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Imagínense sentados en su sala de estar
viendo el telediario,
y que salga yo; verían algo parecido a esto,
informando desde Libia, hablando sobre los recientes altercados
y actos de violencia que están ocurriendo en el país, en apenas dos minutos.
Luego les digo adiós.
Bien, es así como la mayoría de la gente me ha conocido en los últimos ocho años,
informando desde Afganistán, Pakistán, Libia, Líbano, Darfur e Israel,
y cuando la gente por fin me conoce
fuera de la pantalla, en las calles de Budapest,
bien, ¿cuál creen que es la pregunta que más me hacen?
Les daré unas pistas para que les ayuden con las respuestas.
Piensan que me preguntan. "¿Cómo es que no te da miedo
informar en las guerras?"
¿O piensan que me preguntan, "¿Ves la posibilidad de haya paz
en Oriente Medio?" Y la tercera opción es,
"¿Decides ir a esas guerras
o te obliga tu jefe?"
Levanten la mano si creen que es la primera opción.
Bien. Ahora levanten la mano si piensan que es la segunda.
Bien, ¿quién piensa que es la tercera?
Ah, sabía que esa les iba a gustar. De hecho, la gente me hace
esa pregunta también, pero no es la solución.
Lo que la gente normalmente me pregunta cuando me ve por la calle
es, "¿Cómo es que no tienes miedo?"
"Cómo esque no tienes miedo cuando vas
a todos esos sitios donde se dispara?"
En estos últimos años he llegado a la conclusión de que
por muy exótico o interesante que sea el país al que viajo,
o por importantes e históricos que sean los sucesos que presencio,
lo que más resuena en la mente de las gente es "miedo".
Y no me malinterpreten, el miedo es un tema de conversación muy importante.
Pero la pregunta de "¿Cómo es que no tienes miedo?"
no es la pregunta correcta.
Por lo tanto, hoy me gustaría hablar de dos cosas.
En primer lugar, ¿cuál es la pregunta correcta?
Y en segundo lugar, ¿por qué la gente sigue preguntando la equivocada?
Bueno, para hacer esto bien quiero que olviden
la cámara y la pantalla. Quiero que cambiemos de perspectiva,
quiero que vean todo esto desde dentro.
Quiero que vengan conmigo a Afganistán,
que se sienten conmigo en un vehículo armado, en un Humvee,
y que viajen conmigo durante seis horas
en un gran y lento convoy,
visitando uno de las áreas más peligrosas del país
con los soldados a los que he estado grabando y
que estaban, de hecho, visitando y verificando si una de los caudillos
está manteniendo sus promesas y siguiendo el plan de paz.
Y no me he confundido al decir "una", era una mujer caudillo en Afganistán.
Así que aquí estamos sentados en el Humvee, mirando por la ventana.
Realmente no hay sitio para filmar en un vehículo como este
y, de todos modos, hay mucho ruido.
¿Y por qué es esto importante? Bueno, porque cuando las cámaras están grabando
admito que normalmente me da un subidón de adrenalina,
especialmente si estoy grabando en una situación peligrosa
y en un país peligroso.
Algunos dicen que esto es malo porque produce una sensación de peligro
para los periodistas. Y esto es verdad, pero al mismo tiempo es una necesidad.
Si nuestro precioso cuerpo humano no funcionara de esta manera,
creo que no habría periodistas tarados que fueran a las guerras.
Pero cuando se apagan las cámaras, empiezas a sentir la realidad,
los peligros reales y esa adrenalina que reside en tu sistema
se convierte lentamente en gotitas de miedo
que crecen con cada momento que tienes para pensar.
Para pensar, por ejemplo, que los convoyes como el tuyo
son normalmente los objetivos más obvios y vulnerables
para los rebeldes en Afganistán.
En un país donde los peligros normalmente pasan desapercibidos,
llegan hasta ti a hurtadillas en forma de granadas
desde las montañas de alrededor o desde el suelo en forma de artefactos explosivos
activados por el peso o con un teléfono móvil.
