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Vivimos en una época de hiperindividualismo,
donde una sobredosis de cultura de libre mercado y autoayuda simplista
nos ha hecho creer que la mejor manera de llevar una buena vida
y conseguir la felicidad del hombre
es dedicarnos a nuestro mezquino interés personal,
seguir nuestros propios deseos.
De alguna manera, la pregunta "¿Qué beneficio obtengo yo de esto?"
se ha convertido en la pregunta principal de nuestro tiempo.
Y creo que necesitamos un antídoto urgentemente.
Y ese antídoto es la empatía.
Pero, ¿qué es la empatía?
La empatía es el arte de ponerse en la piel del otro
y mirar el mundo desde su perspectiva.
Se trata de comprender los pensamientos, sentimientos, ideas y experiencias
que construyen su visión del mundo.
Se trata de entender de dónde viene realmente esa persona.
Bueno, todos sabemos que la empatía es muy importante para nuestras relaciones cotidianas.
Seguramente habrán tenido experiencias en las que, tras haber discutido con su pareja,
su marido o su esposa,
pensaron: "¡Ojalá entendiera mi punto de vista.
¡Ojalá entendiera lo que siento."
¿Qué es lo que deseaban? Empatía, claro está... ¿verdad?
Pero la empatía puede hacer algo más que mejorar nuestras relaciones.
La empatía puede crear un cambio social radical.
Creo que la empatía puede causar una revolución.
No una revolución anticuada con nuevas leyes, instituciones y políticas públicas,
sino una revolución de las relaciones humanas.
Y necesitamos esa revolución desesperadamente,
por el creciente déficit global de empatía.
En EE UU., por ejemplo,
los niveles de empatía han bajado un 50 % en los últimos 40 años.
El descenso más pronunciado ha sido en estos últimos 10 años.
Al mismo tiempo, tenemos crecientes divisiones sociales en todo el mundo.
En dos tercios de los países occidentales, el abismo entre ricos y pobres
es mayor actualmente que en 1980.
Y al mismo tiempo, más de mil millones de personas en el mundo
viven con menos de un dólar al día.
En todas partes vemos conflictos causados por el fundamentalismo religioso,
tensiones étnicas y sentimientos contra los inmigrantes.
Necesitamos empatía urgentemente para crear cohesión social,
para mantener a la sociedad unida
y que disminuya esa mentalidad tóxica del ‘nosotros contra ellos’
que es causa de tanto conflicto.
Pues bien, lo bueno es que el 98 % de nosotros,
según dicen los neurocientíficos,
tenemos la habilidad de empatizar y ponernos en el lugar del otro.
Nuestros cerebros están preparados para la empatía.
Somos ‘***-empaticus’.
Pero pocos hemos alcanzado plenamente nuestro potencial empático.
Y como sociedad no hemos aprendido aún a utilizar el poder de la empatía
para crear una transformación social y política.
Y por eso me gustaría hablarles hoy de ocho ideas
que pienso que pueden crear y poner en marcha una revolución empática global.
La primera es entrenar a la próxima generación.
La empatía se puede enseñar y aprender.
Se puede aprender, al igual que montar en bici o conducir un coche.
Lo mejor es aprender cuando se es pequeño.
El mayor proyecto del mundo para enseñar la empatía
es éste que pueden ver aquí en la pantalla
llamado "Las raíces de la empatía".
Comenzó en Canadá, en 1995, y ya más de medio millón de niños de todo el mundo han participado.
Se ha extendido por muchos países.
Lo singular de este programa es que el profesor es un bebé.
Un bebé de verdad va a la clase cada pocas semanas,
y ese mismo bebé va durante todo un año.
Los niños se sientan a su alrededor
y empiezan a hablar sobre él:
qué piensa el bebé, qué siente,
por qué llora, por qué se ríe.
Intentan empatizar, ponerse en el lugar del bebé.
Y después, emplean esa actividad
para pensar en la empatía a mayor escala:
qué se siente al ser acosado o perseguido en el patio del colegio.
"Las raíces de la empatía" tiene un impacto increíble.
Aumenta los niveles de cooperación social y del compartir entre los alumnos,
disminuye el acoso en el patio del colegio
e incluso aumenta el éxito académico.
