Tip:
Highlight text to annotate it
X
¡Anda ya, mira que sois raras!
¡Oh, vaya! ¿Y qué pretendes?
Para mí, nada.
- ¿Para quién pues? - Para vosotras.
- ¿Para nosotras? - Para vosotras, sí.
- ¿Sois o no mujeres? - ¿Y a qué viene eso?
Pues que debéis comportaros como tales.
- ¿A qué te refieres? - En lo de tomarse el amor a la ligera.
En no desaprovechar nunca las ocasiones,
cambiar a tiempo, y del mismo modo ser constantes,
coquetear con gracia, prever la desgracia,
algo muy corriente para la que se fía del hombre,
a un tiempo higos y nueces, comerlos las más veces.
¿Y después?
¿Y después? ¡Cáspita, eso ya depende de vosotras!
- ¿Qué debemos hacer? - Lo que os plazca.
¿Sois de carne y hueso, o de qué estáis hechas?
Una mujer de quince años
debe conocer todas las mañas,
mil ardides endemoniados,
qué está bien y qué está mal.
Debe dominar las picardías
que enamoran a los amantes,
fingir la risa, fingir el llanto,
e inventar buenos porqués.
Debe, en un momento, atender a ciento,
y con las pupilas hablar con otros mil más,
sean feos o guapos, a todos debe dar esperanzas.
Ha de saber guardarse sin confundirse,
sin ruborizarse saber mentir,
y, cual una reina desde su alto trono
con un “ordeno y mando” hacerse obedecer.
Parece que les gusta esta doctrina.
¡Viva Despina, que sabe servir!
¿Qué te parece, hermana?
Asombrada me tiene el talante infernal de esta muchacha.
Créeme: está loca.
¿Te parece acaso que debemos seguir sus consejos?
Oh, bueno, según como se miren las cosas.
Yo las veo con mucha claridad.
¿Crees que es delito que dos jóvenes recién prometidas
hagan ese tipo de cosas?
Ella dice que no haríamos nada malo.
¡Ya es bastante malo dar que hablar!
Pero si dicen que vienen por Despina...
¡Tú tienes una conciencia muy relajada!
¿Y qué dirán nuestros prometidos?
Nada. No se enterarán de nada, y se acabó.
Y si se enteran de algo, les diremos que venían por Despina.
Pero, ¿y nuestros corazones?
Seguirán como están.
Por divertirnos un poco y no morir de aburrimiento,
no faltamos a nuestra fe, querida hermanita.
Eso es verdad.
- ¿Entonces? - Haz lo que tú quieras.
Pero luego no me vengas con culpas si todo se embrolla.
¿De qué embrollo hablas con tantas precauciones?
Pero antes, escúchame, debemos ponernos de acuerdo:
¿Cuál te gusta más de esos dos Narcisos?
Escoge tú, hermana.
Ya he decidido.
Me quedo con el morenito,
que me parece más amable.
Entonces yo con el rubito
voy a reírme y divertirme.
Mimosamente, a las dulces palabras de aquél quiero contestar.
Anhelante, los suspiros del otro deseo imitar.
Me dirá: ¡bien mío, yo muero!
Me dirá: ¡mi hermoso tesoro!
¡Y, entre tanto, qué deleite,
y, entre tanto, qué deleite,
qué alegría sentiré!
¡Ah! ¡Salid al jardín, queridas niñas mías!
¡Qué alegría! ¡Qué música! ¡Qué canto!
¡Qué brillante espectáculo! ¡Qué encanto!
¡Apresuraos, corred!
- ¿Qué diablos será? - Pronto lo veréis.
Secunda, amiga brisa,
los deseos de mi amor,
y lleva mis suspiros
a la diosa de este corazón.
Tú que escuchaste mil veces
el eco de mis penas,
repite a mi amado bien
todo cuanto ya sentiste.
Secunda, amiga brisa,
los deseos de mi amor.
¿Qué es esta mascarada?
¡Ánimo, vamos!
¿Habéis perdido la facultad de hablar?
Estoy temblando de la cabeza a los pies.
El amor paraliza al verdadero enamorado.
¡Venga! ¡Animadles!
Hablad.
Decid libremente lo que queréis.
¡Señora!
Mejor dicho: ¡Señoras!
- Mejor habla tú. - No, no, mejor tú.
¡Oh, diablos!
¡Dejad ya esos melindres del siglo pasado!
