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Queridos Sergi, David, Eudald y Josep: Después de haber celebrado a lo largo del
año litúrgico la encarnación del Hijo de Dios, su nacimiento, su pasión y su muerte
y de haber conmemorado la plenitud de la Pascua en Pentecostés, hoy glorificamos y
adoramos a nuestro Dios por todas estas acciones en favor de la humanidad, por vosotros.
Le adoramos y glorificamos en su admirable misterio divino. En su realidad
trinitaria de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Toda
la celebración de este domingo es un canto de adoración y de acción de gracias al
Dios, Uno y Trino. La Trinidad de Dios, sin embargo, no es un
teorema, una mera reflexión especulativa. A veces la hemos presentado de esta manera
y en el imaginario de muchos es vista así, incluso se la suele representar con
la imagen de un triángulo equilátero. Presentándola así, lo que hemos hecho es
alejar de nosotros la realidad trinitaria de
nuestro Dios. Y, en cambio, la Santa Trinidad es un misterio de amor; es así como nos
lo ha revelado Jesucristo. Y digo misterio, porque es una realidad que nuestra
inteligencia limitada no puede comprender del todo; pero sí podemos entender lo que
Jesús nos ha dicho con palabras humanas. Los cristianos no creemos en un Dios
solitario y estático, sino en un Dios que es uno y al mismo tiempo comunión, relación
de amor sin límites, donación mutua entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Respecto
a nosotros, hombres y mujeres, no es un Dios
lejano y fiscalizador. La relación de amor que vive en su interior brota hacia la humanidad.
Nuestro Dios ama todo lo que ha creado y es capaz, también, de conmoverse
ante cada persona y de hacerse solidario del sufrimiento humano. La gran revelación
de esto tiene lugar en la cruz de Jesús. La
Trinidad no es un teorema. Es una inmensidad de amor.
Es desde esta perspectiva que debemos entender el evangelio que acabamos de
escuchar; un evangelio algo denso pero rico de contenido. Tratemos de comprenderlo
un poco. Jesús dice que todo lo que tiene el Padre es de él y todo lo que es de Jesús
lo tiene el Espíritu. Es una manera de expresar la unidad íntima de amor, de sabiduría,
de vida, de humildad y de acción que hay en Dios. Y esta realidad divina, que es
inmensa en su gloria y en su santidad, nos es comunicada a nosotros para que
podamos participar de ella, a pesar de nuestra condición finita y mortal. La vida divina
nos es comunicada gracias a la pasión y a la resurrección de Jesucristo y por medio
del don del Espíritu Santo. Este don, sin embargo, no es estático, sino dinámico,
renovador, creador de vida evangélica en el interior de nosotros mismos para
enriquecernos espiritualmente cada día más. Jesús decía, también, en el evangelio que
el Padre nos enviaría al Espíritu Santo, como Defensor y anunciador de la verdad para
hacernos conocer más a Jesús. Y aquí podemos preguntarnos por qué el Padre tiene
tanto interés en que conozcamos más a Jesús. Lo tiene porque cuando nos ha llamado
a la vida, nos ha creado para que seamos imagen y semejanza de su Hijo. Y, por
tanto, Jesús es el modelo con el que nos hemos de identificar por ser plenamente
seres humanos, es el camino que debemos seguir para tener éxito auténticamente,
es la verdad que nutre nuestra inteligencia y nuestro corazón, es la vida
que nos hace crecer como personas, que nos introduce en la amistad con Dios y que nos
lleva a la vida eterna. Porque nos ama, pues, y quiere nuestro bien, el Padre tiene interés
en que profundizamos en el conocimiento de Jesucristo. Y para ello necesitamos
la luz y la fuerza del Espíritu. Necesitamos que el Espíritu nos haga entender
a Jesús y su Evangelio; que el Espíritu nos defienda en la vivencia de la fe y nos
consuele en las dificultades que conlleva ser
coherente en una sociedad como la nuestra. Vosotros mismos sabéis como no
siempre es fácil presentarse ante los amigos diciendo que eres cristiano; como no
siempre es fácil tener un comportamiento bueno y transparente. Pero sabéis, también,
que la persona de Jesús ofrece una alegría, una luz y una plenitud que no encontráis
en nada más. Habéis hecho una opción por él que os ayuda a vivir como jóvenes,
como personas. Hoy compartimos la alegría de vosotros cuatro
que ahora recibiréis el don del Espíritu Santo. A través del ministerio, que desempeño
por delegación del Señor Obispo de esta diócesis de Sant Feliu de Llobregat,
el Padre, que os ama entrañablemente, os dará el Espíritu, del que Jesús tenía
la plenitud, para que sea vuestra fuerza. Y con
esto os ayudará a vivir como cristianos; dada la fragilidad humana, os fortalecerá
para que seáis tanto como os sea posible coherentes
con vuestra fe cristiana. Nos alegra este don que Dios os hace. Pero nos alegra,
también, pensar que, mientras lo recibís, el Espíritu glorifica a Cristo, tal como
decía el texto evangélico, en la medida que os
conducirá progresivamente a conocer más a Jesús y la palabra de su Evangelio para
que lo hagáis vida. Como veis, nos encontramos ante un doble movimiento.
El Padre esperaba este día para llevar a plenitud vuestro bautismo. Y,
por otro lado, vosotros, en vuestro itinerario de fe, habéis hecho un proceso que os ha
llevado a pedir el sacramento de la Confirmación porque deseáis que el Espíritu
Santo os ayude a ser semejantes a Jesús, el modelo según el que el Padre os
ha llamado a la existencia, y deseáis, también, que os ayude a vivir haciendo el
bien en vuestro entorno como lo hizo Jesús. Vivid con alegría y con acción de gracias
el encuentro entre el Dios que os sale a buscar y vuestra libertad de creyentes. Además
de haceros más parecidos a Jesucristo y de transformar vuestras vidas
si le sois dóciles, el Espíritu os inserta más
perfectamente en la comunidad cristiana, la Iglesia. Y os pide que seáis testigos ante
los demás de lo que la persona de Jesús aporta a vuestra vida. No tenga miedo. El
Espíritu estará siempre en vosotros, habitando en vuestro corazón, con una presencia
silenciosa pero activa, que os ayudará siempre. El don del Espíritu Santo que recibiréis
es la prueba del amor de la Santa Trinidad a nosotros.