a ser.
Voy a leer un poema de Salinas para despedir esta charla,
porque hay un punto último que se llama, o se llamaba
“amor apasionado y su perpetuación”,
que es la pretensión de que una pasión tenga historia.
Hay una carta muy hermosa que yo se las recomiendo
(es posible que esté en la biblioteca de la Universidad Nacional y de la de Antioquia)
pero yo se las recomiendo es una carta de André Gorz,
el filósofo francés que le escribió a Dorine su esposa siendo ya muy ancianos.
Ellos pactaron el suicidio, y unos meses después de esa carta
-que es un librito-, ellos se suicidaron; una carta muy hermosa.
Dorine ya es una anciana de ochenta y tantos años
y ha estado aquejada de una enfermedad muy grave,
y eso la ha afectado físicamente de una manera terrible.
Y entonces... esa carta comienza de una forma absolutamente conmovedora;
comienza diciendo que ahorita (ya tiene 83 años)
que mide 7 centímetros menos, pesa apenas 40 kilos,
pero que él la sigue amando con una pasión fervorosa y la sigue deseando así:
febrilmente, y que para él la vida no se puede consumar
sino en el abrazo con ella. Es una carta muy hermosa
que muestra que una vida en donde hubo dificultades, luchas, etc.
logró, sin embargo, algo muy excepcional, pero que todo
parece indicar no es imposible y es que una pasión haga
una historia tan duradera como la vida,
la pasión entre dos seres humanos. ¿Cómo no ver agotar una pasión?
Yo digo es una pregunta pendiente, aunque para nuestra
tristeza se puede anticipar que la pasión casi siempre
pierde su lucha contra el tiempo...
entonces, como eso queda pendiente, yo voy a leer, para que terminemos,
el poema de Pedro Salinas... a propósito de esto,
del dolor que deja también que el amor que tanto queremos
que sea eterno, las más de las veces se nos va
como el agua entre los dedos... Dice Salinas:
¿Serás, amor, un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro con la luz,
con los labios, el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.
Amor es el retraso milagroso de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico, de que uno y uno sean dos,
en contra de la primer condena de la vida.
Con los besos, con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente, desnudo, altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales.
Es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.
Bueno... Muchas gracias.