Despinetta, pongamos fin a esta situación.
Haz tú con éstas
lo que yo haré con aquéllos.
Dadme la mano, venid hacia aquí.
Si vosotros no habláis, lo haré entonces yo.
Perdón os suplica un temeroso esclavo.
Os ofendió, lo sabe, mas sólo un instante.
Ahora sufre, pero calla,
os deja en paz.
Si no puede lo que quiere, querrá lo que pueda.
¡Vamos, responded!
¿Miráis,
y os reís?
Yo responderé por vosotras.
Lo pasado, pasado,
dejémoslo en olvido.
Rompamos ya esos lazos
que anudan servidumbres.
Dadme vuestro brazo,
y no suspiréis más.
¡Por caridad! ¡Vayámonos! ¡Veamos qué hacen ahora!
¡Confesaré que superan al mismísimo diablo si no pican ahora el anzuelo!
¡Qué hermoso día!
Sí, aunque hace un poco de calor.
¡Qué lindos arbolillos!
Cierto, cierto, bien lindos.
Tienen más hoja que fruto.
¡Y estos caminos, qué alegres!
¿Os apetece un paseo?
Estoy dispuesto, querida, a todos vuestros deseos.
- ¡Qué amable! - (¡Ya llegó el momento!)
¿Qué le habéis dicho?
Le he dicho que procure entretenerla.
- Vayamos a pasear también. - Como gustéis.
- ¡Ay de mí! - ¿Qué os sucede?
Me encuentro tan mal, alma mía, que me siento morir.
¡Oh, vamos! ¡No digáis eso!
¿Me siento morir, cruel, y os burláis de mí?
¿Burlarme yo de vos? ¿Yo?
(Dadme pues, alma mía, una prueba de vuestra piedad.)
Dadme pues, alma mía, una prueba de vuestra piedad.
¡Dos, si queréis!
Decidme qué debo hacer, y lo veréis.
¿Bromea o habla en serio?
Dignaos aceptar esta pequeña ofrenda.
- ¿Un corazón? - Un corazón,
símbolo del que arde, se consume y languidece por vos.
- ¡Un regalo precioso! - ¿Lo aceptáis?
¡Cruel! ¡Intentar seducir un corazón fiel!
La montaña vacila.
Lo lamento, pero he comprometido mi honor de soldado.
- ¡Os adoro! - ¡Piedad!
- ¡Soy vuestro! - ¡Oh, dioses!
- ¡Ceded, oh querida! - ¡Me hacéis morir!
¡Muramos juntos, mi dulce y amorosa esperanza!
¿Aceptáis?
Lo acepto.
¡Pobre Ferrando!
¡Oh, qué alegría!
Os entrego el corazón, amado bien mío,
y quiero el vuestro.
¡Vamos, dádmelo ya!
Me lo dais y lo acepto,
pero el mío no os entrego.
En vano lo pedís,
pues mío no es.
Si ya no lo tienes, ¿por qué palpita aquí?
Si me lo has entregado, ¿qué está latiendo ahí?
¿Por qué palpita aquí?
¿Qué está latiendo ahí?
Mi corazoncito, que mío ya no es.
Ahora te pertenece,
y palpita así.
Déjame que lo coloque aquí.
No, aquí no puede ser.
Te entiendo, picarona.
¿Qué haces?
No mires.
- En el pecho un Vesubio me parece llevar. - ¡Pobre Ferrando!
- En el pecho un Vesubio me parece llevar. - ¡No lo puedo creer!
Mira hacia aquí.
¿Qué quieres?
Dime ahora si no está mejor así.
¡Oh, feliz intercambio
de corazones y afectos!
¡Qué nuevos deleites, qué dulce penar!
¡Cruel! ¿Por qué huyes?
¡He visto un áspid, una hidra, un basilisco!
¡Ah, cruel! ¡Ya te entiendo!
¡El áspid, la hidra, el basilisco,
sólo ves en mí cuanto los desiertos de Libia
tienen de más fiero!
¡Es verdad, sí!
¡Tú quieres quitarme la paz!
Para hacerte feliz.
¡Deja de atormentarme!
¡Sólo te pido una mirada!
- ¡Déjame! - No lo esperes,
si antes no pones en mí una mirada menos cruel.
¡Oh, cielos!
Mas tú me condenas,
me condenas a morir.
¡Se marcha...! ¡Escucha...! ¡Ah, no!
