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Esta exposición tiene como fin aproximarnos a la relación existente entre los fondos de la Real Armería y su proyección en el retrato de corte, sobre todo de las personas reales en el Renacimiento y en el Barroco.
Es importante destacar que la relación entre estas dos colecciones reales no había sido objeto de un estudio pormenorizado hasta el momento,
ya que la atención por la historia del retrato, sobre todo en el Renacimiento, se había centrado en distintos puntos de vista, pero no en éste.
Por este motivo, la exposición comienza con una sala introductoria en la que se contraponen la Colección Real de Pinturas y la Colección de la Real Armería.
Es decir, cinco obras maestras del Museo del Prado, se exponen junto a cinco obras maestras de la Real Armería
para darnos cuenta de la importancia que tuvieron las dos colecciones en la corte española y, sobre todo, para poder ver los puntos en común entre ambas.
No sólo utilizaron los mismos recursos iconográficos y no sólo eligieron los mismos asuntos decorativos,
sino que incluso algunas armas fueron concebidas como retratos e, incluso, algunos retratos reales fueron plasmados en el interior de la decoración de estas armas.
Es decir, los vínculos entre las dos colecciones son mucho más estrechos de los que se había pensado hasta el momento.
Tras la introducción se aborda el núcleo clave de la exposición. Un primer bloque trata la relación entre la Real Armería y el Retrato de Corte.
Tenemos que tener en cuenta que este es el periodo dorado de este género, ya que artistas como Tiziano o Antonio Moro fueron los encargados
de fijar los modelos del retrato real que se iban a difundir, no sólo en España, sino en el resto del continente
y, no sólo en el siglo XVI, sino que iban a ser también los utilizados a lo largo de todo el siglo XVII.
En este momento la vinculación entre la Real Armería y la Colección Real de Pintura se explica
porque los retratos fueron efectuados teniendo como modelos las armaduras utilizadas en los principales hechos históricos de los dos reinados.
Desde la coronación imperial en Roma en 1530 a las batallas en Mühlberg en 1547 o San Quintín en 1557 [FECHA CORRECTA].
Felipe II siguió los gustos del Emperador Carlos V siendo príncipe, pero sin embargo cuando se convirtió en Rey decidió cambiar radicalmente su imagen.
Él no estaba interesado en las armas de guerra ni en tomar parte en las campañas militares.
Tampoco estaba interesado en participar en las justas y en los torneos, como hacía su padre, que fue un gran deportista.
Todo lo contrario, él no quería proyectar ese tipo de imagen, se sentía más cercano a un príncipe, en realidad, del Renacimiento,
que había instaurado una ciudad como capital del Reino, desde donde podía gobernar todos sus vastos dominios
sin necesidad de tener la incesante actividad que había tenido su padre y que también demandaba una serie de objetos para poder desarrollarla,
entre los que destacaban las armaduras tanto de guerra como de torneo, como de parada.
Al no seguir estos dictados paternos, Felipe II dejó de encargar armaduras y con ello se dejaron de hacer retratos de corte.
Este es el motivo que explica por qué el final del primer grupo de la exposición está dedicado a transmitir la única imagen que él quería que fuera contemplada por sus contemporáneos.
Las únicas armas en las que estaba interesado eran todas aquellas all'antica que recreaban la antigüedad clásica y que le hacían mostrarse como un emperador romano.
Esta imagen clásica solo convivía con la imagen del primer funcionario del reino personalizado en el rey vestido de ***, siguiendo las modas españolas de ese momento.
El segundo bloque de la exposición está dedicado al siglo XVII, a las transformaciones que se producen en el mismo que son de diversa naturaleza.
Las armaduras reales no solo son utilizadas para los retratos de los monarcas, sino que también se recurre a ellas para los retratos de distintos personajes de la corte.
Este hecho es tan insólito como la segunda característica de este momento y es la no correspondencia con la lógica entre el personaje retratado y las armas con las que se viste,
es decir, muchos retratos del siglo XVII de reyes españoles como adultos en realidad tienen como modelos armaduras de niños.
Hay una imposible relación física entre el objeto al que se alude y el aspecto de retratado en el momento de realizarse ese retrato.
La tercera característica de la pintura del siglo XVII es que en ella la Real Armería es utilizada como fuente de inspiración para diversos asuntos,
desde temas bíblicos a cuadros prácticamente de historia destinados a la decoración de los distintos palacios reales.
El último bloque de la exposición se centra en el desarrollo de este tipo de retrato con el advenimiento de la Casa de Borbón.
Todo hacía presagiar el fin de este género pictórico, pero sin embargo la llegada de Felipe V al trono de España supuso la conjunción de dos tradiciones:
por un lado, la española, como se ha venido desarrollando en la exposición hasta este momento y por otro lado, no debemos olvidar
la larga tradición que el retrato de armadura había tenido en la corte de Versalles durante todo el siglo XVII, como bien muestra la exposición, el retrato de Luis XIV, el Rey Sol.
Junto con él, un jovencísimo Felipe V con 17 años aparece armado con la armadura utilizada por Tiziano
en el famoso cuadro del Museo del Prado, en el que se representa de cuerpo entero a Felipe II siendo príncipe.
Junto con ellos, se expone también un retrato de Fernando VI como infante, muy joven, en el que viste una llamativa casaca,
siguiendo los trajes de lujo de corte de ese momento, pero debajo de la cual se aprecia perfectamente el peto de una armadura,
dado que la armadura no había perdido, a pesar de estar en franca decadencia, el aspecto simbólico que le había hecho protagonista del Retrato de corte hasta este momento.
La exposición acaba con el retrato de Carlos III realizado por Mengs.
En él, Carlos III sigue vistiendo una armadura de Felipe II, pero este género pictórico ya no tenía mucha razón de ser.
Tenemos que pensar que las armaduras remitían a un mundo caballeresco de origen medieval que era incompatible con el siglo de las luces.
Carlos III fue un monarca ilustrado y este tipo de mentalidad representada en los retratos de los siglos XVI y XVII, ya no tenía razón de ser, ni en España ni en el resto de Europa.