Bien, sí, alguien tiene que pulsar ese botón y,
como me explicó un soldado, en viajes así,
suelen buscar a hombres jóvenes recién afeitados
con largas túnicas blancas que están a un lado de la carretera
con un móvil en la mano, con los ojos bien abiertos,
ya que, basándonos en centenares de ataques a los convoyes,
se han identificado estas características en otros muchos casos.
Así que ahí estoy, mirando por la ventana,
y no veo 10, sino al menos 100 hombres jóvenes
con túnicas blancas largas y un móvil
y miradas perplejas, preguntándose qué diablos está haciendo ese convoy en su pueblo.
Así que empiezo a sentirme intranquila, quizá tensa,
incluso sudo un poco y no precisamente
por el chaleco antibalas de 20 kg que llevo puesto.
Pero en 10 minutos, me doy cuenta de que siento una culpa terrible
por ver a un potencial terrorista suicida en cada joven transeúnte.
Así que intento reflexionar y concentrarme en por qué estoy aquí,
en el trabajo que estoy a punto de hacer, y trato de recordar
mi teoría esencial de vida, a la que siempre me aferro,
especialmente cuando me siento vulnerable y desprotegida, y la teoría dice:
"Si algo tiene que pasar, me pasará independientemente de dónde esté".
Así que empiezo a sentirme mejor y más relajada,
pero, de repente, escucho una voz alarmante
a través de los cascos que llevo, el sistema de radio del convoy,
y la voz dice que ha habido dos explosiones
en el pueblo del que salimos hacía dos minutos
y que los soldados locales que nos acompañaban habían explotado.
Éramos el objetivo, pero no podían activar el artefacto debajo de nosotros
por el bloqueador de señal de nuestros coches,
pero como la voz dijo: "Chicos, prepárense porque nos quieren cazar".
"Nos quieren cazar", bien, estas palabras me impresionaron
y al mirar alrededor al convoy en el Humvee,
veo una determinación y una dureza inmensas,
pero también un indicio de miedo en los ojos de los soldados,
y ellos obviamente ven el mío.
Pero, ¿qué podemos hacer? En realidad, nada,
solo seguir con el trayecto durante cinco horas más
y esperar que todo vaya bien.
Y si no, esperamos que lo que tenga que pasar sea súbito y rápido.
¿Por qué les he contado esta historia? Bueno, en primer lugar,
quería que se hicieran la idea de un día grabando en una zona de guerra
y, en segundo lugar, para responder a la pregunta de por qué no tengo miedo.
Muchas veces, estoy muerta de miedo, y no necesariamente por morir.
Creo que más por ser bombardeada y tener que vivir con un brazo,
o una pierna o por ser capturada y después torturada.
Y luego multipliquen este miedo por diez, cien,
o por mil, cuando se está en la guerra sin haberlo decidido,
cuando no puedes subir a un avión e irte cuando hayas terminado tu trabajo.
Cuando el miedo es tu compañero cotidiano
y no tienes elección, solo puedes seguir viviendo,
como padre, como madre o como niño
e intentar proteger a tus seres queridos lo máximo que puedas.
Recuerdo la primera vez que me conmocioné como corresponsal de guerra.
Estaba grabando en Líbano una semana después del inicio de la guerra contra Israel.
Había habido muchas bajas
y estábamos grabando en uno de los suburbios de Beirut,
una ciudad preciosa con gente muy agradable según lo vivido en experiencias anteriores,
pero esta vez era diferente, podía sentir la tensión.
Mientras estábamos grabando por las calles,
de repente oí esa enorme ola alentadora
desde las ventanas abiertas de nuestro alrededor y la gente empezó a salir a las calles
para compartir las buenas noticias con todo el mundo, con los transeúntes
de que Líbano había conseguido su primera victoria militar
al haber derrocado un helicóptero.
