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Una isla rodeada de bruma recibe el nuevo día al sur del continente asiático.
Es tan sólo una de las más de 20.000 que se reparten entre éste continente y Australia,
pero en su interior encierra misterios zoológicos que han sorprendido a los científicos durante generaciones.
Cuando los primeros exploradores europeos llegaron al archipiélago de Indonesia, a comienzos del siglo XVI,
apenas podían dar crédito a sus ojos: ante ellos se abría un nuevo mundo de selvas impenetrables y volcanes en erupción.
Un mundo donde imperaba la oscuridad y el misterio.
La Naturaleza parecía haber perdido toda su lógica en este lejano lugar.
Aquí podían verse plantas que se alimentaban de animales y peces que permanecían fuera del agua sin morir asfixiados.
Cada descubrimiento encerraba un nuevo misterio.
Trescientos años más tarde, a comienzos del siglo XX, un piloto que había caído al mar con su avión, logró llegar a nado a una de esas islas.
Cuando el equipo de rescate logró localizarlo el hombre parecía haber perdido la razón.
En su delirio afirmaba que la isla estaba habitada por unos saurios enormes que atacaban y devoraban a los nativos.
Sin saberlo, aquellos hombres habían desembarcado en una tierra de dragones.
Durante las glaciaciones del Pleistoceno el aumento del hielo en los casquetes polares provocó un descenso en el nivel del mar.
Algunas islas permanecieron aisladas, pero otras quedaron unidas con el continente. Java fue una de ellas.
Tras la glaciación el mar recuperó su nivel primitivo y Java perdió el contacto con las poblaciones de Asia.
Había vuelto a quedar aislada.
A partir de ese momento su fauna y su flora tomarían caminos evolutivos distintos a los del continente.
Unos caminos que acabarían por convertirlas en criaturas legendarias.
La inaccesibilidad de sus selvas y el aislamiento rodearon la isla de una aureola de misterio.
Los escasos visitantes que recibía del continente volvían con extrañas historias que hablaban de animales para ellos desconocidos.
Los relatos se propagaron y se deformaron hasta tal punto que cuando tiempo después llegaron a la lejana Europa
se habían convertido en leyendas fabulosas sobre animales mitológicos.
Siglos más tarde, cuando los colonizadores europeos llegaran a la lejana isla de Java,
se encontrarían con las extrañas criaturas que habían dado origen a sus antiguas leyendas.
Los europeos, sin embargo, no fueron los primeros en alcanzar la isla.
La especie humana ya habitaba estas tierras en el Período conocido como Neolítico, hace más de 4.000 años.
Y sus descendientes viven aún en ella.
A lo largo de innumerables generaciones los pobladores locales convivieron con la jungla y sus misteriosos habitantes.
Introdujeron la ganadería, talaron los bosques, cultivaron y cazaron.
Todavía hoy mantienen una forma de vida y unas tradiciones similares
a las que poseían cuando desembarcaron los primeros occidentales en sus tierras.
El conocimiento se transmitía de padres a hijos por medio de la tradición oral.
Las nuevas generaciones aprendían de sus mayores qué especies cultivar y con qué técnicas,
cuales eran los mejores pastos o qué peces eran comestibles.
Junto a estos conocimientos también debían aprender a temer a sus predadores
y a reconocer los innumerables peligros que encerraban las selvas que les rodeaban.
A través de ellos los exploradores europeos recibieron las primeras descripciones de la fauna que habitaba estos parajes.
La falta de conocimientos científicos de los visitantes transformaría estas explicaciones en relatos inverosímiles.
Las más fantásticas criaturas parecían morar en el corazón de la selva.
La mayoría de estos animales vivía en el interior del ecosistema más presente en la isla: el bosque tropical lluvioso.
La cubierta vegetal es tan densa que en algunos lugares apenas llega al suelo un 5% de la luz solar.
La oscuridad y la espesura hacen casi imposible la localización de la fauna.
Los únicos indicios de su presencia son los sonidos que llenan la atmósfera.
Es una selva impenetrable donde los mismos árboles adquieren formas extrañas y la fauna escapa a la observación del hombre.
Los colonizadores no tuvieron dudas: ésta debía ser la morada de aquellos animales de los que hablaban las leyendas.
