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Estoy en el Macizo Guayanés, entre Venezuela y Brasil, ni más ni menos que en la selva virgen más intacta que nos queda.
A una hora por el río Canaracuni, me encuentro con los sanema, pueblo nómada escindido de los yanomamis.
Cuando la caza se agota, los sanema, se mudan a otras regiones, donde encuentran más “compañía animal”
Construyen sus casas sobre paredes de palos o barro, las cubren con hojas de palma, y el hogar lo ponen en el centro.
La caza es cosa de hombres: las mujeres se encargan de cultivar y recolectar plátanos y mandioca.
La raíz de la mandioca es un enorme tubérculo carnoso, que una vez extraído lavan y rallan con un original invento:
los restos del fuselaje de un DC-9, que se estrelló años atrás en el río.
Una vez rallada la meten en un canasto flexible llamado seucan,
donde le extraen todo su jugo, un jugo que contiene ácido hidrociánico, nada sabroso y harto venenoso.
Ya está lista la tapioca para hacer el cazabe, que es como se llama este pan de la selva.
Es duro reconocerlo, pero quién no es adicto a algo...
Los sanema lo son al tabaco, pero prensando las hojas con ceniza.
Tan “suculenta” pasta, les sirve de complemento alimenticio en forma de sales minerales.
Este impactante look, se debe a que colocan la mascada entre el labio inferior y la encía.
“Temblad, temblad, animalillos” Los jóvenes yecuana, preparan sus cerbatanas para salir de caza.
Astillan tallos de palmera y de ellos sacan unos palillos en cuyo extremo enrollan algodón.
Los empapan en la savia del tunare, un árbol venenoso capaz de acabar con la vida de un hombre en menos que canta un gallo.
Y si el gallo no canta, ya lo hacen ellos…
ya que estos chavales imitan como nadie los cantos de los pájaros, con la boca o con cualquier artilugio.
Así consiguen engañarlos, atraerlos… y empalarlos sin miramientos.
Horrorizada ante tal perspectiva venenosa, pongo pies en polvorosa.
Y aterrizo en la desembocadura del Ebro, el río más caudaloso de la Península Ibérica.
Para las aves migratorias europeas, es el lugar idóneo para hacer una paradita en el camino.
En el delta hay una gran variedad de ecosistemas, y aquí hace escala, nuestro protagonista: el flamenco.
Los únicos lugares Europa donde el flamenco cría con regularidad son la Camarga, en Francia, y la laguna de Fuente de Piedra, en España.
El Delta del Ebro es para ellos, un lugar de paso y de reposo.
Las crías del flamenco no nacen de color rosa,
adquirir su definitivo y característico plumaje lleva tiempo… y pigmentos.
Este curioso color “chicloso” e irreal no es permanente,
lo obtienen gracias a dichos pigmentos, presentes en los microorganismos del alimento.
Sin ellos “el rosa les abandonaría” y palidecerían sin remedio…
Pero a la vista está que estos zancudos no escatiman en higiene…
La verdad es que me sorprende tanta meticulosidad a la hora del baño.
Ni nacen rosas ni cuellilargas. Mientras son crías, el cuello es “normal”
Cuando dé el estirón, también lo dará su cuello, que se alargará de forma insólita.
Descansados y renovados, los flamencos siguen su rumbo…
Yo también emigro, esta vez en busca de una etnia vinculada al agua, con tanta fuerza que no conciben la vida sin ella.
En la isla de Sulawesi, en las aguas del Golfo de Tomini, viven los Bajau.
Estos nómadas llevan siglos dominando el mar.
Viven en estas pequeñas embarcaciones llamadas leppas.
En ellas nacen, crecen, se casan, se reproducen… y mueren.
Tal es su relación con el mar, que en la tierra se sienten infelices, “Cual pez fuera del agua.”
Si bajan de ellas, es solo para visitar el mundo submarino.
Aguantan hasta nada menos que 5 minutos buceando y pueden bajar hasta 15 metros sin rechistar.
Y de sus excursiones, siempre vuelven a casa con algún souvenir.
Sus orígenes siguen siendo desconocidos.
Algunos antropólogos explican su huida de Malasia a causa de luchas tribales.
Pero ellos tienen su propia leyenda.
Ésta cuenta que salieron al mar en busca de su princesa perdida.
Una tormenta la sorprendió mientras se bañaba y la arrastró mar adentro, llegando hasta Sulawesi.
Los Bajau fueron en su busca y, cuando la encontraron, decidieron quedarse allí.
Rara vez se separan de la costa. Suelen quedarse cerca, pescando en los arrecifes de coral.
¿Que mas se puede pedir?
Al anochecer, los Bajau acercan las embarcaciones a los manglares para protegerse.
Estas casas flotantes, de madera de api, aguantan toda una vida sobre el agua,
pero el espacio escasea, hasta el punto de que a los ancianos ¡se les atrofian las piernas!
Aun así, pueden vivir hasta cinco personas en una, y cuentan con habitaciones, despensa, cocina y salón.
Yo por mi parte, entre las leppas y el avión, “no siento las piernas”
afortunadamente a donde voy hay espacio para estirarlas y para mucho más.
El parque de Amboseli ocupa casi cuatrocientos km2.
Situado muy cerca del Kilimanjaro, tiene una peculiar hidrología y un maravilloso Orfanato para Elefantes.
Después de las lluvias las manadas de elefantes se dejan ver.
Casi 700 están censados aquí.
Para ellos estar frescos es fundamental.
Su enorme anatomía está por la labor, por eso sus enormes orejas están muy vascularizadas,
y al moverlas de vez en cuando, enfrían la sangre cual abanico.
