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Un cortejo fúnebre traquetea sobre los adoquines de las calles de Bruselas.
Dentro del carruaje se encuentra el cuerpo
del pintor francés más poderoso que haya existido nunca.
Jacques-Louis David.
Detrás del carruaje hay una solemne procesión de estudiantes de arte,
sosteniendo letreros con los nombres de sus pinturas.
Todas excepto una, que resultaba ser la más grandiosa de todas.
Un cuadro que no ha visto la luz del día durante 30 años.
Nadie, menos aún el hombre que la pintó, se atrevió a mostrarla.
Y con razón. Fue la cosa más fascinante que nunca había hecho.
Una pintura ante la cual la gente se había desmayado en el pasado.
Una pintura hermosa y repulsiva al mismo tiempo.
Pero la pintura fue también un secreto culpable,
la razón por la cual no se permitió que el cuerpo de David fuera enterrado en Francia.
Entonces, ¿qué tenía esta pintura
que la hizo tanto su inolvidable obra maestra como su crimen imperdonable?
El 19 de Septiembre de 1783,
un enorme esferoide de tafetán se balanceaba de manera insegura
por encima del palacio de Versalles.
En la barquilla había una oveja, un pato y un pollo.
Cuando una violenta ráfaga de viento rasgó la parte superior del globo,
hubo temores por los aeronautas del granero.
Al final, sin embargo, el globo sobrevivió y se consideró que los animales no sufrieron.
Sin embargo, esto constituyó una importante ruptura en el protocolo.
Versalles había sido construida para controlar la espectacularidad.
De esa forma, se preservaba el misterio del absolutismo.
En la tierra, todavía era, hasta cierto punto, una visión aristocrática.
En el aire, se había vuelto democrática.
En París, una emoción más realista.
La obra de Beaumarchais, Las bodas de Fígaro, está por abrir luego de varias prohibiciones.
El rey la había calificado de detestable. Eso garantizaba una multitud.
"No, monsieur. "
"¿Porque sois un gran señor, os creéis que sois un gran genio?"
"Nobleza, rango,"
"posición, fortuna, qué orgulloso hacen sentir al hombre. "
"¿Qué habéis hecho para merecer semejantes ventajas?"
"Tomarse la molestia de nacer, nada más. En cuanto al resto... "
"... sois un hombre común y corriente."
No había señales de que los bravos murieran en los labios de la nobleza,
incluso cuando comenzaron a darse cuenta de la importancia del ataque.
Dirán que era como firmar su propia sentencia de muerte.
Pero, cómo iban a saber ellos que en 10 años,
acabarían siendo los receptores de algo mucho más hiriente que las palabras.
"Miren, ciudadanos,"
"el glorioso destino que nos espera. "
"Tienen una nación entera que movilizar. "
"No más... "
Aún así, la Revolución Francesa no podría haber existido
sin este sentido del teatro.
Sus grandes oradores, como Danton, eran artistas, actuando sin descaro para la tribuna
exprimiendo las ovaciones y los silbidos.
"La razón está de su lado,"
"y ni siquiera han comenzado a asombrar al mundo. "
Y si de verdad iban a crear una nueva Francia,
necesitaban a alguien que creara imágenes que acompañaran a las palabras.
Ese alguien fue Jacques-Louis David.
Fue David quien le daría al pueblo la visión de lo que era un verdadero ciudadano.
Su arte, por lo tanto, no estaba hecho para los museos. Era toda una forma de vida.
O de muerte.
No estoy seguro de cómo son mis sentimientos respecto a este cuadro, aparte de enfrentados.
Sí, es trágicamente hermosa.
Pero decir eso es separarla del atroz momento de su creación.
Éste es Jean-Paul Marat, el más paranoico de los fanáticos de la Revolución.
Ha sido asesinado en su bañera.
Para Marat, nunca había suficiente terror, ni suficientes matanzas.
Pero para David, Marat no es un monstruo. Es un santo.
Esta pintura transforma a Marat en un compendio de virtudes.
¿Sobrecogedor? Seguro.
Pero tal vez también un poco loco.
Lo cual no es decir que Jacques-Louis David era algo así como un excéntrico malevolente.
En realidad, durante toda su vida solamente buscó la virtud.
Había algo dolorosamente serio en él, resuelto, autocontenido.
Uno, dos, tres.
