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He vuelto. Estoy aquí. Respiro por la herida de esta noche, por los huecos ladridos de mil perros,
por la luna vacía de los huérfanos, por lo que está presente y sin embargo lejos.
He regresado. Vengo a decir flores de olvido, la voz desamparada en los ciclos del hambre,
el corazón del agua para la sed viajera.
Vengo de allá, de donde mariposas resuelven sus colores sobre el llanto.
Vengo del labio donde el beso no llega porque perdió las huellas del amor.
Vengo del fuego *** y pordiosero que adivina la sombra en el insecto.
Vengo del húmedo recuerdo que deja un crepúsculo de invierno,
de las uñas del miedo sobre la madrugada y sus aires de viuda solitaria,
del ámbito del loco que amanece desnudo porque las ropas queman.
Vengo del vaso enfermo que la razón impone para negar sonidos, lluvias, miel. Vengo...
Cuando me fui, cuando dejé las cosas de frente contra el muro, todo era tan distinto,
tan personal, tan mío. Mío el mar. Mi lámpara mi lámpara. Mis coplas sólo mías.
Mi pan era mi pan.
El muro recogiendo carcajadas amaneció en alcoholes sonámbulos distantes del silencio.
Y me fui. La piedra supo alimentar cansancios.
Y conocí el desvelo con que gritan los ciegos sus auroras. Llegué al dolor, al carruaje tirado por dos ecos,
al teatro donde un hombre decapita a su hermano, donde una madre aborta;
donde un poema vive, no se escribe.
Allí creció mi edad de ciervo atormentado. Allí me nació barba de espuma.
Allí supe sabores en lágrimas candentes. Allí apagué mi vanidad deforme.
Hoy he vuelto. Estoy aquí para enseñar regresos,
para pedir perdón a los abuelos, para ofrecer y compartir mi cena,
para hablar por la herida que me sangra,
para sembrar la luz y cosechar estrellas.