Tip:
Highlight text to annotate it
X
¡Cuánta confusión!
Una nota anónima...
La doncella encerrada en el tocador...
La señora confusa...
Un hombre que salta del balcón al jardín...
Otro que viene y pretende ser él...
No sé qué pensar.
Podría tratarse de uno de mis vasallos.
La gente de esa calaña es atrevida.
Pero la Condesa...
No, dudar de ella le ofende.
Se respeta demasiado a sí misma, y mi honor...
Mi honor... ¿Dónde diantre lo han puesto mis errores?
Venga, ten valor; dile que os veréis en el jardín.
Sabré si Cherubino se había ido a Sevilla:
para tal fin he enviado a Basilio.
¡Oh, cielos! Y Figaro...
A él no debemos decirle nada, yo misma iré en tu lugar.
Antes de que anochezca estará de vuelta.
¡Dios mío! No me atrevo.
Piensa que mi felicidad está en tus manos.
¿Y Susanna?
¿Quién sabe si ha traicionado mi secreto?
Oh, si ha hablado, le haré casarse con la vieja.
¡Marcellina!
Señor...
¿Qué pasa?
¡Me parece que estáis furioso!
¿Queréis alguna cosa?
Señor, vuestra esposa
tiene vapores y os pide el frasquito del éter.
Cogedlo.
Lo devolveré enseguida.
No hace falta, podéis quedároslo.
¿Yo? A las mujeres corrientes no nos pasan estas cosas.
Un amante que pierde a su prometido a punto de conseguirlo...
Pagando a Marcellina la dote
que vos me prometisteis...
¿Qué yo os prometí? ¿Cuándo?
Así lo había entendido.
Y así es, si es que quisierais escucharme.
Es mi obligación,
y los deseos de su Excelencia son también los míos.
¿Por qué hasta ahora, cruel, me has hecho padecer?
Señor, la mujer siempre tiene tiempo de dar el sí.
Entonces, ¿bajarás al jardín?
Si a vos os place, iré.
¿Y no me fallaréis?
No, no os fallaré.
- ¿Vendrás? - Sí.
- ¿No fallarás? - No.
- ¿No fallarás? - No fallaré.
Me siento tan contento que brinca el corazón.
Perdonadme si miento los que sabéis de amor.
¿Y por qué esta mañana te mostraste conmigo tan distante?
Con el paje por allí...
¿Y con Basilio, que te habló de mi parte?
¿Qué necesidad tenemos de que Basilio...?
Cierto, cierto.
Prométeme también, si me fallas, querida...
La Condesa estará esperando el frasquito.
Oh, era un pretexto: no habría podido hablaros sin él.
- ¡Deliciosa criatura! - Alguien viene.
Ya es mía.
Relámete la boca, señor taimado.
Susanna, ¿dónde vas?
Calla, sin abogado has ganado tu pleito.
¿Qué ha pasado?
¡Has ganado tu pleito!
¿Qué oigo?
¡En qué trampa he caído!
¡Traidores!
¡Os daré un castigo ejemplar!
La sentencia será a mi antojo.
¿Y si pagara a la vieja pretendiente?
¿Pagarla?
¿Cómo?
Antonio no dará en matrimonio a su sobrina a Figaro, un don nadie.
Fomentando el orgullo de este mentecato...
Todo embrolla el enredo.
El golpe ya está dado.
¿Veré mientras suspiro feliz a un siervo mío?
¿Y el bien que anhelo en vano dejárselo en sus manos?
¿Y ver cómo el amor enlaza a un vil objeto
a quien deseos desata y a cambio no da nada?
¡Ah, no te dejaré en paz, no te quiero contento!
Tú no has nacido, intrépido,
para darme tormento
y aun menos hacer chanza de mi infelicidad.
Ya la sola esperanza de tomarme venganza
me consuela mi alma y alborozo me da.
Vamos, hermoso paje,
en mi casa encontrarás las más bellas muchachas del castillo.
Tú serás seguro el más guapo de todas.
Si me encuentra el Conde, ¡pobre de mí!
Sabes que cree que he partido para Sevilla.
¡Qué maravilla! Y si te encuentra no será nada nuevo.
¡Escucha! Queremos vestirte como nosotras,
e iremos todas juntas a ofrecer flores a la señora.
