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¡Malos años, marido! Siempre sentado, como San Alejo en la escalera.
Bien dicen que el que nace redondo nunca muere cuadrado.
Por el siglo de mi madre que si en vez de seguir mis gustos hubiera seguido sus consejos,
no me viera ahora como me veo:
lavando ropa ajena para remendar la propia.
¡Y que ropa, Virgen Santa!
¡Roña roñosa, tiña tiñosa, zarrapastrosa!
Miren las sábanas del alcalde, con más ventanas que el Ayuntamiento en un día de fiesta.
Y las camisas de la boticaria,que bien podía ahorrar jubones de terciopelo y guardar mejor sus vergüenzas...
¿Y estos andularios? Pues son los calzones de Simoneto; que yo no sé por qué se queja tanto:
si a la vaca se la partió un rayo, y su mujer parió mellizos,
¡Bueno! Vaya lo uno por lo otro.
De la Casa de las Siete Cuñadas no quise tomar faena,por si acaso,
pues andan con la viruela loca. ¡Loca tenía que ser para irse a meter a semejante infierno¡
¡Cueva de escorpiones!
¿Sabes? A la mayor la mordió un perro,
y ¿quién crees que resultó rabioso?
¡El perro!
¡Eh!, contigo hablo marido! ¿O es que te has quedado mudo o tan poca cosa soy que ni palabra merezco?
No me turbes ahora. Cosas más altas tengo yo en qué pensar.
Pues piensa, hijo, piensa...
Cuatro pretendientes ricos tuve, y con el pobre me vine a estrellar,
y miren cómo me lo paga; sentado todo el santo día, y roncando toda la santa noche...
¡Que roncando te vea yo en los infiernos por los siglos de los siglos,amén!
No reniegues, mujer, y menos en un día como hoy.
Si supieras lo que me ha pasado esta mañana
estarías sin habla y de rodillas.
¿A ti te ha pasado algo? ¿A ti?
Más vale tarde que nunca.
¿Y qué es si se puede saber?
No pensaba decírtelo, pero es demasiada carga para mi conciencia.
¡Eso me faltaba! Con una vez que te pasa algo y pensabas comértelo tú solo.
Pues habla, bendito de Dios, habla.
Cierra puerta y ventana, porque si nos oyen estamos perdidos.
¿Tan grave es la cosa?
Tanto, que todavía me tiemblan las carnes el recordarlo.
¿Un mal encuentro? ¡Sí!
¿No?
¿Un robo? ¡Me lo daba el corazón!¡Sí!
¿Una muerte?
¡Ay, pobres esos huérfanos! ¡La viuda Y la madre Juanelo, esa madre!
¿Qué madre? La del muerto.
¡Si te callaras de una vez!
Ni robo, ni sangre, ni muerto.
Lo que a mí me sucedió
fue un milagro.
O mejor dicho, tres milagros;
¡tres milagros seguidos delante de estos ojos pecadores!
¿Tienes fe, Leonela? De cristianos viejos vengo.
Pues santíguate para escuchar lo que nunca imaginaste.
¡Pues habla de una vez, ya habla!
Esta mañana como de costumbre
me levanté temprano para ir a la viña;
como queda lejos, y por si algo saltaba de camino,
me eché a un hombro la red
y al otro... la escopeta.
Llego al río,
veo una cosa que se mueve entre el agua,
tiro la red...
¿Y qué dirás que pesco?
Una trucha.
¡Una liebre! ¡No!
Eso pensé yo al principio: ¡no!
Pero miro
y remiro
y vuelvo a mirar,
creí que me caía redondo allí mismo.
¿Y qué dirás que pesco?
Otra liebre.
Sigo caminando sin saber qué pensar;
llego al bosque,
veo una cosa que se mueve entre las hojas,
¡Disparo!
¿y qué dirás que mato? ¡Otra liebre!
¡Una trucha!
¡Ay no!
