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Nos encontramos en el lugar más antiguo del planeta.
Su formación comenzó hace 200 millones de años,
al fracturarse el supercontinente Pangea.
Desde entonces, la devastadora fuerza de la naturaleza
no ha dejado de modelarlo, de esculpir las más bellas formas
en una tarea de creación que nunca termina.
Aquí se encuentra la selva virgen más extensa e intacta del mundo,
en el llamado Macizo Guayanes,
al sur de Venezuela, lindando con el Brasil.
Cientos de cascadas y raudales e Impetuosos ríos y torrentes,
son los únicos claros, que interrumpen la pujanza de la selva.
Hieren su denso manto verde en forma de serpientes
que descienden de los tocones sagrados,
los sagrados tepuyes de los indios,
la morada de los dioses de la Gran Sabana venezolana.
La Montaña del Misterio
En el interior de este mundo verde anclado en el tiempo,
viven hombres adaptados íntimamente a este medio selvático,
que aunque fascinante, esta lleno de peligros.
Son unos habitantes más de la jungla,
que conviven y respetan las infinitas formas de vida de su entorno.
Su cultura es milenaria, casi tanto como el paisaje donde se desarrolla.
Es un escenario de cazadores y cazados,
donde cualquier descuido puede alterar el orden de las cosas,
el cazador se puede convertir en presa y la presa en un implacable predador.
Pero el rey siempre es el tigre,
el jaguar que siempre acecha con su tenebrosa mirada.
Su rugido silencia el bosque, paraliza el latido de la vida.
La jungla no recupera el aliento hasta que su majestad se cobra el tributo de sangre.
Aquí viven indios de diferentes etnias:
pemones, maquiritares, panares y hotis,
divididos en un sin fin de tribus.
Todos, y especialmente los pemones,
temen y respetan los tepuyes,
estas mesetas que parecen cinceladas por seres grandiosos,
gigantes del universo como ellos los describen en su mitología.
Sin duda, el tepuy más venerado es el auyan-tepuy,
“la Montaña del Diablo” en idioma pemon.
Creen que allí arriba moran entes extraordinarios,
monstruos malignos y serpientes de tres cabezas.
En una de sus paredes se encuentra el Kerepakupai-Meru,
también conocido como Salto Angel,
que es absoluto tabú para los indígenas.
En sus ensoñaciones psicodélicas los chamanes cantan para advertir a los suyos:
“Cuando caminéis por el bosque o naveguéis por el río Churun,
agachar la cabeza y ser respetuosos.
¡No miréis hacia arriba! ¡Ser precavidos!
Encima del Auyan viven espíritus crueles y perversos
que no admiten ser observados.
Y si tenéis que ir al “Cañón del Diablo”,
vuestros ojos no deben ver jamas el gran salto Karapakupai.
Detrás de él, vive el más poderoso de los dioses.
Si le veis, no dudara en daros muerte”.
No es necesario creer en los mitos indígenas para que este escenario natural
ejerza su influencia en nosotros.
El Auyan es uno de los más bellos tepuyes de Venezuela.
Una colosal formación rocosa que se eleva dramáticamente,
sobre la maraña vegetal de la selva,
en paredes verticales de más de mil metros de altura.
El agua de los ríos Churun y Carrao es roja
y en los raudales se vuelve multicolor por efecto de la espuma.
Esta pigmentación se debe a la gran cantidad de tanino que arrastran.
El poder desinfectante de esta substancia,
hace que el agua encarnada y transparente sea potable.
El Churun es tributario del Carrao,
que a su vez vierte sus aguas oscuras en las de aluvión,
marrones y turbias, del Caroni, afluente del Orinoco.
Son ríos de difícil navegación por la cantidad de rápidos y saltos que tienen.
En la época seca, de diciembre a junio,
el escaso caudal del Churun lo hace innavegable.
Aquí todo cobra dimensiones ciclópeas.