En todos los estratos de la jungla la fauna parece invisible pero está presente.
A nivel del suelo miles de diminutos animales limpian la selva de cadáveres y restos vegetales.
Un trabajo que no se aprecia a simple vista, pero que resulta vital para el sistema.
El orden zoológico de los insectos es el más representado en la pluvisilva.
También es uno de los más desconocidos: miles de especies que viven en su interior aún no han sido descubiertas o catalogadas por el hombre.
En el estrato arbóreo vive gran parte de la fauna local.
Estos macacos cangrejeros representan tan sólo a una de las 10 especies de macacos que habitan el archipiélago
Sólo en primates pueden encontrarse 31 especies, de las cuales 23 son endémicas, es decir, exclusivas de las islas.
El aislamiento produjo numerosos endemismos y una gran diversidad biológica.
Aquí pueden encontrarse bosques lluviosos tropicales, manglares y sabanas.
Cada uno de ellos cuenta con su fauna y flora específicas.
En algunos casos las especies son exclusivas del archipiélago e incluso puede darse el caso de estar restringidas a una sola isla.
En otras ocasiones son variedades que también están presentes en Asia o Australia,
los dos continentes que tuvieron contacto con islas de Indonesia.
Este es el caso del 2º mayor bóvido del mundo: el banteng.
Los banteng, de 900 kg. de peso y casi 2 metros de altura, prefieren los espacios abiertos al interior de la selva.
En ellos encuentran pastos y tienen más posibilidades de detectar a sus potenciales enemigos.
Su tamaño sólo es superado por otro bóvido: el gaur indio, que puede pesar una tonelada y medir 30 cm. más que ellos.
Los grupos de bantengs están compuestos por varias hembras,
lideradas por un macho dominante, que vigila de forma constante su harén.
Sus poblaciones se extendían en la antigüedad por todo el sudeste asiático continental.
Llegó a ser una importante fuente de alimentación para las poblaciones locales y en la actualidad se encuentra domesticado en algunas islas.
Los ejemplares salvajes, sin embargo, han sido objeto de una intensa caza y hoy sólo sobreviven en Burma, Tailandia, Borneo y aquí, en Java.
A excepción del hombre, pocos son los predadores que pueden enfrentarse a una presa de este tamaño.
Su principal enemigo se esconde en la profundidad de la selva, donde resulta prácticamente invisible.
Es el mayor predador de la isla, un animal temido y venerado por el hombre desde tiempos ancestrales: el tigre.
Hoy el tigre es casi un desconocido para el banteng.
Tras la intensa caza a que se ha visto sometido, sus poblaciones han quedado tan reducidas que en Java su extinción se da casi por segura.
La misma amenaza que se cierne sobre el mayor habitante de estas selvas.
Es precisamente en esta isla, en Java, donde los primeros exploradores hallaron uno de los animales más misteriosos del archipiélago.
Las descripciones de los nativos mostraban un ser de aspecto prehistórico con un único cuerno frontal,
como el que tuviera el unicornio de las leyendas.
El animal vivía en el interior de la selva, lo que dificultaba su localización.
Durante algún tiempo las únicas pruebas de su existencia fueron las historias locales,
unas extrañas acumulaciones de excrementos que aparecían en diversos puntos de la espesura
y unas huellas que se veían en ocasiones sobre el terreno húmedo, junto a la vegetación mordisqueada.
El misterioso animal, sin embargo, acabaría saliendo a la luz.
El rinoceronte de Java es uno de los mamíferos más escasos del planeta.
Es algo menor que el rinoceronte indio y sus hembras carecen de cuerno o lo tienen muy pequeño.
Su ausencia ha resultado trascendental para ellas, ya que les hace poco atractivas para los cazadores furtivos.
A pesar de ello sus poblaciones están en serio peligro.
Java cuenta en la actualidad con la mayor de todas y suman tan sólo 50 individuos.
El rinoceronte apenas ha salido del oscuro mundo de las leyendas y ya se ha adentrado en el camino de la extinción.
El rinoceronte es una de las especies que llegaron al archipiélago durante las glaciaciones y quedaron después aisladas.
Con la subida de las aguas sólo aquellas comunidades animales o vegetales capaces de atravesar los mares pudieron alcanzar las islas.
