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Buenas tardes.
Mi charla tiene algo que ver
con las charlas anteriores,
comparten algo en común.
Leeré porque es una reflexión.
No es un monólogo.
Es diferente.
Tengo 16 años y debido a una serie increíble de coincidencias
llegué al teatro más grande de Europa
y me senté en la oscuridad de la platea,
detrás del director más grande de Europa:
Giorgio Strehler.
Se da vuelta y le pide al tramoyista
que tire las cuerdas de un listón
que desde el estreno en EE.UU. mantiene un velo blanco muy fino
que cubre parte de la platea,
como una nube suspendida.
Con un movimiento muy pequeño, la nube ondea
llena, abultada.
El escenario es un mundo pequeño,
algunos muebles apenas cubiertos con una manta,
en el fondo a la derecha un armario gris,
el armario de los recuerdos.
Ensayamos "El jardín de los cerezos".
Los actores hablan entre sí, miro a Strehler,
que está delante de mí.
Está en silencio, no dice nada, los observa,
durante un tiempo larguísimo.
Veo figuras a contraluz
que forman pequeños grupos y luego se disuelven,
se reunen, alguien se envuelve con el telón.
Ahora se sienta en una silla de niño.
Veo moverse a la protagonista, Valentina Cortese,
luminosa, generosa de sonrisas, de abrazos.
Luego en un momento hay una figura, de más peso,
curvada por el peso de los años,
que atraviesa, curvada, lentamente la escena.
Sólo hay un contraluz que demarca las figuras.
Todos parecen moverse en un acuario.
Desde abajo, el efecto es imponente.
Cada personaje cuenta un mundo.
En la platea hay asistentes de dirección, productores,
el técnico de iluminación, Fiorenzo Carpi, el músico,
todos esperan.
Strehler en algún momento, no sé por qué,
vuelve hacia mí.
Que, pequeña, lo devoro con la mirada:
"Ves Mónica", me dice,
"no los ilumino".
"No quiero ver las arrugas, la sonrisa, la expresión personal
de cada uno de ellos.
Recuerda, el teatro es la historia de un hombre
que habla en nombre de toda la humanidad".
Miro mejor y veo un pequeño mundo
compuesto de vagas figuras que viven con levedad
mientras en el cielo, esa nube que tenemos encima,
respira.
Y en esa blancura velada se desvanecen poco a poco,
un mundo que desaparece como el jardín,
como su tiempo.
Ante mis ojos ese día, o era de tarde,
o quizá noche cerrada,
nació "El jardín de los cerezos" de Strehler,
de blanco, el color de la infancia,
melancolía de esa época que ya no existe.
¿Dónde terminó todo lo que sabía sobre aquel texto?
La visión artística de Strehler,
su mirada transparente
había revivido un texto muerto.
El espíritu liberado del texto había comenzado
(Respira) a respirar, a hablar.
Y hablaba con una voz nueva, imprevista, original.
Y le hablaba también a esa parte de mí
siempre solitaria, distante,
como otro mundo interior que me hablaba.
Recuerdo que cuando vi en Nápoles el Cristo velado
identifiqué exactamente la imagen de aquel estado de ánimo.
No sé si lo han visto, es una obra maestra absoluta,
es un cuerpo-alma que se revela,
y hace crecer algo en el interior,
como si dentro tuviese otro lugar, otro espacio.
Y es justamente allí donde espera nuestro talento.
Ese otro lugar existe en cada uno de nosotros,
y espera, ¿qué espera? Los instrumentos,
los escenarios, las personas,
que lo puedan liberar, honrar, reconocer.
Es eso lo que nos hace necesarios
en esta bellísima tierra.
Pero para identificarlo se necesita silencio
para escuchar esa llamada
sin temor a encontrar el camino por lugares comunes,
preconceptos, imposiciones mediáticas;
hebras que se enredan con el tiempo
y se vuelven madejas.
Hay un término bellísimo en física,
se llama "entanglement".