Confía, Cherubino, en Barbarina.
¡Y Susanna sin venir!
Estoy ansiosa de saber cómo el Conde acogió la propuesta.
El plan me parece un poco atrevido,
¡y a un esposo tan impulsivo y celoso!
Pero, ¿dónde está el mal?
Cambiando mis vestidos por los de Susanna,
y los suyos por los míos,
al calor de la noche...
¡Oh, cielos!
¡A qué miserable estado me he visto reducida por un marido cruel!
Con una mezcla inaudita de infidelidad,
celos y desprecio,
primero me amó,
luego me ofendió,
y al fin me traicionó.
¡Ahora me obliga a pedir auxilio a una criada!
¿Dónde están los buenos momentos
de dulzura y de placer?
¿Dónde acabaron los juramentos
de esos labios embusteros?
¿Por qué entonces, si ya todo
en llanto y penas mudó,
el recuerdo de esa dicha de mi pecho no partió?
¡Ay! ¡Si al menos mi constancia de querer siempre penando
me aportase una esperanza de ablandar su corazón!
El pleito está resuelto.
O le paga, o se casa. Y ahora, a callar.
¡Qué alivio!
Me muero.
Al fin me casaré con el hombre que adoro.
Excelencia, os apelo...
La sentencia es justa.
O le paga, o se casa.
Muy bien, Don Curzio.
Muy gentil su Excelencia.
¡Qué soberbia sentencia!
¿En qué es soberbia?
Todos quedamos vengados.
No me casaré con ella.
Te casarás.
O le paga, o se casa. Ella te ha prestado dos mil piastras.
Soy un hidalgo,
y sin el permiso de mis nobles padres...
¿Dónde están? ¿Quiénes son?
Dejadme seguir buscándolos:
después de diez años espero encontrarlos.
¿Será un inclusero?
Un niño perdido no, doctor,
más bien robado.
- ¿La prueba? - ¿Los testigos?
El oro, las joyas y las mantillas bordadas
con las que, siendo niño, me encontraron los bandidos
son los claros indicios de mi ilustre cuna,
y sobre todo este jeroglífico que tengo en mi brazo.
¿Una espátula en el brazo derecho?
¿Quién os lo ha dicho?
¡Dios mío!
- Es él. - Es cierto, soy yo.
¿Quién?
Raffaello.
¿Y los bandidos te raptaron?
Cerca de un castillo.
Esta es tu madre.
¿De leche?
No, tu propia madre.
¡Su madre!
¿Qué oigo?
Y éste es tu padre.
Reconoce en este abrazo a una madre, amado hijo.
Padre mío, haced lo mismo,
no me hagáis sonrojar más.
La conciencia no permite
incumplir tu voluntad.
- Él su padre, ella su madre: - Estoy aturdido, asombrado:
- ya no hay boda, acaba aquí. - lo mejor es ya partir.
¡Amado hijo!
¡Padres queridos!
Alto, alto, señor Conde.
Aquí tengo las dos mil.
A pagar vengo por Figaro
y a ponerlo en libertad.
Mirad lo que sucede allá.
¿Ya de acuerdo con la esposa? ¡Ay, qué poca lealtad!
¡Déjame, malvado!
No, espera.
Escucha, querida.
¡Escucha esto!
Es debido a su buen corazón. Lo que ella hizo, lo hizo por amor.
Bramo, estallo de furor. El destino me la ha jugado.
Bramo, estallo de furor. El destino se la ha jugado.
La vieja me la ha jugado.
Hijita querida, calmad vuestro enfado.
Abrazad a su madre que ahora vuestra será.
¿Su madre?
Su madre.
¿Tu madre?
Y mi padre es aquél, como él te dirá.
¿Su padre?
Su padre.
¿Tu padre?
Y aquella es mi madre, y así lo dirá.
Mi alma no puede resistir ya más el fiero tormento de este momento.
Mi alma no puede resistir ya más el dulce contento de este momento.
Aquí tienes, querido amigo, el dulce fruto de nuestro antiguo amor.
No hablemos ahora de tiempos tan lejanos:
él es mi hijo, vos mi consorte,
y la boda tendrá lugar cuando queráis.
Hoy, y será doble.
Aquí tienes, es el recibo de lo que me debías, es tu dote.