La fuerza de la naturaleza se manifiesta constantemente,
creando un ambiente sobrecogedor que ha espoleado, desde antaño,
la imaginación del viajero, y ha dado lugar a todo tipo de leyendas.
Tal vez por eso, Arthur Conan Doyle se inspiro en Canaima cuando escribió la novela
“El Mundo Perdido”.
Al salir de un cerrado meandro del Churun,
el mítico Kerepakupai de los pemones, el Salto Angel, hace su aparición.
Es una visión espectacular, un paisaje único.
No es de extrañar que su presencia haya conmovido el animo de los primeros viajeros europeos
y haya sido, desde tiempos inmemoriales, la cuna del panteón indígena.
Es el salto de agua más alto del mundo.
El caudal acumulado por las lluvias en esta parte de la meseta,
se precipita al vacío desde una altura de 972 metros, casi un kilometro.
Es 17 veces más alto que las cataratas del Niágara.
Sobrevolando entre las paredes del Auyan-Tepuy, en el Cañón del Diablo,
no nos extraña que Arthur Conan Doyle soñase con dinosaurios
que habitaban este mundo perdido.
En los 700 kilómetros cuadrados de extensión del Auyan- Tepuy,
la vegetación y la fauna es distinta a la de abajo.
Los tepuyes son restos de una gran meseta que en el precambico ocupaba toda la región.
Las especies vegetales que cubrían el antiguo macizo y parte de su fauna,
han perdurado en las cimas de estos cerros, aisladas por sus altas paredes verticales.
Tras recorrer un kilometro, el agua llega al suelo en forma de lluvia
creando una atmósfera fantasmal, que confiere al salto un aspecto etéreo e irreal.
En su base, al amanecer, el reflejo de los primeros rayos del sol,
provocan un arco iris, que aumenta si cabe,
la imagen imponente del Kerepakupai de los indios.
El salto fue visto por primera vez,
por el explorador de la Guayana Felix Cardona en 1927.
Diez años después el piloto estadounidense Jimmy Angel,
aterrizó en la cima del Auyan.
Buscaban una mina de oro.
Pero la avioneta se hundió en una zona pantanosa
y tuvieron que bajar andando.
Tras 15 días de dura lucha por la supervivencia,
llegaron extenuados al poblado de Uruyen
Desde entonces el Kerepakupai es conocido como el Salto Angel.
¿Encontró Jimmy Angel el oro del Auyan?
Hay quien afirma que si, y que un socio suyo,
el letón Alexander Laimel, lo guardo en secreto.
Este misterioso personaje dedico su vida al Auyan-Tepuy
incluso llego a vivir en su cima.
¿Qué vio este cartógrafo excéntrico en el Auyan-Tepuy?
Laimel murió hace unos años sin desvelar sus secretos,
pero a los que le conocimos nos hablo de mutantes, de seres de otro mundo que habitaban el Auyan,
la montaña sagrada de los pemones.
Ahora volábamos hacia el sur, al poblado makiritare de Canaracuni,
el único claro en la selva, en un recorrido de unos 800 Km
A una hora en canoa por el río Canaracuni, tuvimos nuestro primer encuentro con los sánema,
un grupo nómada escindido de los yanomamis, “El Pueblo Feroz”
como los bautizo injustamente el antropólogo norteamericano Napoleón Chagnon.
Aunque son del mismo tronco yanomami su separación lingüística tuvo lugar hace muchos años,
mucho antes de que el francés se separase del español.
En la actualidad no se entienden al hablar,
aunque sus costumbres son casi idénticas.
Los Sánema abandonan sus poblados cuando la caza se retira
Se trasladan a una zona lejana donde puedan capturar con más facilidad
sus presas favoritas: los dantos o tapires y los vaquiros
una especie de cerdo salvaje más pequeño que el jabalí.
us casas son grandes y diáfanas.
obre las paredes hechas de palos, y a veces de barro, colocan una cubierta de hojas de palma.