Es un término de la física cuántica
que describe las correlaciones que existen entre dos partículas
que han interactuado entre sí en un momento dado
y ahora están distantes.
Pero, han dejado huellas, una sobre la otra.
¿Qué me ha generado
el apego a esta o a aquella cosa,
a esta o a aquella imagen,
a este objeto, a aquel ideal,
a ese preconcepto, a esa pesona?
Marionetas manipuladas de experiencias pasadas que ya no nos pertenecen
debidas a hechos y personas
de las que a veces ni siquiera recordamos el color de los ojos.
Vivimos entre reproducciones de cosas,
personas, ideas,
de las que hemos perdido la matriz.
La réplica no es el original,
se le parece, se le aproxima,
imita sólo las apariencias.
Pero tiene fácil poder de impacto y penetración,
por la lealtad incuestionable del presente,
donde vence el engaño general, si está bien replicado.
Ganan los signos exteriores de una realidad
que con su verosimilitud
satisface la mirada negligente sobre las cosas,
la mirada ausente,
la mirada que no arroja luz sobre las cosas.
Las palabras en sí se repiten infinitamente,
pierden peso, significado, se tornan sonidos.
La cantidad se impone al sentido.
Nuestras consignas, escribió Brecht,
se tornan confusas,
el enemigo las distorsiona
hasta que se vuelven irreconocibles.
Contaba Vittorio Foa
que cuando veía una imagen de los campos de concentración de Auschwitz
sentía un gran dolor, una sensación de horror,
al ver esos cuerpos que esperaban detrás del alambrado.
Él vio la misma imagen repetida en las carteleras
una vez, dos, tres, cuatro.
Al final no quedó nada de ese horror.
Fotografiar la realidad
y replicarla sin la mirada de lo invisible,
no tiene el espesor de la realidad y de sus efectos infinitos.
Pero da la impresión de saberlo todo.
En esa ilusión de un todo que nunca te golpea,
que nunca te emociona, que nunca te toca,
crece la indiferencia a todo.
(Aplausos)
No todo el mundo sabe que los hechos
se almacenan mediante
el vínculo que se crea entre dos sinapsis en el cerebro.
Pero no todo el mundo sabe que para crear este vínculo
se necesita otro elemento químico fundamental.
Es un líquido que ayuda a la neurona en su viaje
no por el tunel de neutrinos.
La transmisión de la información,
este humus sólo es secretado por las glándulas de la fecundidad,
sin calor, sin participación emotiva,
no se retiene nada.
Quiero renunciar un poco a la velocidad,
para darle tiempo a la introspección,
a la reflexión.
Ese tiempo vacío que le permite a los hechos
como dice Keats, transformarse en experiencias.
En ese lugar que él mismo llama el lugar para "hacer alma".
Estoy en una sala de cine en Roma,
fui a ver "Cometas en el Cielo".
A mi lado se sientan, comenzada la película, un chico y una chica;
se desploman en sus asientos, comen palomitas de maíz,
mensajean ininterrumpidamente con sus celulares.
Él se hace el duro y ella la tonta.
Y molestan.
No miran la película.
"Mantengan la calma", les digo después de un momento.
"Mantengan la calma", le repito al muchachito
que me mira como si fuese un alien,
mientras la muchachita se rie
acurrucada en la butaca, como si estuviese en su casa.
Dice: "¿Eh?"
Un "Eh" genérico, trata de hablar con él, que no emite palabra.
"Quiero ver esta película
que, por cierto, cuenta una gran historia.
Si no te gusta, cambia de sala y ve a ver 'Navidad en Nueva York'".
"¿Entendido?"
"¡Sé bueno!", y me callo.
Surtió efecto.
Se quedaron en silencio el tiempo suficiente
para que el espíritu de la película les hablase
con un lenguaje delicado, casi desconocido,
el del sentimiento.
Y para que empiecen a entrar en la historia de los dos niños.
En silencio también en el intervalo.
Al final de la película él tenía la cabeza gacha, lloraba,
no quería que lo vieran.
Lo entendí, le esbocé una pequeña sonrisa, y me dirigí a la salida.
