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Para los trayectos largos que recorro
necesito muchos perros.
Algunos son demasiado jóvenes, otros son demasiado viejos, y no siempre todos están físicamente en forma.
La combinación de la motorización con el amplio espacio
y la tracción total fueron en aquel momento para mí la combinación
definitiva para decidirme por el Sprinter.
Tampoco hoy me arrepiento de aquella decisión.
Por un lado, está la cuestión
de cómo está concebido el perro y quizás también el coche.
A nadie se le ocurriría hacer carreras de trineos de perros con un teckel.
Al husky siberiano realmente no hace falta convencerlo de que debe correr.
El perro ya sabe hacerlo por sí mismo, sale de él.
Además, naturalmente, todo depende de la preparación
y del mantenimiento. En el coche también se debe observar
que todo esté en orden, y asimismo en el perro depende de
que se le haya preparado para la fatiga.
Queda de nuestra cuenta, sobre todo, el ocuparnos del entrenamiento, y también,
principalmente, de la alimentación, para que ellos tengan las energías necesarias,
y en esto con el coche realmente sucede lo mismo.
Cuando el perro corre bien, cuando los perros han encontrado su ritmo, entonces se siente uno realmente relajado.
Y eso es exactamente igual dentro del coche. Cuando marcha y rueda bien, entonces se siente uno contento
y puede llegar también un poco más relajado a su meta.