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Tomo un lápiz,
pero me pregunto "¿Por qué?".
No tengo ninguna historia para contar, ni tengo dolor ni motivos para escribir.
Con la mirada fija en la hoja en blanco,
un pensamiento (chasquea los dedos) aparece frente a mí.
Veo una chispa.
Estiro mis brazos lo máximo posible para tratar de alcanzarla y...
¡Nada!
Está perdido: todo pensamiento, todo objetivo.
Clavo los ojos de nuevo en el papel, ¡durante lo que parecen horas!
Levanto la vista para mirar el reloj, que marca las 13.
Es hora de tomar un descanso.
Me levanto, aprieto los puños, abro los hombros,
hasta que me doy cuenta de que había empezado a las 12:59.
Con un suspiro, vuelvo a encorvarme.
Sigo mirando la hoja fijamente,
esperando que el cuaderno mágicamente haga su trabajo,
me devuelva la mirada
y parpadee.
Eso es lo que me da energía:
un sentimiento de logro que no podría recibir del reloj.
A medida que pasa el tiempo, me doy cuenta de que no estoy sola,
perdida ni abandonada en una hoja en blanco.
Mientras tú te encuentras a ti mismo, y buscas esa chispa
y te dispones a alcanzarla, pero retrocedes;
mientras se acumulan sentimientos en tu interior,
pero pareciera que no encontraras las palabras para liberarlos
y liberarte,
yo estoy atrapada, con los pies pegados al suelo,
con un armario revuelto lleno de pensamientos insignificantes,
buscando aquél que me libere
para llenar el vacío de esa hoja en blanco.
Pero esta vez,
cuando miro de nuevo la hoja,
veo palabras.
Cuando luches contra esa primera hoja en blanco,
contra esas palabras que no encuentras,
solo agarra el lápiz.
Como hice yo.
(Aplausos)