¡Que se marche, que se aleje
el infausto objeto de mi debilidad!
¡En qué situación me pone, el cruel!
¡Tal es el premio que merecen mis culpas!
¿Y en tales momentos debo atender los suspiros de un nuevo amante?
¿Jugar con el dolor ajeno?
¡Ah! ¡Con razón condenas a este corazón, oh, justo amor!
Ardo, pero mi ardor no es el efecto de un puro amor.
Es ansia, afán,
remordimiento, arrepentimiento,
ligereza, perfidia
y traición.
Por piedad, mi bien, perdona
el error de un alma amante.
Entre estas sombras y plantas,
oh, dios, escondido quedará.
¡Ahogará tan impío afán
mi coraje, mi constancia,
perderá el remordimiento
que vergüenza y horror me da!
Por piedad, mi bien, perdona
el error de un alma amante.
Entre estas sombras y plantas,
oh, dios, escondido quedará.
¿A quién llegó a ser infiel
este ingrato corazón?
¡Otra recompensa mejor merecía,
oh amor mío, tu candor!
¡Amigo, hemos vencido!
- ¿Ambos o un terno? - ¡Un quinterno, amigo!
¡Fiordiligi es la misma modestia!
¡Bravo por ti, por mí y por mi Penélope!
¡Deja que te abrace por tan felices noticias,
oh, mi fiel Mercurio!
¿Y mi Dorabella? ¿Cómo se mostró?
¡Ah, pero si no me cabe duda alguna!
Bien conozco su sensible alma.
Si debo serte sincero, no estaría de más
que tuvieras alguna duda.
¡Cielos! ¿Acaso ha cedido a tus caricias?
Pero no, te estás burlando de mí.
Ella no ama ni adora más que a mí.
¡Cierto! Y como prueba de su amor, de su fidelidad
me ha regalado este retratillo gracioso.
¡Mi retrato!
¡Ah, pérfida!
¿Adónde vas?
A arrancarle el corazón
y vengar así mi traicionado amor.
- ¡Detente! - ¡No, déjame!
¿Estás loco?
¿Quieres perderte por una mujer que no vale un ardite?
¡No conviene que haga alguna tontería!
¡Dioses! Tantas promesas mías,
tantas lágrimas y suspiros, tantos juramentos,
¿cómo ha podido olvidarlos esa impía tan rápidamente?
Por Baco que no lo sé.
¿Y qué debo hacer ahora?
¿Qué partido, qué decisión debo tomar?
Apiádate de mí,
aconséjame.
Amigo, no sabría qué consejo darte.
¡Cruel! ¡Ingrata! ¡En un solo día! ¡En apenas unas horas!
Es verdad que un caso similar causa estupor.
Señoras mías, se la jugáis a tantos,
que, si debo decir la verdad, las quejas de vuestros amantes
empiezo a compartir.
Sé apreciaros como sexo,
lo sabéis, lo saben todos,
a diario lo demuestro,
os doy pruebas de amistad.
Pero que a tantos traicionéis
bien que me apena, en verdad.
Mil veces he sacado la espada
para salvar vuestro honor.
Mil veces,
mil veces os he defendido de palabra y con hechos.
Pero que a tantos traicionéis
es vicio bien poco airado.
Sois hermosas, sois amables,
muchos tesoros os concede el cielo,
y os adornan las gracias
de la cabeza a los pies.
Pero traicionáis a tantos
que parece bien normal.
Sé apreciaros como sexo, lo demuestro;
mil veces he sacado la espada, os he defendido;
muchos tesoros os concede el cielo de la cabeza a los pies.
Pero... traicionáis a tantos
que si gritan vuestros amantes tengan sin duda un porqué.
¡En qué terrible confusión,
en qué desorden de ideas y de afectos me encuentro!
Tan insólito y nuevo es mi caso
que ni yo mismo, ni nadie, encuentra un buen consejo.
¡Alfonso, Alfonso,
cuánto te reirás de mi estupidez!
Pero he de vengarme.
De mi pecho sabré arrancarme a la inicua...
Sabré arrancarla...
¿Arrancarla?
Demasiado, oh dios, la recuerda todavía mi corazón.
Traicionado,
escarnecido
por tan pérfido corazón,
todavía siento que mi alma la adora,
que me hablan en su favor las palabras del amor.
¡Bravo! ¡He aquí la constancia!
¡Dejadme, oh cruel! Por vuestra causa soy un miserable.