Y la gente empezó a celebrarlo llena de alegría, y luego vi a un hombre grande
que apareció entre la multitud acercándose a nosotros, moviendo los puños y gritando algo.
Al principio no entendí qué estaba diciendo,
pero llegó un momento en que comprendí lo que decía.
"Son espías, son espías", decía señalándonos.
Porque en esta guerra en particular, se extendió el rumor
de que los periodistas estábamos en Líbano para espiar para Israel.
Este hombre fue capaz de cambiar el humor de todo el mundo en 30 segundos
y la gente que estaba de celebración se convirtió en una muchedumbre enfadada
que trataba de lincharnos y confiscar nuestras cámaras.
Así que no teníamos tiempo para debatir si eramos espías o no,
sino que empezamos a correr y conseguimos escapar
y entramos en el coche justo a tiempo.
No ocurrió lo mismo con la periodista que nos acompañaba,
era libanesa, nos estaba ayudando durante la grabación
y se quedó para explicar quién era y quién eramos nosotros,
y le dieron una paliza.
Todavía me siento fatal al hablar sobre esta historia,
pero ahora puedo verlo todo con mucha más claridad.
Veo cómo en tiempos de guerra, no puedes esperar que la gente
se comporte y actúe racionalmente.
No puedes esperar nada, porque cuando tu vida está en peligro
y tus seres queridos, tu auto, tu casa,
y básicamente todo por lo que has trabajo está en peligro
o ya ha desaparecido,
no puedes esperar que la gente se comporte de manera racional
y no puedes culparlos por ello,
porque esa es la naturaleza de la guerra, la naturaleza del miedo.
Porque el miedo es el combustible que puede sacarte de tus casillas.
Pero ahora les voy a contar otra historia. El mismo país, la misma guerra:
Justo una semana después del bombardeo de la historia de Beirut,
la gente empezó a irse de la ciudad a las montañas de alrededor
y a los pueblos, y era verdaderamente impresionante ver cómo la gente allí,
la que vivía en esos pueblos, recibía a todo el mundo con los brazos abiertos,
también a extranjeros, incluso ponían tiendas de campaña en sus jardines,
cocinaban y cuidaban para esta gente.
Y había una pareja en particular,
los dos eran médicos, que casi murieron cuando se fueron
de Beirut, pero también consiguieron subir a las montañas
y abrieron un pequeño consultorio
en el sótano de su casa para tratar a enfermos y heridos.
Pero llegó un momento en que se dieron cuenta de que se les estaban acabando las medicinas,
así que decidieron organizar las provisiones que necesitaban para toda la región.
Y el hombre volvía a Beirut casi cada dos días
poniendo en riesgo su vida.
La mujer era húngara, así que podrían haberse ido del país en cualquier momento,
incluso les hubiera ayudado la embajada.
Y recuerdo estar sentada frente a ella y preguntarle:
"¿Por qué no te vas y llevas a tu familia a un lugar seguro
como, por ejemplo, a Hungría?"
Y la recuerdo,
con lágrimas en los ojos, diciéndome:
"Bueno, Hesna, seré sincera, estoy muy asustada,
pero la gente de nuestro alrededor, que confía en nosotros, está todavía más asustada,
así que irse no es una opción".
¿Ven?, el miedo es el combustible que puede catalizar cantidades enormes
de generosidad y altruismo de la gente, porque el miedo es el combustible
que puede sacar lo mejor y lo peor de ti.
Y no tienes que ser corresponsal de guerra,
o una víctima de la guerra, tampoco un testigo de guerra
para poder sentir el miedo real en tu vida,
y estoy segura de que ustedes lo saben.
Piensen en ese momento en el que están sentados en un hospital
y el doctor aparece con una cara extraña
con los resultados de tu último escáner en las manos;
o piensen en cuando se ponen frente alguien
e intentan decirle que ya no la quieren;
o cuando alguien que quieres o te importa te llama
y empieza diciéndote: "Tengo algo importante que decirte".