El hogar preside el recinto.
Uno de los extremos es utilizado como almacén de alimentos
y de los escasos utensilios que poseen
En el resto del espacio, cuelgan sus chinchorros o hamacas, donde descansan y duermen.
Aunque cazadores, también realizan algunos cultivos,
fundamentalmente de plátanos y mandioca
que junto a las proteínas que obtienen de la caza y la pesca,
omplementan su dieta alimenticia.
Las fincas de comida pertenecen a la comunidad
Las mujeres son las encargadas cultivar y recolectar las cosechas
La mandioca es un arbusto de la familia de las euforbiáceas,
de uno a dos metros de alto, que desarrolla unas raíces muy grandes
en forma de tubérculos carnosos.
Son de gran poder alimenticio, por la cantidad de almidón que contienen
La mujer sánema es la encargada de la mayoría de los trabajos domésticos:
recolecta frutos y leña en el bosque, cultiva, cocina y cuida de los niños más pequeños.
El hombre emplea casi todo su tiempo en la caza y ocasionalmente
pesca en las quebradas cercanas al poblado.
Una vez extraídas, las raíces de mandioca se lavan y se rayan
rotándolas contra estos rayos de finas puntas metálicas.
Hace unos años, un avión DC-3 se estrello en el río, a poca distancia del poblado.
Desde entonces los sánema han utilizado el aluminio de su fuselaje
para fabricar pequeñas puntas metálicas para sus rayos.
En ocasiones sus vecinos yecuanas, como también se llama a los makiritare,
legan hasta aquí en sus canoas para comerciar con los sánema.
Cambian barreños de platico, machetes, rayos, sal y tela roja;
por pieles, carne ahumada y pescado seco.
La tapioca, el producto de rallar la mandioca, se introduce en el seúcan,
unos canastos flexibles que servirán para exprimirla.
La confección de los seucan, también llamados tinquis,
es una labor reservada a los hombres mayores,
que realizan meticulosamente su trabajo porque poseen el don de la paciencia.
El jugo de la mandioca contiene ácido hidrociánico,
que es muy venenoso, por eso tienen que extraerlo
exprimiendo la tapioca en los seúcan.
Mediante un ingenio de prensa que tensa la fibra,
por la acción de una palanca, el veneno va rezumando lentamente.
Son adictos al tabaco.
Lo mismo hombres que mujeres, adquieren un aspecto brutal
al acoplarse una gruesa mascada de tabaco entre el labio inferior y la encía.
Más que la necesidad de mascar tabaco,
esta costumbre les aporta las sales minerales complementarias a su dieta alimenticia.
Humedecen las hojas de tabaco y las embadurnan en cenizas.
Poco a poco van moldeando la mezcla hasta conseguir un rulo prensado
que se introducen en la boca.
Como tanta otras cosas que son comunales entre los sánema,
las mascadas de tabaco también se comparten,
viajan de boca en boca con la mayor naturalidad.
Es tal la carencia que tienen de sal que a veces,
y sobre todo las mujeres embarazadas, practican la geofagia.
Comen tierra. Excavan las vetas salobres de las orillas del río
e ingieren puñados de tierra.
Cuando la prensa ha extraído todo el jugo venenoso,
la tapioca queda lista para hacer el cazabe, el pan de la selva.
La tapioca la pueden cocer y luego envolver en hojas de bananera
o tostarla encima de una chapa metálica para hacer las tortas de cazabe.
Estos hombres del bosque tiene el habito de maquillar su cuerpo y su rostro,
antes de emprender cualquier acción.
Sobre todo utilizan el rojo, de la semilla del onoto,
y el ***, que obtienen de los tizones del hogar.
Cada sánema tiene un dibujo concreto que le protege.
Suelen representar a sus animales totémicos
vistos bajo los efectos de la sacona o yopo,
una potente substancia visionaria que aspiran por las fosas nasales.