No resulta sorprendente, en realidad. Cuando tenía siete años,
su padre, un comerciante de hierro había muerto en un duelo de pistolas.
Algo del hierro debió entrar en el alma del niño.
Fue cuidado por sus amistosos tíos
que querían que fuese abogado o arquitecto, pero David sólo quería pintar.
Así que sus tíos lo enviaron con el primo de su madre,
que resultaba ser el pintor más exitoso de Francia.
Francois Boucher sabía exactamente qué tipo de arte tenía que entregar a la nobleza.
El almíbar más rosado y empalagoso imaginable,
con traseros retozando en esponjosos almohadones.
Pero quizás Boucher vio en el sobrio y joven David
alguien para quien la belleza enternecedora no sería el objetivo del arte.
Así que lo envió a otro maestro.
Pero Boucher le dijo a David, "Ven a verme de tanto en cuando,
y te enseñaré mi calidez. "
Pero David nunca se sintió cómodo en la industria del placer. Era un solitario.
Una vez se metió en una pelea de espadas, y recibió un violento corte en su mejilla.
La herida se transformó en un tumor benigno. Eso era lo primero que notaban de él.
Sus enemigos lo llamaban "David el de la mejilla hinchada".
Accidentes como éste ocurrían todos los días. Por las calles de París o en los salones
uno podía ver un variado desfile de deformes y desfigurados.
Terribles cicatrices de viruela, labios leporinos, pies deformes, de todo tipo.
Pero algunos accidentes importan a la gente, y otros no. Este sí importaba.
Por esa desfiguración David no podía hablar con propiedad.
Pocas personas entendían lo que decía, así que acabó diciendo muy poco.
Pero cuando hablaba, era dolorosamente consciente de que era un tartamudo.
Si hubo un momento en la historia en el que el ingenio y la ironía realmente importaban
fue ciertamente en la Francia del Siglo XVIII.
Pero David, el de la mejilla hinchada, no podía hablar ni conversar, sólo mascullar.
Tal vez había un consuelo,
ya que había alguien más que era famoso por sus impedimentos en el área del ingenio,
y era nada menos que el rey.
Luis XVI nació para preocuparse por la felicidad.
Su abuelo, Luis XV, había diseñado Versalles en torno a su búsqueda.
Pero para su joven sucesor, la felicidad siempre sería un trabajo duro.
Cuando Luis asumió el trono en 1775, quería lo mejor para todos.
pero simplemente no sabía como obtenerlo.
Lo más triste de Luis XVI
fue que el rey que pasó a la historia como el símbolo reaccionario del viejo régimen
en verdad se creía un moderno, profundamente involucrado en la ciencia y la tecnología.
¿Globos? No se cansaba de ellos.
Su reinado, que terminó en catástrofe, comenzó en un estallido de optimismo
y un cambio en el gusto, también.
Adiós al bronce dorado, ahora era el momento de la modestia, del culto por la naturaleza.
Incluso la joven reina austriaca de Luis XVI, María Antonieta, fue una devota.
Construyó una pequeña granja en Versalles, donde ordeñaba vacas en la lechería real.
Entonces, no más sillones y cortesanas.
En su lugar, ternura y simplicidad.
Las lágrimas eran especialmente valoradas como una evidencia del sentimiento.
Cuadros como éste eran bien acogidos.
Niña llorando a un canario muerto, de Jean-Baptiste Greuze.
Le gente lloraba cuando lo veía.
Los sentimientos también eran importantes para David,
pero no del tipo superficial que fuera adoptado por la élite de moda.
No, David buscaba algo más frío y duro.
Fue entre las piedras de Roma que encontró lo que buscaba.
Todo cambió para David aquí. No sólo lo que pensaba acerca del arte,
sino lo que pensaba acerca del futuro de su país.
¿Y qué le decían las piedras?
"Esto es lo que le sucede a los imperios decadentes", decían.
Hubo una vez una Roma libre, la República,
austera, justa, viril, repleta de héroes de pedernal.
Pero la lujuria afeminada terminó con ella.
La libertad se había rendido al despotismo y los romanos se volvieron esclavos.
Cómo ese mensaje de la historia hizo eco en el fértil cerebro de David.
Y en 1785, David entregó ese mensaje,
como un paquete de malas noticias para los autocomplacientes y los sobremaquillados.
