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Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo,
sucedieron así. Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de sus once años,
lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque lo acatara como
una realidad inevitable y fatal. Después de todo, que su padre aspirara a hacer de él
algo más que un quesero era un hecho que honraba a su padre. Pero por lo que a
él afectaba...
Su padre entendía que esto era progresar; Daniel, el Mochuelo, no lo
sabía exactamente. El que él estudiase el Bachillerato en la ciudad podía ser, a la
larga, efectivamente, un progreso. Ramón, el hijo del boticario, estudiaba
para abogado en la ciudad, y cuando les visitaba, durante las vacaciones, venía
empingorotado como un pavo real y les miraba a todos por encima del hombro;
incluso al salir de misa los domingos y fiestas de guardar, se permitía corregir
las palabras que don José, el cura, que era un gran santo, pronunciara desde el
púlpito .Si esto era progresar, el marcharse a la ciudad a iniciar el
Bachillerato, constituía, sin duda, la base de este progreso.