Vamos, si sois bueno recuperaréis la calma.
Escuchadme: Fiordiligi y Guglielmo son todavía fieles,
aunque de Dorabella no se pueda decir lo mismo.
Para mi vergüenza.
Querido amigo, hay que distinguir en todas las cosas del mundo.
¿Os parece que mi prometida podría jugármela a mí, a un Guglielmo?
Si comparamos detenidamente, y no lo digo por alabarme, entre nosotros...
Ya ves, amigo, que algunos méritos más...
Lo mismo pensaba yo.
- Tenéis que darme mis 50 cequíes. - Con mucho gusto.
Pero antes quisiera
que lleváramos adelante un poco más la experiencia.
- ¿Cómo? - Paciencia.
Hasta mañana sois todavía mis esclavos.
Tengo vuestra palabra de soldados de hacer cuanto os diga.
Venid,
que espero mostraros
cuán necios son los
que venden su vino en mosto y su pan en agosto.
Ya veo que sois una mujer con recursos.
En vano, Despina, intenté resistirme.
Ese demonio tiene unas mañas, una elocuencia, un trato
que te pierden, aunque seas de piedra.
¡Demonios! ¡Eso sí que es talento!
¡Ahí está tu hermana!
- ¡Parece de un humor! - ¡Miserables!
¡Mirad en qué estado me encuentro por vuestra culpa!
¿Qué ha pasado, mi querida señorita?
¿Te duele algo, hermana?
¡Que el diablo se nos lleve a todas,
a Don Alfonso, a los forasteros y a todos los locos del mundo!
- ¿Has perdido el juicio? - Peor, mucho peor. Horrorizaos:
¡Amo,
y mi amor no es sólo por Guglielmo!
- ¡Mejor, mucho mejor! - Pero no comprendo
cómo puede cambiar tanto en un solo día un corazón.
¡Qué pregunta tan ridícula!
¡Somos mujeres! Y tú, ¿qué has hecho acaso?
Sabré dominarme.
Vos no sabréis nada de nada.
Te lo demostraré.
Créeme, hermana, es mejor que cedas.
Amor es un ladronzuelo, una pequeña víbora.
A su antojo pone y quita la paz
a los corazones.
Con una mirada sabe abrir brecha en nuestro pecho,
y así al alma encadena y le quita su libertad.
Te da dulzura y gusto
cuando lo dejas hacer,
pero te colma de disgusto
si lo intentas rechazar.
Amor es un ladronzuelo,
una pequeña víbora.
A su antojo pone y quita la paz
a los corazones.
Si en tu pecho se asienta, si notas que te pincha aquí,
haz todo lo que quiere, que también yo lo haré así.
¡Despina, Despina!
¿Qué ocurre?
Toma esta llave, y sin rechistar,
sin rechistar ve al guardarropa
y tráeme una espada, un sombrero
y un uniforme de nuestros prometidos.
¿Y para qué?
¡Ve y no repliques!
¡Vaya unos modales, doña Arrogancia!
¡A la lucha, al campo de batalla!
¡No nos queda otra elección para conservar nuestro honor!
He oído bastante. Ve, no temas.
Aquí estoy.
¡Vamos! Que un criado disponga seis caballos de posta,
y dile a Dorabella que debo hablarle.
Servidora.
Esta mujer no está en su juicio.
¡Oh, cómo me cambia la expresión y el semblante!
¡Apenas me reconozco!
Dentro de poco estaré
entre los brazos de mi fiel amor.
Disfrazada con este uniforme
me presentaré ante él.
¡Oh, qué alegría sentirá cuando me reconozca!
¡Y entre tanto, de dolor, mísero de mí, yo moriré!
¿Qué oigo?
¡Me han traicionado!
¡Ah, marchaos!
¡Ah, no, vida mía!
Con la espada que empuñas atravesarás este corazón.
Y si no tienes fuerzas, oh Dios,
yo sostendré tu mano.
¡Vete, vete!
¡En vano lo esperas!
¡Por piedad! ¿Qué quieres de mí?
¡Tu corazón o mi muerte!
- ¡Ah, no lo resisto más! - ¡Cede, amor mío!
- ¡Dios mío, ayúdame! ¡No lo resisto más! - ¡Cede, amor mío!
Vuelve hacia mí tus ojos.
Sólo en mí encontrarás, si quieres,
esposo, amante y aún más.
Ídolo mío, no lo dudes ya.