Una de esas comunidades se asienta hoy sobre los limos de los estuarios, allí donde se juntan las aguas dulces de los ríos con el mar.
Sus árboles forman un laberinto impenetrable de raíces y troncos.
Un ecosistema inaccesible habitado por especies que se hallan a medio camino entre el mar y la tierra.
Aquí las condiciones de vida no son las más idóneas: el limo es muy ácido, carece de oxígeno y tiene unos niveles extremos de sal.
Pero el manglar cuenta con el mecanismo apropiado para colonizarlo: sus semillas.
Las semillas del mangle deben enfrentarse a estos problemas y además establecerse en un lecho sujeto a mareas y corrientes.
Para lograrlo germinan en el propio árbol y desarrollan un vástago de hasta 40 cm. de longitud.
Sólo entonces se desprenden.
Si coincide con la marea baja quedará clavada sobre el lecho y podrá arraigarse.
A partir de ese momento el reto será vencer la falta de oxigenación de sus raíces.
Para lograrlo desarrollará largas raíces aéreas o bien creará unos tubos verticales, los pneumatóforos,
que emergerán del lecho como pequeñas chimeneas de respiración.
Esta semilla ha caído durante la marea alta, pero no se perderá.
Su misión será alejarse flotando, en busca de nuevos territorios que colonizar.
Por debajo de ella se extiende otro universo de vida, un mundo que desde la antigüedad ha fascinado y atemorizado al hombre.
La poca profundidad del mar, la misma que permitió la comunicación de las islas con el continente durante el Pleistoceno,
permite ahora que sus fondos reciban luz y calor.
La fauna y la flora marinas han encontrado unas condiciones favorables para vivir
y en pocos lugares del mundo se han desarrollado con tal profusión
Aquí una sola bahía puede albergar el doble de especies animales que todo el Caribe.
La evolución ha creado en estos paraísos submarinos unos seres tan diferentes a los de la superficie
que desorientaron a los científicos durante años.
Este pez payaso, por ejemplo, no se frota contra ninguna planta, sino contra una anémona, un animal de la familia de los pólipos.
La anémona protege al payaso de sus enemigos con sus tentáculos urticantes.
Él, a cambio, limpia a su protectora de parásitos.
Mucho antes de que la ciencia pudiera estudiar la relación simbiótica entre el pez payaso y la anémona,
el mar era para el hombre un lugar lleno de misterio.
Sus profundidades eran inalcanzables y su fauna era en muchos casos desconocida.
La falta de información científica fue suplida por la fantasía del hombre,
que vio en las aguas del océano unicornios marinos, serpientes gigantes y sirenas.
Las historias contadas por los marineros corrían de boca en boca y alentaban la imaginación de la gente,
ayudadas por el gran número de personas que morían cada año en el mar.
Algunos de los peligros que escondían las aguas tomaban forma de peces multicolores que poseían armas capaces de matar a un hombre.
Los miembros de la familia de los escorpénidos poseen en sus aletas púas venenosas para disuadir a los predadores de todo intento de caza.
Algunas de sus especies, como este pez león, son claramente visibles
pero otras han desarrollado un mimetismo que las confunde con el fondo coralino.
Aquellos que cometían el error de pisarlas morían en pocas horas sin haber podido identificar qué les había atacado.
En otras ocasiones el peligro provenía de unos animales mucho más conocidos: las serpientes.
El temor que los ofidios despertaban en el hombre desde la antigüedad se trasladó de inmediato a sus parientes marinos
y en algunos casos de forma acertada.
La serpiente olivácea no sólo es más rápida que cualquier ejemplar terrestre,
además posee el veneno más poderoso entre todas las serpientes del mundo.
Junto al temor, el arrecife de coral despertó desde un principio la admiración de los hombres.
Las aguas claras del Indico permitían una visibilidad impensable en otros mares.
En un día de calma se podía observar desde la misma superficie el ecosistema que se desarrollaba a pocos metros de profundidad.
Ante los ojos del hombre apareció un paraíso lleno de colorido y formas desconocidas hasta entonces.
Un mundo en el que los peces compartían su hábitat con animales que semejaban plantas o con las holoturias:
unos extraños gusanos gigantes que parecían expulsar fuera de sí el aparato digestivo cuando se veían amenazados.