Dios, odio esa frase.
Y el miedo está en mí, espero que no lo veas
y que no sea muy obvio, pero, claro, tengo miedos,
de si te gusta lo que estoy diciendo, de si merece la pena
su tiempo y dinero y todo eso. Porque el miedo está en todos nosotros,
quizá los peligros son diferentes, pero el miedo está en todos nosotros, en blanco y ***,
y nos mira a la cara.
Por lo tanto, la pregunta no es su existencia,
la pregunta correcta es: "¿Cómo encararlo?",
"¿Dejarás que saque lo mejor o lo peor de ti?"
Y puede que esté equivocada, pero cuando veo que ocurre lo último,
una vez que no puedes enfrentar o ni siquiera reconocer el miedo,
porque durante la guerra es muy fácil,
pero en nuestra ajetreada vida diaria es mucho más sofisticado,
es mucho más difícil siquiera identificar claramente
el miedo, muchas veces inconsciente.
Una vez lo haces, no creo que debas luchar contra ello,
porque luchar nunca es bueno, simplemente te quita energía.
Creo que la palabra clave es aceptación, si eres capaz de aceptar
el miedo en tu vida, porque una vez que lo haces, ya eres capaz de controlar
la emoción. Pero, si no estás preparado para trabajar con esta emoción,
bueno, creo que un acontecimiento inesperado es suficiente para desencadenar cosas
y el miedo se vuelve pánico, y este pone las cosas fuera de control
Digo esto porque según lo que he visto,
mucha gente ve el miedo como su peor enemigo
y llegué a la conclusión de que la gente me pregunta
"¿Cómo es posible que no tengas miedo?"
porque simplemente quieren creer que vivimos en un mundo
donde se puede vivir sin miedos.
Por lo tanto, me miran y piensan:
esta mujer joven y pequeñita que va a todas esas guerras
tiene que saber la receta o la solución para vivir sin miedo,
y si ella puede hacerlo, yo puedo aprenderlo.
Cuando les contesto "Sí, a veces estoy muerta de miedo,
sino sería una psicópata",
veo un poco de decepción en sus caras
y me siento mal porque veo que les he quitado
la poca esperanza que tenían.
Es aquí cuando empiezo a contarles historias para poner el miedo en contexto.
Les cuento sobre una mujer, por ejemplo, que conocí en Uganda hace unos años.
Las fuerzas rebeldes la secuestraron cuando tenía 13 años y la obligaron
a pasar 13 años con ellos deambulando de una guerra a otra.
También había tenido un niño en medio de la selva
de uno de los líderes rebeldes.
Y tenía mucho miedo a escaparse porque vio lo que había pasado
a los que lo habían intentado: les golpearon hasta la muerte.
Pero llegó un momento en el que estaba más asustada
por criar a su hijo en un ambiente así.
Así que un día se llenó de valor y se escapó.
Consiguió entrar en una selva cercana
y la encontraron un mes más tarde,
casi muerta de hambre junto al bebé,
pero lo consiguió.
O les hablo sobre un hombre que conocí en Libia durante la revuelta.
Lo conocí en un almacén de armas desguarnecido.
Era padre, nunca había luchado antes,
no sabía cómo hacerlo, le daba muchísimo miedo luchar
y tenía mucho miedo a las armas.
Pero recuerdo esa imagen extraña de él,
arrodillado en el suelo de ese almacén de armas
estudiando los misiles tierra-aire,
cuál llevar a casa para aprender cómo utilizarlo.
Y puedo contarles docenas de historias como esta
que me ayudaron a revaluar el miedo en mi vida.
Y cuando les cuento estas historias a la gente,
veo un cambio en sus caras, veo que les he devuelto
un poco de la esperanza que les había quitado antes
porque ese es el momento en el que empiezan a entender
mi cita favorita de Morgan Scott Bach [sic.] dice:
"El valor es aguantar el miedo un minuto más".
Muchas gracias.
(Aplausos)