Por eso pienso que cada niño
debería tener derecho a programas como "Las raíces de la empatía"
Espero que mis hijos gemelos de cinco años lo puedan hacer también,
porque son la siguiente generación de agentes del cambio.
Pero no podemos esperar durante 20 años
a que emerjan estos agentes del cambio.
Tenemos que volvernos más empáticos nosotros mismos
y liderar la revolución empática como individuos, como adultos.
Por eso tenemos que desarrollar una imaginación ambiciosa.
Una reciente investigación psicológica revela
que, al concentrarse conscientemente en los sentimientos y necesidades de alguien,
es decir, cuando se empatiza con una persona,
aumenta la preocupación moral por esa persona
y eso puede motivar a hacer algo por ella.
Uno de los más grandes exploradores de la empatía de la historia de la humanidad, Mahatma Gandhi,
nos mostró que hay que ser bastante ambicioso
a la hora de decidir en el lugar de quién vas a ponerte.
En una famosa cita suya llamada
el ‘Talismán de Gandhi’ dice lo siguiente:
“Cuando tengas dudas o cuando tu ego se imponga demasiado,
recurre a esta prueba:
Acuérdate del rostro del hombre más pobre que hayas podido ver,
y pregúntate si el paso que estás pensando dar
le será de alguna utilidad.
Entonces verás cómo tus dudas y tu ego desaparecen.”
Imaginen que ese mensaje empático estuviera en la mesa de despacho de cada ***án de la banca,
de cada magnate de los medios de comunicación o, incluso, en su mesa.
Pero Gandhi señaló también que tenemos que esforzarnos más incluso,
que tenemos que empatizar no solo con los pobres y los desamparados,
sino también ponernos en el lugar de nuestros enemigos.
Gandhi era un hindú que decía: soy un musulmán, un hindú, un cristiano y un judío.
Pienso que todos tenemos que aprender a empatizar con nuestros enemigos
para aumentar nuestros niveles de tolerancia,
para hacernos más sabios, y para desarrollar estrategias más inteligentes de cambio social.
Pero, ¿cómo puede un hindú conocer a un musulmán
o viceversa?, ¿cómo pueden los que están hoy aquí
conocer a gente diferente a Uds.,
y ponerse en su piel?
Por eso tenemos que hacer algo más en la revolución empática:
despertar nuestra curiosidad.
Ahora bien, el problema es que la mayoría de nosotros
hemos perdido la curiosidad que teníamos de niños.
Cada día nos cruzamos con extraños
sin saber lo que pasa por sus mentes.
Prácticamente no conocemos a nuestros vecinos.
Tenemos que cultivar la curiosidad por los desconocidos,
para así cuestionar nuestros prejuicios y estereotipos,
ya que a menudo juzgamos precipitadamente a la gente.
Creo que los pensamientos que hay en la mente de los otros
forman la gran oscuridad que nos rodea.
Tenemos que educarnos a base de conversar con extraños
para poder penetrar esa oscuridad.
Mi consejo es que, como individuos, tengan, al menos una vez
por semana, una conversación con un desconocido,
ya sea con quien pasa el aspirador en la oficina
o con áquel a quien compran el periódico cada día.
Lo importante es llegar más allá de una charla superficial,
de hablar simplemente del tiempo,
y hablar de lo verdaderamente importante en la vida:
el amor, la muerte, la política y la religión.
Pero también tenemos que cultivar la curiosidad por los desconocidos a un nivel social
y promover proyectos como la "Campaña de la biblioteca humana"
que pueden ver aquí arriba en la pantalla.
Empezó hace unos 10 años en Dinamarca
y ahora está presente en más de 20 países.
Y cuando uno va a un evento de esta biblioteca humana, como éste en Londres,
en vez de pedir prestado un libro,
como se hace normalmente en una biblioteca,
se toma prestada una persona para conversar.
Podría ser una cantante de soul nigeriana,
o podría ser una madre soltera viviendo de un subsidio.
Se trata de conversar con gente distinta a uno,
y así cuestionarse los estereotipos propios.