Esta bolsa también es para ti.
Y esta otra.
Estupendo; tiradlas, las cojo todas.
Vayamos a informar de la aventura a la señora y a nuestro tío.
¿Hay alguien más contenta que yo?
¿Hay alguien más contenta que yo?
Yo.
- Yo. - Yo.
¡Y qué gusto haber reventado al señor Conde!
Os digo, señor, que Cherubino está aún en el castillo.
Aquí tenéis como prueba su sombrero.
Pero, ¿cómo? Si a esta hora debería ya estar en Sevilla.
Perdonad, pero hoy Sevilla está en mi casa.
Lo han vestido de mujer y allí ha dejado sus ropas.
¡Malvados!
Vamos, y lo veréis vos mismo.
¿Qué dijo el Conde?
Se leía en su gesto el disgusto y la rabia.
Más fácil será ahora atraparlo en la jaula.
¿Dónde es la cita que le propusiste?
En el jardín.
Concretemos un sitio. Escribe.
¿Qué yo escriba? Pero, señora...
Que escribas, digo,
que yo me encargaré de todo.
Canción del aire
Del aire
“Qué suave cefirillo”
Cefirillo
“soplará esta noche”
Soplará esta noche
“en los pinos del sotillo”.
¿En los pinos?
En los pinos del sotillo.
Él ya el resto entenderá.
Sí, seguro, entenderá.
Ya he doblado la nota. ¿Y ahora cómo se sella?
Aquí tienes, coge un alfiler.
Espera.
Escribe en el reverso de la hoja: “Devolved el sello”.
Es más original que el del despacho.
Rápido, escóndelo. Oigo a alguien.
Recibid, señora nuestra, estas rosas y estas flores.
Las hemos cogido esta mañana en prueba de nuestro amor.
Somos sólo campesinas,
todas somos pobrecitas,
mas lo poco que tenemos
de buen grado os lo cedemos.
Éstas son, señora, las muchachas del lugar.
Ellas ofrecen lo poco que tienen
y os piden perdón por su osadía.
¡Qué amables! Os lo agradezco.
¡Qué hermosas son!
¿Y quién es, decidme, esa gentil muchachilla de aspecto tan modosito?
Es una prima mía,
que ha venido hoy para la boda.
Honremos a la bella forastera.
Venid aquí.
Dadme vuestras flores.
Cómo se ruboriza. Susanna, ¿no crees que se parece a alguien?
Clavadito.
¡Caramba! Aquí tenéis al oficial.
- ¡Oh, cielos! - ¡Malandrín!
Y bien, señora...
Señor, estoy tan irritada y sorprendida como vos.
Pero, ¿esta mañana?
Esta mañana...
Queríamos vestirlo para la fiesta de hoy.
¿Y por qué no os fuisteis?
Señor...
Sabré cómo castigar su desobediencia.
Excelencia,
vos me decís a menudo cuando me abrazáis y me besáis:
“Barbarina, si me quieres te daré lo que desees”.
- ¿He dicho yo eso? - Vos.
Ahora dadme, señor, por esposo a Cherubino,
y os querré como quiero a mi gatito.
Bien, ahora os toca a vos.
¡Muy bien, hija mía! Te dio la lección un buen maestro.
No sé qué hombre, qué diablo, qué dios todo lo tuerce en contra mía.
Señor, si retenéis a esas muchachas, adiós fiestas, adiós bailes.
¿Es que piensas bailar con el pie torcido?
Ya no me duele casi. Venid, guapas.
Por fortuna, los tiestos eran de barro.
Sí, por suerte.
Vamos, pues, vamos.
Y entretanto el paje a caballo al galope hacia Sevilla.
Al galope o al paso, buen viaje.
Venid, bellas jóvenes.
Y a ti se te había quedado su despacho en el bolsillo.
Justo. ¡Que retahíla de preguntas!
Vamos, menos aspavientos, que no te entiende.
Y aquí está el que pretende que mi señor sobrino sea un embustero.
- ¡Cherubino! - Aquí lo tienes.
¿Qué diablos canta?
No canta nada, dice sólo que él saltó esta mañana sobre los claveles.
¡Si él lo dice! Quizás.
Si he saltado yo, puede ser que él haya hecho lo mismo.