Aquí los elefantes siempre han estado protegidos.
Los masai mantuvieron alejados a los cazadores furtivos, y el Departamento de Vida Salvaje vigila las manadas.
Durante las primeras 6 semanas de vida, los bebés elefante pueden sufrir quemaduras solares,
sobre todo en las orejas, así que, ¡al balneario!
Un buen baño de barro y arena les ayuda a protegerse.
Alimentar a estos bebes es complicado.
Los tres primeros meses de vida, los huérfanos toman el biberón siempre que quieran, sea de noche o de día,
un biberón de aceite de coco, lo más parecido a la leche de elefanta.
Ya más mayorcitos, con 9 meses, se les empieza a dar alimento vegetal combinado con leche,
pero no será hasta los 4 ó 5 años cuando por fin se produzca el destete.
Y es entonces cuando los elefantitos están listos para volver a su medio natural.
Y yo, como es natural también, volando voy, volando vengo, como el protagonista de nuestra próxima parada:
el bumerán.
Desde que el hombre empezó a cazar,
se devanó los sesos inventando las armas más eficaces para alcanzar sus presas.
Pero algunas de ellas acababan siempre siendo más rápidas.
En el interior de la selva cortan varas flexibles de buganvilla, con las que fabrican lanzas y arpones para la pesca.
Con la lanza han luchado siempre contra el hombre blanco,
que invadió su país y que les ha arrinconado en su propia tierra.
Una vez fuera del bosque se hace fuego y se calientan las varas flexibles para enderezarlas y endurecerlas.
Después les arrancan la corteza y se cortan a la medida adecuada para cada hombre.
Cuando baja la marea pescan las peligrosas swing raiss o mantas rayas,
que escondidas en la arena, pueden darte una desagradable sorpresa,
pues su picadura es muy dolorosa.
Pero este cazador de despistado tiene poco.
Tras capturarla, le sujeta la cola con la boca y le arranca el aguijón venenoso.
Claro que a veces una lanza se queda corta…
Para estos casos inventaron el bumerán.
Un simple palo labrado con una ligera curvatura que lo hace más preciso a la hora de ser lanzado.
Cuanto más pesado es, más contundente será a la hora de alcanzar alguna presa.
Los más expertos cazadores son capaces de acertar a una pieza que esté a más de 160 metros.
Sí, sí, 160 metros, no me mire usted así…
Y en contra de lo que se cree, el bumerán no vuelve tras ser lanzado,
eso es un invento turístico, señores.
Yo por mi parte sí que vuelvo una vez más a levantar el vuelo,
para conocer a un personaje que se merendaría el bumerán de un mordisco.
Me encuentro de nuevo, en los manglares cubanos,
misterioso mundo de penumbra acuática cuya nutrida mezcla de aguas dulces y saladas,
fruto de las crecidas de las mareas y las desembocaduras de los ríos, esconde todo tipo de criaturas.
Tanto fuera…
como dentro del agua.
Claro, que esconder lo que se dice esconder a nuestro protagonista, dadas sus dimensiones
es poco menos que imposible.
Un manatí hambriento rastrea la zona impulsado por su enorme aleta.
Con un simple 10 % de su peso quedará saciado, claro que hablamos de unos…70 kilitos de comida.
Vamos, unas 200 lechugas diarias.
Una corte de peces le escoltan, ya que a su paso levanta el limo del fondo…
De esta forma también ayuda a mantener limpios de vegetación los canales,
y desde luego es mejor no interponerse en su camino.
Estas pacíficas criaturas pasan su vida en el agua saliendo a respirar periódicamente.
Cuenta la leyenda que Cristóbal Colón las avistó en 1492, en una de estas “pausas aéreas”
confundiéndolas con las sirenas descritas por Herodoto.
Claro que, sirenitas, lo que se dice sirenitas… pues como que no.
Y de aquí a tierra firme, de la mano de los aristocráticos macacos de Borneo.
Este es un bosque muy primitivo…
Estoy en la lluviosa jungla tropical de Borneo, que tiene más de 150 millones de años, se dice pronto.
Estos enormes árboles, los dipterocarpos, han dado pie,
a la que hasta hace poco era la segunda jungla más grande de la cuenca del Amazonas.
En selvas como esta se da el 90% de la fotosíntesis del planeta…
Y en tan ajardinado vecindario, habitan 31 especies de primates,
de las que 23 sólo pueden verse en este lugar.
Este macaco que me mira con extrañeza, es de los llamados “de cola de cerdo”.
Cerdos o no, lo cierto es que estos personajes son tremendamente sociales,
viven en clanes de hasta 40 individuos.
Eso sí, con rangos muy jerarquizados y dirigidos por una auténtica aristocracia.
Estos rangos se heredan de padres a hijos.
Pero la posición social puede cambiar pero para ello hay que hacer méritos….
Una manera de ganarse al jefe es asearle el pelo cual peluquero…
Las hembras permanecerán donde nacieron toda su vida.
Los machos, en cambio, irán a reproducirse a otras familias.
Las mamás de alcurnia, cuidan a sus herederos con todo tipo de mimos…
y les llevan a jugar con chicos de “buena familia” con los que quizá un día compartan coalición de gobierno.
Malditas pulgas…
Los macacos tienen mucho en común con nosotros,
tanto es así que desgraciadamente cientos de ellos mueren cada año en crueles laboratorios
víctimas de experimentos con medicamentos
o de cosméticos, que usaremos nosotros, las auténticas bestias de esta historia.
junto con las pulgas.
Parece que refresca… me largo.