¡Santo cielo!
Esposo, amante
- y aún más. - ¡Oh cruel,
- Ídolo mío, no lo dudes ya. - venciste!
¡Haz conmigo lo que quieras!
Abrázame,
oh mío tesoro.
¡Que consuelo a tantas penas
es languidecer de dulce afecto,
de deleite suspirar!
¡Oh, pobre de mí! ¡Qué he visto! ¡Qué he escuchado!
- ¡Por caridad, silencio! - ¡Me raparé la barba,
me arrancaré la piel, con los cuernos embestiré las estrellas!
¡Esa era Fiordiligi la Penélope, la Artemisa del siglo!
¡Bribona, asesina, criminal, ladrona, perra!
Dejémoslo desahogarse.
- ¿Y bien? - ¿Dónde está?
- ¿Quién? ¿Tu Fiordiligi? - Sí, mi Flor...
esa maldita flor, que el demonio se nos lleve.
Bien decías: siempre hay que saber distinguir en todas las cosas.
¡Algunos méritos más...!
¡Ah! ¡Déjame, no me atormentes,
y busquemos mejor la forma de castigarlas como se merecen!
Yo sé cuál es: casaros con ellas.
¡Antes me casaría con la barca de Caronte!
- ¡Con la cueva de Vulcano! - ¡Con las puertas del Infierno!
Pues seguiréis solteros por los siglos.
¿Habrán de faltarnos mujeres a hombres como nosotros?
Nunca escasean las mujeres.
Pero, ¿qué no harán las demás si éstas hicieron esto?
En el fondo, amáis a estas dos cabezas de chorlito.
¡Ah, es cierto!
¡Y que lo digas!
Aceptadlas como son.
Entre tanto escuchad una octava.
Tendréis suerte si la entendéis.
Todos acusan a las mujeres, pero yo las excuso
si mil veces al día cambian de amor.
Unos lo llaman vicio, otros usanza,
pero a mí me parece necesidad del corazón.
El amante al que desengañan,
que no condene a los otros, sino al propio error:
ya que jóvenes y viejas, hermosas y feas,
repetid conmigo:
¡Así hacen todas!
¡Así hacen todas!
Apresuraos, queridos amigos, encended las velas,
y disponed la mesa con riqueza y tronío.
Las bodas de nuestras señoras están ya dispuestas.
¡A vuestros puestos que los novios están al llegar!
Apresurémonos, queridos amigos,
encendamos las velas,
y dispongamos la mesa
con riqueza y tronío.
¡Bravo, bravo! ¡Excelente!
¡Qué abundancia! ¡Qué elegancia!
¡Una buena propina uno y otro os darán!
Ya están aquí ambas parejas; aplaudid su llegada.
Alegre canto y sones festivos colmen el cielo de alegría.
¡Mejor comedieta que ésta ni se ha visto ni se verá!
¡Benditos sean los esposos
y sus hermosas prometidas!
Que sea propicio el cielo
y, al igual que las gallinas,
también prolíficas en hijos
que en belleza las igualen.
Todo, todo, oh vida mía, ya responde a mis deseos.
Por mi sangre la alegría crece, crece y se difunde.
¡Eres tan bella!
¡Eres tan apuesto!
¡Qué lindos ojos!
¡Qué linda boca!
- ¡Brinda y bebe! - ¡Bebe y brinda!
En nuestros vasos
se ahoguen todas las penas,
- En nuestros vasos - y no quede ya memoria
- se ahoguen todas las penas... - del pasado en nuestro corazón.
¡Ah, ojalá bebiesen veneno,
estas zorras sin honor!
Señores míos, todo está dispuesto.
Con el contrato nupcial sube por la escalera el notario,
e ipso facto llegará.
¡Bravo, bravo! ¡Que entre enseguida!
Voy a llamarlo.
Aquí está.
Con mis mejores augurios el notario Engañavivos
se presenta ante vosotros con su notarial dignidad.
El contrato estipulado con las reglas ordinarias
en las formas judiciales, primero tosiendo,
después sentándome,
con clara voz paso a leer.
¡Bravo, bravo en verdad!
Por este contrato por mí redactado
se unen en matrimonio
Fiordiligi con Sempronio
y Tizio con Dorabella, su hermana legítima,
ellas, damas ferraresas, ellos, nobles albaneses,
y por dote y contradote...
¡Ya lo sabemos!
