Tip:
Highlight text to annotate it
X
CRISDEZ PRESENTA, RESIDENT EVIL 1 - LA CONSPIRACION DE UMBRELLA,
CAPITULO 1,
Jill ya llegaba tarde a la reunión cuando, sin quererlo, metió sus llaves dentro de
la taza de café que estaba tomando mientras se acercaba a la puerta. Oyó un leve tintineo
apagado cuando llegaron al fondo de la taza. Se paró en seco, mirando incrédula la taza
humeante y, en ese preciso instante, el fajo de papeles que llevaba bajo el otro brazo
se le cayó. Los documentos, los clips y las notas amarillas autoadhesivas acabaron desparramados
por el suelo. —Oh, mierda.
Echó un vistazo a su reloj y se dio la vuelta hacia la cocina, con la taza aún en la mano.
Wesker había convocado la reunión a las 19.00 horas en punto, lo que significaba que
le quedaban nueve minutos para recorrer los diez minutos de trayecto en coche, encontrar
aparcamiento y poner su trasero en una de las sillas. La primera reunión oficial desde
que los STARS habían entrado de lleno en el caso... Demonios, de hecho, su primera
reunión oficial desde que había sido transferida a Raccoon City y, para colmo, iba a llegar
tarde. La primera vez en años que me preocupa llegar puntual y la fastidio justo antes de
salir de casa... Se acercó corriendo al fregadero, sintiéndose a la vez tensa y enfadada consigo
misma por no estar lista antes. Era el caso, el puñetero caso. Había recogido las copias
de su memorándum después del desayuno y había pasado todo el día revisando los informes,
en busca de algún dato que los policías hubiesen pasado por alto, sintiéndose más
y más frustrada a medida que pasaba el día y no lograba encontrar nada nuevo. Vació
la taza y recogió las llaves húmedas y tibias del fondo del fregadero. Las secó contra
la tela de sus vaqueros mientras se dirigía apresuradamente hacia la puerta. Se agachó
para recoger los informes... y se detuvo, mirando fijamente la fotografía que había
acabado encima del montón. Pobres chicas, pobres niñas...
Lentamente cogió la fotografía, aun a sabiendas de que no tenía tiempo, pero incapaz de separar
la vista de las imágenes de sus rostros cubiertos de manchas de sangre. Sintió cómo se intensificaban
los nudos de angustia que habían ido creciendo a lo largo del día, y durante unos instantes,
lo único que pudo hacer fue respirar mientras se quedaba mirando fijamente la fotografía
de la escena del crimen. Becky y Priscilla McGee, de nueve y siete años. Había pasado
de largo aquella fotografía, diciéndose que no había nada nuevo que ver, que no necesitaba
mirarla... Pero eso no es cierto, ¿verdad? Puedes seguir
engañándote, o puedes admitirlo: ahora todo es distinto. Todo es diferente desde el día
en que ellas murieron. Jill se hallaba sometida a una gran tensión cuando llegó a Raccoon
City por primera vez. No se sentía muy segura acerca de la idea del traslado, ni siquiera
estaba muy segura de querer seguir perteneciendo al equipo de STARS. Era muy buena en su trabajo,
pero sólo había aceptado el empleo por la insistencia de ***. Después de ser encarcelado,
él había comenzado a presionarla para que trabajara en otra cosa. Había tardado bastante
tiempo, pero su padre era muy persistente, y le había repetido una y otra vez que ya
había bastante con un Valentine entre rejas, aunque también admitió que se había equivocado
al educarla como lo hizo. Ella no tenía muchas opciones de trabajo con sus habilidades y
su pasado, pero los STARS, al menos, apreciaban sus capacidades y no les importaban dónde
ni cómo las había aprendido. El salario era bastante bueno, existía cierto
grado de riesgo del que ella había acabado disfrutando... Si reflexionaba sobre ello,
el cambio de carrera había sido sorprendentemente fácil. Aquello hacía feliz a ***, y a ella
le daba la oportunidad de ver cómo vivía el resto de la gente. Sin embargo, el cambio
de vida había resultado más duro de lo que ella había pensado al principio. Se había
sentido realmente sola por primera vez desde que *** ingresó en prisión, y trabajar
para la ley le había empezado a parecer un chiste irónico: ella, la hija de *** Valentine,
trabajando para la verdad, la justicia y el estilo de vida estadounidense. Su ascenso
a miembro del equipo Alfa, una pequeña y agradable casa en las afueras... Todo aquello
era una locura, y había estado pensando muy seriamente en salir pitando de la ciudad,
abandonarlo todo y volver a convertirse en lo que había sido... Hasta que aquellas dos