El hombre había descubierto bajo la superficie del agua un mundo cuyos misterios superaban
incluso aquellos que se ocultaban en el interior de las selvas indonesias.
Mas allá del arrecife de coral se extienden las aguas abiertas del océano,
uno de los lugares que desde antiguo han inspirado mayor temor al hombre.
Los fondos marinos se pierden en las profundidades y ante la vista sólo queda el llamado Gran Azul: la inmensidad del océano.
Es un mundo sin apenas colores, dominado por los grandes predadores del mar;
el territorio del animal más temido del océano: el tiburón.
De todas las especies de tiburones que habitan los mares, sólo unas pocas atacan al hombre,
pero han bastado para dotar a los escualos de una fama terrorífica.
Pocas son las personas que sepan diferenciar estos jaquetones del resto de sus parientes y ante la duda es mejor no arriesgarse;
sobre todo si se tiene en cuenta que las aguas cálidas del Indico pueden ser visitadas por los tiburones blancos,
los más peligrosos de todos los escualos del mundo.
De este modo, conscientes o no de su ignorancia, los hombres han considerado a todos los escualos como asesinos temibles.
Por encima de ellos en la superficie, la semilla que partió del manglar prosigue su camino.
Su clorofila le permite realizar la fotosíntesis, gracias a la cual podrá mantenerse viva durante casi un año a pesar de estar germinada.
Si durante ese tiempo alcanza las aguas salobres de un estuario podrá quedar varada en el fango,
desarrollarse y crear un nuevo manglar en otra isla del archipiélago.
Con él manglar llegan también nuevas especies de fauna.
Una de ellas está oteando el exterior a través de sus periscopios naturales.
Parece que no hay peligro. Es hora de salir a la superficie.
Se trata de un cangrejo violinista.
Su nombre se lo debe al tamaño desproporcionado de una de sus pinzas, casi equiparable al del resto del crustáceo.
El fango de los manglares es su fuente de alimentación.
Para extraer las sustancias nutritivas que contiene, el cangrejo recoge con las pinzas terrones de limo
y los coloca en los palpos que poseen frente a la boca.
Estos miembros están dotados de unas finas cerdas de filtran la comida y la introducen en la cavidad bucal.
El barro que sobra se acumula en una pequeña bola que es expulsada mientras el cangrejo se mueve.
El macho sólo puede utilizar una de sus pinzas.
La otra es tan grande que se ha vuelto inútil para recoger el limo. Un problema que no padecen las hembras.
El desarrollo de la pinza tiene dos misiones fundamentales: marcar el territorio y atraer a las hembras.
Para ello el macho la exhibe con movimientos enérgicos.
He aquí un competidor.
Cuando la hembra se acerca a su territorio, el galán intenta aproximarse a ella para llevársela a su agujero.
No ha habido éxito.
Por fin la hembra parece haber elegido al otro candidato.
Si es así, ambos permanecerán juntos hasta que se dirijan al refugio del macho donde se aparearán
sin ser molestados por el resto de los pretendientes.
En el manglar conviven varias especies de cangrejos violinistas,
a pesar de lo cual las hembras no tienen problemas para distinguir a sus galanes.
Cada especie tiene su propio color y realiza un baile de cortejo diferente, algo muy útil cuando hay tanto pretendiente junto.
El enorme número de cangrejos presentes limita el tamaño de los territorios y acentúa la competencia.
No es raro observar a dos machos en la frontera de sus respectivos dominios pugnando por una misma hembra.
Con tantos pretendientes juntos no tardan en producirse peleas.
A lo largo de la época de celo estas luchas incruentas se repetirán con frecuencia
entre todas las especies de cangrejos que habitan el manglar.
Mientras los cangrejos prosiguen sus cortejos, un animal diminuto emerge del agua apoyándose en sus aletas.
Es un pez y, sin embargo, no muere asfixiado al salir a tierra firme.
El saltarín del fango es una de las pocas especies de peces que existe en el mundo capaces de vivir fuera del agua.
Su sorprendente característica le sirve para alimentarse de las pequeñas algas, crustáceos y gusanos que habitan los manglares.
Su vida fuera del agua no se limita a la alimentación.