Ese muchacho, al final de la película,
había experimentado
el sentimiento de dolor,
del sufrimiento por la traición,
por el abandono, por la guerra,
por la soledad.
En esas dos horas había "hecho alma".
Escribe Bergman:
nos enseñan geometría, geografía, sobre la vida de los peces del océano.
No nos dicen nada acerca de cómo somos por dentro.
¿Alguna vez has escuchado a un profesor decirle a un niño:
"Esto es un sentimiento"?
Si no es así,
las imágenes que cobran preponderancia y visibilidad
nos sacuden durante unos minutos,
heridas repentinas que sanan pronto,
una serie de pequeñas cicatrices.
Y, ¿qué hace el tejido emotivo por la defensa?
Crea una fibra, a menudo, ¿quizá para no sentir?
¿Para no sentir el sentido de la inadecuación
que la concepción del mundo estéril, indiferente
en el que hemos vivido estos años nos impone?
Una adaptación que nos separa sin cancelar totalmente
la presencia de ese llamado desde las profundidades
que hace a nuestras vidas planas,
o, como mucho, bidimensionales.
Es significativo que las mujeres que, por naturaleza,
están constantemente en movimiento,
son las más afectadas por esta imposición
a la homologación.
Disolverse y renacer con las lunas,
durante la adolescencia, la maternidad y la adultez.
Esto somos.
Y es posible si complacemos nuestra carne.
Del mismo modo que hacemos al liberar el pensamiento
y darle la bienvenida a algo nuevo cada día.
He vivido mis 20 años,
mis 30, mis 40,
quiero vivir los 50, los 60, y los que sean
en primera persona, presente, consciente, con los ojos abiertos.
Mirando a los otros, no sólo a mí misma.
No con la atención centrada en cada instante
a "mis" errores, a "mis" cicatrices, a "mis" labios,
a "mis" mejillas, a cómo estoy, a "mi" apariencia.
¿Cómo me ve? Yo, yo, yo, yo.
esto aplaca la ausencia de un "nosotros".
Analfabetos emotivos, miramos las guerras,
la infelicidad de padres e hijos a los que la crisis
les impide vivir sus propias vidas.
A los niños que mueren de hambre en tierras lejanas,
pero muy cercanas
a nuestra Italia destruida por la negligencia,
a hombres y mujeres que se revuelcan en la corrupción
y en la obscenidad y todo se detiene en la retina.
Todo es una fotografía, una verdad plana,
sin espesor, ni profundidad, ni consecuencias.
Absortos en nosotros mismos,
llevamos adelante el mundo por costumbre.
Parafraseando a Clarissa Pinkola Estes,
cuando un espíritu se doblega ante su predador
es capturado o confinado.
En vez de vivir en libertad, empieza a vivir falsamente.
La promesa engañosa del predador
es que sometiéndose será rey o reina
mientras en realidad se planea su asesinato.
Cuando los seres humanos abren la puerta de su existencia
y examinan la carnicería en esos lugares recónditos,
descubren sobre todo el asesinato de sus propios sueños,
de sus objetivos, de sus esperanzas más importantes.
Encuentran pensamientos, sentimientos, deseos
y talentos carentes de vida.
Algo más grande,
más profundo y luminoso que penetra, llena,
impregna cada átomo del universo.
Y mediante destellos de conciencia,
si nos dejamos llevar por el cambio,
se percibe esa fuerza inmensa.
¿Qué ángel le habrá mostrado el camino a Juana de Arco?
Quién le ha susurrado a ella y a tantos hombres y mujeres
que han sabido mirar a la distancia:
"Es por acá".
"Aquí".
¿Con qué fuerza el joven estudiante detuvo en la Plaza Tiananmen
a los tanques del ejército chino?
Dorfman dice que el coraje empieza
cuando se oye una voz.
Gracias.
Todos nosotros, cual masa informe,
percibimos un completo universo inmaterial
que en algunos momentos
se llena de imágenes, visiones, susurros,
llamadas, de un lugar misterioso, de nuestro ser,
que mantenemos distante, pero que anhelamos.