Bienvenidos al primer espectáculo público de arte del mundo,
en el palacio del Louvre, nada menos.
Éste no siempre fue un museo silencioso.
Cada dos años, montaba el más grande entretenimiento público de París, y gratis.
Se había corrido la voz de que había algo sensacional por ver.
El Juramento de los Horacios, de Jacques-Louis David.
Es una pintura acerca de un país en crisis.
Para evitar la guerra, los Romanos habían elegido tres de sus hombres
para pelear con tres de los enemigos. El último que quedase de pie ganaba.
El giro cruel de la historia es que uno de los Romanos está casado con una joven enemiga.
Viudez y orfandad llaman a los protagonistas.
Pero ninguno de los hombres les prestan la más mínima atención.
Es un cuadro de la unión entre los muchachos, un despliegue de músculos, venas y acero.
El único toque de color es el rojo sangre de esa capa.
El padre solemnemente les toma el juramento de conquistar o morir,
su mano desnuda en el filo de las espadas.
Al menos 60.000 personas habrían visitado la exposición para ver esta pintura,
y no solamente los peces gordos, también tenderos, esposas de pescadores,
todo el público sudoroso y rugiente.
Ellos serían la gente de David.
Y miraron esa extraña coreografía de muerte,
y no supieron si sentirse asustados o emocionados.
Parecía una llamada a las armas en puertas de una gran crisis.
Y esa crisis no estaba ocurriendo en Roma, sino aquí y ahora,
en la Francia de Luis XVI.
Comenzó, como muchas otras revoluciones, con un colapso financiero.
Francia estaba orgullosa de haber ayudado a América a ganar su independencia,
pero lo hizo a un gran costo.
Evitar la bancarrota significaba más impuestos.
Así que se hacían incómodas preguntas
acerca de por qué la nobleza y el clero estaban exentos de impuestos,
mientras los andrajosos pobres tenían que vaciar sus bolsillos.
¿Acaso no estaba la nación entera metida en ello?
¿La nación? Bueno, ésa era una idea nueva.
Y mientras pensamos en ello, ¿qué les parece representantes electos también?
Ni que decir tiene, la nueva Francia aún sería una monarquía.
La reina, con todos esos diamantes, necesitaba que la pusieran en su lugar,
pero el rey era un buen hombre.
No había razón para asumir que había un apocalipsis social a la vuelta de la esquina.
Por un tiempo, así se sentía David, lo cual no quería decir que una reforma no ayudaría.
Había un montón de inútiles circulando.
Para empezar, esos insignificantes de la Academia de Pintura tenían que irse.
Cuando era un artista novato, lo rechazaron en cuatro oportunidades.
Ahora que tenía éxito, apenas lo toleraban.
Bueno, su tiempo se había terminado. De cualquier forma, ya no los necesitaba.
Ahora tenía seguidores inteligentes y liberales.
Aquí están dos de esas personas, ricas, inteligentes y afables.
El "Sr. y la Sra. Encanto", Antoine y Marie-Anne Lavoisier.
Él es un famoso experimentador químico.
Ese frasco en el suelo es para medir gases.
Marie-Ann, quien se casó con él a los 13 años, era más que una esposa.
Esa mano casual sobre su hombro nos indica que era una verdadera compañera,
traduciéndole artículos del inglés y diseñando ilustraciones para sus libros.
Es asquerosamente rico, pero tiene conciencia social.
Mucho de su dinero fue puesto en el drenaje de las ciénagas
para erradicar la malaria, ese tipo de cosas.
Al mirar el retrato, uno pensaría que David capturó una visión
de la clase de gente que debía estar gobernando Francia,
humanos, afectuosos y modernos.
Bueno, por 7.000 libras, no iba a mostrar ni el más mínimo indicio del otro Lavoisier,
el que hizo dinero recaudando impuestos con la ayuda de un ejército privado.
No, David tomó su paga, pero cuando llegó el momento de exponer el cuadro en el Louvre,
terminó retirándola. Pero esto no nos sorprende, ¿verdad?
Mientras se secaba la pintura y abría el espectáculo, todo había cambiado en Francia.
Era 1789.
Esperanza y desesperación en partes iguales.
Esperanza de una asamblea representativa,
los Estados Generales elegidos de cientos de reuniones por toda Francia.
pero también desesperación, porque estaba ocurriendo en el peor momento posible.
Cosechas asoladas, precios galopantes.