¡Os creemos! ¡Nos fiamos! ¡Lo firmamos! ¡Traed acá!
¡Bravo, bravo en verdad!
¡Hermosa vida la del militar!
A diario cambiar de lugar,
hoy mucho, mañana poco,
ora en tierra, ora en la mar.
¿Qué ruido, qué canción es ésa?
No os mováis, voy a mirar.
¡Misericordia! ¡Dioses del cielo!
¡Qué terrible casualidad! ¡Tiemblo! ¡Estoy helado!
- ¡Vuestros prometidos...! - ¡Mi prometido...!
¡En este preciso instante, han vuelto! Ya están en la orilla, desembarcando.
¡Qué oigo! ¡Oh, destino cruel!
¿Qué hacer en un momento así?
- ¡Deprisa, marchaos! - ¿Y si nos ven?
- ¡Rápido, huid! - ¿Y si nos encuentran?
¡Ahí, escondeos ahí, por caridad!
- ¡Dioses, socorro! - ¡Serenaos! ¡Tranquilizaos!
¿De este peligro quién nos salvará?
¡Confiad en mí! ¡Todo saldrá bien!
Mil crueles pensamientos
atormentan mi corazón.
Si descubren el engaño,
¿qué será de nosotras?
Sanos y salvos, al amante abrazo
de nuestras fieles prometidas
acudimos, exultantes de alegría,
para dar premio a su fidelidad.
¡Cielo santo!
¡Guglielmo! ¡Ferrando!
¡Oh, qué alegría! ¿Aquí? ¿Cómo?
¿Cuándo?
Urgidos por una real contraorden,
lleno el corazón de contento y gozo
regresamos ante la adorable esposa,
al regazo de vuestra amistad.
¿Y esa palidez? ¿Y ese silencio?
¿Por qué está tan triste mi amor?
La misma alegría las tiene atónitas...
Ah, de mis labios no sale palabra.
- Si no muero por milagro será. - ...confusas y sin habla se han quedado.
Permitid que depositen este baúl en aquella habitación.
¡Eh, qué veo!
¡Un hombre escondido!
¡Un notario!
¿Qué hace aquí?
No, señor, no es un notario.
Es Despina disfrazada
que del baile regresa ahora y a cambiarse viene aquí.
Tunante más astuta que ésta...
¡La Despina! ¡La Despina!
- ...¿dónde se podría encontrar? - No entiendo nada de nada.
Se me cayó la escritura. Recogedla con buenas artes.
¿Qué papeles son éstos?
Un contrato nupcial...
¡Un contrato nupcial!
¡Cielos! ¡Firmado por vosotras!
¡No lo podéis negar!
¡Traición, traición!
¡Todo ha de descubrirse,
y a torrentes, a ríos, a mares
ha de correr la sangre!
¡Ah, señor! Soy culpable,
y sólo os pido la muerte.
Muy tarde veo mi error.
¡Con esa espada abrid un pecho que no merece la piedad!
¿Qué ha sucedido?
¡Que hablen por nosotras el cruel, la seductora!
Es verdad lo que dice y ahí está encerrada la prueba.
Tiemblo y me estremezco de temor.
¿Por qué los ha descubierto?
¡Ante vos se inclina, gentil damisela,
el caballero de Albania!
¡El retratito por el corazoncito
os devuelvo, señora mía!
¡Y al magnético señor doctor
rindo los honores que se ha merecido!
¡Cielos, qué veo!
¡Están estupefactas!
¡No soporto el dolor!
¡Están medio locas!
¡Aquí está el bárbaro
que nos ha engañado!
Os engañé, mas fue artificio
para desengañar a vuestros amados
que en adelante serán más juiciosos
y harán lo que yo diga.
¡Dadme la mano, estáis casados!
¡Abrazaos y callad!
Ahora reíd los cuatro, que yo ya he reído y lo que seguiré.
Amor mío, si eso es verdad,
con la fe y con el amor
sabré compensar tu corazón,
y siempre te adoraré.
Te creo, hermosa mía,
y no quiero comprobarlo más.
No sé si es verdad o sueño; me confundo, me avergüenzo.
¡Y si se han burlado de mí, a otros muchos se la juego yo!
Afortunado el hombre que toma las cosas por su lado bueno,
y en todas las situaciones se deja guiar por la razón.
Lo que a otros hace llorar
es para él motivo de risa,
y en el torbellino de la vida
la tranquilidad sabe encontrar.