Hace tiempo, en la ciudad de Tánger, vivía un humilde zapatero remendón que poseía un canario. Un día, mientras el zapatero estaba ocupado reparando zapatos, un viejo peregrino escuchó el canto del pájaro y quedó fascinado. El peregrino, a pesar de su escasez de monedas, decidió comprar el canario por un precio elevado. Sin embargo, al cabo de tres días, regresó con el pájaro y exigió: “Devuélveme mis monedas y toma tu pájaro”. El zapatero, sorprendido, le devolvió el dinero. Pero el peregrino no se detuvo ahí. También solicitó el importe de las semillas que había alimentado al canario. El zapatero, en un giro inesperado, se negó a pagar. El asunto llegó a oídos del juez, quien debía dictar sentencia. Sin embargo, el Pachá, el gobernante local, se negó a juzgar el caso. ¿Por qué? Porque consideró que era un asunto intrascendente. La lectura de “Un negocio ruinoso” nos enseña que incluso las situaciones desagradables pueden resolverse con humor e inteligencia. A veces, la astucia supera la gravedad de los problemas. He bajado al jardín en esta plomiza mañana. Un viejo jardinero cava lo que hasta ahora fue pradera verde, para sembrar habas. Sentada al borde del estanque, me dejo calentar por este dulce sol de invierno y aspiro la frescura de la tierra removida. El constante tiroteo del frente y el bombardeo de la ciudad se han hecho tan habituales que apenas se les da importancia. Solo la llegada de los aeroplanos inquieta aún. –¡Hermoso día, señorita! –Hermoso, es verdad. –Ya se huele la primavera… ¡Si no tuviera uno tantas desgracias encima…! Pregunto por Juan, el jardinero que venía en los primeros tiempos. –Lo movilizaron… y me creo que lo han hecho sargento… ¡Era un chico muy majo…! Ojalá tenga suerte… El viejo suspira y vuelve a cavar. ¡Qué perfume a paz sale de la tierra…! Guadalupe viene a advertirme que se va a la tienda, porque es día de racionamiento. Lleva la cartilla y la bolsa de hule con botellas… no sea que den aceite, o vino, o vinagre