Si se ponen esperanza y desesperación juntas, ¿qué se obtiene?
El equivalente político a la nitroglicerina.
Cuando los Estados Generales se reunieron aquí en Versalles, en la primavera de 1789,
todo se redujo a una pregunta. ¿Los diputados lo harían a la vieja usanza,
reuniéndose como tres órdenes separados,
nobles, clérigos y el pueblo, o lo harían bajo la nueva modalidad,
y por primera vez, todos juntos como una única asamblea nacional?
El pueblo, entre los cuales se encontraba un joven abogado, Maximilien Robespierre,
forzaron la cuestión,
declarándose como el único cuerpo legítimo,
e invitando al clero y a los nobles a unirse.
Un sorprendente número de ellos lo hizo.
Es el 20 de junio de 1789,
bajo una de esas lluvias torrenciales de finales de primavera.
Y los 600 diputados del Tercer Estado, el pueblo,
más sus nuevos aliados entre los nobles y el clero,
han sido expulsados del salón de reuniones.
Un tal Doctor Guillotin conoce un campo de juego cerca de allí.
El alcalde de Paris, Sylvain Bailly, de pronto es la estrella del espectáculo.
"Juren por Dios y por la Patria no separarse jamás,
hasta que sea aprobada una constitución justa y sensata".
Por primera vez, los aristócratas, el clero y la burguesía se reunían
sin el permiso del rey.
Brazos extendidos, abrazos, la vida se había encontrado con el arte.
El renacimiento de Roma de David era la nueva Francia.
Un año después, David empieza a trabajar en El Juramento del Juego de Pelota.
Es un cuadro repleto de ruidos. El rugido del juramento.
El estrépito de una gran tormenta eléctrica.
La Revolución como una imparable fuerza de la naturaleza.
Y en el centro de todo, un espacio enorme.
Excepto que de ningún modo está vacío.
Está lleno de luz y ráfagas de viento, la furiosa energía de la libertad.
Es una idea.
Una idea tan grande, que empequeñece a los humanos que la representan.
Se suponía que el dibujo se convertiría en una pintura enorme.
Ésta es solo una pequeña parte de ella. Pero como puede observarse, nunca fue terminada.
Antes de que David pudiera siquiera poner ropas a estos modelos desnudos,
muchos de ellos estarían muertos o caídos en desgracia.
El gran mensaje de unidad y libertad pronto habría expirado.
En lugar de brazos extendidos, hubo una epidemia de dedos acusadores.
Julio de 1789 debió haber sido un momento de optimismo dorado para la Francia renacida.
Luis XVI pareció finalmente aceptar los resultados de la Jura del Campo de Juego
de que ahora había una Asamblea Nacional en Francia.
Pero aquí en el Palacio Real, el espacio público para hablar en París,
nadie le creía de verdad.
Decían que el rey había abastecido en secreto la fortaleza de la Bastilla con pólvora,
por lo que París era literalmente un polvorín esperando explotar.
En la mañana del 14 de Julio, casi 900 personas convergen en la lúgubre fortaleza.
Siempre es igual, ¿no?. Alguien entra en pánico, hay un disparo, nadie sabe de dónde.
Gritos de "¡Masacre!"
Luego, un grave intercambio de disparos.
Hizo falta una tarde de caos y 83 vidas antes de que el gobernador entregara la Bastilla.
Le prometieron un salvoconducto.
Lo que obtuvo fue su cabeza cortada con un cuchillo para frutas.
Pero, ¿quién dijo que las revoluciones no eran sangrientas?
Aquí está la contribución de David a la campaña de decapitación.
Es la cosa más oscura que hizo.
De nuevo un padre Romano.
Brutus, rumiando en la oscuridad,
ha ordenado la ejecución de sus hijos, por conspirar para restaurar de la monarquía.
Le traen sus cuerpos sin cabeza, y literalmente ni los mira.
Sólo ese pie derecho es un signo de su emoción reprimida.
Brutus se ha ido al lado oscuro.
La luz inunda a la madre de los muchachos, quien sólo ve a sus hijos decapitados.
Te llega al corazón.
Hay algo escalofriante en esta pintura, como en todos los grandes cuadros de David.
Incluso maravillándose ante ella, a uno se le hiela la sangre ante lo que significa.