El cortejo también se desarrolla en tierra. Para ello el macho despliega ante las hembras su aleta dorsal.
El problema es que los saltarines son tan pequeños que no se les ve mucho.
Para compensarlo tendrán que situarse donde el barro cree una elevación o saltar para ganar altura.
A falta de patas, los saltarines utilizan para desplazarse sus aletas pectorales.
Las aletas han adquirido una fuerte musculatura e incluso una articulación en su parte media,
que recuerda al codo que poseemos los animales terrestres.
Para respirar utilizan un sistema similar al de los cangrejos: retienen el agua entre sus branquias.
Al ingerir su comida tienen que expulsarla por lo que los saltarines se acercan al agua cada poco para renovar la reserva.
Cuando lo hacen aprovechan para mojar su piel, de modo que permanezca en todo momento húmeda,
algo muy importante porque a través de ella también absorben oxígeno.
Entre las miles de islas que componen el archipiélago hay una que a pesar de su pequeño tamaño posee un valor extraordinario.
Los peligrosos arrecifes que la rodean unidos a su escasa extensión hicieron que durante siglos pasara desapercibida para los colonizadores.
Nada en su apariencia hace sospechar los misterios que guarda en su interior.
A comienzos del siglo XX la isla adquirió un repentino protagonismo.
Se corrió el rumor de que sus bosques escondían una fauna muy diferente a la que podía verse en sus playas.
Hacia el interior moraban unas criaturas tan desconocidas como terribles.
Las historias se hicieron cada vez más frecuentes y el gobierno de Indonesia decidió mandar una expedición científica.
Lo que descubrieron fue tan asombroso que la isla pasó en pocos años de ser una completa desconocida a adquirir fama mundial.
En el interior de los diferentes ecosistemas conviven especies de fauna autóctona con otras introducidas por el hombre.
Macacos cangrejeros y ciervos de Java, comparten la isla con jabalíes, cerdos, cabras y búfalos.
Todos ellos, domésticos o salvajes, son presas potenciales del gran predador de la isla, aquel al que los nativos llaman “ora”:
el dragón.
El dragón de Komodo es el mayor lagarto viviente del mundo.
Puede llegar a medir 3 metros y pesar 70 kg.
Algunos zoólogos creen que podría ser una subespecie de otro lagarto mayor que habitó en el pasado el continente asiático,
en los dominios de la cultura china.
Quizá sea ésta la explicación a la abundancia de dragones que aparecen en sus tradiciones.
Posee una vista y un oído poco desarrollados. Para cazar tiene que confiar en su olfato.
El olor de un ciervo ha llegado hasta el dragón. La caza comienza.
Cada vez que saca su lengua las partículas que trae el aire son atrapadas en sus dos puntas.
Al recogerla introduce éstas en un receptor especial llamado órgano de Jacobson que está situado en la parte superior de su boca.
Éste analiza las partículas recibidas e indica al dragón no sólo la presencia del ciervo sino también la dirección en la que se encuentra.
El ciervo también tiene buen olfato y un cambio de viento le alerta de la presencia del predador.
El dragón ha perdido el rastro, pero sigue avanzando mientras analiza el aire.
Quizás el viento vuelva a traer noticias de su presa.
El ciervo está ya fuera de su alcance pero aun así el varano no abandona.
Son muchos los animales que habitan la selva y en cualquier momento puede llegarle el olor de otra posible presa.
Nada le hace sospechar que por encima suyo una de ellas le vigila en silencio.
Y una que guarda gran relación con él.
Es un dragón joven.
La voracidad de estos animales es tal que los adultos no dudan en atacar a las crías de su misma especie.
Para evitar ser localizadas éstas se impregnan de heces que disimulan su olor natural y trepan a los árboles,
donde permanecen hasta que el predador se aleja.
Mientras permanezcan en el árbol estarán seguros, incluso si son detectados a pesar de su camuflaje oloroso.
Los ejemplares adultos pesan demasiado para poder subir por el tronco en su búsqueda.
Tras su intento fallido de caza el dragón se dirige hacia la sabana, desde donde le llega un olor conocido.
Los espacios abiertos son frecuentados por los grandes herbívoros autóctonos, pero también por el ganado doméstico de los indígenas.
Unos y otros encuentran aquí pastos y brotes con que alimentarse.