Pero Juanelo, ¿no estarías bebido?
Más fresco estaba yo que una madrugada
Imagínate cómo me quedé,
que si me pinchan no me sale gota
y no tenía cara de sueño
¿No me ves temblando como una vara verde?
Pero, entonces, Juanelo, entonces..., ¡era un aviso del cielo!
Lo mismo que pensé yo:
¡Arrodíllate, miserere, que la mano de Dios está sobre tu cabeza!
cuando de repente...
allí mismo, el bendito milagro.
Me agacho a besar la tierra,
cuando de pronto
allí mismo delante de mis ojos,
veo una cosa que relumbra...
¡Una espada de fuego!
¡Un tesoro, Leonela! ¡Un cofre lleno de alhajas y monedas contantes y sonantes!
¡Ah, no, no, no y no!
Lo de la liebre... pase. Lo de la trucha... pase.
¡Pero un tesoro Juanelo! ¿Un tesoro?
¡Tú quieres matarme de una alferecía!
¿No me estás engañando?
¿Necesitas pruebas mujer de poca fe?
Mira esa red, ¿qué ves?
¡Muerta me caiga si no es una liebre!
Mira ahora ese zurrón de caza. ¿Qué ves?
¡Ciega me quede si no es una trucha!
¿Son sueños de mal vino esto?
¡Oro, oro!
¡Ay, Juanelo de mis pecados!
¡Mi maridito querido! ¡Siempre dije yo que en el mundo de arriba abajo no había un hombre como el mío!
Calma, mujer, calma;
y baja la voz.
Leonela, júrame, que pase lo que pase, de esto nadie sabrá una palabra. ¡Júramelo!
¡Por la memoria de mi madre, que cien años me espere, amén!
¡Ay, oro, qué rubio color de toronjas!¡Qué retintín de campanas de gloria! ¡Oro..., oro...!
Toc toc toc toc toc
¡Dios nos ampare! ¿Habrán oído?
¡Juanelo, llévate el cofre!
¡Enciérrate en el sótano! ¡Siéntate encima de él! ¡Ciérrate con siete llaves!
¡Si hay peligro, de aquí no pasan! ¡Vamos!
¡Leonela! Leonela! ¿No hay nadie en esta santa casa? ¡Leonela!
¡Ya va! ¡Ya va!
Buen día, vecinas. ¿A qué se debe tanto repicar en casa ajena?
Cómo tardabas en abrir...
¿Estabas ya durmiendo la siesta?
Buenos están los tiempos para dormir.
Muy cargadas venís las dos. Y a buen seguro que regalos no son.
Trabajo, que es el regalo del pobre. Cuatro sábanas y ocho camisas.
Trátalas con cuidado que son de hilo portugués.
Podrías ahorrarte el consejo. ¿O tú crees que yo no sé lo que son sábanas de hilo, yo que nací entre holandas?
Yo dos mudas completas y el mantel grande de fiesta.
Portugués también,¿verdad? Madapolán, y gracias.
¿Estarán para el domingo? Allá veremos.
¿Cómo que veremos? Tiene que estar.
Pues paciencia, hija, paciencia; si no están para éste estarán para el próximo, y si no, para el domingo de Ramos.
Pero la boda no puede esperar.
¿Y a mí qué? ¿Acaso yo soy la novia o la madrina?
¿Te acordaste de mí siquiera para invitarme?
La verdad, no lo pensé.
¡Naturalmente! Los pobres estamos bien
para servir en la mesa; para sentarse, no.
Pero, hija, ¿qué mal repente te dio hoy que todo te enfada?
Pues nada que ya estoy harta de ser la última y que todo el mundo me empuje.
Que la pobre Leonela al río, la pobre Loenela al molino,
la pobre Leonela al horno... ¡Y se acabó la pobre Leonela!
Señora soy y a mi señorío me vuelvo..., ¡y al que le pique, que se rasque!
Siempre con tus manías de grandeza.