Miren lo que hay en pleno centro del cuadro,
un par de afiladas tijeras, el frío y duro metal que ha cortado los lazos familiares.
David parece tener algo con las cosas afiladas.
Le han marcado la cara y ahora también la mente.
De padre a patria hay un sólo un pequeño paso.
Los primeros dos años de la Revolución oscilaron entre la euforia y la paranoia,
orgías de abrazos públicos y espasmos de linchamientos vengativos.
¿Por qué la ira? Porque la gente seguía teniendo hambre.
Los precios del pan se habían disparado,
y la gente había descubierto que los votos no se comen.
Había que echarle la culpa a alguien.
"El panadero y su mujer", les llamaban entre burlas las mujeres del mercado,
mientras Luis y María Antonieta eran sacados de la seguridad de Versailles hacia París.
La Reina, decían, no era mejor que una zorra austriaca.
David pensaba lo mismo.
"La multitud debería haberla estrangulado, haber roto su cadáver en pedazos", escribió.
En este punto David era una extraña mezcla de dogma e incertidumbre.
Como millones de sus compatriotas, creía que la reina era un monstruo,
pero no había abandonado la idea de Luis como rey ciudadano.
Incluso aceptó hacer un retrato de él.
Así que era todavía muy ingenuo políticamente,
esto es, hasta que conoce a tipos como él.
Jean-Paul Marat, aeróstata, inventor fracasado, editor de periódico y fanático.
Aquí está en su baño,
el único lugar que le daba un respiro del intensísimo picor de su enfermedad cutánea
que le dejaba el cuerpo en carne viva y con escamas.
Marat jugaba utilizaba la histeria para hacer ruido.
Su periódico, El Amigo del Pueblo, gritaba, maldecía y denunciaba,
arrancando las máscaras de los falsos patriotas a los que señalaba como traidores.
"Hay complots por todas partes", gritaba.
La calle, atrapada entre el miedo y la hiperventilación, se creía las conspiraciones.
María Antonieta, zorra malvada,
tramando con su hermano, el Emperador de Austria, contra Francia.
Imagínense.
Sólo que era verdad.
En junio de 1791, la pareja real fue atrapada en su intento de fuga
y devueltos, como virtuales prisioneros, a París.
Austria amenazó a Francia con nefastas consecuencias si algo ocurría a los reyes.
Ahora, la pareja real parecía como el enemigo en casa.
Al año siguiente, la guerra estalló,
y sus días, y los días de la monarquía francesa, estaban contados.
Ahora, luchar por Francia significaba luchar contra la monarquía.
Cinco días después de que empezara la guerra, en abril de 1792,
hubo una cena en la ciudad fortificada de Estrasburgo, cerca del frente.
La idea era levantar la alicaída moral del ejército.
Así que hubo brindis, hubo discursos.
"Viva la libertad", "Muerte a los tiranos", lo de siempre.
Pero lo que faltaba era una buena canción
que impulsara la fe en sí mismos de todo el campamento.
Fue Rouget de Lisle, ingeniero del regimiento y compositor a tiempo parcial,
el que dio con esa canción.
¡Marchemos, hijos de la patria, Que ha llegado el día de la gloria!
Contra nosotros se alza el sangriento estandarte de la tiranía
El sangriento estandarte se alza
¿No oyen bramar por las campiñas
A esos feroces soldados?
Que vienen a degollar
A sus hijos y a sus esposas
¡A las armas, ciudadanos!
¡Formen sus batallones!
Marchemos, marchemos,
Pertenecen a algo gloriosos ahora.
Pertenecen a la Patria, a la madre patria.
... empape nuestros surcos!
HOMBRE: Todo está en movimiento.
Todos arden por luchar. Por conquistar a nuestros enemigos,
debemos tener coraje, más coraje, siempre coraje. ¡Y Francia será salvada!
En agosto de 1792, los guardias que protegían a la familia real fueron asesinados,
Luis, María Antonieta y sus niños fueron llevados a prisión.
¡A las armas, ciudadanos!
¡Formen sus batallones!
Con los tiranos no valen compromisos. Hay que golpear a los reyes en la cabeza.
Yo voto por la muerte del tirano.
Sois un hombre muy ordinario.
El 21 de enero de 1793, Luis XVI fue ejecutado.
Entre los miembros de la recién formada Convención Nacional
que votaron por la muerte del monarca,
estaba el artista que una vez había aceptado encargos de él,
Jacques-Louis David.