chiquillas que vivían al otro lado de la calle aparecieron en su puerta y le preguntaron
con lágrimas en los ojos si de verdad era policía. Sus padres estaban en el trabajo,
y ellas no podían encontrar a su perro... Becky con su uniforme verde de la escuela,
la pequeña Pris con su mono enterizo. Las dos llorando, tímidas... El cachorro estaba
dando vueltas por el jardín de un vecino a un par de casas de distancia. No había
sido difícil encontrarlo, y ella había logrado con la misma facilidad dos amiguitas. Las
hermanas se habían acostumbrado inmediatamente a Jill, y siempre aparecían después de clase
para llevarle desastrados ramos de flores. Jugaban en su patio durante los fines de semana
mientras cantaban incansablemente las canciones que habían aprendido en las películas o
en los dibujos animados. No es que las niñas hubiesen acabado milagrosamente
con la soledad de Jill pero, al menos, la idea de marcharse se había quedado en la
trastienda de su mente durante una temporada. Por primera vez en los veintitrés años de
su vida, había comenzado a sentirse parte de la comunidad en la que vivía y trabajaba,
y el cambio había sido tan sutil y gradual que apenas se dio cuenta de él. Seis semanas
antes, Becky y Pris se habían alejado del lugar donde celebraban una merienda campestre
familiar en Victory Park... y se habían convertido en las dos primeras víctimas de
los psicópatas que habían aterrorizado a la ciudad desde entonces. La fotografía tembló
ligeramente en su mano y no le dijo nada nuevo. Becky estaba tumbada de espaldas, con los
ojos abiertos y vacíos mirando fijamente el cielo, con un enorme agujero desgarrado
en su abdomen. Pris estaba a su lado, con los brazos extendidos y sus delgadas extremidades
desgarradas. Ambas chicas habían sido destripadas y habían muerto a causa de la brutal agresión
que habían sufrido, antes de desangrarse. Si habían tenido tiempo de gritar, nadie
las había oído... ¡Ya basta! ¡Han muerto, pero tú puedes hacer algo para compensarlo!
Jill metió precipitadamente los papeles en la carpeta y salió de su casa. Inspiró profundamente
varias veces el tibio aire de la tarde. El aroma del césped recién cortado inundaba
todo el vecindario. Un perro ladraba en algún lugar de la calle, un poco más abajo, mezclado
con el sonido de la risa de los niños. Se apresuró a llegar hasta el pequeño y abollado
automóvil gris que estaba aparcado delante de su casa y se obligó en silencio a no mirar
hacia la casa de los McGee mientras ponía en marcha el coche y se alejaba del lugar.
Jill atravesó las amplias calles del vecindario de las afueras con la ventanilla bajada y
pisando a fondo el acelerador, pero siempre atenta a los posibles niños o mascotas que
estuviesen jugando en la calle. Tampoco es que hubiera demasiados por los alrededores.
Desde que habían comenzado los asesinatos, la gente mantenía a sus hijos y animales
dentro de sus casas, aun a plena luz del día. El pequeño automóvil se sacudió cuando
aceleró por el carril que daba a la autopista 22.
La brisa seca y cálida azotaba su largo cabello y lo mantenía alejado del rostro. Se sentía
bien, como si se estuviese despertando de un mal sueño. Recorrió a buena velocidad
la carretera bajo el sol de la tarde, que arrojaba la larga sombra de los árboles sobre
el asfalto. Ya fuese por pura causalidad o por capricho
del destino, lo que estaba ocurriendo en Raccoon City la había afectado. No podía seguir
actuando como si simplemente fuese una ladrona hastiada que intentaba mantenerse fuera de
la cárcel y que procuraba comportarse bien para tener contento a su padre. Ni tampoco
pensar que lo que estaban a punto de hacer los STARS era una misión más. Era importante.
A ella le importaba que aquellas niñas estuviesen muertas y que sus asesinos todavía estuviesen
libres para cometer otro crimen. Los extremos de las hojas de los informes sobre las víctimas
aleteaban en el asiento del acompañante. Quizás eran nueve fantasmas inquietos, y
Becky y Priscilla McGee estaban entre ellos. Puso su mano derecha sobre la hoja superior,
y detuvo aquel movimiento suave. Luego juró en silencio que no importaba lo que le costase,
ella encontraría a los responsables. No importaba lo que ella había sido en el pasado. No importaba
lo que sería en el futuro. Había cambiado... y no descansaría hasta
que los asesinos de aquellas inocentes niñas hubieran sido castigados por sus crímenes.
