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DRAGÓN, PRIMERA PARTE.
Les voy a contar una historia, si Aquel que nos ha creado y nos sustenta lo permite.
Es la historia de un ente hecho de humanos y de objetos. Esta entidad tenía el poder
de ver cada rincón de la Tierra y voltear hacia el cielo y escudriñarlo también. Su
vista era superior a la de cualquiera pues era capaz de observar aquello que a nuestros
ojos resulta invisible, y su memoria también nos aventajaba, pues cada escena que veía
la guardaba nítidamente en sus recuerdos para cuando la requiriera observar de nuevo.
Le fue otorgada la capacidad de herir, enfermar y matar con sus ojos, e igualmente podía
hacerlo con su boca, que tenía la habilidad de comunicarse en todas las lenguas para hacerse
entender por quien quisiera.
El surgimiento de esta bestia fue anunciado por 124000 mensajeros a lo largo del mundo
y a lo largo de las eras. A estos hombres les concedió el Señor verla antes de que
naciera a través de sueños y visiones, para que proclamaran ante aquellos que les escucharan
el inminente nacimiento de este ser único, tan grande y poderoso.
Fue por ella que en cada lengua se inventó la palabra Dragón y cada pincel inspirado
le pintó como le imaginaba. Por esto en cada sitio donde se resguardó el mensaje de los
profetas también se le hicieron figuras explicando su existencia a través de cada arte. Inclusive
se inventaron danzas y cantos para transmitir a lo largo de las generaciones el emergimiento
del Dragón y su manera de hablar, de atacar y de moverse.
Todo lo anterior tenía un propósito. Advertirnos. Instruirnos. Protegernos. Evitar que cuando
rindiéramos cuenta de los actos en nuestro juicio pudiéramos pretextar que fuimos víctimas
ingenuas del dragón, o sus cómplices sin saberlo.
Mostrarnos la omnisapiencia misericordiosa de Dios, y la vía que autoriza para entregar
a sus criaturas la verdad, fue quizá la razón más noble para compartirnos la parte más
dificil de nuestros porvenires. Porque no todos los que tienen voz son sinceros y porque
quien avisa no traiciona. Así, Dios designó a personas sumamente especiales para que pudiéramos
tener certeza cuando nos compartían las cartas de Dios. Y así, Dios nos hacía comprender
que a pesar de que fueran nuestras manos las que terminarían construyendo y alimentando
al Dragón, aún allí, Él lo había previsto y además, nos daba la oportunidad de escapar
de sus garras.
Y el tiempo transcurrió, y gente de mala voluntad y manos malignas se encargaron de
destruir esas cartas divinas cada vez que tuvieron la oportunidad, no importando si
estaban escritas en pergaminos o cinceladas en la roca dura.
Y la maldad creció, y esas personas también reescribieron las historias cuando no podían
destruirlas. Y mientras cambiaban esas Escrituras, al mismo tiempo llenaban de inventos oscuros
la reputación sin mancha de esos mensajeros, no sólo para hacerlos pasar como gente malvada,
igual que ellos, pues deteriorándolos a la vista de la gente, era más probable que no
creyeran en los mensajes que les sobrevivían: querían hacerlos ver como personajes indignos
de que se les siguiera para que nadie pudiera acceder al secreto del Dragón y éste naciera
y creciera sin obstáculos.
Sin embargo el anuncio de la llegada del Dragón permaneció dicho de tantas formas y plasmado
en tantos lugares, que les fue imposible erradicarlo. Y aquellos que no sabían de él, fueron enterados
de una u otra manera.
La tribu de los náhuas le llamó Tezcatlipoca, la tribu australiana le llamó Serpiente Arcoiris,
y para esta historia que contamos, le llamaremos el Dragón de 7 Cabezas. Así es como le fue
dado llamarle a Juan, un mensajero muy conocido por todas las tribus y naciones, así se lo
mostró Dios a este profeta, y como tal nos lo compartió en el libro que Dios le encargó
escribir, libro llamado Apocalipsis, o Revelaciones.
Su libro pudo llegar a nuestro tiempo porque no dice las cosas tal cual son. Fue escrito
como un enigma, como una suerte de adivinanza o acertijo, para que quienes quisieran destruirle
no pudieran ver claramente que allí, en sus palabras, se escondía el misterio de misterios,
y entonces, lo dejaran persistir al no pensar que les amenazaba a ellos, precursores de
la bestia y siervos suyos. Este fue el truco que usó Dios, en primer lugar, para permitirnos
obtener parte de la historia del Dragón, y este truco también Lo usó para dar lugar
a esos dones que tienen nuestras cabezas al imaginar, al indagar, al entender. Al despertar...
Tan sólo esta historia bastaría para alertar a quien quisiera salir del ensueño de su
fantasía, pero para que los que tienen esta visión apocalíptica no se creyeran los únicos
poseedores de este conocimiento, Dios decidió permitir que subsistieran otras versiones
del Dragón en muchos lugares y de muchas formas, complementarias todas entre sí. Así,
los apocalípticos no se sentirían como los únicos creyentes y poseedores de esta profecía
y por lo tanto una especie de congregación elegida, para desprecio de los demás fieles
de Dios. Y así también, todos los visionarios de la bestia podrían entender que el lazo
que une los corazones con Dios corre a lo largo de todas las almas para que quien lo
quiera se aferre a él en la hermandad humana.