Imaginen que organizaran un evento así en su comunidad,
a quién invitarían para que conversaran con ellos los miembros del público,
para despertar su curiosidad.
Ahora bien, ¿cómo podemos saber que estos encuentros con extraños
hagan cambiar realmente las cosas?
La historia así lo dice.
Tenemos que aprender de la historia.
Normalmente pensamos en la empatía como algo que sucede entre individuos,
pero la empatía puede ocurrir también a gran escala, a un nivel colectivo.
Por supuesto que, si observan la historia,
ha habido momentos de colapso de empatía en masa.
Piensen en el Holocausto o en el genocidio de Ruanda.
Pero igualmente ha habido momentos de empatía floreciente en masa.
Pienso que es fundamental saber lo que ocurrió en la Segunda Guerra Mundial,
durante el período de evacuación en Gran Bretaña.
Cuando los alemanes iban a bombardear las ciudades británicas,
el gobierno evacuó, envió fuera a más de un millón de niños
para que escaparan de las bombas.
Les enviaron a vivir con familias de acogida, con completos desconocidos.
Fue el mayor encuentro entre extraños de la historia británica,
quizá hasta de la historia mundial.
Y, ¿qué pasó?
Pues resultó que gente rural relativamente acomodada,
que vivían en pequeñas ciudades de provincia,
se encontraron de repente con la realidad
de la pobreza urbana en las ciudades británicas,
porque los niños que veían ahora en sus casas
estaban malnutridos, tenían enfermedades, vestían con harapos.
Hubo una respuesta empática en masa y clamor público
ante la miseria que la gente había descubierto en sus casas de repente.
Y hubo presión pública por parte de organizaciones de mujeres, de grupos políticos,
para exigir al gobierno la introducción de una nueva legislación a favor del bienestar infantil.
Y el gobierno dio una respuesta inmediata, lo cual
es extraordinario, porque se trataba de un momento en medio de la guerrra
en el que había una gran escasez de recursos.
El gobierno introdujo comida gratis para los niños,
nuevas vitaminas, nuevos servicios sanitarios y programas educativos.
El gobierno comenzó, gracias a este encuentro empático,
a sentar las bases del estado de bienestar británico.
Esto muestra cómo la empatía no es solo un concepto dulce y tierno sobre ser amable con los demás,
sino que puede cambiar realmente el panorama social y político.
Tenemos que fomentar encuentros de este tipo en nuestros días.
Por suerte, ya están sucediendo.
En Oriente Medio, por ejemplo,
hay una organización llamada "Círculo de padres"
que crea extraordinarios proyectos locales para fomentar la paz.
Entre ellos, mi preferido es una línea telefónica llamada ‘Hello Peace’ (Hola, paz).
Si se es israelí, llamando a ese número gratuito, le ponen en contacto con un palestino desconocido,
elegido al azar, y pueden hablar durante media hora.
Los palestinos pueden llamar para contactar con un israelí.
En sus cinco primeros años operativos
se hicieron más de un millón de llamadas a través de esta línea.
Imaginen que pudieran instalar una línea así entre ricos y pobres,
o entre escépticos y activistas del cambio climático.
Ahora bien, hay algo de lo que aún no he hablado: de la creación de espacios para la experiencia.
Imaginen si, en vez de tener solamente conversaciones con la gente,
pudieran experimentar algo de sus vidas.
Un modelo de esto es una organización llamada ‘Dialogue in the Dark’ (Diálogo en la oscuridad),
que es una experiencia de museo única,
en la que se está una hora en una habitación totalmente a oscuras,
y un guía ciego te hace descubrir
qué se siente al no poder utilizar la vista durante una hora.
Se realizan actividades como intentar comprar fruta y verduras, y uno se siente torpe al manejar dinero.
Uno va a una cafetería, intenta sentarse y tomar un café,
y uno se da cuenta de lo difícil que es.
Esta experiencia de museo influye increíblemente en la gente,
y esta organización se ha extendido por el mundo.
‘Dialogue in the Dark’ ha surgido en más de 130 ciudades, en 30 países.
De hecho, se inauguró en Atenas recientemente,
y más de 6 millones de personas ya han ido.
Así que hay que crear espacios de experiencia para expandir nuestro ámbito de preocupaciones morales.