¿También él?
¿Por qué no?
Nunca discuto sobre lo que no sé.
Ya suena la marcha.
Vamos.
Venga, guapas, a vuestros puestos.
Susanna, dame el brazo.
Tómalo.
Atrevidos.
Yo soy de hielo.
Condesa...
No más palabras.
Ya tenemos las dos bodas: debemos recibirlas.
Se trata al fin y al cabo de una protegida vuestra.
Sentémonos.
Sentémonos.
A pensar la venganza.
Amantes constantes y honorables,
cantad loas a tan sabio señor.
Renuncia a un derecho
que ultraja, que ofende,
y al esposo os devuelve con pureza y candor.
Cantemos, loemos a tan sabio señor.
Ya estamos como siempre,
las mujeres ponen alfileres por todas partes.
¡Ja, ja! El juego bien se entiende.
Una galanteadora le ha pasado una nota amorosa.
Estaba sellada con un alfiler,
y él se ha pinchado el dedo.
El Narciso lo está buscando, ¡qué botarate!
Andad, amigos.
Que la ceremonia nupcial sea esta tarde.
He dispuesto que sea magnífica la fiesta,
con canciones y fuegos,
gran banquete y gran baile:
así todos verán cómo trato a la gente que quiero.
Amantes constantes y honorables,
cantad loas a tan sabio señor.
Renuncia a un derecho que ultraja, que ofende,
y al esposo os devuelve con pureza y candor.
Cantemos, loemos a tan sabio señor.
¡Lo he perdido, pobre de mí!
¿Quién sabe dónde está?
No lo encuentro.
Mi prima...
Y el señor, ¿qué me dirá?
Barbarina, ¿qué pasa?
Lo he perdido, primo.
¿El qué?
El alfiler que me ha dado el señor para devolvérselo a Susanna.
¿A Susanna? ¿El alfiler?
¿Tan joven y ya sabes el oficio?
¿De qué tienes que enfadarte?
¿No ves que es sólo una broma?
Este es el alfiler que el Conde te dio para devolvérselo a Susanna.
Servía de sello para una notita.
¿Ves como estoy al corriente?
Entonces, ¿por qué me preguntas?
Porque me gustaría oír cómo el señor te dio el recado.
¡Vaya una cosa!
“Niña, devuelve este alfiler a la bella Susanna”
“y dile: Éste es el sello de los pinos”.
¡Ah, ah! ¡De los pinos!
También es verdad que añadió: “¡Cuida de que no te vea nadie!”
- Pero tú no dirás nada. - No lo dudes.
A ti ya no te concierne.
Para nada.
Adiós, mi querido primo: voy a ver a Susanna
y luego a Cherubino.
- Madre. - Hijo.
- Se acabó. - Tranquilo, hijo mío.
Se acabó, te digo.
Calma, calma.
El caso es serio y conviene pensar.
Pero espera, que aún no sabes para qué es la broma.
Ese alfiler, madre, es el mismo que él recogió hace un rato.
Cierto.
Pero esto te da como mucho el derecho de ponerte en guardia.
Pero no sabes si en efecto...
Alerta, pues: sé dónde han acordado el lugar de la cita.
¿Dónde vas, hijo mío?
A vengar a todos los maridos. Adiós.
“En el pabellón de la izquierda”, ha dicho.
Es éste.
¡Y si ahora no viene!
¡Trágame, tierra!
Es Barbarina.
¿Quién anda ahí?
Los que invitaste a venir.
¡Vaya facha! Pareces un conspirador.
¿Qué diantres son estos extraños preparativos?
Lo veréis enseguida.
Justo en este sitio
celebraremos la fiesta de mi honorable esposa
y del señor feudal.
¡Ah, muy bien! Ya entiendo todo.
Me han dejado fuera del enredo.
No os alejéis de aquí.
A un silbido mío, corred todos.
Ya está todo listo.
Debe de ser casi la hora.
Oigo gente.
Es ella.
No, nadie.
La noche es lóbrega...
Y yo comienzo ya
a hacer el tontorrón oficio de marido.
¡Ingrata!
En el momento de mi ceremonia,
él gozaba leyendo,
y al mirarlo me reía de mí sin saberlo.
¡Oh Susanna, Susanna, cuántos disgustos me cuestas!