Los efectos de la sacona son casi inmediatos.
Ahora la simbiosis con la dimensión mágica de la jungla es absoluta.
Desde su atalaya psicodélica pueden ver a los espíritus de la selva
sin ser vulnerables a su influencia y encontrarse con su moresbi,
una parte del alma del sánema, que mora en un animal determinado del bosque
convirtiéndolo en su protector.
Los viajes al mundo de los espíritus son cotidianos.
Casi a diario, el sánema siente la necesidad vital de transformarse
en su animal totémico y visualizar a través de sus ojos
la otra realidad de su existencia.
Bajo la protección de sus pinturas rituales,
las partidas de caza se adentran en la espesura de la selva primigenia más antigua del mundo.
Junto con el Amazonas forma parte del pulmón vegetal más grande del planeta,
un patrimonio de la humanidad, que todos tenemos la obligación de preservar.
Los cazadores permanecen inmóviles, al acecho, en silencio,
esperando que alguna presa se mueva para lanzarse al ataque.
Al poco tiempo la jungla comienza a sonar.
Los animales recobran la confianza,
sin percibir la presencia de una inteligencia superior que interpreta
cada ruido que provocan al instante.
El hombre esta cazando, y hasta el propio rey jaguar,
busca cobijo en la penumbra de la selva
y se doblega abrumado ante la esencia humana.
Los sánema se mueven en un área enorme,
se les puede encontrar cerca de cualquier río, en el sur del Macizo Guayanes.
Principalmente en la cuenca del Cáura.
Este caudaloso río, afluente del Orinoco, lleno de raudales y cataratas
que dificultan su navegación y la penetración de intrusos
en una de las zonas menos exploradas de Venezuela.
Son aguas muy peligrosas.
Las fuertes corrientes del río forman poderosos remolinos
capaces de engullir a un hombre.
La noche también es aprovechada por las partidas de caza.
Es cuando la selva se vuelve más peligrosa.
La mayoría de los depredadores cazan en la oscuridad,
incluida la terrible mapanáre,
una de las serpientes más venenosas del mundo,
su picadura siempre es mortal.
Pero los sánema saben bien donde pisar en este mundo
que dominan hace más de 3000 años.
Amanece en Canaracuni.
La niebla se eleva y el tepuy de Sarisariñama aparece majestuoso.
Los jóvenes yecuana – makiritare,
vecinos de los sánema, preparan sus cerbatanas.
Hacen astillas con el tallo de las hojas de palmera secas
y las cepillan en forma de palillos finos y puntiagudos
de unos 15 centímetros de longitud.
En la parte posterior de los dardos
enrollan unas fibras de textura algodonosa,
de un grosor igual al diámetro del cañón de las cerbatanas.
Al soplar, las fibras reciben la presión del aire
y el dardo sale lanzado a gran velocidad.
Aquí todos emplean los recursos vegetales que les da bosque.
Antes de emprender la cacería deben envenenar los pequeños dardos,
que por si solos, no matarían a ninguna presa.
Realizan unas incisiones en la corteza un árbol llamado tunáre
y esperan a que comience a emanar una resina naranja extremadamente venenosa.
Luego impregnan las afiladas puntas de sus dardos en el viscoso veneno,
convirtiéndolos en la más eficaz de las armas.
Tan solo una leve herida con la punta de uno de estos letales dardos
podría acabar con la vida de un hombre.
Son unos especialistas en las técnicas del reclamo.
Saben imitar el canto de casi todos los pájaros que conocen.
Cazan todo tipo de aves,
para el yecuana todo aquello que vuela es comestible.
Los más apreciados son los tucanes y los guacamayos,
de los que aseguran, que su lengua es un autentico manjar.
Desde Canaracuini sobrevolamos el tepuy de Sarisariñama.
Arriba la vegetación es tan exhuberante como abajo,
pero este tepuy encierra un fenómeno extraordinario.