En pago por la utilización de sus praderas, los habitantes de Komodo dejan al gran predador los cadáveres de su ganadería.
Cuantos más muertos haya menos probabilidades tendrán de que los reptiles salden la deuda por su cuenta atacando a las reses vivas.
En esta ocasión ha sido una cabra la que ha muerto.
El viento ha dispersado su olor y el dragón ha acudido con rapidez a la cita.
Debe comenzar a comer de inmediato.
Si él ha localizado el cadáver no es extraño que otros dragones lo hagan en breve.
Lo primero que devorará serán las vísceras, la parte más fácil, blanda y rápida de comer.
Antes de haber podido empezar llega un segundo lagarto y éste es aún mayor.
En poco tiempo el viento habrá llevado su mensaje a todos los dragones de la zona.
Como si hubieran sido llamados a una reunión, todos coincidirán en el claro para participar en el banquete.
Cuando llega el tercer comensal ya no quedan vísceras.
Es el premio que reciben los primeros en localizar el alimento.
El cadáver es despedazado y compartido sin problemas.
Por extraño que resulte no se producen peleas entre ellos.
Cada cual busca su hueco y se concentra en la comida que tiene delante.
En pocos minutos la cabra habrá desaparecido casi por completo.
Los lagartos se tragarán los huesos, la piel e incluso las pezuñas.
Sobre el terreno apenas quedarán unos cuernos, rodeados de sangre y huellas de garras,
la única señal que indicará que los dragones han aceptado el pago de los nativos.
En mitad de la vorágine, aparece en el claro un personaje nuevo.
Los cerdos también fueron introducidos en la isla por el hombre y son también un manjar apreciado por los dragones,
algo que al visitante no parece preocuparle demasiado.
A pesar de la proximidad nadie le ataca.
El cerdo es más rápido que los varanos y siempre que les tenga localizados estará seguro.
Los predadores lo saben y no gastarán energía en un intento de caza que de antemano saben inútil.
Todas las islas que cuentan con asentamientos humanos han sido invadidas por su fauna acompañante.
Los distintos ecosistemas han ido recibiendo cerdos, perros o cabras que escaparon de los poblados y supieron adaptarse al medio salvaje.
Ellos constituyen la última fauna que han logrado salvar el aislamiento insular y los últimos en convertirse en víctimas del dragón de Komodo.
Los hombres han vivido junto a los grandes lagartos desde tiempos inmemoriales.
A lo largo de generaciones, niños y adultos que se alejaron de los poblados desaparecieron en la selva sin dejar rastro.
Tras la angustia inicial llegaba la resignación.
Era el tributo que debían pagar a los grandes lagartos por permitirles vivir en su isla.
Todavía hoy 2.500 personas viven entre Komodo y Rinca, dos de las 4 islas que aún albergan dragones en su interior.
Para ellos, como para sus antepasados, el misterio de Komodo es algo cotidiano, que ya no sorprende.
Para los europeos que llegaron por primera vez a la isla fue la confirmación de que se hallaban en una tierra mítica
donde los dragones todavía aterrorizaban a los hombres.
Un lugar donde moraban los animales de sus pesadillas.
Algunos de esos animales permanecían inactivos mientras la tierra estaba bajo el dominio de la luz.
Este grupo de zorros voladores descansa en las ramas de los árboles esperando que llegue la noche.
Son los mayores murciélagos del mundo pero a pesar de su terrorífico aspecto son inofensivos,
porque los zorros voladores son frugívoros, es decir, se alimentan de frutas.
Su actividad comenzará en el mismo momento en que decline el día, con la caída del sol.
Con la llegada de la noche las islas se transforman.
Las especies que permanecían inactivas durante el día despiertan;
los predadores salen de caza amparados por la oscuridad y el aire se cubre de sonidos que todavía hoy llenan de temor a los indígenas.
La gente permanece en sus chozas y nadie sale del poblado.
Por unas horas las islas recuperan su estado salvaje, fuera del dominio del hombre.
A pesar de ser un pueblo pescador, los habitantes de Komodo han transformado el ecosistema de la isla.
Cabras y búfalos de agua han pastado en las sabanas desde la llegada del hombre.