Con esa cara ingenua...
Con tus ojos inocentes...
¡Quién lo habría creído!
Fiarse de la mujer es siempre un disparate.
Abrid un poco los ojos,
hombres incautos y bobos,
mirad a las mujeres,
miradlas cómo son.
A ellas que llamáis diosas
con sentido engañado,
a quienes dona incienso
nuestra endeble razón,
son brujas que encantan para hacernos penar,
sirenas que cantan para hacernos ahogar,
lechuzas que seducen para desplumarnos,
cometas que brillan y nos quitan la luz.
Son rosas espinosas, son zorras preciosas,
son osas benévolas, palomas malévolas,
maestras de engaños que fingen, que mienten y no sienten amor ni piedad.
El resto me callo, es bien sabido ya.
Señora, ella me dijo que Figaro vendrá.
Aún mejor, ya está aquí; habla bajo.
O sea, que uno escucha
y el otro va a venir a buscarme.
Empezamos.
Voy a esconderme aquí.
Señora, tembláis, ¿tenéis frío?
La noche está húmeda, voy a retirarme.
Ya llegó el gran momento de la crisis.
Bajo estos pinos,
si la señora me permite, me quedaré a tomar el fresco una media hora.
¡El fresco!
Quédate, sin prisas.
El pillo está vigilando. Vamos a divertirnos todos.
Le daremos lo que se merece por dudar.
Al fin llega el momento en que gozaré
del brazo de mi amado.
Tímidos afanes, salid de mi pecho,
no vengáis a turbar mi placer.
Parece que al amoroso fuego,
el encanto de este lugar, la tierra y el cielo le responden.
¡Cómo la noche
secunda mi cautela!
Ven, no te demores más, dicha hermosa,
ven donde el amor para gozar te llama,
hasta que el cielo apague su nocturna antorcha,
cuando el aire es moreno y el mundo calla.
Aquí el arroyo susurra y el céfiro juega,
y con dulce murmullo el corazón refresca.
Aquí sonríen las flores y es fresca la hierba.
El placer del amor todo aquí lisonjea.
Vente, mi bien, tras estas plantas escondidas.
¡Vente, vente!
Que con rosas coronaré tu frente.
¡Malvada! ¿Así es como me mentía?
¿Estoy despierto o sueño?
¡El pajecillo!
Oigo gente: entraré donde entró Barbarina.
¡Oh, veo aquí una mujer!
¡Ay, pobre de mí!
¡Qué error! Por el sombrero que veo en la oscuridad
creí que era Susanna.
¡Si ahora viniera el Conde! ¡Qué cruel destino!
Quedo, quedo a ella me acerco, debo el tiempo aprovechar.
¡Ay, si el Conde llega ahora vaya embrollo se armará!
¡Susanita!
No responde. Con la mano el rostro esconde.
Yo la engaño, de verdad.
Atrevido, descarado, ¡de aquí al punto partirás!
Melindrosa, maliciosa,
yo sé bien por qué aquí estás.
Aquí está mi Susanna.
El chuchero aquí está.
¡No te hagas la dura conmigo!
¡El corazón late en mi pecho!
- Vamos, marchados, o pido ayuda. - Otro hombre está con ella.
Dame un beso, o no harás nada.
- Por su voz, éste es el paje. - ¿Un beso? ¡Qué osadía!
¿Y por qué no puedo hacer...
¡Temerario!
...como el Conde a voluntad?
¡Temerario!
- ¡Temerario! - ¡Cuántos remilgos!
Sabéis que fui tras el sofá.
Si el tunante no desiste,
el asunto estropeará.
Toma mientras.
¡Dios santo! El Conde.
Voy a ver qué hacen allá.
Para que no repitáis, este regalo tomad.
Este es el premio a mi curiosidad.
Este es el premio a su temeridad.
Al fin se fue el audaz.
Acércate, amor mío.
Visto que a vos os place, aquí me tenéis, señor.
¡Qué complaciente esposa! ¡Eso es buen corazón!
Dame la manita.
Aquí la tenéis.
¡Querida!
¿Querida?
¡Qué dedos suavecitos!
¡Qué delicada piel!
Me pellizca, me excita y renueva mi ardor.
La ciega prevención
engaña a la razón
y el sentido confunde.