Aquí se encuentran la sima de hundimiento más voluminosa del mundo
y la cuarta en profundidad absoluta.
La superficie de la meseta esta surcada por profundas grietas
y las mayores simas de colapso, desarrolladas en roca arenisca.
La más grande tiene 352 metros de boca por 350 metros de profundidad vertical
y 502 metros de diámetro en el fondo.
Se han desarrollado por el hundimiento de grandes cavidades de roca arenisca.
Poseen un sistema propio de drenaje formado por corrientes
que se originan en sus paredes y bordes,
y terminan desapareciendo por vía subterránea.
Cerca de Sarisariñama, la unión del Canaracuni y el Merevari forman el río Cáura.
Sus aguas descienden con bravura en el Salto Para,
una de las cataratas más espectaculares de Venezuela
y un lugar sagrado para los indígenas.
Al poblado sánema, han llegado unos parientes del río Itúcu.
Los saludos preceptivos son un verdadero ritual.
De dos en dos van recitando sus respectivos arboles genealógicos,
que a veces se remontan a 20 generaciones.
Mientras, la vida cotidiana sigue su lento transcurrir.
Los sánema trabajan lo mínimo necesario para comer
y sentirse cómodos en el poblado.
Pasan mucho tiempo ociosos o entregados a entretenimientos sencillos, casi infantiles.
La llegada de visitantes siempre rompe la monotonía.
Preparan danzas, juegos y comida para todos.
Los guerreros se pintan con tizones
como lo hacen cuando guerrean con otras tribus.
Es una costumbre muy arraigada la de retar a los forasteros,
aunque sólo sea de forma lúdica.
El sánema siempre ha sido y será un pueblo guerrero.
Los visitantes entran en el poblado con sus arcos armados.
Allí otros guerreros les esperan.
Las puntas de las flechas están envueltas en hojas de platanera
para que no hieran a nadie.
Es tan sólo un ritual de bienvenida.
Los sánema creen, que tras la creación del mundo,
los dioses libraron una cruel batalla en las estrellas.
De las gotas de sangre que cayeron en la tierra,
mezcladas con el polvo, nacieron los hombres.
Por eso se consideran surgidos de la violencia,
lo que podría explicar la importancia que tiene en ellos la guerra y las confrontaciones bélicas.
Siempre están vigilantes observando el bosque que les rodea.
Los enemigos siempre llegan a través de él.
Esa maraña forestal que aquí es especialmente tupida.
En el Macizo Guayanes la selva se desarrolla en un suelo granítico:
Los arboles se ven obligados a sujetarse mediante raíces aéreas y de superficie,
por eso hay zonas donde el bosque se hace casi impenetrable.
Los chamanes son los personajes más respetados.
Se ocupan de ordenar las conductas sociales de la comunidad,
de atender el culto a los espíritus y de curar las enfermedades.
Conocen la farmacopea de la selva y saben elaborar medicinas y potentes venenos.
Son los encargados de la recolección y preparación de la sacona o yopo.
Buscan en el bosque el árbol llamado ama-ahí.
Cuanto más grande y adulto sea más fuerte será el alucinógeno que obtengan.
Primero tienen que hacer fuego, algo que no es tan fácil en el interior del bosque,
porque el ambiente es extremadamente húmedo y la madera,
aunque no este verde, se encuentra totalmente empapada.
Lo encienden con un tizón candente que han triado desde el poblado.
Aunque a veces consiguen fósforos de los yecuanas,
siempre mantienen un fuego encendido en el pueblo.
Cuando alguien quiere encender otro fuego,
lo hace cogiendo algunas brasas.
Así ha sido desde el principio de los tiempos,
el fuego nunca se apagaba, siempre había alguien, elegido por el chaman,
que tenia la suprema misión de mantenerlo vivo.
Incluso había guerras por el fuego.