—¡Hola, Chris! Chris le dio la espalda a la máquina de refrescos
y vio a Forester Speyer cruzando la sala vacía a grandes zancadas, con una ancha sonrisa
en su rostro moreno y juvenil. En realidad, Forest era unos cuantos años mayor que Chris,
pero tenía todo el aspecto de un adolescente rebelde: pelo largo, una chaqueta vaquera
llena de tachones metálicos y el tatuaje de una calavera fumando un cigarrillo en su
hombro izquierdo. También era un mecánico excelente, y uno de los mejores tiradores
en acción que jamás había visto Chris. —Eh, Forest. ¿Qué tal?
Chris sacó una lata de refresco de la máquina y echó un vistazo a su reloj. Todavía disponía
de un par de minutos antes de la reunión. Sonrió con aire cansado cuando Forest se
detuvo delante de él, con sus ojos azules chispeantes. Forest también llevaba parte
de su equipo: chaleco, cinturón de combate y una pequeña mochila.
—Wesker le ha dado permiso a Marini para comenzar la búsqueda. El equipo Bravo va
a entrar en acción. Aunque estaba excitado, el acento de Alabama
de Forest convertía su conversación en un monótono canturreo. Dejó caer el equipo
que llevaba en una de las sillas para invitados, todo ello sin dejar de sonreír por un instante.
Chris lo miró ceñudo. —¿Cuándo?
—Ahora mismo. En cuanto ponga en marcha unos cuantos minutos el helicóptero —Forest
se colocó el chaleco de Kevlar1 sobre la camiseta mientras hablaba—. Mientras los
del equipo Alfa os quedáis tomando nota, ¡nosotros vamos a dedicarnos a patearles
el trasero a unos cuantos caníbales! Hay que reconocer que tenemos una enorme confianza
en nosotros mismos. —Sí, bueno... Oye, tú por si acaso, vigila
tu trasero, ¿de acuerdo? Creo que en todo esto hay algo más que unos simples chiflados
asesinos escondidos en el bosque. —Tú sabrás.
Forest se echó el pelo hacia atrás y recogió su cinturón. Obviamente, estaba concentrado
en la misión y en nada más. Chris pensó en hacerle algún otro comentario, pero decidió
que era mejor no hacerlo. A pesar de su aire de valentón, Forest era todo un profesional.
No hacía falta que le dijera que tuviera cuidado.
¿Estás seguro, Chris? ¿Crees que Billy fue suficientemente cuidadoso? Chris suspiró
para sus adentros y palmeó suavemente la espalda de Forest antes de dirigirse a la
sala de operaciones. Atravesó la pequeña sala de espera y pasó por la sala de entrada
mientras se preguntaba sorprendido por qué Wesker enviaba por separado a ambos equipos.
Aunque lo habitual era que el equipo menos experimentado de los STARS efectuara el reconocimiento
inicial, la verdad es que aquella operación no tenía nada de habitual.
El gran número de víctimas ya por sí solo era más que suficiente para iniciar una investigación
más exhaustiva. Eso por no hablar del hecho de que existían indicios más que suficientes
como para pensar que los crímenes mostraban signos de organización, lo que debería haber
elevado el asunto al nivel A1 y, sin embargo, Wesker todavía parecía considerarlo algo
así como una especie de operación de entrenamiento. Nadie más lo ve. No conocían a Billy...
Chris volvió a recordar la conversación a altas horas de la noche que había mantenido
la semana previa con su amigo de la infancia. No había oído nada de Billy desde hacía
tiempo, pero sabía que había logrado un puesto como investigador en la compañía
farmacéutica Umbrella, el principal responsable de la prosperidad de Raccoon City. Billy nunca
había sido un tipo asustadizo, y el desesperado terror de su voz lo había despabilado por
completo y le había causado una profunda preocupación. Billy había balbuceado que
su vida estaba en peligro, que todos ellos estaban en peligro de muerte. Le había rogado
a Chris que se encontrara con él en un restaurante de la carretera situado en las afueras de
la ciudad... y no había aparecido jamás. Nadie había sabido nada de él desde aquel
día. Chris le había dado vueltas en la cabeza una y otra vez a todo aquello a lo largo de
las insomnes noches desde la desaparición de Billy. Había intentado convencerse de
que no había relación alguna entre los crímenes ocurridos en
Raccoon City y la desaparición de Billy... y, sin embargo, no pudo librarse de la sensación
de que había algo más que lo que estaba ocurriendo a simple vista, y que Billy sabía
qué era. La policía había registrado la casa de Billy, pero no había descubierto
ningún indicio de delito. Pero el instinto de Chris le gritaba que su amigo estaba muerto,
y que lo había asesinado alguien que no quería que contara lo que sabía. Y al parecer, yo
soy el único que le cree. A Irons le importa una mierda mi teoría, y los de mi equipo
creen que me ha afectado demasiado la muerte de mi viejo amigo. Dejó sus pensamientos
a un lado mientras daba la vuelta a una esquina. Los tacones de sus botas lanzaban un eco sordo
por las paredes del pasillo de la segunda planta. Tenía que concentrarse, centrar su
mente en lo que podía hacer para descubrir la razón de la desaparición de Billy, pero
estaba exhausto. Apenas había logrado dormir, y había sufrido un estado de ansiedad casi
continua desde la llamada de Billy. Quizás estaba perdiendo el sentido de la perspectiva,
quizá su objetividad se había visto mermada por los recientes acontecimientos... Se obligó
a sí mismo a no pensar en nada concreto mientras
se acercaba a la oficina de los STARS, decidido a mantener la cabeza despejada para la reunión.
