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A los 14 años hice una peregrinación con los equipos San Miguel y allí encontré
a un autista que se autolesionaba. Y hay una fuerza que me atrajo hacia él. Y al final
de la peregrinación, me dio la mano y sentí algo a través de esa mano.
Entonces me dije: al año que viene, voy a hacer como el zorro y el principito,
le voy a domesticar y voy a ocuparme un mes y medio de mis vacaciones con él.
Y es lo que hice. Entré en su familia para ayudar a su mamá y ocuparme de él.
En el momento de la peregrinación a Lourdes, la persona que tenía que acompañarlo desistió
a última hora. Y vine a Lourdes con él. Se golpeaba, se golpeaba,
lo que hacía que toda la gente de la peregrinación tuviera miedo. En un momento dado el médico
de la peregrinación me dijo: “Laurent vete a dormir, yo me ocupo de él”. Es lo que hice. Pero
¡le perdió! Entonces vino a despertarme, me dijo: “¡Laurent, le hemos perdido!” Su madre
me le había confiado: Estaba aterrado. Le buscamos. Yo me encontraba cerca de
la Gruta y dije: “María, haz que lo encontremos si de verdad quieres que crea”
Y le encontré en frente de la Gruta, en la pradera. Había
mucha gente alrededor que intentaba pararlo porque se golpeaba la cabeza contra el suelo.
Le puse en su silla de ruedas, me fui rápidamente dándoles las gracias. Después
volví delante de la Gruta y empezó a tranquilizarse, a dejar de golpearse. Y
agradecí a María por ello, y también porque me había dado cuenta de la amistad que tenía
por él. De verdad, es la primera amistad, profunda que hago, sincera. Y
dí las gracias a María por ello. Es la primera vez que pasé a una fe verdadera
personal y eso me ayudó y me ayuda durante toda mi vida.