Las talas continuadas para obtener madera han hecho desaparecer muchos de los bosques que antaño ocupaban estas tierras
y hoy gran parte de ellas están cubiertas por sabanas.
Estos cambios afectaron directamente a los dragones.
Sus principales presas, los herbívoros autóctonos, veían mermadas sus poblaciones por cazadores y perros asilvestrados,
mientras el ganado doméstico esquilmaba sus pastos.
Con el hombre en sus dominios y sus presas naturales en declive, la confrontación era inevitable.
Los dragones comenzaron a cazar al ganado doméstico y a aproximarse cada vez más a los poblados.
A medida que su ecosistema se deterioraba la presión sobre los habitantes locales se hacía mayor.
Los indígenas, ignorantes de su responsabilidad, veían cómo cada año aumentaban los ataques.
Los saurios parecían recoger su tributo cada vez con mayor frecuencia.
El tamaño de la presa no supone un problema para los varanos.
Si no pueden matarlo en el momento del ataque basta con que consigan morderlo.
En su boca viven más de 50 variedades de bacterias infecciosas y un solo mordisco es suficiente para que pasen a la herida.
Al cabo de una semana como máximo, el animal morirá a consecuencia de la infección.
Cuando esto ocurra, los dragones lo localizarán por el olor y darán buena cuenta de él.
Un caso sorprendente de caza a largo plazo.
Ni la dura piel ni los huesos suponen un obstáculo para las mandíbulas de estos saurios.
Todo aquello que pueda ser nutritivo se ingiere.
Un dragón puede comer hasta el 70% de su peso corporal de una sola vez, gracias a la capacidad de dilatarse que tiene su estómago.
Un niño de 9 años puede ser devorado completamente por un solo ejemplar adulto.
No es de extrañar, por tanto, que estas criaturas inspiraran un profundo terror a los nativos de la isla.
Cuando casi han terminando un nuevo comensal se apunta al banquete.
Ha percibido el olor desde varios kilómetros de distancia y llega un poco tarde al festín.
Por suerte la pieza es suficientemente grande y aún queda comida para él.
Su capacidad para ingerir grandes cantidades de comida de una vez les permite permanecer un largo período sin alimentarse.
No pueden permitirse el lujo de comer todos los días pero a cambio la Naturaleza les ha dotado de un estómago que compensa esa falta de continuidad.
Si tenemos en cuenta que la especie que pudo habitar China en el pasado era aún mayor que la insular,
las viejas leyendas de dragones que exigían jóvenes vírgenes para calmar su ira parecen ahora más verosímiles.
Por el tamaño de sus abdómenes puede adivinarse quienes están saciados.
Tras haber ingerido cada uno más de 40 kg. de comida se alejan pesadamente del grupo.
En breve les seguirá el resto. Su próximo objetivo será buscar una sombra donde descansar y hacer la larga digestión.
La competencia de los dragones con el hombre les ha llevado al borde de la extinción.
A los 4 años de su descubrimiento ya eran especie protegida, pero a pesar de ello sus poblaciones siguieron mermando.
Sólo 31 años después, en 1.936, el gobierno comprendió que su protección no serviría de nada si no se preservaba su entorno.
Las islas que aún conservaban ejemplares fueron declaradas Santuarios y se protegieron sus ecosistemas.
Por fin parece que el hombre ha comprendido el valor de unas selvas que contienen especies vegetales únicas en el mundo;
las mismas en cuyo interior se han forjado las más increíbles leyendas.
La profundidad de estas junglas constituye el último refugio para una fauna que ha rodeado las islas de Indonesia de un aura de misterio.
Especies que han permanecido ocultas hasta hace poco a la mirada del hombre
y que en algunos casos todavía siguen siendo unas grandes desconocidas para los investigadores de todo el mundo.
El archipiélago es a la vez realidad y mito, el lugar donde ciencia y fantasía se tocan.
El movimiento de las placas continentales lo creó.
Las glaciaciones y el mar lo dotaron de vida y la evolución y el aislamiento lo convirtieron en leyenda.
Hoy muchos de sus misterios han quedado al descubierto, pero el interior de sus islas todavía esconde criaturas desconocidas,
animales que quizá hoy, como hace trescientos años, creamos que son sólo el fruto de la imaginación de nuestros antepasados.