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Bruno sabía mucho del pueblo y de mí, y terminó entregándome más de lo que yo esperaba,
me había fortalecido espiritualmente, y tuve que marcharme reflexionando sobre mis debilidades
para tratar de enmendarlas. Sin darme cuenta y a medida que los problemas
me abrumaban, y creyendo aliviarlos con el trago, fui cayendo irremediablemente en adicción.
Pero he podido comprobar, que si bien es difícil apartarse, no es imposible tirar por la borda
las miserias y con ellas arrojar también la conjetura de que el alcohólico es un enfermo
incurable. Bastante daño llevo ya ubicado al margen de mis semejantes, limitado en mis
posibilidades de permanencia en el tiempo que me queda de existencia. Pero debo enfrentar
mi realidad, no volver a caer en la desesperación por lo que no pude, no puedo, o no me dejan
alcanzar; con esto no quiero decir que debo conformarme esperando que pasen los días
y llegue la muerte, tengo que luchar aunque el cuerpo me falle o a en corazón me arranquen,
quién podría hacer por mí más que yo mismo. Mi protesta va en el sentido de que no me
arrojen más porquería de la que ya bastante llevo.
Un alcohólico es un ser vulnerable, débil, huérfano de cariño, que agita los brazos
en busca de la comprensión de los demás, porqué no reconocer que me parezco a un huérfano
pajarillo, abandonado a su suerte en el crudo invierno, y que desesperadamente agita sus
mojadas alas con la esperanza de poder volar; soy talvez cual tierna y delicada flor que
el sofocante sol marchita y el viento la desprende para arrojarla una y otra vez sobre el calcinado
suelo sin que pueda defenderse. Un ser con complejo de culpa, que irremediablemente me
somete a la voluntad de los demás. Quiero llamar a Dios, al cura, al sepulturero, por
último a todos, para confesarles mi debilidad en espera de que me ayuden, pero con ello
sólo conseguiría inspirarles compasión, y eso no es lo que pretendo, sencillamente
pido me den la oportunidad de volver a caminar, de rehacer mi vida, de sentirme útil en lo
que sé y puedo hacer. Pero aquí la contradicción, nadie me dará lo que necesito en la manera
como lo espero. Si por esta conducta desesperada que llevo dentro, llegare hasta Alcohólicos
Anónimos buscando ayuda, esa ayuda tendría un precio, un precio que por el resto de mis
días no podría pagar, pues viviría etiquetado y más marcado que billete en manos de cambista
ambulante. Me atrevo a decir, que en lugar de haberme
desesperado por poseer para casarme o casarme para poseer, hubiese esperado a conocer más
a mi pareja, mi vida sería distinta y feliz la de mis hijos, seres inocentes que no pidieron
venir al mundo. Eso de aceptar mujeres que vinieron a mí
arrolladas por una decepción amorosa, fue una experiencia amarga y por lo tanto peligrosa,
como también fue desacertada la decisión de casarme mientras iban en pobreza los más
cercanos a mí. Pero debo agregar más a mi fracaso matrimonial, pues demasiada importancia
di a las opiniones de los demás en afán de complacerlos, y en lugar de conseguir la
feliz y equilibrada calma, solamente logré multiplicar mi infelicidad haciéndola extensiva
a los que más amé, me amaron y necesitaron de mí. Sin embargo jamás pasó por mi cabeza
buscar mi felicidad a costa de la desgracia de ellos.
Recuerdo con menosprecio aquellas entregas sexuales a cambio de dinero, que me hacen
pensar que no era más que un macho arrebatado sediento de placer en el mercado. Y las promesas
matrimoniales, suscritas en cumplimiento de la ley, que después de emprendido el camino
no cuentan para nada en la consecución de la felicidad; me hacen sentir un tonto avasallado
con el cuento del amor. Como ustedes pueden darse cuenta, mi caso
no es menos penoso que el de cualquier alcohólico por ahí. Mas todo eso es cosa del pasado,
quedó atrás con supuestos triunfos y flagrantes miserias, no quiero parecerles un pobre diablo
aunque creo que ya lo logré. Ahora me queda mirar para adelante. Como por arte de magia
ha desaparecido en mí la desesperada idea de quitarme la vida, como una solución a
todo lo que tenga que afrontar, ¿porqué quitármela ahora si aún puedo esperar?.
Me ha sido muy difícil aceptar esta parte de mi vida, creí que todo lo podía, como
antes, que mi organismo era el mismo, la misma visión, la misma dentadura, el mismo empuje
para empezar de cero, puedo decir que he llegado aceptar esta nueva etapa de mi vida. Imagino
pues que todo es bello, puedo imaginar mientras pueda respirar, esto y más todavía, puedo
imaginar. Imagino que el jovencito ya, hijo de José
y Dona, con el cariño y comprensión de sus abuelos maternos ha superado toda la desgracia
que le legaron sus irresponsables padres, y ella, la pobre se ha cansado de buscar aturdidamente
un hombre para su marido, y por fin se ha resignado a esperar la ocasión y mientras
tanto vivir para su hijo. Imagino que la niña que José engendró con Reina, aunque su madre
se desplace de uno a otro amante, ha comprendido la debilidad de sus padres y ha tenido la
mejor de la suertes. En cuanto a las dos pequeñas e inocentes criaturas con Sonia, imagino que
viven muy felices junto a sus abuelos maternos, aunque los insultos hacia su padre se crucen
viniendo de uno y otro lado en aquella familia; imagino que el logro laboral que ella ha conseguido
ha superado con creces la orfandad de las pequeñas, ¡imagino lo que no quiero imaginar
y me río!. Imagino también que la madre de José no sufre, y que las lágrimas que
discurren por los pliegues de su rostro son lágrimas de felicidad. También me doy tiempo
para imaginar que Humberto, primo de José, igual que salvó la vida a la viejecita, sigue
salvando otras como manda el juramento hipocrático de su profesión, y aunque sin dinero, alcanzó
su realización. Debo imaginar para ser feliz. Así pues, somos una sociedad enferma, mejor
dicho pertenezco a una sociedad enferma. ¡Un mundo interno de ambición que nos empuja
a la destrucción mutua, manifiesta en unos y camuflada en otros, pero siempre tragándonos
los unos a los otros hasta morir!. Muchas veces estuve tentado a realizar estupideces,
pero, tuve que evaluar el efecto de las mismas, aposté por lo que creía correcto, aunque
en las cosas del amor nunca supe de lo correcto o incorrecto, creí sí, que estaba en lo
correcto, después la experiencia y el razonamiento me llevaron a la conclusión de que el amor
y el alcohol producen la misma sensación de felicidad y de infelicidad, tal fue mi
desgracia. Aventurado decirlo, ¿no?. Mas en lo que a mi concierne, me aparto de toda
la inmundicia que me llevó a emborracharme de impotencia. ¡Y no quiero complacencias
porque no las necesito de nadie!.