También tenemos que aprender a aprovechar la tecnología.
La tecnología siempre ha sido importante en los movimientos empáticos.
En la lucha contra la esclavitud a finales del siglo XVIII,
la tecnología que se utilizó fue la imprenta,
para imprimir decenas de miles de carteles y mostrar
cuántos africanos llegaban a meter en un barco de esclavos británico rumbo al Caribe.
Este cartel causó gran clamor popular provocando que con el tiempo
se aboliera la esclavitud y el comercio de esclavos.
La tecnología en la que hay que pensar ahora es en la de las redes sociales,
las tecnologías digitales.
Sabemos que pueden ser poderosas.
Sabemos que, durante la Primavera Árabe y en el movimiento Occupy,
las plataformas de redes sociales contribuyeron a expandir emociones fuertes,
como la rabia y la empatía.
Se pudo hacer una foto de una joven llamada Neda,
a quien dispararon en las calles de Teherán y, en horas,
millones de personas de todo el mundo conocían su nombre, su familia, quién era...
y salieron a la calle a protestar por la brutalidad del gobierno.
Pero también hay que reconocer que las tecnologías modernas,
las tecnologías digitales, tienen un peligro,
ya que la mayoría de las plataformas de redes sociales
se han diseñado para un intercambio eficiente de información,
no para el intercambio de intimidad y empatía.
De hecho, a veces tienden a fomentar las relaciones superficiales.
Existe el peligro de que promuevan cantidad, más que calidad en las conexiones que hacemos.
Tienden a conectarnos con gente muy similar a nosotros,
que comparte nuestros gustos sobre música o cine.
Por eso tenemos que crear una nueva generación de tecnología de redes sociales,
dedicadas a extender una conexión empática profunda y a conectarnos con desconocidos.
Pero, además, tenemos que aprender a convertirnos en líderes de la empatía,
ya que todos somos líderes, todos tenemos esferas de influencia,
ya sea en el colegio, en el trabajo, en la iglesia o en organizaciones comunitarias.
Podemos inspirarnos en grandes líderes empáticos, como Nelson Mandela,
quien se dio cuenta de que, en la transición del apartheid,
era fundamental intentar crear empatía y entendimiento mutuo
entre los sudafricanos negros y los blancos.
Por ello, en 1995, durante la Copa Mundial de rugby, pidió a los sudafricanos negros
que apoyaran a un equipo de rugby en su mayoría blanco,
un equipo odiado y símbolo del apartheid.
Y en el momento que dio la mano al presidente del equipo de rugby sudafricano,
tras ganar la Copa Mundial,
fue uno de los mayores momentos empáticos de la historia moderna.
Y todos podemos intentar seguir el ejemplo de Mandela.
Pues bien, estos son los ingredientes para comenzar una revolución empática,
pero hay uno más que no he mencionado,
que es cultivar la extrospección.
Como bien dijo Sócrates, para llevar una vida sensata y buena, tenemos que conocernos a nosotros mismos.
Y, tradicionalmente, pensábamos que esto significaba observarse por dentro, mirarse el ombligo.
Pero yo creo que para conocerse a uno mismo hay que mantener un equilibrio entre la introspección
y lo que yo llamo extrospección.
La extrospección es la idea de descubrir quién eres
y cómo has de vivir, saliendo de ti mismo
y mirando a través de los ojos de otra gente, descubriendo los mundos de otras personas.
La empatía es la máxima expresión del arte en la era de la extrospección.
La empatía es un concepto más popular ahora que en ningún otro momento de la historia de la humanidad.
Está en boca de políticos, neurocientíficos, líderes empresariales y gurús espirituales.
Incluso en los últimos diez años, el nº de búsquedas en internet de la palabra ‘empatía’
indican que la frecuencia ha superado el doble.
Es extraordinario.
Pero tenemos que hacer algo más que hablar de la empatía o buscarla en internet.
Hay que transformar la empatía en una forma de acción social.
Tenemos que utilizar su potencial para realizar un cambio social y político.
De esta manera crearemos una revolución de las relaciones humanas en el siglo XXI.
Gracias.
[Aplausos]