Aparte de la dote,
recibe este brillante,
que te entrega un amante como prueba de amor.
Todo pilla Susanna
de su benefactor.
¡Todo va de maravilla!
Pero aún falta lo mejor.
Señor, veo el resplandor de las antorchas.
Entremos, mi amada Venus, nos debemos ocultar.
Estúpidos maridos,
veníos a ilustrar.
- ¿A lo oscuro, mi señor? - Es justo lo que quiero.
Sabes que no es leer lo que me induce a entrar.
- La pérfida le sigue. - Picaron ya los zorros.
- Inútil es dudar. - La cosa empieza bien.
¿Quién va?
Va gente.
¡Es Figaro!
Me voy.
¡Id, id!
Luego volveré.
Todo está en paz y quieto.
Entró la hermosa Venus
y arrastró al lindo Marte,
cual Vulcano moderno
los cazaré en la red.
¡Eh, Figaro!
¡Callad!
Aquí está la Condesa.
Llegáis justo a tiempo.
Vos misma lo veréis,
el Conde con mi esposa.
Podrá incluso tocar la cosa con las manos.
Hablad más bajo.
De aquí no doy un paso, pero me he de vengar.
¡Susanna!
- ¿Vengarse? - Sí.
¿Cómo podría hacerse?
- Sorprenderé al truhán - La zorra quiere atraparme
- y ya luego se verá. - y le voy a ayudar.
¡Ay, si mi señora quisiera!
Vamos, menos palabrería.
A vuestros pies me postro.
El pecho ya me arde.
Mirad en rededor.
Pensad en el traidor.
¡Cómo me pica la mano!
¡Cómo se altera el pecho!
¡Qué impaciencia! ¡Qué furor!
¡Qué impaciencia! ¡Qué calor!
¿Y ni pizca de amor?
Lo simula el desprecio.
No usemos tiempo en vano.
Dadme la mano.
- Dadme la... - Aquí tenéis, señor.
¡Qué bofetón!
Y éste, y éste,
y también éste.
- Y otro más aún. - No pegues tan deprisa.
Y éste, señor taimado, y también este otro.
- ¡Oh, cachetes dulcísimos! - Aprende, pérfido,
- ¡Qué feliz es mi amor! - a hacer de seductor.
Ahora paz, dulce tesoro, conocí la voz que adoro,
impresa está en mi corazón.
¿Mi voz?
La voz que adoro.
Ahora paz, dulce tesoro, ahora paz, mi tierno amor.
No la encuentro en todo el bosque.
Es el Conde, esa es su voz.
¡Eh, Susanna!
¿Estás sorda? ¿Estás muda?
¡Muy bien! ¡No la ha reconocido!
- ¿A quién? - A la señora.
- ¿A la señora? - A la señora.
Terminemos la comedia, cariño, consolemos al extraño amador.
- Sí, señora, os amo a vos. - ¡Mi esposa!
¡Y yo desarmado!
Dad consuelo al corazón.
Aquí estoy, lo que gustéis haced.
¡Ah, tunante!
Corramos, amor mío,
que las penas compensa el placer.
¡Gente! ¡A mí las armas!
¡El señor!
¡Gente! ¡Ayuda!
¡Estoy perdido!
¿Qué sucede?
El malvado me ha traicionado, y con quién lo vais a ver.
Estoy atónito, pasmado.
No puede ser verdad.
En vano os resistís,
salid, señora,
el premio ahora tendréis a vuestra honestidad.
¡El paje!
¡Mi hija!
¡Mi madre!
¡Señora!
El engaño está muy claro, la culpable ya está aquí.
¡Perdón, perdón!
No, no lo esperéis.
¡Perdón, perdón!
No, no quiero darlo.
- ¡Perdón, perdón! - No, no.
Al menos yo por ellos recibiré el perdón.
¡Oh, cielos!
¿Qué veo?
¡Un delirio!
¡Un devaneo
que creer no puedo, no!
Condesa, perdón.
Yo soy más comprensiva.
Os concedo el perdón.
Todos contentos
así quedaremos.
Un día tormentoso, demente y caprichoso,
con dicha y alegría amor va a coronar.
¡Esposos, amigos, al baile! ¡Que se prendan los fuegos!
Al son de alegre música corramos a gozar.