Cuando un grupo se quedaba sin él, atacaba a otro para robarle las brasas.
Para extraer la sacona arrancan tiras de corteza del ama-ahí,
las humedecen con saliva y las ponen sobre las llamas
para que exuden el alcaloide.
La sabiduría de los chamanes esta provocando una nueva invasión de la selva.
Primero fueron los buscadores de caucho y luego los de oro.
Ahora los laboratorios farmacéuticos se han lanzado a la búsqueda
de los conocimientos botánicos de los chamanes.
Son menos violentos, no organizan matanzas de indios como los anteriores,
pero su presencia y los objetos occidentales que llevan para negociar con ellos,
desequilibra la cultura de estas comunidades indígenas.
Son una nueva peste que se suma a las anteriores.
La resina alucinógena exudada por la acción del calor
es depositada en una marmita, que luego pondrán a cocer hasta que se solidifique.
La sacona se puede clasificar dentro del grupo de fármacos indolicos enteogénicos.
Sólo es utilizada de forma litúrgica,
como sucede en otras sociedades con el ***, la ayahuasca,
el cactos San Pedro o en Centro Africa, con la iboga.
Antes de regresar al poblado uno de los chamanes prueba la eficacia del preparado.
Con motivo de la visita, algunos hombres han salido a pescar.
Para ello tienen que recolectar primero las lianas de barbasco.
Una vez más ponen en marcha los vastos conocimientos que tienen de su medio.
El bosque les ofrece todo aquello que necesitan,
por eso el profundo respeto que sienten por él.
Aquí dentro viven los espíritus de sus antepasados,
junto a otros que son propios de la selva.
Cada árbol, cada planta, cada ser viviente, es la morada de un espíritu,
por eso cada vez que cortan un árbol o extraen algo del bosque,
los chamanes tienen que solicitar permiso a sus deidades.
Cortan las lianas de barbasco y las machacan con unas porras de madera
para favorecer la salida de la sabia cuando las sumerjan en el agua del río.
Estas comunidades son autosuficientes.
Pertenecen a esta tierra tanto como la propia jungla.
No conocen otro mundo más allá del limite del bosque.
Son felices por sentirse arraigados a sus costumbres,
pero todavía hay iluminados que llegan hasta aquí
para hablarles de los dioses verdaderos de occidente,
para negarles su cultura, para sumirlos en la confusión y en la amargura:
Son los misioneros, especialmente los de algunas sectas protestantes
como la de “Nuevas Tribus”, que se dedican a la conversión
de los infieles como histéricos y ocasionan verdaderos desastres con sus ridículas predicas trasnochadas.
Hemos conocido indios llenos de hongos porque un día pasaron unos misioneros por su comunidad
y se avergonzaron de su desnudez.
Los vistieron con camisetas de deportes,
pero ni les enseñaron a lavar la ropa ni les dieron jabón.
Hoy no son indios desnudos, sino indios harapientos y llenos de parásitos.
La sabia del barbasco va enturbiando las transparentes aguas del río.
No se trata de un veneno propiamente dicho, no deja residuos, ni contamina.
El barbasco absorbe el oxigeno del agua, por eso los peces
se ven obligados a salir a la superficie para respirar.
Es entonces cuando los atrapan sin dificultad.
Al poco tiempo, el barbasco es arrastrado por la corriente
y desaparece sin que el río sufra ninguna consecuencia.
Hoy no parece ser un buen día de pesca,
los pescadores miran fijamente el agua,
pero los paces no salen y para colmo el sol de hace unos minutos ha dado paso a una tormenta,
algo muy frecuente en esta latitud donde el clima puede cambiar varias veces en un mismo día.
En los poblados sánema siempre hay un techado comunal,
donde tiene lugar la mayor parte de la vida social del grupo.
Por las mañanas, las mujeres sánema tienen la costumbre de reunirse aquí,
para pintarse el rostro y el cuerpo con dibujos clánicos o esotéricos.