La luz procedente de los tubos fluorescentes del techo aumentaba en exceso la luminosidad
procedente de los brillantes rayos del sol de la tarde que inundaban el estrecho pasillo.
El edificio de la policía de Raccoon City tenía una estructura arquitectónica clásica,
aunque poco convencional. Había mucho ladrillo y mucha madera, además de numerosas ventanas
para que entrara la luz del sol. El edificio había sido la alcaldía de Raccoon City cuando
él era un niño. Hacía diez años, cuando aumentó la población, lo habían
convertido en la biblioteca municipal, y cuatro años antes acabaron convirtiéndolo en una
comisaría de policía. Parecía que siempre se estaba llevando algún tipo de renovación...
La puerta de la oficina de los STARS estaba abierta, y hasta él llegó el sonido de unas
voces masculinas. Chris se detuvo un instante, indeciso sobre si seguir adelante o no al
oír la voz del jefe de policía Irons. «Llámame Brian» Irons era un político egoísta y
ególatra disfrazado de policía. Era un secreto a voces que tenía las manos metidas en más
de un pastel. Se había visto implicado en el escándalo sobre la cesión y venta de
terrenos en el distrito de Cider, allá por 1994, y aunque no había podido demostrarse
nada en los tribunales, cualquiera que lo conociera en persona no tendría ninguna clase
de duda sobre su culpabilidad. Chris meneó la cabeza mientras percibía
la melosa voz de Irons. Parecía increíble que durante una temporada dirigiera la sección
de los STARS en Raccoon City, aunque sólo fuera como un chupatintas. Era más difícil
de creer que el hecho de que acabaría algún día como alcalde de aquella ciudad. Bueno,
la verdad es que tampoco ayuda mucho que te odie a muerte, ¿verdad, Redfield? Bueno,
de acuerdo. A Chris no le gustaba andar besando culos, y Irons no sabía mantener otro tipo
de relaciones con sus subordinados. Por lo menos, Irons no era un incompetente absoluto,
ya que había recibido entrenamiento militar. Chris puso su mejor cara de circunstancias
y entró en la pequeña y atestada estancia que servía como centro de operaciones y oficina.
Barry y Joseph estaban sentados en la mesa común. Hablaban en voz baja mientras revisaban
una caja llena de papeles. Brad Vickers, el piloto del equipo Alfa, bebía café al mismo
tiempo que mantenía la mirada fija en la pantalla del ordenador, con una expresión
amargada en el rostro. Al otro lado de la estancia se encontraba
el capitán Wesker, recostado sobre su silla, con una sonrisa fija en su cara mientras escuchaba
al jefe Irons. El policía apoyaba su corpulento cuerpo sobre el escritorio de Wesker, a la
vez que se acariciaba el bigote con los dedos de una mano.
—Así que le dije: «Vas a escribir lo que te digo, Bertolucci, y te va a gustar, ¡O
no vas a recibir ni un solo comunicado de prensa más de esta oficina!», y va el tipo
y me dice... —¡Chris! —dijo Wesker interrumpiendo
a Irons al mismo tiempo que se echaba hacia delante en su silla—. Me alegro de que hayas
llegado. Parece que por fin vamos a dejar de perder el tiempo.
Irons le lanzó una mirada furibunda, pero Chris mantuvo la misma expresión en su rostro.
Wesker tampoco pareció darle demasiada importancia al enfado de Irons, ni mostró ningún esfuerzo
superior al de ser simplemente educado con él. Y, por el brillo de su mirada, tampoco
parecía importarle mucho que Irons lo supiera. Chris atravesó la oficina y se quedó en
pie al lado del escritorio que compartía con Ken Sullivan, uno de los miembros del
equipo Bravo. Puesto que en la mayoría de las ocasiones ambos equipos trabajaban en
turnos diferentes, tampoco necesitaban demasiado espacio. Dejó la lata de refresco sin abrir
encima de la mesa y se giró para mirar a Wesker.
—¿Vas a enviar el equipo Bravo? El capitán le devolvió la mirada, impertérrito y con
los brazos cruzados sobre el pecho. —Es el procedimiento habitual, Chris.