Manías,¿eh? Verdades como puños.
¿Ves estas manos rajadas por el agua?
¡Pues de marfil las has de ver, como las de una abadesa;
y con más argollas que la reina de Nápoles!
¿Esperas un milagro?
¿Y por qué no?
¿No fuiste tú criada en la casa de mi madre y ahora pagas reclinatorio de terciopelo en misa mayor?
¿Y tú no empezaste lavando platos y ahora tienes un enorme olivar?
Nadie me lo regaló, sino el trabajo de mi marido.
Tu marido, tu marido... ¡Que forma de llenarse la boca con esa palabra,
como si fueras tú la única casada por la iglesia!
Y dime qué tiene tu marido que no tenga el mío.
¿Ha pescado alguna vez tu marido una liebre en el río?
¿Una liebre en el río? ¡Sería cosa de ver!
Pues el mío, sí.
Mírenla en esa red.
Juanelo ha cazado una liebre en el río... Juanelo ha cazado una liebre en el río...
Juanelo ha cazado una liebre en el río... Y nadie lo puede negar.
Y dime, ¿qué tiene tu marido que no tenga el mío?
¿Ha pescado alguna vez tu marido una trucha en el bosque?
Bien seguro que no.
Pues el mío, sí. Mírenla en ese zurrón.
Una trucha en el bosque... Una trucha en el bosque...
¡Una trucha en el bosque!
Jesús mil veces vecina. ¿Hablas en serio?
¡Y si fuera eso solo! Pero lo más grande vino después.
Arrodíllate, miserere, que la mano de Dios está sobre tu cabeza...
y allí mismo, el bendito milagro.
¿Se ha agachado alguna vez vuestro marido a besar el suelo y se ha encontrado un tesoro delante de sus ojos?
¡Un tesoro! ¿Y a mitad del campo?
¡Pues el mío, sí; el mío, sí!
¿Se te ha vuelto el juicio?
¡No le llevéis la contraria, que es peor!
Un cofre de hierro..., montones de oro..., ajorcas, collares, pendientes y brazales...
¿Qué valen ahora tu olivar y tu reclinatorio?
¿No dicen que la que ríe de último ríe mejor?
¡Pues miren cómo se ríe la última!
Pero... ¿Por qué me están viendo así?
No me creen, ¿verdad?
¿Por qué no, mujer, si todo lo que has dicho es lo más natural del mundo?
Siéntate, descansa Leonela...
¿Necesitan pruebas palpables?
Pues un momento, que ahora vuelvo.
¡Fuera la tiña tiñosa! ¡Fuera la sarna sarnosa!
Se acabó la pobre Leonela. ¡Paso a ser la señora Leona!
¿La última verdad?
¡Ay, Señor, Señor, quién lo habría de pensar! ¡Una mujer que parecía tan sana!
Soberbia y pobreza son malas compañeras.
Siempre lo dije yo que habría de acabar así. ¡Castigo de Dios!
No dejéis la ropa, que es capaz de quemarla.
Hay que contar esto en la plaza.Y en el mercado.
Y en la fuente. ¡Vamos, vamos!
¿Por qué tanta prisa comadres?
¿Pasa algo?
Nada, Juanelo. Cuida a tu mujer... La pobre, con tanto trabajo...
Paños fríos, caldo de gallina, y reposo, mucho reposo.
Si necesitas algo ya sabes dónde estamos. Adiós vecino.
¡Pobre Juanelo! ¡Pobre Leonela!
Buena la has hecho. Ahora todo el mundo la señalará con el dedo;
los rapaces la perseguirán a pedradas.
¿Sabe lo que he hecho padre? Lo más grande.
Más que pescar una liebre en el río.
Más que cazar una trucha en el bosque.
¡He conseguido que mi mujer guarde un secreto!
No hay secreto mejor guardado que el que nadie quiere creer.
¡Y ahora, a dormir tranquilo!