Otra de las labores comunes habituales es la de despiojarse.
Casi de continuo, las mujeres se dedican a capturar esos pequeños parásitos
entre el pelo de la cabeza de sus compañeras o de los niños.
Cuando atrapan alguno, lo matan con sus dientes y se lo comen.
Esta claro, que sobre gusto no hay nada escrito.
A modo de colirio, el jugo de esta liána calma la irritación de los ojos del niño.
Conocen innumerables remedios para muchas de las dolencias que padecen.
Pero la enfermedad aquí tiene una transcendencia religiosa
por residir su etiología en la magia y los hechizos.
Por tanto, aparte de las recetas de pócimas y ungüentos que aplican a los enfermos,
los chamanes deben trasladarse al otro lado, al país de los espíritus,
para recibir sus consejos, ellos son los únicos capaces de deshacer los embrujos.
Necesitan ingerir fuertes dosis de sacona,
que les produce una gran salivación.
El viaje que tienen que realizar para encontrarse con sus deidades
y formular sus preguntas, es muy largo.
Los cánticos rituales y los movimientos acompasados son eficaces instrumentos
para salir de sí mismos, para transcender al más allá,
para abrir la puerta que permite a sus conciencias acceder a una realidad diferente.
En este caso tratan de curar a un niño que sufre dolores de tripa.
Su madre cree que un chaman de otro poblado cercano
le ha mandado este mal por encargo de un hombre que la pretendía y fue despreciado por ella.
Este tipo de conflictos es muy frecuente entre los sánema.
El problema es que hay menos mujeres que hombres
y eso ocasiona constantes disputas.
Son frecuentes los raptos y las consecuentes reyertas entre tribus y poblados.
El chaman mayor, indica lo que tienen que hacer para extraer el mal del cuerpo del niño,
los otros ejecutan sus ordenes, mientras siguen ingiriendo el poderoso alucinógeno.
El más joven frota las manos sobre la tripa del niño
para impregnarse del mal que le atenaza.
Luego, se dirige al exterior del techado y lo expulsa hacia la selva.
Seguramente el niño se curara con las hierbas que más tarde le suministraran,
pero la madre necesita este rito catártico para sentirse liberada del conjuro.
Las mujeres se preparan para la danza que tendrá lugar a la caída del sol.
Confeccionan unas faldas con hojas de platanera
separando los nervios y cortándolas por la mitad.
En estas manos hay 3000 años de cultura.
Sus madres y sus abuelas y sus bisabuelas y sus tatarabuelas
y las mujeres del principio de los tiempos, de su tiempo selvático,
también confeccionaron estas mismas faldas.
Es un mundo que se acaba,
como tantas otras culturas del amazonas será aniquilada de una u otra forma
y con ella se perderá la sabiduría de los bosques,
como también se perderán los propios bosque con sus secretos farmacéuticos,
que podrían haber ofrecido soluciones a las terribles enfermedades
que amenazan hoy en día a la humanidad.
Mientras tanto los cuerpos de las mujeres sánema
seguirán luciendo el plumón ceremonial o las fibras algodonosas,
las mismas que utilizan en las fiestas de defunción,
donde adquieren las cualidades que tenían sus parientes muertos,
al ingerir sus cenizas mezcladas con una papilla de plátano.
Los hombres también se adornan para la danza, aunque con menor profusión.
Lo cierto es, que nuestros amigos del bosque no brillan mucho como bailarines.
Sus danzas son escuetas y monótonas, pero ponen de manifiesto,
una vez más, el carácter risueño y jocoso que poseen.
Aquí termina nuestro fascinante viaje por el Macizo Guayanes en Venezuela
y a través del tiempo con los indios sánema.
Quizás ahora, aquellos que nos hayan seguido,
sientan la misma necesidad que nosotros,
de proteger este mundo único que puede desaparecer para siempre.