¡A las armas, ciudadanos!
¡Formen sus batallones!
Marchemos, marchemos,
¡Que una sangre impura
empape nuestros surcos!
Así que Francia había renacido como una república,
y David, ahora ciudadano modelo,
se sentaba orgulloso en los bancos de la convención como parlamentario por París,
junto con sus ídolos políticos, Marat y Robespierre.
No había vuelta atrás.
De ahora en adelante, David y su arte pertenecían a la Revolución.
Dondequiera que le llevara, él la seguiría,
y a donde llevaba era a la dictadura.
El país estaba en guerra, los enemigos estaban fuera y dentro de Francia.
No había tiempo para tiernos sentimientos.
Innumerables personas que se habían considerado amigos,
no enemigos, de la Revolución, fueron señalados y denunciados.
Entre los primeros en ser arrestados estaban sus viejos amigos y clientes,
Antoine y Marie-Anne Lavoisier.
Ella sobrevivió a la guillotina,
él no.
Para Marat y Robespiere nunca había bastantes cabezas guillotinadas para sentirse a salvo.
En 1789, Marat había clamado que debían caer unos cientos.
Ahora, pedía cientos de miles.
Alguien tenía que pararle, y ese alguien fue Charlotte Corday,
de 25 años, de la ciudad de Caen en Normandía.
No era monárquica. De hecho, era una revolucionaria.
Pero una acérrima enemiga de Marat y sus seguidores.
El dictador, creía, había convertido en una burla la República de la Libertad.
Asumió el papel de heroína trágica cuyo destino era salvar a su país.
El 9 de julio de 1793, Charlotte Corday subió a un carruaje con destino a París.
Cuando llegó, vino aquí al Palais Royale,
compró un sombrero *** con plumas verdes y un cuchillo de 15 cm.
En una habitación de un hotel barato, escribió un discurso
explicando por qué tenía que matar a Marat y se lo cosió al vestido,
junto con su certificado de bautismo.
Y mientras Corday planeaba el asesinato,
David le hacía una visita a su amigo Marat.
Le encontró incorporado en su baño
usando una caja de madera vuelta del revés como escritorio improvisado.
Tan poco tiempo y tantos traidores a los que denunciar.
¿Descansaba alguna vez el Amigo del Pueblo de su duro y patriótico trabajo?
Al día siguiente, Charlotte Corday fue hasta casa de Marat en la "Rue des Cordeliers".
Detenida en la puerta, intentó entregar una nota manuscrita avisando de conspiraciones,
esperando que mordiera el anzuelo. Pero no hubo respuesta.
Esa noche, lo volvió a intentar.
Al llegar, dos hombres estaban entregando pan y periódicos.
Estaba dentro.
Corday fingió ser una informadora y le dio a Marat la lista de traidores.
"Haré que los guillotinen en una semana", dijo.
Y ya no hubo lugar para más.
Saco el cuchillo y lo clavó directamente en el pecho de Marat.
Así que el Amigo del Pueblo estaba perdido para la Revolución.
En la Convención Nacional, los diputados afligidos por el dolor lloraban a cántaros,
de corazón o no.
Lo que más querían, creo, era que Marat volviera a ellos.
"Vuelve, vuelve. Te necesitamos, toda Francia te necesita."
Entonces uno de los diputados más teatrales se levantó y gritó,
"David, ¿dónde estás? Tenemos un trabajo más para ti."
Y David de la mejilla hinchada encontró milagrosamente su voz.
Lo haré.
"Lo haré," dijo.
"Pintaré a Marat."
Era mitad del verano, el más caluroso que nadie recordaba.
Los embalsamadores, bajo dirección de David, trabajaban horas extra,
preparando el cuerpo de Marat para el funeral.
Pero su habitual y desagradable color rojo- carne se estaba volviendo verde rápidamente.
David había querido mostrar a Marat sentado, trabajando por el bien del pueblo.
Pero el cuerpo en descomposición se negaba a cooperar.
Empapado en perfume, tenía que estar tendido para que el público pudiera pasar a honrarle.
El funeral se desvanecería inevitablemente de la memoria de la gente.
El cuadro, sin embardo, nunca se desvanecería.
Era la mejor venganza de Marat,
ya que se aseguraría de que siempre estaría presente.