Estoy en Città di Castello, pocas horas antes del programa,
estoy en la sala y miro el puesto que marca el final de Juana de Arco,
inmóvil y potente, parece que está esperando.
El silencio parece estar esperando.
Pronto le dará paso a la calidez y la fuerza de ella.
Y ese teatro ahora vacío se llenará en cada rincón
con su coraje.
Levanto mis ojos así para medir el espacio
sentada en la butaca de la platea y veo
sobre mí un fresco con un sol y una luna
y en el centro una oración increíble:
"Videor ut video".
"Ser vistos para ver".
"Ver".
No "hacerme ver".
"Ver", este es el talento que honré
y defendí con todas mis fuerzas.
Ver,
la fuerza y la grandeza que hay en cada hombre y en cada mujer
cuando escucha su vocación.
Ver el temor en cada uno de nosotros
y la victoria sobre el temor, el sentido del destino
y a través de esa mirada inmaterial sobre lo invisible;
tomar conciencia nuevamente de lo espiritual
que nos hace maravillosos.
Esta toma de conciencia debe superar la desesperación
que proviene de la idea de una vida sin sentido.
Ya lo he oído antes.
Sin futuro, porque ese es el terreno
que nos hace temerosos, frágiles.
Ninguna cateral a construir,
ninguna obra de arte,
ningún talento personal que contribuya al desarrollo material,
civil, intelectual de la sociedad.
Ninguna auto-memoria en el lugar de enseñanza;
de nosotros no quedará ninguna memoria.
Alcemos la mirada, estamos rodeados de obras
pequeñas y grandes de quienes nos precedieron.
El fin no concluye todo,
ni detiene el progreso.
La construcción del mundo futuro no hace estéril
e inútil cada esfuerzo o cosa natural
caracterizada por un principio que la empuja
a la realización de su propia esencia.
Todo esto tiene que ver con una percepción
del aspecto espiritual de la existencia
que a través del arte perdura en el tiempo.
Y en esta vida que ya no tiene el límite de la brevedad,
de una existencia que pasa,
tratamos de encontrar el sentido del devenir
y la meta del movimiento.
Hay un gran don en la vida que no es sólo la felicidad,
es enternecer y enternecerse.
Enternecer y enternecerse por los golpes sufridos,
reconocer en los otros la misma ternura.
Este es un imperativo del ser humano.
Eso es lo que cuenta, lo que le da sentido a nuestra vida en común.
Alguien me decía
que en la mañana del ataque a las torres gemelas de Nueva York
había salido a la calle,
que instintivamente había sentido el impulso de estar con los otros;
nadie sabía todavía que había pasado realmente,
pero todos tenían la percepción
de que había ocurrido algo muy grave,
había silencio alrededor,
las personas caminaban lentamente por las aceras,
pero lo que le llamó la atención fue que todos se miraban a la cara.
Los ojos de uno buscaban los ojos de otros transeúntes
y antes de perder el contacto, se reconocía
la misma consternación.
Este amigo decía,
"por primera vez esa mañana, todos nos sentimos vecinos,
íntimos, ya no extraños que al cruzarse bajan la mirada,
desconocidos que se cierran en su propio mundo,
sino todos dentro de ese mundo, unidos en el desconcierto.
Basta con alzar la mirada y hacer contacto visual con el otro
para entrar en contacto, para sentirse parte de un barrio,
de una ciudad, de un estado, del mundo.
No es difícil.
Ciudadanos de un mundo que todos podemos hacer más bello.
En Italia, hace pocos días, sin ninguna organización
mil muchachos, de manera espontanea, llegaron a Génova.
¿Y qué empezaron a hacer?
A palear el barro.
Espontáneamente.
Observando la existencia, dice Kafka,
se participa a la vida, se mantiene el ritmo con el viento.
El viento, nuevo, golpea las ventanas justo en estas horas.
Muy pronto podremos respirar nuevamente.
Gracias.
(Aplausos)