Aquí había alguien transfigurado por la bondad, honestidad y altruismo patriótico.
"Mírenlo", nos dice David, "Y verán la humanidad más noble posible."
Ha limpiado a Marat, por supuesto.
La piel tiene el color de la fría piedra,
la herida se distingue claramente, pero al mismo tiempo es casi delicada,
como la incisión en el costado de Cristo en la cruz.
Las sábanas blancas son como un sudario,
el atuendo espiritual del gran hombre que está entre nuestro mundo y la posteridad.
Es una imagen de culto,
y nos dice que creamos.
Su genialidad está en el hecho de que es también una historia para la gente.
Por una vez, el héroe no es romano, es uno de ellos.
Es el primer gran trabajo para la multitud,
los cantores de la Marseillaise.
Uno puede además sentir a David imaginando familias enteras en frente de esta pintura,
Un padre diciendo a sus hijos, "Miren, ahí está su tintero."
"Miren, la carta de la malvada Corday, manchada con la sangre del buen Marat."
Pero David no nos muestra la carta que permitió a Corday entrar en casa de Marat,
la que tenía la lista de traidores.
Es otra carta.
Una que mostraría a Marat como una víctima de su propia bondad.
"Basta que yo sea realmente infeliz para tener derecho a vuestra benevolencia," dice.
Sobre la caja hay otra carta de la viuda de un soldado caído en batalla.
Con ella hay una donación que Marat está a punto de enviarle.
Dos mujeres, entonces, la buena madre y la mala Corday.
No hay intento de darnos la sensación de que la habitación de Marat está ahí.
No hay pistolas cruzadas colgando en la pared, ni columnas falsas.
En su lugar, la mitad superior del cuadro está llena de pinceladas sueltas y suaves
que podrían ser una pared o simplemente espacio indeterminado.
El espacio de la eternidad.
Pero también está esa caja, áspera, sólida.
"Él fue uno de ustedes," dice la caja. "Uno de los pobres, de los que sufren."
"Pero ahora ya no pueden alcanzarlo."
"Nadie puede, excepto a través de esto."
Pero incluso mientras el cuadro nos hechiza,
otra voz dentro de la cabeza nos dice, "Espera un minuto,"
"esto es pura brujería."
Lo que David ha hecho aquí es glorificar a un paranoico,
cuya mayor satisfacción fue la persecución de miles de personas
cuyo único crimen fue ser indiferentes hacia la política.
Este cuadro es cómplice del terror.
Por supuesto, nunca se le ocurrió a David que estaba traicionando al arte.
"Oh, no," hubiera dicho. "Estoy realizando su más alto y noble propósito,"
"el de la reeducación moral."
"Eso es lo que todos esos retablos que una vez colgaron en las iglesias hacían,"
"pero eso eran todo mentiras y cuentos de hadas."
"Tenemos una nueva iglesia ahora, la iglesia de la virtud revolucionaria."
Así que, ¿por qué me gusta David?
Bueno, no me gusta. Es un monstruo.
Pero hace que las ideas resplandezcan en hielo seco.
Es un fantástico propagandista, el mejor.
Albert Speer no le llega ni a la suela de los zapatos.
¿Pero cuál era el objeto de todo esto?
Bueno, es una venganza contra el ingenio, la charla y la burla.
Pero era más que eso.
Esto es arte diseñado para convertir a los que lo vieran en ciudadanos virtuosos.
Y es todo tan perfecto, tan trágico, tan poético que uno casi se lo cree.
Pero como gran parte del arte diseñado para mejorar la humanidad,
tienen el efecto contrario.
Porque es mentira.
Tres meses después del asesinato de Marat,
el 16 de Octubre de 1793, Maria Antonieta fue a la guillotina.
David vio su carretón yendo calle abajo,
mientras la gente se escupía en las manos
e intentaba lanzar las flemas a la mujer que había sido reina.
La dibujó impasiva.
Pero David tenía cosas más importantes en su cabeza que el destino de Maria Antonieta.
Es ahora director oficial de la propaganda revolucionaria,
lo que excluía prácticamente todo lo demás.
Cuando su esposa le reprobó su celo, se divorció de ella.
David se había convertido en brazo ejecutor en el Comité para la Seguridad General,
persiguiendo a los poco entusiastas y firmando autorizaciones para sus ejecuciones.
El terror había comenzado,
y David se había convertido en parte de la gran maquinaria de muerte.
Y mientras el ritmo de la guillotina se aceleraba,
David se ocupaba en espectáculos cada vez más extravagantes para educar a la gente.
Miles de personas actuando, masas de vírgenes cantando, estatuas en el lugar de la Bastilla.
Un festival del ser supremo,
protagonizado por el alto sacerdote de la Revolución, Maximilien Robespierre.
Al final, David fue víctima de su propio éxito.
Los duros hombres que dirigían la guerra sabían que el pan y las armas importaban,
y las vírgenes y las palomas no.
Así que David no era sólo una distracción, era una amenaza. ¡Desháganse de él!
Y la caída de David estaba inextricablemente unida al destino de Robespierre.
Cada vez más, se hablaba de Robespierre
no como redentor de la Revolución, sino como un tirano,
y David, el escaparatista de su tiranía, iba a caer con él.
Robespierre fue atacado en la Convención, se oyó la temida frase "fuera de la ley".
Incrédulo, David montó un espectáculo.
"Robespierre," gritó.
"Si tú bebes la cicuta, yo la beberé contigo."
Pero por supuesto, no lo hizo.
Al día siguiente David, repentinamente indispuesto, falló a su cita con el martirio.
No estuvo al lado de Robespierre cuando fue guillotinado
y la cuchilla cayó finalmente sobre el terror.
Pero vinieron a por David de todas formas.
Denostado como tirano de las artes, David intentó balbucear una defensa.
Nadie entendió lo que decía, pero notaron lo pálido que estaba,
como el sudor corría por su ropa y goteaba sobre el suelo.
En prisión, consiguió algunas pinturas y pintó este autorretrato.
Pueden ver su famoso tumor y el giro que le provocaba en la cara,
pero eso es toda la verdad que nos muestra.
Porque lo que estamos viendo no es al viejo maestro de propaganda, eso es seguro,
sino a un joven David, al menos 20 años más joven,
todo inocencia, con el cabello románticamente despeinado,
el abrigo abierto para descubrirnos su puro y transparente corazón.
Y se pinta con paleta y pinceles.
"¿Por qué yo?" dice.
"Soy sólo un pintor."
Sí, claro.
¿Te llevaron por el mal camino? ¿Sólo estabas haciendo tu trabajo?
No lo creo.
Pero, ¿adivinen qué? La plegaria artística funcionó.
David salió de prisión,
y los siguientes años hizo espectaculares e incontrovertidos retratos como éste.
Monsieur Seriziat, su cuñado.
Esto es en lo que la Revolución de los virtuosos se había convertido,
la tricolor republicana reducida a un accesorio de moda.
Cuando vuelve a hacer pinturas históricas, son súplicas para parar la matanza.
No más política, entonces, para Jacques-Luis David, ¿verdad?
No.
El viejo demonio nunca se va del todo.
Una vez mordido por el poder, el veneno permanece.
Había pintado a Marat, ¿por qué no iba a pintar a Napoleón?
Cuando Napoleón fue coronado emperador en 1805,
David estaba servilmente a su lado como "glamurizador" oficial.
Pero por supuesto, Napoleón fue derrotado y la monarquía restaurada.
Muchos de los seguidores de Napoleón fueron perdonados,
pero no David.
Él había hecho algo que nunca podría ser perdonado.
Había hecho esto,
la imagen más tristemente célebre producida por el terror.
Francia ya había tenido bastante de Jacques-Louis David.
Desterrado de su propio país, David terminó en Bruselas,
donde pintó cuadros de creciente y brillante rareza,
un pez grande en un estanque muy pequeño.
En Francia, la mayoría hablaba de él como alguien del pasado,
"Oh, David, Brutus y todo eso. ¿No está muerto?"
Cuando murió, en diciembre de 1825,
el gobierno de Paris rechazó el permiso a su familia para traer su cuerpo a casa.
No se permite la entrada a asesinos de reyes.
Las pinturas de David, sin embargo, estaban a la venta.
Antes de eso, se exhibieron públicamente. Sin embargo, no el infame Marat.
Ése fue bien guardado en casa del hijo del artista.
Admisión sólo por acuerdo privado.
Y uno lo mira y sabe por qué.
Si alguna vez hubo una obra de arte que dice que la belleza puede ser letal,
ésa es la "Muerte de Marat" de Jacques-Louis David.